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martes, 1 de noviembre de 2011

Cleptómano I

Al abrir los ojos, sólo había oscuridad, cosa normal debido a que la ventana estaba cerrada.
Su sueño, después de mucho tiempo, fue profundo y tranquilo. Dio un par de vueltas, buscando dormir de nuevo, pero recordó su cometido.
Robar.
Se desperezó lentamente, y con cuidado, pues la madera era vieja y estaba podrida, caminó hasta la ventana. La abrió y contempló el árbol enfrente de su habitación, detrás de la posada. Se dio cuenta de que pronto lo llamarían para desayunar, así que puso en marcha. Cleptómano - o así lo llamaban desde que tenía edad suficiente para crear recuerdos- se vistió rápido, cogió su bolsa y metió en ella cualquier objeto de mínimo valor, tal como hiciera antes de irse a dormir aprovechando su condición de único huésped. Apenas le llegaría para comer, pero unas monedas fáciles siempre era bien recibidas. O bien robadas, según se mire.
- El desayuno está listo - dijo con voz monótona la mujer del posadero después de llamar tres veces. Cleptómano maldijo en voz alta. Y otra vez. Y otra. Se había delatado y ahora tendría que bajar a comer, o sospecharían y llamarían a la Guardia. Lo cual no era nada apetecible; ya lo seguía por un antiguo desliz. Si lo pillaban y demostraban su crimen, su final no sería nada agradable. Masculló una retahíla de maldiciones, cerró el saco, cogió sus enseres y bajó a desayunar.
Cuatro personas, sin contar la figura porcina del posadero y a su mujer, lo saludaron al bajar al comedor. Aparentó naturalidad, pero por dentro cocía algún plan para poder largarse sin pagar. En efecto, no tenía una triste moneda. Se sentó enfrente del desayuno: leche fría, queso y un huevo pasado por agua. Comió lentamente, mientras seguía maquinando la treta que lo sacaría de allí.
De repente derribaron la puerta. Eran seis miembros de la Guardia.
- Tenemos información de que el Carnicero del Este está alojado en esta posada. O nos lo entregáis ahora mismo o esta posada se convierte en cementerio!- Clamó con autoridad uno de ellos.
En cuanto sus testículos se le volvieron a situar entre sus muslos, Cleptómano se calmó. Se fijó en la patrulla: Alto y robusto, en el centro, erguido con seguridad, con una armadura chapada en plata bruñida, se hallaba el capitán patrullero. Su puesto se delataba por la capa roja que llevaba, así como el puño de la espada, con un rubí engastado. La cicatriz en su mejilla le deba más respeto si cabía. Flanqueándole, estaban los otros cinco, con escuetas cotas de malla, botas de cuero altas, grebas de cuero y veste con el emblema de la Guardia: un escudo triangular negro con la punta inferior ensangrentada de un peculiar color sable. Debido a sus atavíos, Cleptómano supo que no eran más que soldados rasos asignados al patrullero para esa jornada, puede que también la siguiente. Entonces se lo jugó todo a una carta.
- Yo soy el Carnicero! Me rindo! - Chilló con desesperación.
- Adoro los trabajos fáciles - Dijo el de capa roja, con una sonrisa en la cara. Se sorprendió de que resultase, pero recordó que nadie recordaba su cara… ni la del Carnicero. El de rojo se dio la vuelta - Tú, el bajito, ponle los grilletes, lo llevamos a la Justicia más cercana, y que ellos se encarguen.
El Guardia se acercó. Cleptómano, que nunca fue muy alto, le sacaba una cabeza entera. La fuerza de su captor y la firmeza con la que le puso las argollas le sorprendió
- No eres tan duro cuando no son jovencitas quienes tratan contigo, eh? - Le susurró el Guardia bajito. El aliento le apestaba a… no supo decidirse si queso azul o cadáver de una semana.
- Alto!- Gritó el posadero con toda su porcina figura - Este hombre me debe dinero! Y vosotros, por derribarme la puerta!
El de la capa roja miró a otro guardia, que portaba una maza y un saquito. Éste asintió, se adelantó, y lanzó unas monedas al posadero.
- Esto cubrirá los gastos de sobra - Contestó de mala gana el posadero.
La comitiva salió de la posada, en dirección norte, hacia la ciudad más cercana. Todos los petates los llevaba un solo Guardia, el suyo incluido. Ahora tocaba pensar en como librarse del embrollo increíble en el que se había metido. Siempre le pasaba igual, no se paraba a pensar las consecuencias de sus actos. Pero saldría de ésta, como de todas las demás, claro. Y entonces, floreció una idea.
- Necesito mear - dijo, secamente.
- Ya mearás cuando te suban a la horca, asesino - Y el guardia que dijo eso le escupió en la cara.
- Eso no era necesario - Le reprochó el Guardia de rojo. El otro bajó la cara, sumiso. - Tenemos mucho tiempo aún, dejémosle mear. Hasta los culpables merecen algo de piedad. Ayúdale - Le dijo al de la maza.
Echó un fugaz vistazo a donde habían dejado sus cosas y se dejó guiar por el Guardia. Llegaron a un árbol lejano y cuando su guía le bajó los pantalones, Cleptómano se liberó de sus ataduras (años de práctica) y de un rápido golpe de rodilla, lo dejó inconsciente. Una vez subidos los pantalones, le quitó al Guardia la bolsa de dinero, además de la cuerda y un puñal. La maza se la dejó, nunca se sintió cómodo con armas pesadas.
Comenzó a trepar por un árbol, y cuando consideró estar a la altura adecuada, se ató un extremo al cinturón, otro a la rama y se impulsó hacia adelante. Llegó a donde estaba los Guardias, se estiró como un mono y cogió su petate. Luego, el movimiento pendular lo llevó hacia atrás. Usó el puñal para librase antes de llegar al punto más alto y con el impulso, rodó hacia atrás. Se puso en pie y corrió. No sabía en qué dirección iba, sólo corrió esquivando todo obstáculo que hubiera delante de él. En cuanto se sintió a  salvo, luego de un rato que se le antojó eterno, se sentó, contó las monedas y miró su petate.
Se había confundido. Otra vez. Sólo llevaba fruta. Los Guardias tenían su botín y su ropa. Maldijo la mañana con todas sus fuerzas, tiró dos piedras al río lleno de furia y, resignado, se puso a comer algo de su errado botín.

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