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martes, 3 de marzo de 2015

Cleptómano XXV

Final

Aterrizó enfrente del grupo, levantando una pequeña nube de tierra y hierba bajo sus patas, grandes como un hombre. El color rojizo y castaño de sus escamas contrastaba con sus ojos glaciares; ojos llenos de inteligencia, que se posaron en cada uno de ellos hasta encontrar a Cleptómano. Plegó las alas con suavidad y permaneció inmóvil, mirando siempre al ladrón, que parecía más pequeña que de costumbre. Nadie hizo movimiento alguno, y así permanecieron, por unos instantes, hasta que el dragón miró directamente a Kjara.
Y rugió.
Rugió con una ira milenaria. Rugió mil veces, reverberando en los árboles. Rugió con la determinación del asesino, helando la sangre de todos los que oyeron aquel grito. Luego echó hacia atrás el cuello y abrió las fauces.
- Apartaos! – gritó Cleptómano al tiempo que corría hacia su izquierda. De la boca del dragón comenzó a salir un rayo de luz de un cegador azul blanquecino, que proyectó con furia contra la bruja. La muerte se topó con un escudo.
- Creías que estaba demasiado vieja, verdad? – dijo al tiempo que dispersaba el rayo con un juego de manos – Te vas a llevar una sorpresa – Y comenzó a levitar, cargada de un aura de color indescriptible.
El dragón volvió a lanzar su aliento, pero volvió a ser repelido. Lo mantuvo durante unos latidos, aumentando su intensidad, su brillo. Kjara seguía aguantando, moviendo las manos sin parar.
Cesado el rayo, contraatacó: lanzó dos orbes imposibles contra la cabeza de su adversario, sólo para encontrarse con el suelo. Quizá podía aguantar su rayo, pero el dragón era demasiado rápido para su tamaño; ya estaba en pleno vuelo, preparando su ataque.
Los orbes explotaron con violencia, cerca de los involuntarios espectadores. La onda expansiva hizo volar a Rïm, que chocó contra Thau y Fjöde, llevándolos rodando hasta el límite del bosque, e hizo que Vash se golpeara con un árbol, cayendo inconsciente. El resto quedaron cegados por unos instantes.
Cuando recuperó la visión, Cleptómano se encontró parado delante de un cráter profundo como un pozo y casi de la longitud del claro, colindando con la colina que llevaba a la cueva. Arriba, un espectáculo de luces y sonido desafiaba la lógica de su mundo. Una bruja y un dragón haciendo filigranas por el aire mientras se tiraban rayos de colores indescriptibles, moviendo las copas de los árboles con cada explosión. Recordó que tenía algo que decir y se giró. Un Rïm sangrante atendía a Vash, que parecía empezar a recobrar el conocimiento. Se preguntó cuánto tiempo habría mirado la batalla y notó que le dolían los ojos, lo que le sorprendió. Qué tenía para atraerlo tanto? Si él era el primero en huir de cualquier batalla! Negó el impulso del volver a mirar y se dirigió al grupo.
- Estáis todos bien? – preguntó al acercarse.
- Unos arañazos – contestó Rïm – Sobreviviremos.
- Arañazos? Tengo medio cráneo hundido! – protestó Vash – Si esa bruja bajara aquí, le iba yo a enseñar a partir cráneos!
- Si esa bruja bajara aquí – añadió Barbamenta – Más nos valdría encomendarnos a nuestros dioses.
- Lo que es una razón magnífica para escondernos hasta que la batalla termine – sugirió Sander – Aseguraos que tenéis vuestras cosas. Volveremos al bosque y…
- No! – gritó – Tenemos otras cosas que hacer!
- Cleptómano, pero qué…?
- Sander, tenemos que ir a la cueva. El dragón me lo dijo.
- Ese dragón sólo abrió la boca para intentar matar a la zorra!
- Y por qué crees que fue eso!? Se metió en mi cabeza y… no sé cómo describirlo. Compartimos pensamientos. Se llama Nyr’diodek, o algo así, y lleva aquí siglos, protegiendo la cueva. Y ahora que he llegado me protege a mí. De ella – dijo señalando hacia arriba.
- Había oído – comentó Iockvara – que los dragones tenían ciertas clases de poderes, pero nunca el comunicarse con la mente.
- Sólo con aquéllos a los que guardan – los iluminó Barbamenta – Lo que implica que…
- Queréis dejar el debate filosófico! – gritó Thau – Hay una jodida batalla campal sobre nuestras cabezas!
- Thau tiene razón! – reconoció Sander – En la cueva estaremos seguros. Mys, cubre a Cleptómano! Rïm, Fjöde y Stjäla, quedaos atrás y cubridnos!
- Y una mierda! – exclamó la ladrona – Yo voy con vosotros! No he llegado hasta aquí para ver la misión desde la distancia.
- Yo estoy con Stjäla! – se afirmó Fjöde – Además, me gustan las cuevas. Hay misterios dentro, misterios que sorprenden, y me gustan!
- Yo ya me he perdido suficiente acción – añadió casi sin elevar la voz. Apenas se le escuchó entre las explosiones y gritos.
- Déjalos que vengan! – dijo Barbamenta mientras comenzaba a caminar – Estaremos mejor preparados para lo que pueda suceder!
Corrieron rodeando el cráter hacia la colina. Mys estaba justo detrás de Cleptómano, como una sombra. En un par de ocasiones lo apartó de la trayectoria de algún orbe que al impactar arrancó árboles de cuajo. El resto fueron esquivando más mal que bien: al agacharse ante uno, Fjöde cayó, abriéndose la mejilla derecha con una piedra. Friska, que estaba justo detrás, la cogió en brazos y siguió corriendo. Al desviarse para evitar uno de los rayos perdidos, Thau resbaló y rodó hasta el bosque, rompiéndose una costilla al chocar contra un tronco. Se levantó y siguió corriendo.
Vash tuvo peor suerte: uno de los rayos desviados fue directamente a su pie izquierdo. Aulló de dolor y quedó tendido en el suelo. Todos se detuvieron un momento, pero sólo Stjäla fue a socorrerlo. Lo ayudó a incorporarse, lentamente, mientras la batalla rugía a su alrededor, diciéndole palabras de ánimo y motes cariñosos. En cuanto apoyó el pie, volvió a aullar. Más que pie, tenía un amasijo sangrante y amorfo que dolía como toda la eternidad en los infiernos.
- Vamos, Vashy! – animaba Stjäla mientras trataba de apoyar el pie.
- Oh, cállate! – gimió – Esto duele como la eternidad en los infiernos!
- Esa frase no parece propia de ti.
- Tampoco este pie lo parece, y míralo, jodiendo como él solo! Vamos! Que nos quedamos atrás!
Renqueando, comenzó a caminar. Cada vez que apoyaba el pie, sus gritos se oían por encima de la batalla, por encima de los ánimos que Stjäla le daba.
Y como por ensalmo, pareció Rïmedel, con vendas y ungüentos. Con manos curtidas por muchos de experiencia, cubrió el pie. El dolor desapareció.
- Pero cómo…?
- Un pequeño anestésico. Aguantará hasta llegar arriba. Vamos!
Los tres corrieron hasta alcanzar al grupo. Que habían continuado esquivando rayos y bolas, sin mayor percance. La mejilla de Fjöde estaba cosida; al parecer, Rïm podía poner puntos hasta corriendo. Vash se apenó de no haberlo visto, era un espectáculo digno de verse.
Llegaron por fin a la base de la colina. El camino era claro y empinado. Y parecía no tener fin. Barbamenta y Cleptómano no se pararon a mirar, simplemente, continuaron corriendo. El resto dieron una breve mirada al camino, otra al combate, que seguía sin un claro ganador, y subieron.
 El camino era extraño: a pesar de la gravilla y piedras sueltas, no parecía irregular, y aunque de lejos habían visto que zigzagueaba peligrosamente hasta llegar a la cima, jamás llegaron a dar una curva, o a girar en algún punto. El camino seguía recto, y al final se veía la cueva. Sander trató de entenderlo, pero le comenzó a doler la cabeza y tuvo que parar. Una explosión cercana lo despertó de su trance. Le habían sacado mucha ventaja. Se dio prisa en alcanzarlos, ya pensaría en las paradojas de la realidad en otro momento.
Por fin llegaron. Por fin dejaron de correr. Los once se quedaron parados, mirando la entrada de la cueva, sumida en la más absoluta oscuridad.
- Parece que cumpliremos nuestra misión, a fin de cuentas – comentó Sander. Dio un paso adelante. Chocó contra algo. La nariz le sangraba y estaba doblado de dolor.
- Qué cojones… - Maldijo Barbamenta. Alargó un brazo, mientras Rïm recolocaba la nariz de Sander e intentaba apartar a todos a gritos de “edtoy dien, edtoy dien”. Su mano chocó contra algo, algo sólido, frío, que le erizaba los pelos de la mano. Entonces se le ocurrió una idea.
- Cleptómano! Ven, toca esto!
Obediente, Cleptómano se acercó a tocar. Y cayó.
- Ajá! Lo sabía! – exclamó exultante.
- Y si lo sabías por qué no lo dices? – dijo el ladrón, agrio, mientras se incorporaba.
- Es la leyenda. La cueva no te reconoce, por eso te ha dejado pasar.
- Eso no fue lo que dijiste en el bosque.
- Sé perfectamente bien lo que dije antes. Ahora ve. Este es tu camino, y sólo tú lo has de recorrer.
- Eso también es de la leyenda? – preguntó al tiempo que se daba de la vuelta.
- No, eso es mío. Qué ocurre?- preguntó al darse de que Cleptómano no había dado un solo paso.
- Nada, es sólo que… No sé si seré capaz – suspiró.
- Has recorrido medio mundo para llegar hasta aquí – Intervino Iockvara – Claro que puedas.
- Cleptómano – siguió Barbamenta – piensa en todo lo que me has contado de tu vida. Todas las aventuras, las escapadas imposibles, las cicatrices, la tortura… Todo te ha llevado hasta aquí. Este es el final de tu camino. Aquí termina todo.
>> Míranos. Hemos sacrificado mucho para traerte hasta aquí. Hemos padecido mucho para ayudarte. Hemos peleado, te hemos protegido, te hemos curado y cuidado lo mejor que pudimos para que pudieras acabar con esto. Es tu destino. Naciste para esto. Tienes que asumirlo!
- Estás dejando el destino del mundo en mis manos! Ni siquiera he podido tener dos monedas en cada mano!
- Este es el final de tu camino, lo quieras o no. O lo recorres, o morimos todos.
- Yo no sé si es tu destino – volvió a aparecer Iockvara – Pero sí sé que has llegado hasta aquí, con nosotros, después de miles de pasos. A cada paso has cambiado. Has puesto un pie delante sin saber en qué se convertiría. No sabes lo que hay al final del camino, pero sólo recorriéndolo sabrás quién eres y qué has de hacer, pues esta es tu meta y de ella saldrá el definitivo descubrimiento de ti mismo.
- Yo… sé que soy especial, pero no un héroe. No puedo ser un héroe. Casi no sé ni quién soy! Yo sólo me dejaba arrastrar por los vientos que soplaban más fuerte. No soy nada!
- Y siempre lo serás a este paso! – exclamó desde el fondo Sander – Te estamos dando razones profundas y trascendentales para que acabes esta misión, pero la razón es lo de menos. Tal y como yo lo veo, puedes quedarte aquí, esperando a que esa bruja nos mate y te torture para salirse con la suya, o puedes meterte ahí dentro, robárselo y plantarle cara. Y de paso evitar que muramos todos. Tú eliges.
Cleptómano masculló algo. Los miró a todos: Sander, con vendas sobre la nariz. Barbamenta, que olía a cuadra y la barba se le había desteñido completamente. Iockvara, con cara de protección paternal. Thau, retándolo. La sonrisa de Fjöde. Vash y su mirada sarcástica. Stjäla y su sonrisa sarcástica. Rïm, imperturbable. Friska y su risa bobalicona. Mys, impenetrable. Suspiró, largo y tendido. Giró sobre sus talones. Entró.
- Nunca tan pretencioso te escuché, Barbamenta – le recriminó Sander.
- Un día alguien escribirá esta historia. Pretendía quedar bien por una vez.
- Esas historias – sentenció Mys – son una patraña.

- Cuánto tiempo lleva ahí dentro? – quiso saber Vashtudyk. Estaba sentado en el suelo, con las piernas extendidas, mientras Rïm cosía, untaba y lavaba.
- Es difícil de decir – contestó Stjäla – Esos dos hacen difícil distinguir nada en el cielo.
- Y esos dos cuánto tiempo llevan – preguntó Fjöde.
- Tanto que ya casi puedo ignorar las explosiones – afirmó Thau – Era una vieja seca y consumida, cómo pueda aguantar tanto?
- Los caminos de la magia son inescrutables – aseguró Iockvara, que no había dejado de observar la batalla. Seguía con el mismo empate que antes, las mismas maniobras, los mismos colores, los mismos envites. Pero algo raro había en la forma de moverse de la bruja… No sabía precisar qué. Parecía menos precisa, menos espectacular. Tampoco ayudaba el hecho de que era la primera vez que veía un combate mágico.
Mys estaba de pie, como una estatua, mirando en la dirección por la que habían llegado. O eso suponían. Era difícil de precisar con el cielo invadido. Por su parte, Sander y Barbamenta no habían dejado de esperar a Cleptómano. Estaban sentados, uno al lado del otro, hablando, o lanzándose pullas, de espaldas a todos, esperando a que saliera algo.
- Sabes? – comenzó a decir Sander – Puede que mi nombre no sea original. Y que no sepa contar pero tú ni siquiera tienes nombre. Barbamenta es un mote ridículo.
- Me quedaba como un guante hasta que se me pegaron vuestras costumbres bárbaras. Y vuestros olores bárbaros.
- Ya, claro. Lo que quiero decir es que un hombre, o mujer, necesita un nombre. Uno auténtico. Los motes no describen tu esencia.
- Sander XXIV describe la tuya?
- Eso creyó mi madre.
- Para ser un apóstata, eres bastante supersticioso.
- He podido comprobar que se suele cumplir. Quizá no existan nuestros Tres, pero los antiguos sabían cosas.
- No creo que los antiguos supieran mucho más que tú o yo.
- Por qué?
- Porque no creo que Al-Jogur represente para nada mi esencia.
- Espera, te llamas… - la frase quedó interrumpida por una risotada. Una larga y escandalosa risotada medio ahogada por la falta de aire. Thau, Rïm y Stjäla fueron a ver qué le pasaba a su líder, tumbado, moviéndose a base de espasmos y tratando de recuperar el aliento. Volvió a incurrir en esa incontrolable risa dos veces más antes de conseguir recuperar la compostura, y se luego se negó a compartir el motivo. Dijo que perdería la gracia si lo contaba.
Entre tanto, Barbamenta había hecho caso omiso a Sander y se había puesto caminar en pequeños círculos y a discutir por qué no les había caído ningún orbe destructor o algún rayo desviado. Supusieron que algo muy raro pasaba en ese lugar cuando haces recto un camino curvo y sólo un tipo al que nadie es capaz de reconocer a primera vista puede atravesar un muro invisible, y dejaron ahí la conversación.
De repente, Mys empezó a hacer señas. Al principio no las notaron, eran demasiado sutiles y estaban demasiado enfrascados, dentro de lo humanamente posible ante aquella situación, en la conversación. Por el rabillo del ojo, Barbamenta las intuyó, y llamó la atención del grupo. Se acercaron a mirar en la dirección que el encapuchado les señalaba.
Plataformas levitaban hacia ellos a una velocidad alarmante. Numerosas siluetas de guerreros se adivinaban en su superficie, con aspecto disciplinado, y amenazante. Entre ellas, enormes vehículos se desplazaban sin tocar el suelo. De superficie pulida y sin esquinas, eran difíciles de imaginar qué serían, salvo que servían para la guerra.
- Armindol!? Qué hacen aquí? Se supone que es imposible llegar sin Cleptómano! – masculló Vash al borde del pánico.
- Exacto – corroboró Barbamenta – Pero por tierra. Ellos no tocan el suelo.
- Barbamenta – dijo Iockvara educadamente – Creo que sabes más de lo que nos dices.
El pirata puso los ojos en blanco. Comenzó a hablar.
- Creí que ya lo habíamos hablado: están aquí por lo que quiera que haya ahí dentro. Creen que salvará su raza condenada al colapso. A juzgar por sus acciones, debieron de estudiar las profecías muy a fondo.
- Yo no lo sabía… - habló Fjöde, tímidamente.
- Y por qué tanta fuerza militar? – irrumpió Thau.
- No lo sé. Las escrituras hablan de un guardián, pero no especifican que sea un dragón. Y tampoco podían saber lo de Kjara. Parece un movimiento desesperado: transportar todas esas tropas, sin usar el mar, exige un gran despliegue de medios y de logística. Se lo están jugando a una única tirada.
El ejército, siempre en movimiento, había llegado al linde del bosque. Una a una, cada plataforma y cada máquina se habían detenido. Las filas delanteras de soldados habían sacado sus lanzas y alabardas. Apuntaron hacia delante y comenzaron a disparar. De la parte delantera de las máquinas se asomaron varas, gruesas como un hombre, que se comenzaron a iluminar. Unos instantes después, descargaban la energía contra los árboles. Pronto estarían en el claro.
Ajenos, Kjara y Nyr’diodek peleaban, pero la espectacularidad se había reducido notablemente. La bruja cada vez hacia menos quiebros y filigranas, apartándose lo necesario para evitar caer en las garras del dragón y conservando la postura para disipar su aliento. Ella estaba cansada, pero no permitiría que una bestia la derrotase. Conseguiría su objetivo y volvería a subyugar el mundo que había hecho tantos años atrás. Para ello, no obstante, tenía que ganar.
Resolvió arriesgarlo todo. Cesó su vuelo y comenzó a caer a gran velocidad. El dragón se lanzó detrás de ella, sin pensarlo, y preparó su aliento. Entonces Kjara paró su caída, apartándose de la trayectoria del dragón. Disparó con todas sus fuerzas. Falló.
La bestia había repetido el mismo movimiento que ella. En el último instante, detuvo el vuelo, se apartó del ataque y dejó que se estrellara en el suelo. La explosión detuvo el trabajo armindol y tumbó al grupo de norteños. Sin dar tiempo a que la epxlosión se apagara, el dragón cargó en pleno vuelo contra Kjara, garras delanteras extendidas. La cerró para atraparla, pero escapó, lo justo para evitar ser cogida. Inmediatamente, adelantó la segunda garra, y también la esquivó por poco.
Nyr’diodek la tenía donde quería, justo enfrente. Abrió la boca y expelió el aliento que llevaba aguantando todo el tiempo. Sin tiempo ni energía para hacer un escudo, Kjara no pudo si no maldecir a cada dios y humano por haberla empujado a acabar así. Las cenizas de su cadáver se  las llevó el viento.
Entonces se dio la vuelta, y se lanzó directamente a por el ejército armindol. Lanzó su aliento en vuelo rasante, provocando el caos entre las filas. Aterrizó en una plataforma, rompiéndola en el proceso, y siguió atacando, usando su cola, sus garras, su aliento.
- Por un momento nos vi muertos – Vash fue el primero en romper el hielo.
- Te veo muy positivo – le contestó Stjäla.
- No os recuerda a aquella vez en Gonderym cuándo… - comenzó a contar Fjöde.
- Ni lo más mínimo – le cortó Thau, tajante.
- Argh! – exclamó Sander al tiempo que se acercaba a grandes zancadas a la boca de la cueva – Voy a sacarlo de ahí! Tenemos que irnos! – Con la muleta, Barbamenta lo derribó – Qué cojones haces? – preguntó, desde el suelo.
- Evitar que te vuelvas a romper la nariz. Y recordarte que sólo Cleptómano puede entrar o salir de ahí.
- Podrías haber sido más amable – dijo, levantándose.
- Podría – concedió encogiéndose de hombros.
- No entiendo cómo estás tan tranquilo. Si no fuera por ese dragón estaríamos todos muertos!
- Un animal formidable, no es así?- afirmó, volviéndose hacia la batalla. Los soldados seguían saltando por los aires y las máquinas de guerra explotando, sin embargo, se cansaba. Era más lento, y algunos rayos lo habían conseguido derribar. Girándose hacia Sander, añadió - No temas, la profecía nos respalda.
- Hay demasiadas cosas de esa profecía que no nos has contado – un creciente enfado flotaba en su tono.
-Todo a su debido tiempo – dijo, conciliador.
- Déjate de evasivas! – exclamó, visiblemente furioso. Barbamenta puso los ojos en blanco, y con fastidio, se explicó.
- Quién salga de esta cueva destruirá una civilización entera.
- Hasta las narices estoy de tanta profecía!
- No deberías – dijo una voz desde el fondo de la cueva, con un tono tranquilo – Hasta ahora, ha tenido razón.
Ambos hombres se volvieron hacia la entrada. Allí estaba. De pie, ante ellos, Cleptómano los saludó. Sólo que no era exactamente Cleptómano. Para empezar, lo habían reconocido. Tenían la suficiente fuerza de voluntad para reconocerlo, para llenar el vacío que su cara producía en su cabeza, pero no fue así esta vez. Lo recordaron como se recuerda a un viejo amigo largamente ausente.
Ya no se movía como si el mundo le produjese miedo. Era un paso seguro, la zancada de quién espera que el resto se aparten cuando coinciden en un cruce. Daba la impresión de que un fantasmal halo de luz blanca lo envolvía. Barbamenta se preguntó por primera vez en mucho tiempo si su ojo lo engañaba.
- Cleptómano… - comenzó a hablar el pirata.
- No – cortó con autoridad – Mi nombre en Níjel – Aquello les sorprendió – Quitad esas caras, y venid conmigo. Tenemos que hablar – apremió. No había ni sombra de duda o miedo. Era el tono de quién sabía con certeza. Le obedecieron.

Mientras los tres hablaban, los norteños miraban el campo de batalla boquiabiertos. Nyr’diodek peleaba, literalmente, con uñas y dientes. Cada movimiento de sus garras era un soldado partido a la mitad; cada vez que bajaba su cola un soldado era aplastado; cada vez que echaba su aliento decenas morían, las máquinas estallaban… Y aun así, eran demasiados. Los rayos de las lanzas eran poco más que picaduras de insectos, pero se juntaban tantos que le lograban quemar la piel bajo las escamas. Los rayos de las máquinas de guerra lo derribaban, impidiéndole remontar el vuelo. Había perdido un ojo y chillaba cada vez que movía la garra derecha. Y seguía peleando.
Con la garra, el dragón cogió una de las máquinas y la lanzó lejos, derribando dos plataformas y chocando contra otra máquina. Explotaron en una cúpula de luz azulada cegadora. Luego con su aliento redujo a cenizas a todo aquél que se hubiera acercado demasiado. Alzó el vuelo rápidamente. Desde el cielo, hizo descender la muerte en espiral. Comenzaron a caer por miles. Los norteños dejaron crecer sus esperanzas. Hasta que, de la nada, un rayo le atravesó un ala. Sorprendido, Nyr’diodek perdió el control de su vuelo y cayó. Antes de que pudiera ponerse en pie, todas las máquinas disponibles, apenas superando la docena, dispararon. No su rayo normal. Era un extraño rayo, dorado con chispas azules, que al explotar juntos, crearon una cúpula luminosa de color púrpura dónde antes estaba el dragón. Una nube en forma hongo siguió a la explosión. Los norteños contuvieron el aliento. No podían creerlo. Su única esperanza estaba oculta entre el polvo, y parecía volver a salir. Iockvara rezó, imploró a los dioses que el dragón no estuviera muerto. Vash, Stjäla, Thau y Fjöde se unieron a él.
Los dioses estaban sordos ese día. Bajo la nube de polvo, una pata escamosa y media cola era todo lo que quedaban del poderoso dragón. Vash gritó. Fjöde y Friska lloraron. Thau, contenido, fue a hablar con Sander. El resto, aceptaron su destino en silencio.  
Thau encontró a su líder apartado en un lateral de la cueva. Discutía a viva voz con Barbamenta y alguien que jamás había visto. Sacó su mandoble y cargó contra el desconocido, al grito de: “A las armas compañeros!” y no pudo decir mucho más porque Barbamenta le descerrajó un puñetazo en la cara, tumbándolo sin esfuerzo aparente.
- Deja hablar a los mayores, hijo – le espetó.
Doblando la esquina, apareció todo el grupo de norteños, armas listas y gritos preparados. Se detuvieron en seco al ver los nudillos del pirata manchados en sangre, Sander tratando de levantar a Thau y a un completo desconocido.
- Quietos! – les gritó – No es lo que parece!
- Sander, esto no es propio de ti – comentó Iockvara –Merecemos una explicación – Casi parecía dolido.
- Envainad, ahora os lo explico – dijo en tono conciliador. Avanzó hacia ellos – Rïm, por favor, míralo.
Rïm buscó la cara de Iockvara, que asintió. Guardó las dagas y se dirigió al caído. Lo examinó rápidamente. Sólo se había mordido la lengua y estaba inconsciente. Le dio a oler unas hierbas y recobró el conocimiento enseguida.
- Qué diablos está pasando? – alcanzó a decir – Y dónde está el elefante?
- Sigues en forma – alabó Níjel.
- Quién es ese? – preguntó Vash alzando cada vez más el hacha – Si le ha hecho algo a Thau…
- No! – intervino Sander – Estaos quietos! Envainad! Vamos! Es una orden! – Tuvo el efecto contrario.
- Qué está pasando, Sander? – inquirió Iockvara, suspicaz.
- No pasa nada! Dejadme explicaros y…
- Pues hazlo! – gritó Thau, temblando. Aún estaba atontado y le costaba mover la espada.
- Eso intento!
- Tranquilos – dijo Níjel dirigiéndose a ellos – Es normal que estéis así. Es la primera vez que me veis – Se puso entre Sander y el resto de los norteños – Me llamo Níjel, pero me conocéis como Cleptómano. O vuestra misión.
Todos bajaron las armas, asombrados. Lo contemplaron boquiabiertos, como el montañés que ve el mar por primera vez. Pasaron un largo rato mirándolo, cada pequeño detalle: el pelo ondulado, los ojos oscuros, la nariz respingona, los labios finos…
- T-t-t-Tú no puedes ser Cleptómano –consiguió decir al final Thau.
- En efecto, no lo soy. Me llamo Níjel.
- Ya, pero Cleptómano – empezó a rebatir Stjäla, con seguridad – era… quiero decir, tenía… - comenzó a minársele la confianza – Su cara parecía… - Y se cayó, casi avergonzada.
- Pues yo me lo creo – aseguró Fjöde – No tiene cara de mentiroso. Igual que mi tío el timador.
Rïm dio dos pasos hacia adelante y comenzó a examinar a Cleptómano. Miró sus ojos, su boca, la orejas, la movilidad de las manos… Y concluyó:
- No tengo ni la menor idea de qué pensar. Pero los que podían reconocerlo eran Sander y Barbamenta. No nos queda otra que fiarnos.
Todas las miradas se concentraron en ambos hombres.
- No os quepa la menor duda. Es él – afirmó Sander.
- Sin el menor atisbo de duda – confirmó Barbamenta – Además, tenemos un plan.
- Que nunca llevaremos a cabo – sentenció el norteño, desafiante.
- Sander, ya lo hemos discutido – dijo Níjel, condescendiente– Es la única manera.
- Es la profecía – añadió el pirata.
- Es una locura! – gritó.
- Jefe – comenzó Thau – Quizá no sea el mejor momento, pero el dragón ha muerto. Armindol avanza, volando el bosque a su paso. Ese plan…
No le dejó tiempo a acabar. Salió corriendo hacia dónde estaban antes. Se quedó de piedra. Nyr’diodek había fracaso, y el bosque caía a cada paso que daban. Apenas sí quedaban dos hileras de bosque. Ellos eran los siguientes.
- P-p-p-p-pe-pep – Sander siempre tuvo dificultades para hablar con la boca abierta.
- Lo ves? Es la única manera – aseguró Níjel.
- Es un suicidio! – replicó. Estaba desesperado. Aquello no podía estar ocurriendo!
- Es tu misión – dijo Barbamenta – Nuestra misión.
- Que le jodan al destino! – movía los brazos como un loco. Escupía al hablar. Estaba furioso, furioso con el mundo, con él mismo, con ese Cleptómano que no era Cleptómano y con Barbamenta, aunque eso no era novedad – No mandaré a mis amigos a una muerte segura!
- Estooo… Sander? – le llamó la atención Stjäla, levantando la mano – Quizá tus “hombres” tengan algo que decir.
- No hay nada que discutir. Aún no han llegado a la planicie. Bajaremos y correremos.
- Y a dónde iremos, Sander? – le recriminó Iockvara – Nos alcanzarían antes de llegar a la costa. O a cualquier otro lugar. No tenemos otra cosa que ese plan.
Pasó sus ojos por cada uno de ellos. Todos lo miraban suplicantes. Querían ser partícipes de lo que probablemente fuera su última misión. Haciendo acopio del poco corazón que tenían, se oyó pronunciar palabras que jamás creyó pronunciar.
- Tenemos que matar a Cleptómano.
Silencio absoluto. Las explosiones habían parado. No había viento, ni animales. Ni siquiera latían corazones. Sólo Níjel se atrevió a romper el silencio.
- Os lo he dicho. Me llamo Níjel. Y a menos que hagamos esto rápido, el mundo se acabará – Hizo una pausa. Nadie se movió un ápice – Perdonad que sea tan dramático. Este poder… Me ha dado una extraña comprensión de todo. Y si no muere, el Imperio se hará con él. Y estaremos jodidos.
- Entonces úsalo! – reaccionó Vash – Usa ese poder y destrúyelos!
- Me temo que eso es imposible – respondió – No soy más que un contenedor. Un mero engranaje que pondrá en marcha la vuelta de la magia al mundo. Por fortuna, si yo muero, esa esperanza termina. Barbamenta os lo puede confirmar.
- Está todo en las escrituras – ratificó.
- A la mierda! – Vash se encaró con el pirata – A la mierda tú, y a la mierda tu profecía!
- Qué propones? – Barbamenta lo miraba con ira y desprecio – Dejar que Armindol conquiste el mundo conocido?
Vash retiró la mirada. Retrocedió y masculló algo.
- Sander – habló Iockvara – Todavía no nos has dicho el plan completo.
- Pero todavía… - comenzó a decir.
- Estamos contigo, jefe – le aseguró Thau - En peores campos hemos peleado.
Todos asintieron. Para sus adentros, Sander sonrió. Eran sus hombres. Sus amigos. Estaban juntos por algo. Habían nacido para esto.
Comenzó a explicarles el plan.

Rododendro estaba moderadamente contento. Había sido obligado, muy en contra de su voluntad, a liderar un ejército y llevarlo a la esquina más recóndita del mundo para perseguir a unos mindundis y obtener una quimera de la que sólo conocían un par de líneas en una biografía antigua y una profecía de una tal Agnes. Eso lo había puesto de un humor canino. Sin embargo, al irse aproximando al lugar y comprobar que la leyenda se volvía realidad, se comenzó a alegrar. Había incluso llegado a un punto de éxtasis absoluto cuando alcanzaron el linde del bosque. Eso significaba la salvación absoluta! Pero toda su felicidad se vino abajo al observar dos hechos: el primero, que al tener razón y salvar una raza, el Emperador estaría… se le quedaban cortos los términos. Inaguantable y endiosado eran adjetivos de la vida diaria, y esta situación sobrepasaba lo ordinario. Necesitaría inventar términos nuevos, como “hiperdiosado” o “vinderfentel”. Ya tendría tiempo a pensar algo.
El segundo hecho era que un dragón se abalanzaba sobre ellos.
Habían sido diezmados, pero al final la ciencia había prevalecido sobre el mito. Eso lo había alegrado un poco. Ahora mismo, tres figuras se acercaban a su posición. Eso lo había puesto en su estado actual.
Las tres figuras, supuso, eran las de Cleptómano, el líder de los norteños y el pirata entrometido. Detrás, al pie de la colina, estaban el resto de los mercenarios. Si todo marchaba bien, podrían irse todos a casa sin problemas. Una parte de su ser deseó que no saliese bien.
Había esperado unas cuantas horas desde que los avisara con el ampliador de voz. Y tampoco recordaba haberlos visto bajar por el camino. Pero daba igual, estaban ya delante de él, y esto se iba a acabar. O no.
 - Bienhallado sea, Sander! – saludó, con los brazos abiertos, tratando de aparentar cordialidad – Y a sus compañeros también, por supuesto – añadió, más bajo – Estamos realmente encantados con los resultado de esta misión. Obtendrá una recompensa más que digna si nos acompaña! – Rododendro se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia el grueso del ejército. No pudo ver que Barbamenta componía con los labios “Es una trampa”.
- Verá, milord, en cuanto a eso… - comenzó a decir Sander. Rododendro se detuvo en seco.
- Hay algún inconveniente? – preguntó, forzando tono y sonrisa de amabilidad.
- Verá… Yo… - Barbamenta dio un paso adelante.
- No estamos de acuerdo en ningún punto de nuestro trato – dijo, firme. El armindol se giró. Aunque su mirada denotaba hastío, se le notaba enfadado y contrariado.
- Francamente, no lo entiendo –respondió, de cara a los tres – Pero, si me siguen, estoy seguro de que podremos llegar a algo.
- No – Barbamenta le clavó la mirada, dura, fría, asesina – Lo haremos aquí, y ahora.
- Está claro que no son conscientes de su situación – Rododendro dio un paso hacia ellos, tratando de aguantar la amenaza del pirata – No me costaría nada dar la orden y llenarlos de agujeros. Vengan, por favor – les hizo un gesto con una expresión gélida.
- Y si nos acercamos, no le costaría nada dar la orden y decapitarnos – terció Sander – Preferimos jugárnoslas a los disparos.
Visiblemente airado, Rododendro dio grandes zancadas hacia el grupo, y, en voz baja, para que no le escucharan ningún bando, les puso los puntos sobre las íes.
- Vamos a dejar las cosas claras, pedazos de barro. Sabemos que este inmundo pirata – Barbamenta se tuvo que contener. El plan, el plan era más importante – estaba en connivencia con una fuerza enemiga. Sabes que tú y tu grupo habéis estado en contra del Imperio. Todo esto puede ser perdonado si ahora me dejáis llevarme a Cleptómano. Más un jugoso plus. Pero tenéis que dejar de buscarme las cosquillas, o seré yo mismo quién os rebane el pescuezo – del muslo sacó una daga de filo chispeante. Los miró a los tres. Sander y Barbamenta dieron un paso atrás, fingiendo estar amedrentado, pero teniendo las manos cerca de las armas. Níjel se encaró, sin bajar el tono.
- Escúchame, como quiera que te llames. Me he pasado toda mi vida viviendo como buenamente pude. Y eso fue una mierda. Pero la mayor mierda cuando empecé a ir haciendo dónde me arrastraban. Estoy hasta la misma polla de ser arrastrado, vapuleado, torturado y jodido. Estoy harto de vosotros, que me habéis quitado lo poco bueno de mi vida por vuestro egoísta miedo a la mortalidad.
>> Pero lo que peor llevo es no haber hecho nada, de ir rebotando de ciudad en ciudad sin atreverme a hacer nada de valor por culpa de mi cara. No sabes lo terrible que es que nadie te reconozca nunca. Una vez creí haberme librado, pero hasta eso me quitasteis. No vosotros, pero lo habríais hecho de haberos enterado.
>> Ahora tengo cara y una decisión. Sé perfectamente lo que le haréis al mundo. Os lo follaréis como si fuera vuestra putita hasta sacarle el último jugo, y cuando esté seco os iréis. Sois unos hijos de puta insaciables y no os voy a permitir nada de eso, igual que no me permitisteis ser feliz.
>> Y por cierto, me llamo Níjel!
Con un relámpago plateado, Barbamenta desenfundó su sable. Mientras trazaba una curva, masculló una disculpa. Y decapitó a Cleptómano.
Rododendro reaccionó tarde. Cuando la sangre se hizo visible quiso correr y dar orden de atacar, pero no pudo moverse de su sitio. La espada de Sander le atravesaba el pecho.
Los otros norteños no se dieron tiempo de sorprenderse o de llorar a su amigo caído. Estaban esperando una señal y en su interior sintieron que era esa. Gritando con toda la fuerza de sus pulmones, cargaron.
Ningún disparo les alcanzó. Llegaron indemnes y sembraron el caos entre las filas de sus enemigos. De los veinte mil hombres y veinte máquinas que conformaban el destacamento, tan sólo diecisiete volverían de lo que se conocería como la Estepa de la Muerte. Ningún armindol volvería a pisar aquellas tierras.
De alguna forma, Mys y Rïmedel consiguieron acabar con las tres máquinas que habían sobrevivido a Nyr’diodek. Las flechas de Fjöde siempre encontraban el cuello de sus enemigos. Nadie duraba más de tres latidos ante el remolino de Friska. Stjäla era una sombra que acaba con soldados antes de poder reaccionar. Iockvara, Vash, Thau y Sander formaban un compenetrado grupo que hendía cráneos y cercenaba miembros con una precisión inmaculada. Nadie veía a Barbamenta.
Así aguantaron. Aguantaron tanto que muchos soldados los comenzaron a llamar demonios y antes de enfrentarse a ellos, rezaban conjuros para que les dieran fuerza contra ellos. Hombres de ciencia quedaban recudidos a meros supersticiosos y cobardes cuando se enfrentaban a los que no tienen nada que perder.
No pudieron aguantar eternamente. Primero cayó Fjöde, de un disparo a traición. Friska entró entonces en una ira homicida que no dejó cabeza unida a cuerpo. Era una furia tan ciega que tropezó con una pila de cadáveres y se rompió el cuello.
Tres soldados se sobrepusieron a Rïm y sus dagas. Tanto tiempo sin pelear lo había dejado oxidado.
A pesar de su vejez, hicieron faltan diez hombres para reducir a Iockvara. Su bastón se había roto, pero consiguió una de las alabardas armindol, mucho más efectiva. Trató de dispararla para cubrir a Sander y el retroceso lo desequilibró. En ese instante, los soldados aprovecharon para rodearlo y atacar. Presentó toda la batalla que pudo.
Vashtudyk, cuya hacha parecía estar en todos los lugares a la vez, descubrió que esto era mentira cuando una alabarda lo empaló por el costado izquierdo. Ese armindol era más rápido que ningún otro, y aprovechó su ventaja. No pudo igualar la rapidez de Stjäla.
Stjäla no pudo igualar la rapidez de un disparo perdido desviado por Sander.
Sander y Thau estaban tan compenetrados en su danza mortal que vieron aquella alabarda demasiado tarde. Seccionó el cráneo de Thau e hizo que Sander perdiese el equilibrio. Le atravesaron el pecho antes de que tocara el suelo.
Mys y su espiral continuaron. Aparecían en ángulos imposibles y antes de que pudiesen respirar, estaban muertos. A veces conseguían herirlo, pero por cada cicatriz, cuatro más morían. “Vyshnutj” lo apodaron, un vocablo casi extinto. Así llamaban los armindol más antiguos a la Muerte. Un millón de heridas le habían hecho y no se había inmutado. Ellos caían sin poder reaccionar y él no decía una sola palabra. No parecía ni respirar.
Uno de los soldados tuvo una brillante idea: huir. Fue la última que tuvo. Aun así, cundió el ejemplo. Mys no se amedrentó y corrió tras ellos. Mató a diez más antes de caer al suelo. Nadie supo si se levantó o no, corrieron hasta que dejaron atrás el silencio del combate. Meses más tarde, los diecisiete que llegaron a la capital fueron ejecutados en secreto.
Pasarían años hasta la caída del Imperio Armindol. El Cruce retomaría su independencia y florecería como nación, investigando sobre la tecnología armindol y, eventualmente, resolviendo el problema con el combustible. La historia recordaría el Cruce como el gran bastión de lucha contra la opresión. Incontables páginas tratarían sobre las brillantes estrategias llevadas a cabo para contrarrestar la tecnología armindol, o el gran valor que supuso la alianza con Sharmaj.
Solo un breve libro, sin potada y de páginas gastadas, recordaría el sacrificio que Cleptómano hizo.
  

Epílogo

Habían pasado nueve lunas. Era más de lo que el capitán les había mandado. Si volviera ahora, lo haría despellejar, a él y a varios más. Si estaba muerto, su fantasma atormentaría a todo el que estuviera en el barco. Sin embargo, nadie tenía el más mínimo interés en irse. Ellos no tenían más que un capitán, y volvería. Tenía que volver. Era el capitán.

Hacían guardias para vigilar el oeste. Sabían que volvería por ahí, se lo había dicho. Cada turno bajaban del palo mayor sin noticias. La comida no estaba siendo gran problema, en la bahía había moluscos y crustáceos  casi infinitos dos veces por luna de adentraban en tierra a cazar. Tenían buenas reservas.

El fuego comenzaba a escasear. El frío era un problema en el norte. Y por lo visto, la madera también. No encontraban más que matojos que ardían mal. No se atrevían a usar la madera del barco. Fantasma o no, el capitán los haría pagar por ello.

Internarse demasiado por tierra era una locura, corrían el riesgo de perderse, o peor, quedarse. Así que empezaron a quemar su ropa empapada en aceite. El agua tampoco les sobraba: la limpieza se cumplía a rajatabla y empezaron a usar agua potable para ello.

Quizá el capitán no volviera, pero ellos irían a dónde estuviera.

Fue en una guardia cualquiera cuando alguien, uno de los artilleros, avistó algo en la lejanía. Hombre de barba cana y portando una muleta. Muchos se miraron extrañados, pero el segundo de a bordo les ordenó hacerlos preparativos. No podía ser otro.

Liberaron un bote, en el cual iba el segundo, el timonel, el jefe de artilleros y un loro, un hermoso animal verde, que tiritaba y era capaz de decir “Arriad las camisetas, chicas!”. Al capitán le hacían mucha gracia.

La figura les estaba esperando cuando arriaron en la isla. A pesar de la desordenada mata de pelo, la tosca muleta, los ropajes andrajosos y el olor nauseabundo, no quedaba duda. Barbamenta había vuelto. Y los saludaba como sólo él sabía. A puñetazos.
- Idiotas! – los insultó desde arriba. Había tumbado a los tres, pero les había dado flojo, no sangraba ninguno – Os dije ocho lunas! Ocho!

- Lo sentimos, capitán! – contestó el segundo poniéndose de pie de un salto – La culpa es mía. Decidí por mi propia cuenta y riesgo esperar más de lo estipulado, debido a la abundancia de comida y agua.

- Dos lunas de calabozo! – los castigó al tiempo que se metía en el bote – Vamos! Hay mucho que hacer!

Se hicieron al agua. Barbamenta se sentó en proa y jugó con el pájaro. Se oyeron salvas de disparos al fondo. Sus hombres le daban la bienvenida.

- Tres turnos de limpieza intensiva para todos por malgastar munición – dijo sin dejar de acariciar a su ave y con media sonrisa.

- Sí, mi capitán – contestó el segundo sin pensar – Alguna orden más?

- Por supuesto – Posó al loro en el fondo de la barca. Su rostro adquirió la seriedad del hielo – Pondremos rumbo al puerto más cercano. Nos pertrecharemos abundantemente e iremos a Qu’ann. Hay que reunirlos a todos. Tenemos un Imperio que hundir.


>> Pero antes – añadió, con alivio – Preparadme un baño.


Dedicado a todos los medicolegas, por hacerme escribir. Aunque no todos me leyeran.