En cualquier época, en cualquier lugar, existe un sitio ligado a la imaginación, a la leyenda. Un lugar donde duendes y hadas campan a sus anchas en lo más profundo de la oscuridad, evadiendo la mirada humana. Un lugar donde los trolls cazan hombres y los lobos atacan a viajeros desprevenidos que tratan de calentar sus maltrechos cuerpos en alguna pequeña hoguera. Un lugar siempre en la boca del pueblo, siempre misterioso, pero siempre visitado, siempre transitado y nunca explorado del todo. De esos que cada quién que sale tiene una historia distinta. Ese lugar era la Fragua de Sombras.
Éste era un bosque que se extendía miles de leguas, millones según algunos. Se extendía de costa este a costa oeste, devorando toda ciudad que encontraba a su paso. Algunas estaban directamente construídas en los árboles, ya fueran álamos, abetos o robles. Y todos eran enormes y vigorosos. Ni Zarpiedra, ciudad labrada en la misma roca que emergía del suelo, se libraba de estar rodeada de bosque. De hecho, Colina Férrea, el asentamiento que marcaba el límite sureste, debería haber sido arrollado, pero la Fragua se detenía unas pocas millas antes del Mar de Pinos, como si fueran demasiado buenos como para mezclarse con tal chusma. Al norte, la marea verde chocaba contra la Cordillera dy hielo, picos eternamente nevados, que separaban la civilización de la barbarie norteña.
Hacia el sur, varios ríos, asentamientos, pequeños bosques y la mano humana habían detenido seriamente su avance.
En el mismo centro de la Fragua, de donde parten todos los senderos que recorren el bosque, siempre en penumbra por la frondosidad de los árboles (de ahí su nombre, aunque algunas personas civilizadas, en un alarde de originalidad, lo llamaban Bosque Último), se alza, por encima de todos los demás, el Padre, milenario sauce de trescientas varas de altura, fuente de leyendas. Según la más conocida, el sauce era el origen real del bosque. Su semilla fue plantada en los albores del Despertar, cuando el Dogma de los Nueve Dioses llegó al continente. El rey Sander, religioso y guerrero, viajó al norte, tratando, durante muchos años, de convertir al Dogma a los salvajes a base de empalamientos, decapitaciones y batallas. Fracasó, y herido, regresó a su hogar. Sin embargo, al cruzar las montañas, una tormenta los cogió de sorpresa. Días más tarde, en medio de una inacabable llanura, luego de deambular, tratando de seguir vivo, plató la semilla del Padre, la cual dicen que se le fue entregada al salvar las almas corruptas de un pueblo con su particular método. Unos años más tarde, fue canonizado por su piadosos actos.
Debajo de las ramas del sauce, hablaban dos voces contrarias.
- Gaïne, déjalo ya. No va a venir - sentado sobre una raíz, un joven apuesto, de perilla y pelo largo, le hablaba cansado a su compañera.
- Como vuelvas a abrir esa boca tuya, te juro que te meto al Padre por el culo - Bandolera al servicio del pueblo, Gaïne Vainilla, antigua lady Vainilla, era una mujer de armas tomar. Su más que evidente belleza no provocaba sino contrariedad al contemplar su rudo y violento carácter - Vendrá. Por los Dioses que lo harán, o les rebano el pescuezo uno a uno. - Sus ojos oscuros y su boca, hechos más para sonreír que para soltar maldiciones, adoptaron un gesto muy duro.
- Llevas diciendo eso durante horas. Cuanto antes entres en razón, antes volveremos a casa- Hablaba su fiel compañero Jon el Vago, una especie de bardo siempre dispuesto a cantar. A pesar de su horrible voz, siempre conseguía como pago hacer gritar a alguna dama. En conciertos privados, sobre todo - Además, nuestra humilde banda jamás daría llevado a cabo tal hazaña, y lo sabes - De repente, la forajida se giró. Tenía fuego en la mirada.
Eso es porque sólo hemos dado golpes sin importancia!- Estaba indignada, harta e iracunda - Nadie puede demostrar su valóa asaltando la comitiva de mierda de lord Presten! - Algo pareció crujir, pero ninguno dio muestra de oírlo.
- Oh, venga! Otra vez con esa mierda!? - Jon estaba impaciente y cansado, se levantó de un salto y pegó su frente a la de su compañera. Un ruido se hizo patente, pero seguían sin prestarle atención - Si no hacemos ningún golpe mejor, es porque no aspiramos a más! - Se calmó un poco, apartándose de su amiga. Se giró, creyendo escuchar algo, pero no le dio importancia - Mira… tus intenciones son de lo mejor de estas tierras. Pero no somos una gran banda. Tienes que ser realista y…
- Eres tú el ciego, Jon! Podemos hacerlo! Sólo déjame mostrarte - No pudo acabar la frase. Un ruído de rama quebrada fue seguido por una figura humana que cayó unos pasos detrás del bardo.
- Qué cojones!? - gritó Jon confuso.
- Deja de asustarte. Vayamos a ver - repuso Gaïne. Esto ya era el colmo. Su contacto se estaba retrasando y encima, de la nada, aparecía ese tipo. Que de cerca, por cierto, tenía la cara más normal y corriente que nunca había visto.
- Estará muerto? - El bardo puso una mueca entre asqueado y asustado.
- Aún respira. Coge las espadas - La chica le dio un guantazo a Cleptómano con una mano más propia de dama que de bandida - Despierta, payaso!
El ladrón abrió los ojos con dificultad. Se intentó incorporar, pero la visión de dos espadas apuntándole lo volvió a tumbar.
-Quién eres y qué hacías espiándonos - la voz de la exdoncella eras más imperativa que interrogativa. Jon estaba unos pasos atrás, por si había que salir corriendo.
- Soy Lord Marengo, el Desaparecido - dijo, intentado reunir toda la calma que podía un hombre amenazado. - Creí que erais Guardias, así que me escondí…
- Mientes - replicó Jon, casi más asustado que él - Lord Marengo murió hace años. Yo lo maté - repuso con cierta chulería.
Su compañera le dedicó una bien burlona mirada.
- Dirás que fue Vientonegro. Tú estabas detrás de un helecho, tratando de pasar desapercibido. Y de tapar el olor, supongo - dijo Gaïne, sonriendo de medio lado, sin apartar la vista de Cleptómano.
- Si. Pero… mi canción distrajo a uno de los mercenarios que lo acompañaban, con lo que pudo matarlo y llegar a su objetivo - dijo haciéndose el interesante - Cualquiera sabría ver mi mérito.
La bandolera puso los ojos en blanco haciendo una mueca, pero Cleptómano se incorporó todo lo que le permitía el estar bajo amenaza e hizo un pequeño comentario.
- Pues sinceramente, no veo el mérito en soltar un grito al pincharse con una zarza al cagar.
El rostro de Jon se encendió. En dos zancadas se puso a la altura del ladrón, apartó de un empujón a su compañera y bramó.
- No toleraré insultos y desprecios de un sucio espía! - Gaïne parecía divertida - Dame las cuerdas, Vainilla, voy a atar a este cerdo y hacerle confesar - La forajida trajo las cuerdas, pero le negbó el palcer a su compañero.
- Con esos brazos de niña, se escaparía en cuanto en cuanto soplase una brisilla. Y tampoco confesaría. Más bien te pediría el té - Y con una risilla, se puso manos a la obra. Jon se apartó enfurruñado. Ató al ladrón con facilidad, é no opuso resistencia.
Lo dejó a un lado y se fue a hablar con Jon. Cleptómano no oía lo que decían, pero si un ruído de pisadas de caballo que se iban acercando. A la mujer se le iluminó el rostro.
- Lo ves! Te dije que vendrían!
A lo lejos se comenzaba a ver una comitiva de una veintena de hombres, que bien podían ser mujeres, pues estaban embutidos en unas enormes armaduras chapadas en oro, con capas doradas colgadas. La Guardia Real. Los Capas de Oro. Cleptómano no daba crédito a sus ojos. Y delante de todo, montado en un hermoso caballo blanco, estábale Capitán, y uno de los mejores guerreros del contiéndete, ser Labos Almeinar. Le delataban el emblema de su casa, incrustado en rubíes en la coraza, una llama en forma de calavera y el hecho de no llevar casco. Tenía ojos claros y cara de niño. Pero la espada que llevaba colgada d ela cintura le quitaba el aspecto dulce.
Con seriedad y arrogancia, se acercó trotando a los dos bandoleros.
- Sois vos aquellos con los que haré el trato? - inquirió sin miramientos.
- El pueblo no miente, no os andáis con rodeos - contestó Gaïne con desparpajo. Al guerrero no pareció sentarlo bien.- Eefectivamente, nosotros concertamos la cita; Gaíne Vainilla y Jon el Bardo.
- Vainilla? Qué hace una dama de tan alta alcurnia con rufianes como éstos? - dijo mientras descabalgaba. La forajida iba a contestar, pero antes de abrir la boca, ser Almeinar siguió hablando - Y vos no sois ese bardo que sólo usa su espada en el lecho? - La cara de Jon, reflejo de un orgullo herido, lo miraba fijamente. Dudaba si partirle la cara al caballero o no -Más vale que vuestro miembro no sea como vuestros brazos o en ningún campo hallareis la gloria. Al menos, espero que cantéis alguna tonada. Pero igual os tenemos que pagar con acero - No había duda. Le partía la cara. Pero Gaïne lo detuvo.
- Ser, ya veo que tenéis noticias de mi compañero - el caballero sonrió - Pero es un hombre fiel y honorable. Podría decir lo mismo de vos?
- Milady, sé que un caballero que se presta a derrocar a su rey no parecer de extrema confianza. Pero después ce diez años de servicio, tengo suficientes razones. Y vos
- Cinco años de ayuda al pueblo la avalan - contestó hosco el bardo - Podemos empezar?
- Quién es ese? - preguntó refiriéndose a Cleptómano. Entró en un estado de pánico casi instantáneo. Estaba a punto de fugarse gracias a sus años de práctica, pero ahora que la atención recaía en él, tendría que estarse quieto y hablar poco.
- Sólo nos ha contestado con mentiras - repuso Gaïne - dijo ser un muerto.
- Bien, si es un muerto, puede sernos útil. Los muertos no hablan. Ni pueden volver a morir - El ladrón estaba visiblemente extrañado con estas palabras. Y muerto de miedo - Primero, aclaremos nuestro tema.
Y comenzaron a hablar durante horas. Necesitaban que les abrieran las puertas. No, irían por las alcantarillas. Sólo esos hombres podéis reunir?. Serán más que suficientes. Así durante horas, pullas y el orgullo de Jon herido una y otra vez. Hasta que, repentinamente, d ela maleza surgieron hombres armados.
- Alto ahí traidores!
De los árboles asomaban guerreros con ballestas y de las profundidades, de la Fragua no paraban de salir Guardias de Oro. Cleptómano estaba en un nivel de pánico nunca conocido. Jon tenía ganas de esconderse debajo de las faldas de alguna cortesana. Gaïne no sabía qué hacer: si huir o matar a ser Labos por traidor. Y éste y sus caballeros parecían dispuestos a enfrentarse a los recién llegados. De repente, Gaïne se decidió
- Hijo de puta traidos! - gritó, desenfundando su estoque - Nos has traicionado! - Se abalanzó sobre el guerrero, lleno de rabia. Pero una voz la paró en seco.
- Alto, lady Vainilla! - Aquello la enfadó aún más. Bufando, se giró buscando a quién le había mencionado los viejos tiempos. Encontró a una mujer entrada en años, de rostro afilado y ojos de serpiente. Lucía una armadura carmesí y capa dorada - Ser Almeinar no sabía nada. Lo hemos dejado hacer para probar su felonía.
El grupo estaba completamente desconcertado. La guarnición estaba rindiendo armas a los recién llegados. Jon buscaba a su amiga buscando decisión, pero ella estaba demasiado consternada. Quién era esa mujer? Cómo era que la conocía? Y porqué había tendido la trampa a ser Almeinar? Cleptómano seguía tratando de dominar sus esfínteres.
- Vamos! - grito la mujer a uno de sus subordinados - Cogedlos y atadlos a un árbol, uno junto al otro - En un abrir y cerrar de ojos, estaban junto a Cleptómano, atados y bien atados.
- Bueno, creo que os debo una explicación - comenzó a decir la mujer - Yo soy ser Godina Castelar, miembro de la Guardia Real y encargada por el mismísimo rey de encontrar a lady Vainilla -la miró con aires de superioridad - No te escondes tan bien como crees. Vienes de una familia de linaje antiguo y poderoso. La gente enseguida te vende si cree que será recompensada por algún Vainilla. La cosa se facilita cuando tu compañero deja un rastro de bastardos y bombos tan evidente. - A Jon se le caía la cara de vergüenza - Y en cuanto a ti - dijo mirando al caballero - No deberías hablar de derrocar a un rey con tus subordinados. Nunca sabes quién te puede delatar- Miró hacia un Guardia y éste dio media vuelta. Labos lo reconoció en seguida, pero apretó los labios y calló - Ahora creo que tu puesto me pertenece . Imbécil - le dedicó todo su desprecio en una mirada. Ser Godina se fue hacia su guarnición a dar órdenes para hacer un campamento. Estaba oscureciendo y no querían viajar de noche.
Mientras, Cleptómano poco a poco fue recuperando cordura en vista de que nadie quería matarlo. El resto discutían.
- Cómo el caballero más valeroso y capaz de todo el continente es víctima de una embocada como ésta? - lo azuzó Gaïne.
- Al parecer, entre la piedras del castillo real no sólo hay argamasa. También hay orejas. Y serpientes - lo dijo apretando los dientes - Cómo es que una dama como vos deambula con tales compañías?
- La nobleza está podrida, Y mi padre, el que más. Así que en vez de chupar del pueblo llano, decidí sangrar a los cerdos.
- En eso coincidimos, milady -Gaïne le lanzó una mirada interrogativa - En efecto, aliándome con vos quise destronar a un rey que ahora es un cerdo. Pero se ve que los cerdos se tiene mucho cariño entre ellos.
- No me gustaría entrometerme en los zoológicos asuntos de la nobleza - ironizó el bardo - pero nuestro desconocido compañero ha huído. Y los otros dos giraron enseguida la cabeza para ver el vacío que Cleptómano había dejado.
Cleptómano bendecía sus años de experiencia. Al recuperar la serenidad, se había conseguido librar. Tardarían en darse cuenta de su huída. Y de aquella, ya se habrían olvidado de su cara. Lo peor había sido llegar a esa situación. De haber fingido ser un viajero en lugar de esconderse al ver a esos dos, nada de esto habría pasado. Pero esto era lo que había, y tocaba correr. Mas no por mucho tiempo. Un Guardia lo detuvo.
- Eh! Alto! - Apuntó Cleptómano con su alabarda - Cómo es que vienes de esa dirección? - el ladrón estaba pálido - Con que no sabes, eh? - Los dientes pútridos se percibía a través de la visera - Pues casi que te llevo de vuelta al campamento.
Pero una flecha le atravesó el visor y sólo pudo gritar. De un ágil salto, un muchacho bajito y pelo largo, bajó de un árbol, se acercó corriendo y de un hábil juego de manos, degolló al Guardia.
- Ponte la armadura, seas quien seas - dijo mientras desnudaba al centinela - Hemos de salvar a los otros.
- Pero… pero… - masculló Cleptómano.
- Tranquilo, soy de la banda de Gaïne - dijo con una sonrisa mientras ayudaba a vestirse a Cleptómano - Me olí algo mal y vine por mi cuenta. Pero nunca creí que se pudriría tanto. Y estate quieto! Tienes que liberar a la guarnición.
Sin saber muy bien cómo, Cleptómano estaba dirigiéndose hacia el pequeño corralito donde la guarnición estaba presa, a unos pocos pasos de donde estaban atados la tríada de conspiradores, muy cerca del Padre.
- Eh! - comenzó a decir el disfrazado bajo la mirada de los tres cautivos - Ser Castelar dice que te toca a ti ser centinela. Yo te relevo.
- Tan pronto? No puede ser…
- Dice que como vaya y no estés en tu puesto ahora mismo, compartirás el destino con los prisioneros - Y debía de ser un destino horrible, porque abrió los ojos como bandejas y fue a cubrir su puesto a largas y decididas zancadas. Uno menos. Entró al corralito y comenzó a decir lo que Reol, el arquero, le había dicho que dijese.
- Soy amigo vuestro. Si queréis salir de aquí con vida, hacedme caso. Os voy a liberar y saldréis de uno en uno. Antes de salir, esperaréis a una señal, un silbido. Luego escapáis hacia la maleza. Os reuniréis con un compañero, Reol. Él os indicará qué hacer- Y como se espera de aquellos que cumplen órdenes, siguieron al pie de la letra sus indicaciones.
Cuando ya la mitad habían salido, el campamento comenzó a entrar en bullicio. De seguir así, se darían cuenta de su treta. Cleptómano se puso nervioso. Pero los prisioneros también se dieron cuenta de la situación, y actuando inesperadamente rápido e ingeniosamente, el bardo comenzó a cantar. Si lo que oía era cierto, las doncellas que conquistaban debían de estar sordas como piedras. Él lo único que escuchaba era un gato gritando siendo destripado por una daga oxidada tratando de hacer la melodía de “Siete doncellas en mi cama”. Pero funcionó, y mientras los Guardias le metían una paliza, el resto pudieron huir. Ahora quedaban los otros tres. Bueno, los otros dos y lo que quedara de Jon.
Cleptómano fue corriendo a ver a ser Godina.
- Ser! Ser! - dijo fingiendo estar sin aliento. La Capitana le dedicó una mirada gélida - Un Guardia ha abandonado su puesto y la guarnición de ser Almeinar ha huído!
- Imposible! - rugió. Cogió violentamente al ladrón de una mano y lo arrastró con ella con una fuerza increíble para tratarse de una mujer tan aparentemente delgada. Llegaron en el mismo momento en el que Reol liberaba a Jon, tratando de cogerlo a hombros. A pesar ya de noche y estar iluminados por una débil antorcha, la mujer fue capaz de quitarle el yelmo, agarrarlo bien por la espalda y ponerle su espada al cuello.
- Cómo os mováis de ahí, mato a este tipo! - amenazó ser Godina.
- Nos dará igual que lo hagas - contestó Almeinar con indiferencia - No lo conocemos de nada - el resto asintieron.
Esto sorprendió a Godina. Cleptómano notó que aflojaba la presa, así que se revolvió como pudo y se liberó de su captora. Ésta quiso volver a atraparle y se lanzó a por él. Como no tenía, y aunque lo tuviera, no sabría como usarlo, se apartó ágilmente, rodó por el suelo, cogió una antorcha cercana y se la lanzó a Castelar. Pero falló.
Su agresora lo alcanzó, lo tumbó al suelo y justo al levantar la espada para dar la estocada mortal, notó algo de calor al cuello. El Padre había prendido. Y el fuego avanzaba rápidamente. En unos segundos, la confusión reinó en todo el campamento.
Todos corrían, sin rumbo ni destino. Alguien chocó contra ser Castelar, derribándola, momento que aprovechó Cleptómano para escapar. Sus maldiciones se oían por encima de todo el griterío.
El fuego avanzaba muy deprisa. Cleptómano se iba deshaciendo de la pesada armadura a medida que corría. Sólo así podría escapar. En su camino, se encontró a varios Guardias que corrían más que él, con armadura y todo, a Labos al frente de una impecablemente bien organizada guarnición que intentaban contener el fuego como podían y a Gaïne, Jon y Reol tratando de huír como podían.
Ya sin armadura, con una simple camisa y unas calzas, Cleptómano encontró un río. Sin vacilar, se zambulló. Le daba igual todas las conspiraciones que hubiese en ese momento. Ni siquiera le importaba si toda esa gente vivía o moría. Sólo pensaba en huír. Y a ser posible, encontrar algo de ropa.
Así pues, se dejó llevar por la corriente que lo pondría a salvo de su propio fuego, ese que ahora mismo, destruía la Fragua de Sombras.
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