X
Cienrríos. Allá, allá lejos, su
figura se intuye desde la Cordillera del Sangretierra. Sí, lejos: a varias
millas de la costa se alza la ciudad, grande como ninguna. Nadie sabe quién la
construyó. Y lo más importante, cómo. Pero, desafiando toda lógica, ni se
hundía, ni se inundaba, a pesar del entramado de canales que la surcaba, de
norte a sur y de este a oeste. Se decía, o más bien, decían saber los sabios
armindolienses, que fue construida hacía más de mil años, en la época que
dominaba la magia, de ahí tales propiedades. Pocos creían tal afirmación, más
bien la tomaban como excusa antela imposibilidad de que la civilización más
poderosa y avanzada del mundo conocido no pudiera imitar aquella majestuosa
construcción. El fondo del mar estaba repleto de piedras como testigo de sus
infructuosos intentos.
Lo que sí se sabía era que el germen
de la ciudad, de una época imprecisa, fue de madera. Un círculo que contenía apenas
20 casas y un minúsculo puerto. Qué madera era aquélla que aguantaba las
inclemencias del tiempo, no se sabía. Pero aguantaba. Con los años, fue
creciendo. De 20, pasaron a 100, de 100, a 200. Y así hasta ser un inmenso
círculo de 10.000 casas de madera. Y siguió creciendo. La madera se sustituyó
por piedra, y la anchura, por la altura. En lo que fue el núcleo de
crecimiento, comenzaron a surgir altas casas, en un principio, de unos 3 o 4
pisos, para luego tener 20 o 30. A su alrededor, los bloques iban reduciendo su
tamaño, poco a poco, hasta llegar a los puertos y sus pequeñas casas de
trabajadores, que conservaban la tradición de la madera.
Mas toda esta maravilla fue
destruida en el momento que alguno de sus habitantes, cuya identidad los
armindolienses guardan en secreto, tuvo la genial idea de poner un pie de el
Cruce. En un principio, los crucíes, fueron amables con ellos, pero Armindol en
seguida se enteró y lo consideró como una invasión a su territorio. Territorio
que aún no era suyo del todo, aunque lo sería con el tiempo. Así pues, el
Imperio convocó a sus tropas. Bueno, a los crucíes que estaban de su lado. Los
supuestos invasores cayeron en seguida, no eran una civilización guerrera. Y
Armindol se quedó con Cienrríos. Poco a poco, se fue repoblando, aunque no
llegó a la gloria de antaño. Sucia, descuidada y llena de extraños, ahora la
ciudad no era más que una gran silueta recortándose sobre el mar.
Por esas pasarelas de madera
bamboleante que irradiaban por toda la circunferencia, cojeaba Brödik, haciendo
crujir las maderas a su paso. La mercancía había sido entregada a tiempo. Ya le
habían pagado ambas partes, así pues, su trabajo concluía. Nunca se manchaba
las manos: alguien necesitaba ayuda con un negocio, él la prestaba. Jamás
quería saber de qué trataba; aquéllos que lo iban a visitar ya iban informados
de cómo tratarle. Luego, Brödik ponía los medios, cobraba, y nadie volvía a
saber de él. Ni le importaba si salía bien o no, con cobrar iba más que
contento. Ningún Guardia Verde, ni Rojo, ni Púrpura, ni Dorado sabía quién era
él ni cómo operaba. Y así debía ser. Brödik fue, en su época, rebelde de
convicción y soldado de necesidad; la progresiva y lenta conquista del Cruce
por Armindol había dejado a los crucíes en una situación pésima. Sin embargo,
lo que parecía una fulgurante carrera hacia la Guardia Dorada, quedó frustrada cuando
le dieron con una flecha en la rodilla, obligándolo (lo obligaron) a dejar la
carrera militar. Abandonado a su suerte en el barro, decidió revolverse contra
Armindol y sus ganas de conquista. Gracia a su experiencia, sería un fantasma,
nada complicado en una ciudad tan grande y tan aislada.
Ahora, se encaminaba hacia una de sus
residencias, ésta en el barrio medio. Alguien le había dicho que lo buscaban,
por negocios. El único momento en el que no era un fantasma. Tenía que fiarse
de la camaradería y lealtad de unos pocos que sabían de sus residencias y que
no revelase su identidad. Estaría perdido si lo pillaban en casa, su cojera le
impedía resistirse a una guarnición. Sumergido en estos pensamientos, caminaba
Brödik entre los edificios, que poco a poco crecían e iban ganando en color,
tonos rosados y celestes sustituían progresivamente a la madera. Tres puentes y
varios quiebros después, llegó. Subió las estrechas escaleras metálicas hasta
su piso. Vacío, como todos. Para qué, si sólo los usaba para sus reuniones. Se
sentó en el suelo, mirando por una ventana hacia el este. El imponente
Sangretierra se alzaba, cubierto de nubes. De esta guisa, esperó horas, repasando
mentalmente anécdotas pasadas y contactos.
Un largo rato después, oyó subir a
alguien. Los pasos resonaban por todo el edificio. Eso le gustaba. Evitaba
sorpresas inesperadas. Se dio cuenta, casi en pánico, o tan cerca del pánico
cómo se puede sentir un fantasma exmilitar, que llevaba puesta la máscara; una
de esas máscaras de alquimia, que parecen piel. Era lo poco que quedaba de la
antigua magia, y sólo lo usaban ladrones, espías y aristócratas que querían
pasar desapercibidos. Y él, pues mantener la inexistencia era un trabajo duro
que necesitaba de mucho ingenio y artilugios varios. Se rasgó la máscara,
dejando entrever sus rasgos, redondos, con poco pelo y comenzando a encanecerse.
Justo cuando se la quitó, su cliente entraba por la puerta.
- Vaya, parece que no soy el único
al que le gustan las máscaras – El visitante llevaba una máscara, pero una
auténtica, de aspecto adusto y detalles en oro y plata. El cuerpo era normal,
un poco bajo quizás, con vestiduras negras llenas de barro y polvo, cubiertas
por una túnica negra. Si hubiera sido más corpulento, habría dado miedo. Peor
Brödik le sacaba una cabeza. Y un cuerpo
entero. Casi le daba risa. Hasta le parecía que el hombre se apocaba.
- Y bien, qué quieres? – dijo en
tono hostil – Mi tiempo es demasiado valioso para malgastarlo.
- Vengo por ayuda – respondió el
extraño con voz amortiguada y un poco temblorosa.
- Todos venís por lo mismo – replicó
bruscamente. Le dio la espalda y se puso a beber de un odre de vino que tenía
en ese piso.
- Me podrías dar un poco? – preguntó
con voz suplicante – Llevo demasiado sin poder beber… - casi lloraba
- Aquí sólo bebe quién se lo merece
– repuso casi gruñendo el soldado. Después de dar un largo trago, añadió –
Además, vendiendo esa máscara, podrías comprarte la mitad de las tabernas del
barrio bajo.
- Necesito esta máscara para el
trabajo. Se la robé a…
- Calla! – gritó el robusto crucí –
No quiero saber nada tus asuntos. Cuanto menos sepamos el uno del otro, mejor.
Ahora, dime de una puñetera vez lo que quieres, si no – cruzó la sala cojeando,
se encaró hacia y le espetó – serás vigiliante perpetuo en las profundidades
marinas.
El visitante bajó la cabeza y tragó saliva. Brödik se
apartó bruscamente y cojeó hasta la ventana. La respiración del extraño fue
pausándose hasta que consiguió decir:
- Tengo un gran negocio pendiente
con las Arcas del Tesoro – Brödik se giró bruscamente, con los ojos bien
abiertos. No sabía si ese hombre estaba loco o él estaba soñando. Las Arcas; un
edificio de color aguamarina, el más alto de toda la isla artificial… y con más
dinero de todo el Cruce. Sólo las cámaras subterráneas de Gran Fauce podrían
comparársele… y este hombrecillo se plantaba aquí, con la máscara más cara de
la ciudad, pretendiendo querer, qué? Robarla? Lo miró otra vez. Parecía lo
suficientemente desesperado como para hacerlo. Sólo los Nueve sabían cuánto
tiempo llevaba sin comer o dormir. Aunque bien pensado, si salía bien, si él
conseguía que saliera bien, supondría una gran golpe para la moral de Armindol…
quizá hasta un paso más hacia su salida con el culo al aire de tierras que no
les pertenecían. Sonrió.
- Lo que me dices es una locura. Y
adoro las locuras. Quédate aquí hasta mañana. Haré que te dejen en la puerta un
saco con provisiones. Yo volveré a con las primeras luces, y hablaremos.
No le hizo falta ver su cara para
saber que se iluminaba con un hermoso color dorado. El color del oro, por
supuesto. El cliente pasó, casi a saltos, a la habitación del fondo, mientras
la tarde declinaba ya. Brödik salió del edificio y mezcló con la muchedumbre.
Durmió en la primera posada que encontró.
Antes de clarear si quiera, Brödik
ya estaba de camino a su piso. Cogió el camino más enrevesado que pudo
imaginar. Había que evitar a toda costa que nadie supiera dónde vivía. Nunca se
sabe quién te ve por el rabillo del ojo.
Tres guarniciones, varios borrachos
y algún vendedor que iba a abrir su comercio se le cruzaron, a todos los
esquivó con quiebros y los despistó con rodeos. Toda precaución era poca, a su modo
de ver. Por ello, Por cada bloque andando, torcía a la derecha, luego otra vez,
volvía hacia atrás, luego hacia arriba, hacia abajo, izquierda, derecha, abajo,
otra vez arriba, un par de puentes y llegaba al bloque del que había salido.
Si, toda precaución era poca.
Comenzó a subir escaleras cuando el
sol subía también por el cielo. Entró enérgicamente, para que su cliente lo
oyera. Eran muros gruesos, nadie lo oía nunca. El resto de inquilinos ni sabían
que estaba ocupada. El hombre salió a trompicones, sólo con pantalones, túnica
y la máscara, que estaba acabando de bajar.
- Bien, viniendo de camino, he
estado pensando los detalles de tu negocio. Y será complicado. Lo cual no
quiere decir que imposible. Pero eso implica grandes honorarios.
- Tenía pensado pagarte cuando el…
negocio saliese bien.
- No – contestó secamente –
Necesitaré un adelanto. Sin adelanto, no hay ayuda.
- Qué otra opción tengo? – dijo
luego de suspirar. Se encogió de hombros – De cuánto estamos hablando?
- 1397 monedas – adujo con total
seriedad. Al pequeño ladronzuelo se le cayó la mandíbula al suelo. Era un
precio desorbitado. Bueno, también lo era la empresa. Lo justo es lo justo.
- No podemos negociar? – preguntó,
casi por inercia que por pura convicción.
- No – volvió a contestar. Y con un
tono que helaría las Mil Llamas del Infierno de Lymer – O lo tomas o lo dejas.
- Puedo hacerlo dentro de unos días?
– Eso pareció convencerlo. Entornó los ojos durante un momento. Luego los abrió
y dijo.
- Vale, pero hasta que los tengas,
no me pongo. Y más te vale que nadie sepa que estás aquí, o entonces, ese
dinero será para tu funeral! – amenazó con el dedo apuntando a la máscara de su
interlocutor. Éste tragó saliva y asintió. Luego Brödik salió. Sin que nadie
reparase en él, y con su peculiar itinerario, se puso frente al edificio de las
Arcas.
Todo parecía pequeño en comparación
con el enorme edificio. Cientos de hombres lo habían levantado, pero tenía la
altura de miles. Y en lo más alto, allí estaba la meta. Cinco días estuvo
merodeando, tanto por la noche como por la mañana, sobornando a guardias y
explorando el interior, siempre con diferentes máscaras de alquimia. Con todo
eso, hizo unos pequeños planos, que llevaron otros dos días. Y todo un viaje
entero del sol para pensar un plan. Ya había pasado suficiente tiempo. Ese
chico tenía que tener el dinero si o si.
Al día siguiente, con más rodeos de
los habituales, y hasta con máscara, volvió al piso. Su cliente lo recibió con
nuevas ropas: chaqueta marrón de cuero, pantalones anchos de lino, camiseta
blanca, zapatos de cuero también… y la túnica y máscara típicas. Era un
espectáculo un tanto ridículo, bochornoso incluso, pero tenía las monedas.
Hasta la última.
- Me gusta que mis clientes sean de
buena palabra! – exclamó entre carcajadas, a lo que el enmascarado respondió
con unas risitas tímidas – En cuatro días, cuando sólo quede la ronda nocturna,
irás al puente norte y esperarás por tres personas, que sabrán el siguiente
saludo – Una serie de intrincados movimientos de mano conformaban una seña que,
en efecto, nadie podría imitar. Ni memorizar. Toda la mañana y buena parte de
la tarde le llevó al visitante aprendérselo. – Ahora, que ya está todo listo,
sólo te queda esperar. Podrás?
-
No será problema – le contestó a la espalda de Brödik. Pero de repente, se dio
la vuelta y le dijo
- No he visto tu cara. Me gusta
saber a quién le brindo mis servicios – No era una petición. Era una orden
directa. Así que el enmascarado se desenmascaró, dejando un rostro común y nada
llamativo – Vale, chico. No sé por qué la llevas , pero me vale. No olvidaré tu cara.
- Eso dicen todos – repuso
Cleptómano melancólico mientras Brödik salía.
- Os voy a matar a todos, hijos de
perra! – gritaba llena de rabia alcohólica una voz gruesa.
Todas las noches se oían voces cómo
esa en los callejones del barrio bajo. Voces que usualmente morían al poco de
empezar a sonar. A veces, eran los Guardias los que morían, pero no más que uno
o dos pares de ellos. A la mañana siguiente, había 10 más en su lugar; la
Guardia de Cienrríos es la mejor pagada de todo el Cruce, y por tanto, gran
atracción para muertos de hambre. Sin embargo, en esta ocasión, casi una decena
de antes hambrientos vagabundos yacían en el suelo. Refuerzos profesionales
comenzaban a llegar al lugar de la refriega. Pero los Capas Verdes seguían
cayendo y la voz, ebria de hidromiel y sangre, no callaba. La maza de
Triturador caía con precisión y furia, partiendo todo aquello que se encontrase
en su camino. Que, casualmente, eran los cráneos de los Guardias. Claro que a
él le herían, pero estaba tan frenético, que no notaba los pinchazos de las
lanzas de sus contrincantes.
La luna ya había pasado hacía tiempo
su cénit cuando la pelea acabó. Una alta figura, como dos hombres uno encima
del otro, y gruesa como un toro, estaba en pie. Triturador estaba empapado en
sangre, la mayoría no era suya. Tenía los ojos brillantes, la respiración
entrecortada, una herida que se le había llevado parte de una oreja y una
sonrisa desquiciada.
- Bonito cuadro. Has sido tú el
artista? – comentó una voz socarrona. Quién se atrevía a importunarle de ese
modo? Se giró, con la idea de la muerte en la cara. Levantó su arma y… corrió a
darle un abrazo a su visitante.
- Brödik! – exclamó, exaltado –
Pensé que eras un cazarrecompensas que venía a por mi cuello! Cuánto me alegro
de verte!
- Vale, vale, pero para – le estaba
asfixiando. El gigante se dio cuenta y relajó el mortal abrazo. El fantasma
cogió aire apoyado en su bastón. Casi nunca lo usaba, pero aquella era una
ocasión especial – Qué ha ocurrido? – consiguió articular con dificultad.
- Hacía tiempo que no tenía trabajo
y ella necesitaba entretenerse – dijo orgulloso moviendo su maza. De repente,
la ilusión asomó por su rostro – No es ese tu bastón de…
- Exacto – asintió Brödik – El
bastón de los trabajos importantes. Y te necesito en este.
Triturador sonrió. Brödik se puso en
marcha, cojeando con su bastón, con la masa de ira homicida siguiéndole los
talones.
Aren era una sombra. Se movía entre
el gentío, pasaba al lado de todos los habitantes de Cienrríos, y ninguno
notaba su presencia. Y al llegar a sus respectivos hogares, se daban cuenta de
que no llevaban ninguna de sus pertenencias. “Un olvido”, pensaban, sin darle
importancia. Otros lloraban, pues sólo llevaban encima lo poco que tenían.
Ninguno era consciente de la sombra que, por un momento, había pasado a su lado
y les había quitado todo.
Así era Aren: si el no se mostraba,
nadie sabía que estaba allí. Podría entrar en el propio Castillo de Gran Fauce,
o la inexpugnable mansión de ser Lorry del Valle, llevárselo todo delante de
sus dueños y sólo sentirían una brisa. Y una gran confusión en cuanto
descubrieran que una brisa ladrona los había desvalijado. Sin embargo, a él no
le gustaba lucirse en empresas de tamaña envergadura; prefería vender su
talento al mejor postor. Era más cómodo, más rápido y le permitía explorar su
talento de maneras nunca imaginadas. Ahora mismo, acababa de la cama de una
señorita; le habían pagado para saber si era virgen en verdad. Un encargo
curioso, pero muy bien pagado. Y satisfactorio en grado sumo. Aparte, la
sorpresa con la que se encontrarían contratante y objetivo dentro de un tiempo
sería apoteósica. No pudo reprimir una carcajada.
Caminaba despreocupado, con su
alborotado cabello rojo al viento, cuando percibió que un encapuchado se iba a
cruzar con él. Maravilloso. Una víctima más. Se ocultó y cuando estaba a la
altura, extendió la mano, pero el caminate se apartó, al tiempo que le decía:
- Aren, intenta robarme y te meto mi
bastón de negocios por donde nunca recibes luz. Y dado que nunca te expones al
sol, me dejarías ser muy creativo – amenazó Brödik al tiempo que giraba la
cabeza para mirarlo directamente a los ojos.
Aquello era mejor todavía! Brödik
siempre le daba empleos divertidos y bien remunerados. Estaba dando saltos de
alegría mientras reía a grandes voces, pero el fantasma pegó un certero
bastonazo a la cabeza a la sombra, acallando de golpe todo el jolgorio.
- Calla, no quieras que vengan los
Guardias a por nosotros – dijo con voz gutural y cortante – Ahora camina
conmigo. Tengo cosas que contarte.
Muy obediente, Aren caminó al lado
de su contratante. Estaba extasiado. Por su expresión, Brödik tenía un trabajo
a su medida. Y él no se lo perdería por nada.
Nadie nunca la alcanzaba. Corría y
corría por los tejados, dando saltos imposibles, yendo a velocidades imposibles
en una persona normal, y nadie nunca la atrapaba. Sialé era así. Ya lo hacía
desde pequeña, y ahora, era una acróbata consumada. Ágil, flexible, y muy, pero
que muy rápida. Se suponía que aquello estaba prohibido. A ella le parecía que
nadie le podía prohibir vivir. Por eso disfrutaba dando saltos y escabulléndose
en las mismas manos de los Guardias. Nunca estuvieron ni cerca de prenderla.
Salvo una vez, pero ya había aprendido la lección. No volvería a pasar.
En el momento su mente pretendía
derivar hacia aquél desliz de juventud, vio algo que le llamó la atención: un
pequeño dibujo en un saliente de un edificio. Nada más verlo, supo quién lo
había hecho y lo que quería. Brödik la necesitaba una vez más. Y debía ser
importante, él no se arriesgaba a tanto por una nimiedad. Así que lo borró y
fue enseguida, en la línea más recta que pudo, a su encuentro.
Se tumbó en el pequeño colchón que
tenía en su piso clandestino. La rodilla le dolía como si la flecha le volviera
a dar. Pero estaba satisfecho. Hacía ya mucho tiempo que los había dejado
enfrente de las Arcas y explicado lo que tenían que hacer a cada uno. Una vez
que el plan saliera bien, cobraría su parte y ya no sabrían nada más de él.
Nadie. Nunca. Cerró los ojos e intentó dormir.
Alto! Aquello eran pasos. Pasos
acelerados, nerviosos, viniendo directamente hacia su escondrijo. Todo su
cuerpo era tensión. Se apoyó en el bastón de los negocios para levantarse y
caminó lentamente hasta cerca de la puerta. Esperó, sudando, a que el
inesperado visitante se fuera. Mas no fue así. Lo pasos se detuvieron justo enfrente de la puerta.
Oyó al visitante tomar aire como buenamente pudo. Luego la puerta se abrió. No
reconoció a su huésped. Llevaba unas ropas que le eran familiares, pero la
cara… la cara era lo más común y corriente que había visto. Que nunca había
visto, se corrigió. Mudo de asombró, se quedó quieto, mientras el chico
hablaba.
- Brödik,… ha…. Salido…. Todo… mal…
- trató de decir el desconocido – Yo…
- Pero de qué puñetas me hablas!? –
gritó con furia. Se acercó a pasos agigantados al otro, con el bastón preparado
y furia en los ojos – Mira, no sé cómo me has descubierto ni de qué me conoces,
pero sal ahora mismo de aquí y no le cuentes a nadie lo que has visto o te juro
que no habrá sitio en los infiernos donde sufras mñas que lo que te haré!
La comprensión de repente apareció
en el rostro del extraño. Eso no aplacó la furia del fantasma. El visitante
trató de explicarse.
- Yo…me conoces, soy el de la
máscara – balbuceó Cleptómano con miedo – Me ayudaste a planear mi golpe…pero
todo se torció… tenían…defensas… que nunca imaginarías… y…
- Cállate! – y le lanzó un bastonazo
que le hizo cruzar todo el rellano de la escalera, amplio de por si, chocando
en la pared contraria – No te he visto jamás! No trates de engañarme! – gritaba
mientras cojeaba hacia el caído adversario. N cuanto estuvo a su altura,
levantó su arma para rematarlo, pero Cleptómano fue más rápido, pero al apartarse,
tropezó y fue rodando escaleras abajo. Brödik maldijo su cojera. Le ralentizaba
tanto que cuando llegó abajo, su presa se había levantado y comenzado a bajar.
Quizá lo más exacto fuera decir que daba dos pasos y luego rodaba. Si el
fantasma estuviera calmado, habría alabado la resistencia de su contrincante.
Sin embargo, la situación no le permitía relajarse. Un tipo al que jamás había visto,
llegando a su escondite secreto, balbuceando
cosas sobre su golpe fallido. O los habían pillado y confesado o…si eso debiera
ser. Algún Capa de Oro, o alguno de esos nobles bien entrenados estaban por ahí
y los cogieron. Ellos cantaron como pajaritos y enviaban a este… papanatas, a
por él. Encima de traicionado, lo tomaban por tonto. Los ojos se le inyectaron
en sangre. Primero mataría a ese imbécil. Luego mataría a sus colegas. Sin
piedad. Y si había algún testigo, a él también lo mataría. Nadie comprometía la
existencia del fantasma.
Cuando por fin llegó al portón de la
calle, Cleptómano a duras penas se ponía en pie. Estaba dolorido y mareado.
Estado transitorio en cuanto se percató de lo cerca que venía su “colega”.
Recuperó la compostura y echó a correr. Era cojo, no podría alcanzarle si iba
lo suficientemente rápido. En qué momento se le ocurrió acudir a él? Nada más
enterarse el tabernero de que necesitaba dinero, lo puso en contacto con el
fantasma. Y ya que parecía cumplir sus expectativas, se decidió un golpe
difícil. Por qué? Dioses! La tentación de poder llevar a cabo tal golpe era
demasiado tentadora. Y sin riesgos! Sin riesgos? Sin riesgos sus cojones! Había
escapado de milagro. El pelirrojo y la chica habían muerto al llegar a la
cámara del oro, víctimas de una guarnición de caballeros armados hasta los
dientes con… magia? No sabía. Pero eran las armas que usaban los
armindolienses. Brödik nunca habría contado con ellos. Debería haberlo hecho,
maldita sea! En la confusión, había escapado, dejando al grandullón de
Triturador pelear. A estas alturas, ya estaría muerto. Con la emoción, fue a
buscar ayuda a su benefactor… sin reparar en el pequeño detalle de la máscara
rota. Sólo se dio cuenta de ello cuando tuvo su furiosa cara a un par de dedos,
y para entonces ya era demasiado tarde. Ahora corría todo lo que daban sus
piernas, dando quiebros y saltos por todos lados, pero él siempre estaba ahí.
Tragó saliva. Estaba muerto, eso seguro.
La pierna le dolía a horrores. Nunca
la había forzado tanto. Pero si no podía atrapar a ese bastardo, daría igual.
Oh! Las pasarelas del puerto. Genial, estaría atrapado. Se forzó a dar los últimos
pasos, pero de repente, el fugitivo desapareció de su vista. Aquello lo dejó
perplejo. Cojeó como pudo hacia el
lugar. Buscó por los alrededores. Miró al agua. Nada. Había desaparecido.
Partió media pasarela con un golpe de negocios. Tenía que hacerse con
celeridad. Iría a su escondrijo, en el sótano de una posada, y no saldría de
allí hasta dentro de unos meses. Recuperaría su condición de fantasma. Y se
vengaría. Y de qué manera! Todos esos hijos de puta preferirían pasar 1000 años
torturados en un volcán antes de encontrarse con él. La perspectiva hasta le
hizo sonreír.
Salió del agua a por aire. Había
funcionado. Menos mal que su padre le había enseñado a nadar. Le había sido muy
útil en otras ocasiones, y en ésta, ni que decir. Gracias a su habilidad, ni siquiera
hizo ruido al entrar. Apoyándose en la pasarela, salió del agua fría y sucia.
Anduvo un par de pasos tambaleantes hasta dejarse caer al lado de unas cajas.
Al fin a salvo. Creía que iba dormir allí mismo. Cerró los ojos. Pero los abrió
en seguida. O al menos, a él le pareció en seguida. Despuntaba el alba y él se
estaba elevando por el aire. Metido en una red junto con las cajas. De ahí no
podría salir, la daga se le había caído en la persecución. Así pues, se puso lo
más cómodo posible y se preparó para ser polizón de un barco.
Creo que después de 10 capítulos de Clepto y uno con Jon, va siendo hora de charlar un poco. Antes de nada, perdón por tardar tanto en escribir, ando de exámenes. Lo que me lleva al siguiente punto: hasta mediados de Junio no habrá más Clepto. Si, por los exámenes también. Pero lo bueno es que ya están bastante planificados, así que vendrán rápido, no os preocupeis.
También quería daros las gracias por leerme, mola eso de tener 470 visitas. Nunca creí llegar a tanto! Y gracias también al spam que sube las visitas. Hace que parezca que no esté todo tan muerto
Un saludo a todos!
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