Sed bienvenidos

Sentaos si queréis. O permaneced de pie. Pero si queréis oír historias, mejor será que paguéis

jueves, 17 de mayo de 2012

Cleptómano X


X
            Cienrríos. Allá, allá lejos, su figura se intuye desde la Cordillera del Sangretierra. Sí, lejos: a varias millas de la costa se alza la ciudad, grande como ninguna. Nadie sabe quién la construyó. Y lo más importante, cómo. Pero, desafiando toda lógica, ni se hundía, ni se inundaba, a pesar del entramado de canales que la surcaba, de norte a sur y de este a oeste. Se decía, o más bien, decían saber los sabios armindolienses, que fue construida hacía más de mil años, en la época que dominaba la magia, de ahí tales propiedades. Pocos creían tal afirmación, más bien la tomaban como excusa antela imposibilidad de que la civilización más poderosa y avanzada del mundo conocido no pudiera imitar aquella majestuosa construcción. El fondo del mar estaba repleto de piedras como testigo de sus infructuosos intentos.
            Lo que sí se sabía era que el germen de la ciudad, de una época imprecisa, fue de madera. Un círculo que contenía apenas 20 casas y un minúsculo puerto. Qué madera era aquélla que aguantaba las inclemencias del tiempo, no se sabía. Pero aguantaba. Con los años, fue creciendo. De 20, pasaron a 100, de 100, a 200. Y así hasta ser un inmenso círculo de 10.000 casas de madera. Y siguió creciendo. La madera se sustituyó por piedra, y la anchura, por la altura. En lo que fue el núcleo de crecimiento, comenzaron a surgir altas casas, en un principio, de unos 3 o 4 pisos, para luego tener 20 o 30. A su alrededor, los bloques iban reduciendo su tamaño, poco a poco, hasta llegar a los puertos y sus pequeñas casas de trabajadores, que conservaban la tradición de la madera.
            Mas toda esta maravilla fue destruida en el momento que alguno de sus habitantes, cuya identidad los armindolienses guardan en secreto, tuvo la genial idea de poner un pie de el Cruce. En un principio, los crucíes, fueron amables con ellos, pero Armindol en seguida se enteró y lo consideró como una invasión a su territorio. Territorio que aún no era suyo del todo, aunque lo sería con el tiempo. Así pues, el Imperio convocó a sus tropas. Bueno, a los crucíes que estaban de su lado. Los supuestos invasores cayeron en seguida, no eran una civilización guerrera. Y Armindol se quedó con Cienrríos. Poco a poco, se fue repoblando, aunque no llegó a la gloria de antaño. Sucia, descuidada y llena de extraños, ahora la ciudad no era más que una gran silueta recortándose sobre el mar.
            Por esas pasarelas de madera bamboleante que irradiaban por toda la circunferencia, cojeaba Brödik, haciendo crujir las maderas a su paso. La mercancía había sido entregada a tiempo. Ya le habían pagado ambas partes, así pues, su trabajo concluía. Nunca se manchaba las manos: alguien necesitaba ayuda con un negocio, él la prestaba. Jamás quería saber de qué trataba; aquéllos que lo iban a visitar ya iban informados de cómo tratarle. Luego, Brödik ponía los medios, cobraba, y nadie volvía a saber de él. Ni le importaba si salía bien o no, con cobrar iba más que contento. Ningún Guardia Verde, ni Rojo, ni Púrpura, ni Dorado sabía quién era él ni cómo operaba. Y así debía ser. Brödik fue, en su época, rebelde de convicción y soldado de necesidad; la progresiva y lenta conquista del Cruce por Armindol había dejado a los crucíes en una situación pésima. Sin embargo, lo que parecía una fulgurante carrera hacia la Guardia Dorada, quedó frustrada cuando le dieron con una flecha en la rodilla, obligándolo (lo obligaron) a dejar la carrera militar. Abandonado a su suerte en el barro, decidió revolverse contra Armindol y sus ganas de conquista. Gracia a su experiencia, sería un fantasma, nada complicado en una ciudad tan grande y tan aislada.
            Ahora, se encaminaba hacia una de sus residencias, ésta en el barrio medio. Alguien le había dicho que lo buscaban, por negocios. El único momento en el que no era un fantasma. Tenía que fiarse de la camaradería y lealtad de unos pocos que sabían de sus residencias y que no revelase su identidad. Estaría perdido si lo pillaban en casa, su cojera le impedía resistirse a una guarnición. Sumergido en estos pensamientos, caminaba Brödik entre los edificios, que poco a poco crecían e iban ganando en color, tonos rosados y celestes sustituían progresivamente a la madera. Tres puentes y varios quiebros después, llegó. Subió las estrechas escaleras metálicas hasta su piso. Vacío, como todos. Para qué, si sólo los usaba para sus reuniones. Se sentó en el suelo, mirando por una ventana hacia el este. El imponente Sangretierra se alzaba, cubierto de nubes. De esta guisa, esperó horas, repasando mentalmente anécdotas pasadas y contactos.
            Un largo rato después, oyó subir a alguien. Los pasos resonaban por todo el edificio. Eso le gustaba. Evitaba sorpresas inesperadas. Se dio cuenta, casi en pánico, o tan cerca del pánico cómo se puede sentir un fantasma exmilitar, que llevaba puesta la máscara; una de esas máscaras de alquimia, que parecen piel. Era lo poco que quedaba de la antigua magia, y sólo lo usaban ladrones, espías y aristócratas que querían pasar desapercibidos. Y él, pues mantener la inexistencia era un trabajo duro que necesitaba de mucho ingenio y artilugios varios. Se rasgó la máscara, dejando entrever sus rasgos, redondos, con poco pelo y comenzando a encanecerse. Justo cuando se la quitó, su cliente entraba por la puerta.
            - Vaya, parece que no soy el único al que le gustan las máscaras – El visitante llevaba una máscara, pero una auténtica, de aspecto adusto y detalles en oro y plata. El cuerpo era normal, un poco bajo quizás, con vestiduras negras llenas de barro y polvo, cubiertas por una túnica negra. Si hubiera sido más corpulento, habría dado miedo. Peor Brödik le sacaba una cabeza.  Y un cuerpo entero. Casi le daba risa. Hasta le parecía que el hombre se apocaba.
            - Y bien, qué quieres? – dijo en tono hostil – Mi tiempo es demasiado valioso para malgastarlo.
            - Vengo por ayuda – respondió el extraño con voz amortiguada y un poco temblorosa.
            - Todos venís por lo mismo – replicó bruscamente. Le dio la espalda y se puso a beber de un odre de vino que tenía en ese piso.
            - Me podrías dar un poco? – preguntó con voz suplicante – Llevo demasiado sin poder beber… - casi lloraba
            - Aquí sólo bebe quién se lo merece – repuso casi gruñendo el soldado. Después de dar un largo trago, añadió – Además, vendiendo esa máscara, podrías comprarte la mitad de las tabernas del barrio bajo.
            - Necesito esta máscara para el trabajo. Se la robé a…
            - Calla! – gritó el robusto crucí – No quiero saber nada tus asuntos. Cuanto menos sepamos el uno del otro, mejor. Ahora, dime de una puñetera vez lo que quieres, si no – cruzó la sala cojeando, se encaró hacia y le espetó – serás vigiliante perpetuo en las profundidades marinas.
            El visitante  bajó la cabeza y tragó saliva. Brödik se apartó bruscamente y cojeó hasta la ventana. La respiración del extraño fue pausándose hasta que consiguió decir:
            - Tengo un gran negocio pendiente con las Arcas del Tesoro – Brödik se giró bruscamente, con los ojos bien abiertos. No sabía si ese hombre estaba loco o él estaba soñando. Las Arcas; un edificio de color aguamarina, el más alto de toda la isla artificial… y con más dinero de todo el Cruce. Sólo las cámaras subterráneas de Gran Fauce podrían comparársele… y este hombrecillo se plantaba aquí, con la máscara más cara de la ciudad, pretendiendo querer, qué? Robarla? Lo miró otra vez. Parecía lo suficientemente desesperado como para hacerlo. Sólo los Nueve sabían cuánto tiempo llevaba sin comer o dormir. Aunque bien pensado, si salía bien, si él conseguía que saliera bien, supondría una gran golpe para la moral de Armindol… quizá hasta un paso más hacia su salida con el culo al aire de tierras que no les pertenecían. Sonrió.
            - Lo que me dices es una locura. Y adoro las locuras. Quédate aquí hasta mañana. Haré que te dejen en la puerta un saco con provisiones. Yo volveré a con las primeras luces, y hablaremos.
            No le hizo falta ver su cara para saber que se iluminaba con un hermoso color dorado. El color del oro, por supuesto. El cliente pasó, casi a saltos, a la habitación del fondo, mientras la tarde declinaba ya. Brödik salió del edificio y mezcló con la muchedumbre. Durmió en la primera posada que encontró.
            Antes de clarear si quiera, Brödik ya estaba de camino a su piso. Cogió el camino más enrevesado que pudo imaginar. Había que evitar a toda costa que nadie supiera dónde vivía. Nunca se sabe quién te ve por el rabillo del ojo.
            Tres guarniciones, varios borrachos y algún vendedor que iba a abrir su comercio se le cruzaron, a todos los esquivó con quiebros y los despistó con rodeos. Toda precaución era poca, a su modo de ver. Por ello, Por cada bloque andando, torcía a la derecha, luego otra vez, volvía hacia atrás, luego hacia arriba, hacia abajo, izquierda, derecha, abajo, otra vez arriba, un par de puentes y llegaba al bloque del que había salido. Si, toda precaución era poca.
            Comenzó a subir escaleras cuando el sol subía también por el cielo. Entró enérgicamente, para que su cliente lo oyera. Eran muros gruesos, nadie lo oía nunca. El resto de inquilinos ni sabían que estaba ocupada. El hombre salió a trompicones, sólo con pantalones, túnica y la máscara, que estaba acabando de bajar.
            - Bien, viniendo de camino, he estado pensando los detalles de tu negocio. Y será complicado. Lo cual no quiere decir que imposible. Pero eso implica grandes honorarios.
            - Tenía pensado pagarte cuando el… negocio saliese bien.
            - No – contestó secamente – Necesitaré un adelanto. Sin adelanto, no hay ayuda.
            - Qué otra opción tengo? – dijo luego de suspirar. Se encogió de hombros – De cuánto estamos hablando?
            - 1397 monedas – adujo con total seriedad. Al pequeño ladronzuelo se le cayó la mandíbula al suelo. Era un precio desorbitado. Bueno, también lo era la empresa. Lo justo es lo justo.
            - No podemos negociar? – preguntó, casi por inercia que por pura convicción.
            - No – volvió a contestar. Y con un tono que helaría las Mil Llamas del Infierno de Lymer – O lo tomas o lo dejas.
            - Puedo hacerlo dentro de unos días? – Eso pareció convencerlo. Entornó los ojos durante un momento. Luego los abrió y dijo.
            - Vale, pero hasta que los tengas, no me pongo. Y más te vale que nadie sepa que estás aquí, o entonces, ese dinero será para tu funeral! – amenazó con el dedo apuntando a la máscara de su interlocutor. Éste tragó saliva y asintió. Luego Brödik salió. Sin que nadie reparase en él, y con su peculiar itinerario, se puso frente al edificio de las Arcas.
            Todo parecía pequeño en comparación con el enorme edificio. Cientos de hombres lo habían levantado, pero tenía la altura de miles. Y en lo más alto, allí estaba la meta. Cinco días estuvo merodeando, tanto por la noche como por la mañana, sobornando a guardias y explorando el interior, siempre con diferentes máscaras de alquimia. Con todo eso, hizo unos pequeños planos, que llevaron otros dos días. Y todo un viaje entero del sol para pensar un plan. Ya había pasado suficiente tiempo. Ese chico tenía que tener el dinero si o si.
            Al día siguiente, con más rodeos de los habituales, y hasta con máscara, volvió al piso. Su cliente lo recibió con nuevas ropas: chaqueta marrón de cuero, pantalones anchos de lino, camiseta blanca, zapatos de cuero también… y la túnica y máscara típicas. Era un espectáculo un tanto ridículo, bochornoso incluso, pero tenía las monedas. Hasta la última.
            - Me gusta que mis clientes sean de buena palabra! – exclamó entre carcajadas, a lo que el enmascarado respondió con unas risitas tímidas – En cuatro días, cuando sólo quede la ronda nocturna, irás al puente norte y esperarás por tres personas, que sabrán el siguiente saludo – Una serie de intrincados movimientos de mano conformaban una seña que, en efecto, nadie podría imitar. Ni memorizar. Toda la mañana y buena parte de la tarde le llevó al visitante aprendérselo. – Ahora, que ya está todo listo, sólo te queda esperar. Podrás?
            - No será problema – le contestó a la espalda de Brödik. Pero de repente, se dio la vuelta y le dijo
            - No he visto tu cara. Me gusta saber a quién le brindo mis servicios – No era una petición. Era una orden directa. Así que el enmascarado se desenmascaró, dejando un rostro común y nada llamativo – Vale, chico. No sé por qué la llevas         , pero me vale. No olvidaré tu cara.
            - Eso dicen todos – repuso Cleptómano melancólico mientras Brödik salía.

            - Os voy a matar a todos, hijos de perra! – gritaba llena de rabia alcohólica una voz gruesa.
            Todas las noches se oían voces cómo esa en los callejones del barrio bajo. Voces que usualmente morían al poco de empezar a sonar. A veces, eran los Guardias los que morían, pero no más que uno o dos pares de ellos. A la mañana siguiente, había 10 más en su lugar; la Guardia de Cienrríos es la mejor pagada de todo el Cruce, y por tanto, gran atracción para muertos de hambre. Sin embargo, en esta ocasión, casi una decena de antes hambrientos vagabundos yacían en el suelo. Refuerzos profesionales comenzaban a llegar al lugar de la refriega. Pero los Capas Verdes seguían cayendo y la voz, ebria de hidromiel y sangre, no callaba. La maza de Triturador caía con precisión y furia, partiendo todo aquello que se encontrase en su camino. Que, casualmente, eran los cráneos de los Guardias. Claro que a él le herían, pero estaba tan frenético, que no notaba los pinchazos de las lanzas de sus contrincantes.
            La luna ya había pasado hacía tiempo su cénit cuando la pelea acabó. Una alta figura, como dos hombres uno encima del otro, y gruesa como un toro, estaba en pie. Triturador estaba empapado en sangre, la mayoría no era suya. Tenía los ojos brillantes, la respiración entrecortada, una herida que se le había llevado parte de una oreja y una sonrisa desquiciada.
            - Bonito cuadro. Has sido tú el artista? – comentó una voz socarrona. Quién se atrevía a importunarle de ese modo? Se giró, con la idea de la muerte en la cara. Levantó su arma y… corrió a darle un abrazo a su visitante.
            - Brödik! – exclamó, exaltado – Pensé que eras un cazarrecompensas que venía a por mi cuello! Cuánto me alegro de verte!
            - Vale, vale, pero para – le estaba asfixiando. El gigante se dio cuenta y relajó el mortal abrazo. El fantasma cogió aire apoyado en su bastón. Casi nunca lo usaba, pero aquella era una ocasión especial – Qué ha ocurrido? – consiguió articular con dificultad.
            - Hacía tiempo que no tenía trabajo y ella necesitaba entretenerse – dijo orgulloso moviendo su maza. De repente, la ilusión asomó por su rostro – No es ese tu bastón de…
            - Exacto – asintió Brödik – El bastón de los trabajos importantes. Y te necesito en este.
            Triturador sonrió. Brödik se puso en marcha, cojeando con su bastón, con la masa de ira homicida siguiéndole los talones.        

            Aren era una sombra. Se movía entre el gentío, pasaba al lado de todos los habitantes de Cienrríos, y ninguno notaba su presencia. Y al llegar a sus respectivos hogares, se daban cuenta de que no llevaban ninguna de sus pertenencias. “Un olvido”, pensaban, sin darle importancia. Otros lloraban, pues sólo llevaban encima lo poco que tenían. Ninguno era consciente de la sombra que, por un momento, había pasado a su lado y les había quitado todo.
            Así era Aren: si el no se mostraba, nadie sabía que estaba allí. Podría entrar en el propio Castillo de Gran Fauce, o la inexpugnable mansión de ser Lorry del Valle, llevárselo todo delante de sus dueños y sólo sentirían una brisa. Y una gran confusión en cuanto descubrieran que una brisa ladrona los había desvalijado. Sin embargo, a él no le gustaba lucirse en empresas de tamaña envergadura; prefería vender su talento al mejor postor. Era más cómodo, más rápido y le permitía explorar su talento de maneras nunca imaginadas. Ahora mismo, acababa de la cama de una señorita; le habían pagado para saber si era virgen en verdad. Un encargo curioso, pero muy bien pagado. Y satisfactorio en grado sumo. Aparte, la sorpresa con la que se encontrarían contratante y objetivo dentro de un tiempo sería apoteósica. No pudo reprimir una carcajada.
            Caminaba despreocupado, con su alborotado cabello rojo al viento, cuando percibió que un encapuchado se iba a cruzar con él. Maravilloso. Una víctima más. Se ocultó y cuando estaba a la altura, extendió la mano, pero el caminate se apartó, al tiempo que le decía:
            - Aren, intenta robarme y te meto mi bastón de negocios por donde nunca recibes luz. Y dado que nunca te expones al sol, me dejarías ser muy creativo – amenazó Brödik al tiempo que giraba la cabeza para mirarlo directamente a los ojos.
            Aquello era mejor todavía! Brödik siempre le daba empleos divertidos y bien remunerados. Estaba dando saltos de alegría mientras reía a grandes voces, pero el fantasma pegó un certero bastonazo a la cabeza a la sombra, acallando de golpe todo el jolgorio.
            - Calla, no quieras que vengan los Guardias a por nosotros – dijo con voz gutural y cortante – Ahora camina conmigo. Tengo cosas que contarte.
            Muy obediente, Aren caminó al lado de su contratante. Estaba extasiado. Por su expresión, Brödik tenía un trabajo a su medida. Y él no se lo perdería por nada.

            Nadie nunca la alcanzaba. Corría y corría por los tejados, dando saltos imposibles, yendo a velocidades imposibles en una persona normal, y nadie nunca la atrapaba. Sialé era así. Ya lo hacía desde pequeña, y ahora, era una acróbata consumada. Ágil, flexible, y muy, pero que muy rápida. Se suponía que aquello estaba prohibido. A ella le parecía que nadie le podía prohibir vivir. Por eso disfrutaba dando saltos y escabulléndose en las mismas manos de los Guardias. Nunca estuvieron ni cerca de prenderla. Salvo una vez, pero ya había aprendido la lección. No volvería a pasar.
            En el momento su mente pretendía derivar hacia aquél desliz de juventud, vio algo que le llamó la atención: un pequeño dibujo en un saliente de un edificio. Nada más verlo, supo quién lo había hecho y lo que quería. Brödik la necesitaba una vez más. Y debía ser importante, él no se arriesgaba a tanto por una nimiedad. Así que lo borró y fue enseguida, en la línea más recta que pudo, a su encuentro.

            Se tumbó en el pequeño colchón que tenía en su piso clandestino. La rodilla le dolía como si la flecha le volviera a dar. Pero estaba satisfecho. Hacía ya mucho tiempo que los había dejado enfrente de las Arcas y explicado lo que tenían que hacer a cada uno. Una vez que el plan saliera bien, cobraría su parte y ya no sabrían nada más de él. Nadie. Nunca. Cerró los ojos e intentó dormir.
            Alto! Aquello eran pasos. Pasos acelerados, nerviosos, viniendo directamente hacia su escondrijo. Todo su cuerpo era tensión. Se apoyó en el bastón de los negocios para levantarse y caminó lentamente hasta cerca de la puerta. Esperó, sudando, a que el inesperado visitante se fuera. Mas no fue así. Lo pasos  se detuvieron justo enfrente de la puerta. Oyó al visitante tomar aire como buenamente pudo. Luego la puerta se abrió. No reconoció a su huésped. Llevaba unas ropas que le eran familiares, pero la cara… la cara era lo más común y corriente que había visto. Que nunca había visto, se corrigió. Mudo de asombró, se quedó quieto, mientras el chico hablaba.
            - Brödik,… ha…. Salido…. Todo… mal… - trató de decir el desconocido – Yo…
            - Pero de qué puñetas me hablas!? – gritó con furia. Se acercó a pasos agigantados al otro, con el bastón preparado y furia en los ojos – Mira, no sé cómo me has descubierto ni de qué me conoces, pero sal ahora mismo de aquí y no le cuentes a nadie lo que has visto o te juro que no habrá sitio en los infiernos donde sufras mñas que lo que te haré!
            La comprensión de repente apareció en el rostro del extraño. Eso no aplacó la furia del fantasma. El visitante trató de explicarse.
            - Yo…me conoces, soy el de la máscara – balbuceó Cleptómano con miedo – Me ayudaste a planear mi golpe…pero todo se torció… tenían…defensas… que nunca imaginarías… y…
            - Cállate! – y le lanzó un bastonazo que le hizo cruzar todo el rellano de la escalera, amplio de por si, chocando en la pared contraria – No te he visto jamás! No trates de engañarme! – gritaba mientras cojeaba hacia el caído adversario. N cuanto estuvo a su altura, levantó su arma para rematarlo, pero Cleptómano fue más rápido, pero al apartarse, tropezó y fue rodando escaleras abajo. Brödik maldijo su cojera. Le ralentizaba tanto que cuando llegó abajo, su presa se había levantado y comenzado a bajar. Quizá lo más exacto fuera decir que daba dos pasos y luego rodaba. Si el fantasma estuviera calmado, habría alabado la resistencia de su contrincante. Sin embargo, la situación no le permitía relajarse. Un tipo al que jamás había visto, llegando a su escondite secreto,  balbuceando cosas sobre su golpe fallido. O los habían pillado y confesado o…si eso debiera ser. Algún Capa de Oro, o alguno de esos nobles bien entrenados estaban por ahí y los cogieron. Ellos cantaron como pajaritos y enviaban a este… papanatas, a por él. Encima de traicionado, lo tomaban por tonto. Los ojos se le inyectaron en sangre. Primero mataría a ese imbécil. Luego mataría a sus colegas. Sin piedad. Y si había algún testigo, a él también lo mataría. Nadie comprometía la existencia del fantasma.
            Cuando por fin llegó al portón de la calle, Cleptómano a duras penas se ponía en pie. Estaba dolorido y mareado. Estado transitorio en cuanto se percató de lo cerca que venía su “colega”. Recuperó la compostura y echó a correr. Era cojo, no podría alcanzarle si iba lo suficientemente rápido. En qué momento se le ocurrió acudir a él? Nada más enterarse el tabernero de que necesitaba dinero, lo puso en contacto con el fantasma. Y ya que parecía cumplir sus expectativas, se decidió un golpe difícil. Por qué? Dioses! La tentación de poder llevar a cabo tal golpe era demasiado tentadora. Y sin riesgos! Sin riesgos? Sin riesgos sus cojones! Había escapado de milagro. El pelirrojo y la chica habían muerto al llegar a la cámara del oro, víctimas de una guarnición de caballeros armados hasta los dientes con… magia? No sabía. Pero eran las armas que usaban los armindolienses. Brödik nunca habría contado con ellos. Debería haberlo hecho, maldita sea! En la confusión, había escapado, dejando al grandullón de Triturador pelear. A estas alturas, ya estaría muerto. Con la emoción, fue a buscar ayuda a su benefactor… sin reparar en el pequeño detalle de la máscara rota. Sólo se dio cuenta de ello cuando tuvo su furiosa cara a un par de dedos, y para entonces ya era demasiado tarde. Ahora corría todo lo que daban sus piernas, dando quiebros y saltos por todos lados, pero él siempre estaba ahí. Tragó saliva. Estaba muerto, eso seguro.
            La pierna le dolía a horrores. Nunca la había forzado tanto. Pero si no podía atrapar a ese bastardo, daría igual. Oh! Las pasarelas del puerto. Genial, estaría atrapado. Se forzó a dar los últimos pasos, pero de repente, el fugitivo desapareció de su vista. Aquello lo dejó perplejo.  Cojeó como pudo hacia el lugar. Buscó por los alrededores. Miró al agua. Nada. Había desaparecido. Partió media pasarela con un golpe de negocios. Tenía que hacerse con celeridad. Iría a su escondrijo, en el sótano de una posada, y no saldría de allí hasta dentro de unos meses. Recuperaría su condición de fantasma. Y se vengaría. Y de qué manera! Todos esos hijos de puta preferirían pasar 1000 años torturados en un volcán antes de encontrarse con él. La perspectiva hasta le hizo sonreír.
            Salió del agua a por aire. Había funcionado. Menos mal que su padre le había enseñado a nadar. Le había sido muy útil en otras ocasiones, y en ésta, ni que decir. Gracias a su habilidad, ni siquiera hizo ruido al entrar. Apoyándose en la pasarela, salió del agua fría y sucia. Anduvo un par de pasos tambaleantes hasta dejarse caer al lado de unas cajas. Al fin a salvo. Creía que iba dormir allí mismo. Cerró los ojos. Pero los abrió en seguida. O al menos, a él le pareció en seguida. Despuntaba el alba y él se estaba elevando por el aire. Metido en una red junto con las cajas. De ahí no podría salir, la daga se le había caído en la persecución. Así pues, se puso lo más cómodo posible y se preparó para ser polizón de un barco.

  

     Creo que después de 10 capítulos de Clepto y uno con Jon, va siendo hora de charlar un poco. Antes de nada, perdón por tardar tanto en escribir, ando de exámenes. Lo que me lleva al siguiente punto: hasta mediados de Junio no habrá más Clepto. Si, por los exámenes también. Pero lo bueno es que ya están bastante planificados, así que vendrán rápido, no os preocupeis.
      También quería daros las gracias por leerme, mola eso de tener 470 visitas. Nunca creí llegar a tanto! Y gracias también al spam que sube las visitas. Hace que parezca que no esté todo tan muerto
      Un saludo a todos!

No hay comentarios:

Publicar un comentario