La estepa y
el cielo nublado se extendían en todas direcciones. Entre ambos sólo existía el
frío y once figuras cargadas de negro,
caminando trabajosamente hacia el este. Una concisa línea oscura enfrente
aventuraba un destino; una elevaba línea oscura a sus espaldas predecía la
nieve. Hasta el momento, habían conseguido escapar. Sin embargo, cada vez
estaba más cerca y su destino parecía estar más lejos incluso que cuando
empezaron. Estaban derrengados, sin apenas haber parado para dormir o comer,
pero seguían caminando. Necesitaban caminar. Necesitaban escapar. Si la nevada
les cogía en plena estepa… Preferían no pensar en ello. Eliminaban todo
pensamiento y se concentraban en dar el siguiente paso.
Caminaban y
caminaban. Hacía tiempo que no tenían ampollas, sólo sangre que no dejaba de
fluir. Muchos habían dejado de usar las botas de cuero y envolvían los pies en
trapos o telas rasgados de sus ropas. Sólo Sander y Thau iban calzados, con las
botas empapadas en sangre.
Paraban
cada luna, dormían a lo sumo tres guardias, y seguían caminando. Desayunaban,
comían y cenaban caminando. Sólo se alimentan de la poca carne seca y el pez en
salazón que habían conseguido antes de llegar a la estepa. Aquél que tuviera
otras necesidades se apartaba del camino y volvía a la fila lo más rápido que
podía. Era lo más parecido a parar que tenían.
Al
principio, antes de dar el primer paso, Cleptómano se quedó quieto, mirando la
vasta extensión de terreno. Le recordaba al mar: sin caminos, sin huellas, sin
animales, sin vida, sólo un destino insinuado a lo lejos. Echaba de menos
aquello, más de lo que quería reconocer. Vio que Barbamenta también se detenía.
Se preguntó si sus pensamientos eran los mismos.
Días más
tarde, maldijo ese primer paso.
Ahora, le
resultaba inaudito tener algo más en su mente que caminar. No había nada más en
este mundo que poner un pie delante del otro. Hubo un tiempo en el que pensó
que si no lo hacía, moriría sepultado en la nieve. En este instante sabía que
no podría vivir sin caminar.
Iba en la
retaguardia, con Rïm y Barbamenta. El herborista, a pesar de llevar los pies
envuelto en harapos, seguía caminado recto, sin perder su dignidad. Barbamenta
hacía tiempo que se había quitado la pata de madera. Unos días atrás, antes del
primer paso, se había hecho una muleta, previendo esta situación. Caminaba con
determinación, sorteando los accidentes del terreno con soltura sobrenatural.
Nadie
hablaba. Hubo un tiempo, antes de que la tormenta asomara, que hablaron. Oh,
cómo hablaban! Bueno, era sobre todo Sander y el pirata discutiendo por
nimiedades, Vash quejándose y Fjöde tratando de contar las historias de su
vida. Hubo un momento, cuando las hogueras aún existían, que hasta se callaban
para escucharla. Más adelante, sólo los chascarrillos de Stjäla y los sobrios
ánimos de Iockvara rompían la monotonía del viento. Ahora, silencio.
Hubo un
momento, entre paso y paso, que se detuvieron: Fjöde había caído. No hizo ruido
alguno, pero todos se detuvieron al unísono. Trató de ponerse de pie y caminar,
pero no podía, le fallaba el pie derecho. Todos se miraron, consternados. De la
nada, apareció Mys y la cogió en brazos. Aliviados, siguieron caminando.
Dos lunas
más tarde, Mys cayó con Fjöde. Ninguno podía seguir. Ninguno podía llevar a
nadie más en brazos. Miradas de ansiedad se cruzaron en todas direcciones.
Sander habló al fin, con la voz ahogada:
- Tenemos
que parar – Fue el primer ruido que oían en meses.
Todos, sin
excepción, se derrumbaron. Cayeron allí donde una vez estuvieron de pie, como
en un sueño. Cleptómano se tumbó en el suelo y nada más apoyar la cabeza, cayó
inconsciente. Friska se puso a roncar inmediatamente. Mys no se había levantado
de su lugar. El resto, simplemente se sentaron. Parecían no recordar lo que era
descansar.
Comenzaba a
despuntar el día cuando empezar a preparar el campamento. Barbamenta, Fjöde y
Stjäla trataban de encender una hoguera. Sander, Thau y Vash extendieron
esterillas donde acostar a los durmientes. Rïm preparó emplastos para los pies
de todos. Acabaron bien entrada la mañana. Comieron un poco y se echaron a
dormir. La nieve había abandonado sus frentes.
Ninguno se
despertó en dos días, salvo Rïmedel para cambiarles los emplastos, y
Barbamenta, que parecía hecho de piedra. El herborista se despertaba por instinto.
Tardaba un rato en darse cuenta de la situación, luego preparaba los emplastos,
los aplicaba y volvía a dormir. Barbamenta estaba despierto cuando abría los
ojos, y seguía así cuando los cerraba. Se preguntaría qué le atormentaba, pero
estaba demasiado cansado para ello.
Por fin,
cuando los dos días pasaron, Sander se despertó. Confuso, miró a su alrededor,
todavía acostado y maldijo entre dientes. Trató de volverse a dormir pero no
pudo. Algo le quemaba en la nuca. La mirada del pirata.
Lentamente,
se fue levantando. Cuando apoyó todo su peso en los pies, un latigazo le hizo
doblarse, pero se dominó. Se vistió con deliberada calma y una vez listo, fue
andando hasta los restos de la hoguera. Unos matojos secos que habían dejado de
la vez anterior y un poco de pericia la volvieron a encender. Dirigió la mirada
a Barbamenta, que en ningún momento había dejado de mirarlo. Estaba
visiblemente enfadado, pero se levantó con mucha agilidad y se acercó a la
hoguera, frente a Sander. Ambos hombres se miraron con fiereza. El choque de su
genio pareció avivar las llamas.
- No
deberíamos habernos detenido – espetó el pirata. Su único ojo brillaba con una
ira sobrenatural.
- Qué
querías que hiciera? Dejarlos morir? – replicó con firmeza, sin apartar los
ojos. Él tenía un brillo resuelto.
Sin
inmutarse, Barbamenta apartó la mirada y cogió de su zurrón carne seca. Mordió
tranquilamente su carne, apenas prestando atención a nada más. Tragó y clavó
una mirada llena de ira y reproche. Sander siguió sin apartar la mirada.
- El que se
queda atrás, se deja atrás – sentenció. Y volvió a su carne.
- Qué? –
logró articular Sander. No podía dar crédito. Dejar morir a sus compañeros… A
sus amigos! En medio de la nada!
- Ya me has
oído – ni se dignó a mirar a su interlocutor. Siguió con su carne.
- Dejarlos
morir en medio de la nada? Solos? Qué clase de hombre eres?
- Uno
práctico.
- No puedo
creer lo que oigo! Tienes idea de lo que les puede llegar a pasar? Acaso sabes
lo que ocurre cuando te sepulta una nevada de esas proporciones? – gritó
señalando hacia la tormento.
- Oh,
perfectamente. Lo sé perfectamente – contestó sin dejar de comer.
- Son mis
amigos!
- No –
cortó con sequedad y un poso de enfado. La ira estaba en su ojo – Son tus
subordinados. Contratarás más.
Sander no fue
capaz de cerrar la boca. Acaso este hombre no tenía sentimientos? Qué clase de
monstruo era y cómo podía ser capitán?
- Escúchame
– siguió el pirata – En tiempos de ocio, está muy bien eso de la amistad y
demás. Pero no ahora. Ahora tienes una misión, que fracasará si seguimos aquí
sentados durmiendo como borrachos. Deshazte de los lastres, cúmplela y rehaz el
equipo.
- Me niego
– dijo Sander. Estaba haciendo un esfuerzo muy grande por no asesinarlo – Son
mis camaradas. Mis amigos. Sé dónde están sus límites.
>>También
conozco mejor que tú estas tierras. Sé que aún hay tiempo. Mañana seguiremos.
Barbamenta
lo miró con ira y desprecio. Sander aguantó la mirada con resolución. Él era el
líder. Sabía lo que necesitaban. Nadie moriría bajo su mando.
- Sabes –
quiso saber- No lo entiendo… Cómo es que Cleptómano tiene en tan alta estima a
un hijo de puta tan grande?
Barbamenta
tiró su carne al fuego. Ya no había ira en su ojo. Era un enfado salido de lo
más profundo de su odio.
- Yo le di
un hogar – contestó con un leve temblor. Leve, pero apreciable – Le di una
familia
- Y lo
abandonaste en una isla!
- Eso no
fue culpa mía! – gritó. Un trueno lejano pareció darle la réplica.
- Tal y
como has hablado antes de tus subalternos, no me lo creo – rebatió. Estaba
metiendo el dedo en la llaga. Eso le gustaba.
-
Gilipollas. No sabes nada – lo atacó con su dedo acusador – Yo le di lo que
necesitaba. Ahora lo protejo de vosotros.
- Sigues
sin fiarte? No te probamos que no somos armindol?
- No me fío
de nada, y menos si hay armindol de por medio.
Sander hizo
ademán de levantarse, pero quedó en su sitio. Mantuvo la mirada, aunque la del
pirata dolía como si fueran dagas clavadas en su cabeza.
- Sabes que
aún estás vivo por Cleptómano, verdad? – dijo aparentando calma.
- Si no
vuelvo dentro de ocho lunas, mis hombres tienen la orden de rastrearme y de
hacer lo que sea necesario para recuperar mi cuerpo – advirtió.
- A dónde?
Estás a meses caminando del puerto más cercano! –Sander no podía parar de
gesticular y alterar su tono. Barbamenta apenas se había movido desde el
comienzo de la discusión. Y su mirada cada vez dolía más.
- Te
gustaría saberlo, eh? – Sonreía. Si no estuviera tan cerca de un fuego, se
habría congelado de miedo – Tus jefes quedarían muy contentos…
- Basta! –
Se levantó repentinamente. No aguantaba más. Ese vejestorio tenía que callarse
de una vez – Puede que no sepa quién nos ha contratado, pero te dejaré algo muy
claro – Explicó a medida que rodeaba el fuego, acercándose al pirata – Cleptómano
está bajo mi cuidado. Nada impedirá que llegue a su destino mientras yo esté al
mando, ni el Imperio Armindol entero, ni todos los dioses del Cruce, ni esa
jodida bruja!
Un levísimo
parpadeo, un movimiento apenas perceptible en Barbamenta. Sander se paró,
extrañado. Y algo dentro de él hizo “clic”.
- La bruja!
Estás compinchado, hijo de puta! – gritó. Avanzó hacia él a grandes zancadas,
pero el pirata se levantó con una entereza sobrenatural. Sander se detuvo ante
su seriedad de ultratumba.
- No es lo
que crees – afirmó sin alterar la voz lo más mínimo.
- Vete a la
mierda – contestó. Ahora era él quién señalaba con un dedo acusatorio - Me recriminas el estar operando con el
Imperio cuando eres tú quién está con esa zorra que puso a Cleptómano en esta
situación. No te voy a dejar marchar así – se giró hacia el petate de Thau –
Thau! Despierta! Tenemos… - Y recibió un muletazo que lo derribó, sangrando por
la sien.
- Cállate,
imbécil – dijo sin alterarse – No sabes nada.
- Conozco a
los de tu calaña – replicó Sander desde el suelo – No sabéis más que engañar y
engañar. No te servirá conmigo. Te voy a… - Al empezar a incorporarse,
Barbamenta lo golpeó con el extremo de la muleta en el pecho, derribándolo de
nuevo. La apoyó en la garganta del norteño, que se quedó quieto, mirándolo con
odio.
- Tendrás
que mejorar esas miradas si quieres acojonar a alguien. Ahora, escúchame.
Cleptómano lo sabe. Se lo conté en la cabaña. Pero también sabe que no temo a
esa bruja. Le estoy agradecido por localizarlo, pero no le debo nada. A
Cleptómano, sin embargo…
>> En
un principio – continuó – Vine para protegerlo de vosotros. Ahora, he decidido
protegerlo de su destino. Otra vez.
Lentamente,
retiró la muleta y se dio la vuelta. Sander se sentó, tratando de volver a
respirar.
- Entonces
– logró decir – Por qué nos enfrentamos siempre?
- Porque –
contestó sin girarse – Eres un blando, un infantiloide, un imbécil y no sabes
contar.
Siguió su
camino hacia su estera, pero nunca llegó a acostarse. Alguien dijo: “Dónde está
Cleptómano!?”. Y todos se quedaron clavados en su sitio
- Eres el
pirata más bocazas y cabezota que he visto en la vida. Porqué puñetas te
empeñas en venir conmigo?
- Porque,
mi iletrado amigo, conozco mejor a Cleptómano que tú. Porqué puñetas te empeñas
en que tu encapuchado venga con nosotros?
- Porque si
hicieras alguna tontería, no me gustaría quedarme para mí solo el placer de
darte una buena somanta.
Mientras el
resto del grupo recogía el campamento, las tres figuras perseguían todo lo
deprisa que podían a otra pequeña figura, que corría de una manera impensable
para alguien que había llevado tanto tiempo andando.
- A este
paso no lo alcanzaremos!
- Eres muy
lento – Barbamente apuró el paso, dejándolos atrás enseguida. Mys aceleró
también, sin esfuerzo aparente. Sander comenzó a correr. Tardó unos segundos en
alcanzarlos. Estaban recortando distancias con Cleptómano.
- Por… qué…
tenemos…. Qué… apurar… tanto…?- jadeó. Era difícil hablar y seguirles el ritmo
a dos monstruos sobrenaturales como aquellos dos.
- Porque si
entra en el boque, nunca lo alcanzaremos – Barbamenta respondió sin esfuerzo
aparente. Parecía que ir a aquella velocidad era para él tan sencillo como mear
a favor del viento.
- No…
entiendo… - Empezó a decir, pero el pirata lo cortó enseguida.
- Es que no
sabes nada de la leyenda?
- Qué…
leyend… - Barbamente entornó los ojos y suspiró.
- Ya te la
contaré si tenemos tiempo. Quédate con esto: sólo quién acompañe a Cleptómano
puede llegar al bosque.
Sander paró
de repente. Miró hacia atrás, haciendo unas señales extrañas. Barbamenta se
giró y lo miró como el que mira bailar a un loco. Luego siguió, tratando de
volver a ponerse a la par de Mys.
Lo que no
vio fue que al acabar esa danza tan peculiar, se quitaba el colgante, y
sosteniéndolo en su palma, susurraba palabras en el idioma perdido de las
Últimas Montañas. De alguna manera, se transmitió la orden: Dejad lo
prescindible. Dadnos alcance. Medio campamento quedó tirado, y el resto de los
mercenarios salieron corriendo para llegar a dónde su líder. Momentos después,
Sander, a todo lo que daban sus piernas, alcanzó a los otros dos corredores.
- No… los…
iba… a dejar…. Atrás – aclaró entre jadeos.
Poco a poco
los regazados iban aproximándose a ellos, pero la distancia entre los tres y
Cleptómano dejó de reducirse. Sander no podía creer que nadie pudiese correr de
aquella forma. Y menos podía creer que Barbamenta mantuviese ese ritmo, muletas
incluidas. Sin embargo, por muy espectacular que fuese, a ese ritmo no lo
detendrían, y el bosque, por primera vez en tiempo, estaba aproximándose. Miró
a Mys, con ojos llenos de significado. El encapuchado asintió y saltó hacia
adelante. Igual que un ciervo, fue dando ágiles saltos, recortando distancias,
hasta que, en unos pocos latidos, placó a Cleptómano, inmovilizándolo en suelo.
Sander paró, a punto de echar los pulmones. Barbamenta no dejó de correr hasta
estar a la misma altura que el fugitivo.
Derrengados,
todos se reunieron alrededor de Cleptómano, que todavía se debatía con la masa
de Mys. Barbamenta no había preguntado nada, pero el ladrón no dejaba de gritar
que lo dejaran ir, que tenía que hacerlo solo. Los mercenarios se miraron entre
ellos, confusos y apenados, y luego se dirigieron hacia su líder, que suspiró y
comenzó a hablar.
-
Cleptómano… - comenzó a decir, pero el susodicho no dejaba de gritar y
revolverse. Hasta que Barbamenta le atizó con la punta de la muleta.
-
Compórtate.
Cleptómano
se quedó quieto. Trató de incorporarse, y Mys se lo impidió. Suplicó con la
mirada a todos, incluyendo a Sander. Dejó que se levantara, sujetado por el
encapuchado.
- Dejadme
en paz! – grito el apresado – Por qué no, ay!
- Con
suavidad, Mys – le indicó Sander. Mys asintió y relajó un poco la llave – Y
ahora dinos, en qué coño pensabas?
- Os oí
discutir y…
- Y te
pareció mejor huir. A ver si te matabas? O para ver si moríamos? – Barbamenta
hizo un inapreciable ademán de sorpresa. No esperaba tanta crueldad en Sander.
Quiso intervenir, pero el norteño siguió – Tienes la más mínima idea de lo que
pasaría si entras en ese bosque sin nosotros? – Cleptómano lo miró, confundido
– Pues pasaría que no podríamos entrar. Nos cogería la nevada, que apenas está
a unas horas de aquí y moriríamos. Tan mal te hemos tratado para que quieras
eso? O es que la bruja…
- Calla! –
volvió a gritar – Yo no quería.. Yo no sabía nada de todo esto! Sólo quería
escapar! Dejar de ser un estorbo!
- Me parece
una razón de mierda – le espetó – Como muchas de las que me has contado. Ahora,
escucha – le miró fijamente a los ojos – No sé qué cicatrices te habrán dejado para
que quieras hacer esto. No me lo puedo ni imaginar. Pero no te vamos a dejar
solo. Ya eres más que nuestra misión. Yo he empezado a verte como debe hacerlo
Barbamenta, y el resto han aprendido a disimular que no te reconocen. Puedes
tener amigos, Cleptómano. Y te podemos ayudar- le tendió la mano – Nos dejas
ayudarte?
Aprovechando
que Mys había aflojado la llave, se soltó. Apartó la mano tendida de un
manotazo.
- No –
contestó, tratando de que no se notara que estaba a punto de llorar – Pero
tampoco os voy a dejar morir. Vamos.
Sin decir
palabra, todos se pusieron en marcha a la vez. Todos caminaban detrás de
Cleptómano, extrañados y confundidos por el cambio de su compañero. Inquieto,
Barbamenta alcanzó a Sander en cuanto puedo y habló con él en voz baja, para
que nadie le oyera.
- No
apruebo el método – confesó – pero da resultado. O lo hubiera dado de ser otras
las circunstancias – aclaró.
- Qué
circunstancias?
- Kjara no
quiere intromisiones. Me lo dejó muy claro. Os ha tolerado hasta ahora, porque
habéis sido útiles, pero estáis perdiendo esa utilidad. Ahora que se acerca el
fin, os matará. Cleptómano lo sabe. Esa es la razón.
- Pero cómo
puede…
- Sospecho
que se comunica con él de alguna forma. Probablemente en sueños. No hay más que
oír sus balbuceos cuando duerme – Ante la obvia pregunta anunciada en la cara
de Sander, Barbamenta continuó – Recuerda que es una bruja. Seguro que tiene la
forma.
- Nos hemos
enfrentado a chamanes, ritualistas, espiritualistas y hasta locos clamando
estar poseídos, y ninguno parecía tener algo remotamente parecido a eso.
- Eso es
porque ellos no tenían acceso a la magia del pasado – De repente, Sander
comprendió.
- Entonces,
debe de tener…
- Muchísimos
años. No me atrevo a contarlos.
- Y lo que
quiere… Creí que era una leyenda.
- Y yo
creía que el metal resonador era un mito, y vosotros lo usáis como el que
respira.
- Ya, pero…
- Sander! –
llamó Cleptómano desde el principio de la fila – Puedes explicarme qué es eso
de que sin mí no podéis entrar?
- Es una
larga historia – le contestó – Te la contaré cuando tengamos tiempo.
Eso pareció
bastarle. No volvieron a hablar en todo el camino. Ninguno.
Mucho
tiempo más tarde, antes de anochecer, llegaron al linde del bosque. Árboles
gigantescos, más antiguos que la estepa, marcaban la frontera. Carecían de una
palabra para llamarlos. Casi parecían tocar las nubes. Los once juntos no
podrían rodear un tronco. Y eran tan frondosos que tapaban la poca luz del
cielo. Allí estarían más seguros de lo que esperan.
Todos en
línea horizontal, paralelos al bosque, lo contemplaron durante un rato. No
veían más allá de las tres primeras filas de árboles. En una sincronía
improvisada, dieron un paso al frente, adentro. Habían llegado. A salvo
- Y bien?-
Preguntó Cleptómano.
Había
estado caminando sin un rumbo fijo. Dentro del bosque no estaban ciegos por la
oscuridad, había una luz que al principio sólo les permitía discernir el suelo
dónde pisaban, pero una vez acostumbrados, pudieron ver igual que a plena luz.
Lo que no era un gran avance, pues no había viento, ni musgo, ni sotobosque;
sólo los colosales árboles se erguían por todas partes.
Vagabundearon un rato, en el silencio doble
suyo y del bosque. Cuánto, es difícil de definir, no había manera de
calcularlo. Creyeron, más de una vez, ver alguna sombra moviéndose en los
límites del ojo, o notar un suave roce de ramas en la lejanía. Eso fue todo.
Decidieron
entonces parar y descansar. Durmieron por fin. No montaron guardias, pero
tampoco las necesitaron, nada les molestó. Mucho, mucho después, aunque no
sabían precisar cuánto, despertaron. Rïm se había desvanecido, buscando a saber
qué. Thau propuso encender una hoguera, pero enseguida desecharon la opción; el
bosque era muy cálido. Y Cleptómano preguntó.
- Y bien,
qué? – respondió Sander.
- Me debes
una explicación.
- Ah! Eso…
Barbamenta! Me debes una explicación – El pirata resopló, molesto.
- Está
bien. Supongo que ahora tenemos tiempo.
- Al fin
una historia! – Fjöde dio un salto y se acercó al pirata. Se sentó junto a él,
con las piernas cruzadas y no apartó sus ojos soñadores de él en todo el
relato. El resto simplemente dejaron de hacer lo que estuvieran haciendo (que
era más bien poco), y prestaron atención. Hasta Rïm pareció materializarse de
la nada.
- La
primera vez que vi a Cleptómano, como polizonte en mí barco, – el orgullo
inundaba esas últimas palabras. Mi barco –
bien sabéis lo que le hice. Una hermosa cicatriz, que llevó con orgullo meses –
Cleptómano se sonrojó un poco. Trató de ocultar una sonrisa vergonzosa – Esto,
sin embargo, no fue producto del azar: Años atrás había oído la leyenda de un
hombre con rasgos similares. Nadie salvo hombres de memoria excepcional era
capaz de recordarlo. Esto último lo juzgo mentira, pues mi memoria nunca fue
excepcional. Sí mi ojo bueno. Supongo que no quedaba bien en la historia que
los tuertos obstinados fueran capaz de verlo.
>>
Así pues, decidí cortar por lo sano, y nunca mejor dicho: encontré al imbécil y
le di una cara nueva. Sin ánimo de ofender – Cleptómano hizo una mueca – Me
pareció prudente tenerlo cerca, y así lo hice. Cambié el rumbo del barco, hacia
algunas de las bibliotecas más grandes de la región y me obcequé en averiguar
más sobre la leyenda. Entre tanto, algunos de mis hombres crecieron recelosos
de Cleptómano, consiguiendo engañarme. El motivo de los recelos, lo desconozco.
Sólo sé que ya no son ni mis ni hombres – los hombres que escucharon
aquello exhibieron una mueca de dolor. Las mujeres se carcajearon.
>>
Retomando el tema, encontré suficientes escritos para remedar, al menos en su
mayoría, la leyenda. No os la contaré entera, es muy larga y bastante
recargada. Y tampoco me acuerdo de toda. Básicamente decía que en este bosque
aguarda un poder antiguo, lo poco que se pudo salvar de la magia de antaño. Y
Nadie puede acceder a ella – Pronunció Nadie, en mayúscula – Ese tal Nadie, por
la descripción, es Cleptómano, sin ninguna duda.
>> No
sé cómo, la bruja me encontró. Dijo que sólo yo podía proteger a Cleptómano en
su misión y no sé cuánto más. Estaba más envejecida de lo que Cleptómano me
había descrito, y supuse que tendría que ver con esa magia. Me encaminé por
rutas y puertos que armindol jamás admitiría no poder navegar y os encontré. Y
por lo que me contáis, armindol también quiere este poder. Sea como fuere, hay
que impedir que ambos bandos la obtengan.
Asombro y
estupefacción en el campamento. Pelear con una bruja era una cosa, pero contra
un imperio… No eran capaces de asimilar en el lío que se habían metido. Y todo
por no comprobar a su contratante.
- Por qué
no nos lo contaste antes – quiso saber Iockvara – Nos habríamos ahorrado mucha
mala sangre.
- Porque… -
Pero otra voz contestó por él.
- Porque es
un viejo huraño y un capullo – dijo Kjara.
Detrás de
ellos, se alzaba su poderosa figura, no envejecida, sino demacrada, consumida.
La piel tenía cierto tinte amarillento, y los ojos, otrora hermosos, estaban
hundidos en el cráneo. Estaba consumida, arrugada, y sin embargo, proyectaba
poder por todas partes. Barbamenta, Sander, Iockvara y Mys fueron los únicos en
poder reprimir un escalofrío. Cleptómano gritó.
- Ja! – rio
la bruja – Nunca cambiarás, Cleptómano.
- Cómo… Qué
haces aquí? – Sander finjió valor. Kjara no se dirigió directamente a él.
Alternaba la mirada entre Barbamenta y el asustado ladrón.
-
Asegurarme de que todo sale según mis planes – Paró. Dirigiéndose a Cleptómano,
añadió – Me encanta que los planes salgan bien – Y sonrió, como si hubiera
contando un gran chiste. El ladrón se encogió, asustado, dolido y al borde de
un ataque de histeria. Rïm, Fjöde y Stjäla se acercaron rápidamente. Trataron
de confortarlo, sin gran éxito.
- Pero… -
quiso seguir el norteño, después de compartir un gesto de preocupación con sus
compañeros, pero fue cortado en el acto.
- Has sido
bastante útil, y por lo tanto, contestaré a tu pregunta: llevo semanas viajando
con vosotros. Viajar en sombras es muy cómodo.
>> Y
ahora, en marcha! – exclamó, haciendo señas para que la siguieran – Vuestro destino
os espera!
Todos se
miraron, consternados.
- Será
mejor seguirla – dijo Barbamenta – Es demasiado poderosa para nosotros.
- Ese
cliché es lo más cierto que vais a oír en mucho tiempo – Comentó desde la
distancia – Por favor, no os perdáis. Los que no lleguen para morir en su
destino, morirán de hambre, que es mucho peor.
Se pusieron
en marcha, detrás de la bruja. Rïm y Stjäla llevaban a Cleptómano, al borde la catatonía,
apoyado en los hombros. Fjöde, acompañada por Friska detrás de ellos, preguntó:
- Qué es un
cliché?
Vash,
delante de ellos, que llevaba ya mucho tiempo callado, le respondió:
- Una
especie de goma que se masca. No sabe a nada, pero te mantiene entretenido
durante horas, masticando.
- Oh – dijo
– No tiene sentido. Si yo quisiera entretenerme con algo en la boca…
- Callad! –
exclamó Thau – No es ni el momento, ni el lugar.
El resto
del viaje transcurrió en el más absoluto silencio. De cuando en cuando, Kjara
soltaba algo que le parecía chistoso, o Sander y Barbamenta dejaban la fila
para preguntar por el estado de Cleptómano, que no cambió en ningún momento. Al
final, llegaron. Una explanada nevada de dimensiones imposibles se hallaba delante
de ellos. En el medio, un montículo con un sendero que zigzagueaba directo a su
cima. Al final del sendero, una cueva.
- Nuestro
destino. Vamos! Hay que llegar a la cima.
Doce pasos
dentro de la explanada comenzaron a oír un extraño ruido, como de cuero contra
aire. Un ruido que se iba a acercando. Un ruido interrumpido por un rugido
inhumano. Se quedaron petrificados, escuchando como el rugido, a medio camino
entre un oso gigantesco y un trueno, se iba volviendo cada más fuerte. Cada vez
más aterrador.
Desenvainaron.
Friska cogió a Cleptómano en brazos, que parecía querer despertar. Rïm estaba
cerca. Sabían lo que tenían que hacer, llegado el momento.
- Qué es
eso, bruja? – preguntó Barbamenta apremiante.
- Creí que
era una leyenda! – De las manos salía una luz púrpura-verdosa-amarillenta que
jamás habían visto.
- Y dónde
te crees que estamos, mujer!? – gritó Thau, que empezaba a estar harto de algo
que no podía entender.
- No lo
entiendes, es…
No pudo
acabar. Delante de ellos aterrizó un dragón.
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