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Sentaos si queréis. O permaneced de pie. Pero si queréis oír historias, mejor será que paguéis

miércoles, 11 de febrero de 2015

Cleptómano XXIV

La estepa y el cielo nublado se extendían en todas direcciones. Entre ambos sólo existía el frío  y once figuras cargadas de negro, caminando trabajosamente hacia el este. Una concisa línea oscura enfrente aventuraba un destino; una elevaba línea oscura a sus espaldas predecía la nieve. Hasta el momento, habían conseguido escapar. Sin embargo, cada vez estaba más cerca y su destino parecía estar más lejos incluso que cuando empezaron. Estaban derrengados, sin apenas haber parado para dormir o comer, pero seguían caminando. Necesitaban caminar. Necesitaban escapar. Si la nevada les cogía en plena estepa… Preferían no pensar en ello. Eliminaban todo pensamiento y se concentraban en dar el siguiente paso.
Caminaban y caminaban. Hacía tiempo que no tenían ampollas, sólo sangre que no dejaba de fluir. Muchos habían dejado de usar las botas de cuero y envolvían los pies en trapos o telas rasgados de sus ropas. Sólo Sander y Thau iban calzados, con las botas empapadas en sangre.
Paraban cada luna, dormían a lo sumo tres guardias, y seguían caminando. Desayunaban, comían y cenaban caminando. Sólo se alimentan de la poca carne seca y el pez en salazón que habían conseguido antes de llegar a la estepa. Aquél que tuviera otras necesidades se apartaba del camino y volvía a la fila lo más rápido que podía. Era lo más parecido a parar que tenían.
Al principio, antes de dar el primer paso, Cleptómano se quedó quieto, mirando la vasta extensión de terreno. Le recordaba al mar: sin caminos, sin huellas, sin animales, sin vida, sólo un destino insinuado a lo lejos. Echaba de menos aquello, más de lo que quería reconocer. Vio que Barbamenta también se detenía. Se preguntó si sus pensamientos eran los mismos.
Días más tarde, maldijo ese primer paso.
Ahora, le resultaba inaudito tener algo más en su mente que caminar. No había nada más en este mundo que poner un pie delante del otro. Hubo un tiempo en el que pensó que si no lo hacía, moriría sepultado en la nieve. En este instante sabía que no podría vivir sin caminar.
Iba en la retaguardia, con Rïm y Barbamenta. El herborista, a pesar de llevar los pies envuelto en harapos, seguía caminado recto, sin perder su dignidad. Barbamenta hacía tiempo que se había quitado la pata de madera. Unos días atrás, antes del primer paso, se había hecho una muleta, previendo esta situación. Caminaba con determinación, sorteando los accidentes del terreno con soltura sobrenatural.
Nadie hablaba. Hubo un tiempo, antes de que la tormenta asomara, que hablaron. Oh, cómo hablaban! Bueno, era sobre todo Sander y el pirata discutiendo por nimiedades, Vash quejándose y Fjöde tratando de contar las historias de su vida. Hubo un momento, cuando las hogueras aún existían, que hasta se callaban para escucharla. Más adelante, sólo los chascarrillos de Stjäla y los sobrios ánimos de Iockvara rompían la monotonía del viento. Ahora, silencio.
Hubo un momento, entre paso y paso, que se detuvieron: Fjöde había caído. No hizo ruido alguno, pero todos se detuvieron al unísono. Trató de ponerse de pie y caminar, pero no podía, le fallaba el pie derecho. Todos se miraron, consternados. De la nada, apareció Mys y la cogió en brazos. Aliviados, siguieron caminando.
Dos lunas más tarde, Mys cayó con Fjöde. Ninguno podía seguir. Ninguno podía llevar a nadie más en brazos. Miradas de ansiedad se cruzaron en todas direcciones. Sander habló al fin, con la voz ahogada:
- Tenemos que parar – Fue el primer ruido que oían en meses.
Todos, sin excepción, se derrumbaron. Cayeron allí donde una vez estuvieron de pie, como en un sueño. Cleptómano se tumbó en el suelo y nada más apoyar la cabeza, cayó inconsciente. Friska se puso a roncar inmediatamente. Mys no se había levantado de su lugar. El resto, simplemente se sentaron. Parecían no recordar lo que era descansar.
Comenzaba a despuntar el día cuando empezar a preparar el campamento. Barbamenta, Fjöde y Stjäla trataban de encender una hoguera. Sander, Thau y Vash extendieron esterillas donde acostar a los durmientes. Rïm preparó emplastos para los pies de todos. Acabaron bien entrada la mañana. Comieron un poco y se echaron a dormir. La nieve había abandonado sus frentes.
Ninguno se despertó en dos días, salvo Rïmedel para cambiarles los emplastos, y Barbamenta, que parecía hecho de piedra. El herborista se despertaba por instinto. Tardaba un rato en darse cuenta de la situación, luego preparaba los emplastos, los aplicaba y volvía a dormir. Barbamenta estaba despierto cuando abría los ojos, y seguía así cuando los cerraba. Se preguntaría qué le atormentaba, pero estaba demasiado cansado para ello.
Por fin, cuando los dos días pasaron, Sander se despertó. Confuso, miró a su alrededor, todavía acostado y maldijo entre dientes. Trató de volverse a dormir pero no pudo. Algo le quemaba en la nuca. La mirada del pirata.
Lentamente, se fue levantando. Cuando apoyó todo su peso en los pies, un latigazo le hizo doblarse, pero se dominó. Se vistió con deliberada calma y una vez listo, fue andando hasta los restos de la hoguera. Unos matojos secos que habían dejado de la vez anterior y un poco de pericia la volvieron a encender. Dirigió la mirada a Barbamenta, que en ningún momento había dejado de mirarlo. Estaba visiblemente enfadado, pero se levantó con mucha agilidad y se acercó a la hoguera, frente a Sander. Ambos hombres se miraron con fiereza. El choque de su genio pareció avivar las llamas.
- No deberíamos habernos detenido – espetó el pirata. Su único ojo brillaba con una ira sobrenatural.
- Qué querías que hiciera? Dejarlos morir? – replicó con firmeza, sin apartar los ojos. Él tenía un brillo resuelto.
Sin inmutarse, Barbamenta apartó la mirada y cogió de su zurrón carne seca. Mordió tranquilamente su carne, apenas prestando atención a nada más. Tragó y clavó una mirada llena de ira y reproche. Sander siguió sin apartar la mirada.
- El que se queda atrás, se deja atrás – sentenció. Y volvió a su carne.
- Qué? – logró articular Sander. No podía dar crédito. Dejar morir a sus compañeros… A sus amigos! En medio de la nada!
- Ya me has oído – ni se dignó a mirar a su interlocutor. Siguió con su carne.
- Dejarlos morir en medio de la nada? Solos? Qué clase de hombre eres?
- Uno práctico.
- No puedo creer lo que oigo! Tienes idea de lo que les puede llegar a pasar? Acaso sabes lo que ocurre cuando te sepulta una nevada de esas proporciones? – gritó señalando hacia la tormento.
- Oh, perfectamente. Lo sé perfectamente – contestó sin dejar de comer.
- Son mis amigos!
- No – cortó con sequedad y un poso de enfado. La ira estaba en su ojo – Son tus subordinados. Contratarás más.
Sander no fue capaz de cerrar la boca. Acaso este hombre no tenía sentimientos? Qué clase de monstruo era y cómo podía ser capitán?
- Escúchame – siguió el pirata – En tiempos de ocio, está muy bien eso de la amistad y demás. Pero no ahora. Ahora tienes una misión, que fracasará si seguimos aquí sentados durmiendo como borrachos. Deshazte de los lastres, cúmplela y rehaz el equipo.
- Me niego – dijo Sander. Estaba haciendo un esfuerzo muy grande por no asesinarlo – Son mis camaradas. Mis amigos. Sé dónde están sus límites.
>>También conozco mejor que tú estas tierras. Sé que aún hay tiempo. Mañana seguiremos.
Barbamenta lo miró con ira y desprecio. Sander aguantó la mirada con resolución. Él era el líder. Sabía lo que necesitaban. Nadie moriría bajo su mando.
- Sabes – quiso saber- No lo entiendo… Cómo es que Cleptómano tiene en tan alta estima a un hijo de puta tan grande?
Barbamenta tiró su carne al fuego. Ya no había ira en su ojo. Era un enfado salido de lo más profundo de su odio.
- Yo le di un hogar – contestó con un leve temblor. Leve, pero apreciable – Le di una familia
- Y lo abandonaste en una isla!
- Eso no fue culpa mía! – gritó. Un trueno lejano pareció darle la réplica.
- Tal y como has hablado antes de tus subalternos, no me lo creo – rebatió. Estaba metiendo el dedo en la llaga. Eso le gustaba.
- Gilipollas. No sabes nada – lo atacó con su dedo acusador – Yo le di lo que necesitaba. Ahora lo protejo de vosotros.
- Sigues sin fiarte? No te probamos que no somos armindol?
- No me fío de nada, y menos si hay armindol de por medio.
Sander hizo ademán de levantarse, pero quedó en su sitio. Mantuvo la mirada, aunque la del pirata dolía como si fueran dagas clavadas en su cabeza.
- Sabes que aún estás vivo por Cleptómano, verdad? – dijo aparentando calma.
- Si no vuelvo dentro de ocho lunas, mis hombres tienen la orden de rastrearme y de hacer lo que sea necesario para recuperar mi cuerpo – advirtió.
- A dónde? Estás a meses caminando del puerto más cercano! –Sander no podía parar de gesticular y alterar su tono. Barbamenta apenas se había movido desde el comienzo de la discusión. Y su mirada cada vez dolía más.
- Te gustaría saberlo, eh? – Sonreía. Si no estuviera tan cerca de un fuego, se habría congelado de miedo – Tus jefes quedarían muy contentos…
- Basta! – Se levantó repentinamente. No aguantaba más. Ese vejestorio tenía que callarse de una vez – Puede que no sepa quién nos ha contratado, pero te dejaré algo muy claro – Explicó a medida que rodeaba el fuego, acercándose al pirata – Cleptómano está bajo mi cuidado. Nada impedirá que llegue a su destino mientras yo esté al mando, ni el Imperio Armindol entero, ni todos los dioses del Cruce, ni esa jodida bruja!
Un levísimo parpadeo, un movimiento apenas perceptible en Barbamenta. Sander se paró, extrañado. Y algo dentro de él hizo “clic”.
- La bruja! Estás compinchado, hijo de puta! – gritó. Avanzó hacia él a grandes zancadas, pero el pirata se levantó con una entereza sobrenatural. Sander se detuvo ante su seriedad de ultratumba.
- No es lo que crees – afirmó sin alterar la voz lo más mínimo.
- Vete a la mierda – contestó. Ahora era él quién señalaba con un dedo acusatorio -  Me recriminas el estar operando con el Imperio cuando eres tú quién está con esa zorra que puso a Cleptómano en esta situación. No te voy a dejar marchar así – se giró hacia el petate de Thau – Thau! Despierta! Tenemos… - Y recibió un muletazo que lo derribó, sangrando por la sien.
- Cállate, imbécil – dijo sin alterarse – No sabes nada.
- Conozco a los de tu calaña – replicó Sander desde el suelo – No sabéis más que engañar y engañar. No te servirá conmigo. Te voy a… - Al empezar a incorporarse, Barbamenta lo golpeó con el extremo de la muleta en el pecho, derribándolo de nuevo. La apoyó en la garganta del norteño, que se quedó quieto, mirándolo con odio.
- Tendrás que mejorar esas miradas si quieres acojonar a alguien. Ahora, escúchame. Cleptómano lo sabe. Se lo conté en la cabaña. Pero también sabe que no temo a esa bruja. Le estoy agradecido por localizarlo, pero no le debo nada. A Cleptómano, sin embargo…
>> En un principio – continuó – Vine para protegerlo de vosotros. Ahora, he decidido protegerlo de su destino. Otra vez.
Lentamente, retiró la muleta y se dio la vuelta. Sander se sentó, tratando de volver a respirar.
- Entonces – logró decir – Por qué nos enfrentamos siempre?
- Porque – contestó sin girarse – Eres un blando, un infantiloide, un imbécil y no sabes contar.
Siguió su camino hacia su estera, pero nunca llegó a acostarse. Alguien dijo: “Dónde está Cleptómano!?”. Y todos se quedaron clavados en su sitio

- Eres el pirata más bocazas y cabezota que he visto en la vida. Porqué puñetas te empeñas en venir conmigo?
- Porque, mi iletrado amigo, conozco mejor a Cleptómano que tú. Porqué puñetas te empeñas en que tu encapuchado venga con nosotros?
- Porque si hicieras alguna tontería, no me gustaría quedarme para mí solo el placer de darte una buena somanta.
Mientras el resto del grupo recogía el campamento, las tres figuras perseguían todo lo deprisa que podían a otra pequeña figura, que corría de una manera impensable para alguien que había llevado tanto tiempo andando.
- A este paso no lo alcanzaremos!
- Eres muy lento – Barbamente apuró el paso, dejándolos atrás enseguida. Mys aceleró también, sin esfuerzo aparente. Sander comenzó a correr. Tardó unos segundos en alcanzarlos. Estaban recortando distancias con Cleptómano.
- Por… qué… tenemos…. Qué… apurar… tanto…?- jadeó. Era difícil hablar y seguirles el ritmo a dos monstruos sobrenaturales como aquellos dos.
- Porque si entra en el boque, nunca lo alcanzaremos – Barbamenta respondió sin esfuerzo aparente. Parecía que ir a aquella velocidad era para él tan sencillo como mear a favor del viento.
- No… entiendo… - Empezó a decir, pero el pirata lo cortó enseguida.
- Es que no sabes nada de la leyenda?
- Qué… leyend… - Barbamente entornó los ojos y suspiró.
- Ya te la contaré si tenemos tiempo. Quédate con esto: sólo quién acompañe a Cleptómano puede llegar al bosque.
Sander paró de repente. Miró hacia atrás, haciendo unas señales extrañas. Barbamenta se giró y lo miró como el que mira bailar a un loco. Luego siguió, tratando de volver a ponerse a la par de Mys.
Lo que no vio fue que al acabar esa danza tan peculiar, se quitaba el colgante, y sosteniéndolo en su palma, susurraba palabras en el idioma perdido de las Últimas Montañas. De alguna manera, se transmitió la orden: Dejad lo prescindible. Dadnos alcance. Medio campamento quedó tirado, y el resto de los mercenarios salieron corriendo para llegar a dónde su líder. Momentos después, Sander, a todo lo que daban sus piernas, alcanzó a los otros dos corredores.
- No… los… iba… a dejar…. Atrás – aclaró entre jadeos.
Poco a poco los regazados iban aproximándose a ellos, pero la distancia entre los tres y Cleptómano dejó de reducirse. Sander no podía creer que nadie pudiese correr de aquella forma. Y menos podía creer que Barbamenta mantuviese ese ritmo, muletas incluidas. Sin embargo, por muy espectacular que fuese, a ese ritmo no lo detendrían, y el bosque, por primera vez en tiempo, estaba aproximándose. Miró a Mys, con ojos llenos de significado. El encapuchado asintió y saltó hacia adelante. Igual que un ciervo, fue dando ágiles saltos, recortando distancias, hasta que, en unos pocos latidos, placó a Cleptómano, inmovilizándolo en suelo. Sander paró, a punto de echar los pulmones. Barbamenta no dejó de correr hasta estar a la misma altura que el fugitivo.
Derrengados, todos se reunieron alrededor de Cleptómano, que todavía se debatía con la masa de Mys. Barbamenta no había preguntado nada, pero el ladrón no dejaba de gritar que lo dejaran ir, que tenía que hacerlo solo. Los mercenarios se miraron entre ellos, confusos y apenados, y luego se dirigieron hacia su líder, que suspiró y comenzó a hablar.
- Cleptómano… - comenzó a decir, pero el susodicho no dejaba de gritar y revolverse. Hasta que Barbamenta le atizó con la punta de la muleta.
- Compórtate.
Cleptómano se quedó quieto. Trató de incorporarse, y Mys se lo impidió. Suplicó con la mirada a todos, incluyendo a Sander. Dejó que se levantara, sujetado por el encapuchado.
- Dejadme en paz! – grito el apresado – Por qué no, ay!
- Con suavidad, Mys – le indicó Sander. Mys asintió y relajó un poco la llave – Y ahora dinos, en qué coño pensabas?
- Os oí discutir y…
- Y te pareció mejor huir. A ver si te matabas? O para ver si moríamos? – Barbamenta hizo un inapreciable ademán de sorpresa. No esperaba tanta crueldad en Sander. Quiso intervenir, pero el norteño siguió – Tienes la más mínima idea de lo que pasaría si entras en ese bosque sin nosotros? – Cleptómano lo miró, confundido – Pues pasaría que no podríamos entrar. Nos cogería la nevada, que apenas está a unas horas de aquí y moriríamos. Tan mal te hemos tratado para que quieras eso? O es que la bruja…
- Calla! – volvió a gritar – Yo no quería.. Yo no sabía nada de todo esto! Sólo quería escapar! Dejar de ser un estorbo!
- Me parece una razón de mierda – le espetó – Como muchas de las que me has contado. Ahora, escucha – le miró fijamente a los ojos – No sé qué cicatrices te habrán dejado para que quieras hacer esto. No me lo puedo ni imaginar. Pero no te vamos a dejar solo. Ya eres más que nuestra misión. Yo he empezado a verte como debe hacerlo Barbamenta, y el resto han aprendido a disimular que no te reconocen. Puedes tener amigos, Cleptómano. Y te podemos ayudar- le tendió la mano – Nos dejas ayudarte?
Aprovechando que Mys había aflojado la llave, se soltó. Apartó la mano tendida de un manotazo.
- No – contestó, tratando de que no se notara que estaba a punto de llorar – Pero tampoco os voy a dejar morir. Vamos.
Sin decir palabra, todos se pusieron en marcha a la vez. Todos caminaban detrás de Cleptómano, extrañados y confundidos por el cambio de su compañero. Inquieto, Barbamenta alcanzó a Sander en cuanto puedo y habló con él en voz baja, para que nadie le oyera.
- No apruebo el método – confesó – pero da resultado. O lo hubiera dado de ser otras las circunstancias – aclaró.
- Qué circunstancias?
- Kjara no quiere intromisiones. Me lo dejó muy claro. Os ha tolerado hasta ahora, porque habéis sido útiles, pero estáis perdiendo esa utilidad. Ahora que se acerca el fin, os matará. Cleptómano lo sabe. Esa es la razón.
- Pero cómo puede…
- Sospecho que se comunica con él de alguna forma. Probablemente en sueños. No hay más que oír sus balbuceos cuando duerme – Ante la obvia pregunta anunciada en la cara de Sander, Barbamenta continuó – Recuerda que es una bruja. Seguro que tiene la forma.
- Nos hemos enfrentado a chamanes, ritualistas, espiritualistas y hasta locos clamando estar poseídos, y ninguno parecía tener algo remotamente parecido a eso.
- Eso es porque ellos no tenían acceso a la magia del pasado – De repente, Sander comprendió.
- Entonces, debe de tener…
- Muchísimos años. No me atrevo a contarlos.
- Y lo que quiere… Creí que era una leyenda.
- Y yo creía que el metal resonador era un mito, y vosotros lo usáis como el que respira.
- Ya, pero…
- Sander! – llamó Cleptómano desde el principio de la fila – Puedes explicarme qué es eso de que sin mí no podéis entrar?
- Es una larga historia – le contestó – Te la contaré cuando tengamos tiempo.
Eso pareció bastarle. No volvieron a hablar en todo el camino. Ninguno.
Mucho tiempo más tarde, antes de anochecer, llegaron al linde del bosque. Árboles gigantescos, más antiguos que la estepa, marcaban la frontera. Carecían de una palabra para llamarlos. Casi parecían tocar las nubes. Los once juntos no podrían rodear un tronco. Y eran tan frondosos que tapaban la poca luz del cielo. Allí estarían más seguros de lo que esperan.
Todos en línea horizontal, paralelos al bosque, lo contemplaron durante un rato. No veían más allá de las tres primeras filas de árboles. En una sincronía improvisada, dieron un paso al frente, adentro. Habían llegado. A salvo

- Y bien?- Preguntó Cleptómano.
Había estado caminando sin un rumbo fijo. Dentro del bosque no estaban ciegos por la oscuridad, había una luz que al principio sólo les permitía discernir el suelo dónde pisaban, pero una vez acostumbrados, pudieron ver igual que a plena luz. Lo que no era un gran avance, pues no había viento, ni musgo, ni sotobosque; sólo los colosales árboles se erguían por todas partes.
 Vagabundearon un rato, en el silencio doble suyo y del bosque. Cuánto, es difícil de definir, no había manera de calcularlo. Creyeron, más de una vez, ver alguna sombra moviéndose en los límites del ojo, o notar un suave roce de ramas en la lejanía. Eso fue todo.
Decidieron entonces parar y descansar. Durmieron por fin. No montaron guardias, pero tampoco las necesitaron, nada les molestó. Mucho, mucho después, aunque no sabían precisar cuánto, despertaron. Rïm se había desvanecido, buscando a saber qué. Thau propuso encender una hoguera, pero enseguida desecharon la opción; el bosque era muy cálido. Y Cleptómano preguntó.
- Y bien, qué? – respondió Sander.
- Me debes una explicación.
- Ah! Eso… Barbamenta! Me debes una explicación – El pirata resopló, molesto.
- Está bien. Supongo que ahora tenemos tiempo.
- Al fin una historia! – Fjöde dio un salto y se acercó al pirata. Se sentó junto a él, con las piernas cruzadas y no apartó sus ojos soñadores de él en todo el relato. El resto simplemente dejaron de hacer lo que estuvieran haciendo (que era más bien poco), y prestaron atención. Hasta Rïm pareció materializarse de la nada.
- La primera vez que vi a Cleptómano, como polizonte en mí barco, – el orgullo inundaba esas últimas palabras. Mi barco – bien sabéis lo que le hice. Una hermosa cicatriz, que llevó con orgullo meses – Cleptómano se sonrojó un poco. Trató de ocultar una sonrisa vergonzosa – Esto, sin embargo, no fue producto del azar: Años atrás había oído la leyenda de un hombre con rasgos similares. Nadie salvo hombres de memoria excepcional era capaz de recordarlo. Esto último lo juzgo mentira, pues mi memoria nunca fue excepcional. Sí mi ojo bueno. Supongo que no quedaba bien en la historia que los tuertos obstinados fueran capaz de verlo.
>> Así pues, decidí cortar por lo sano, y nunca mejor dicho: encontré al imbécil y le di una cara nueva. Sin ánimo de ofender – Cleptómano hizo una mueca – Me pareció prudente tenerlo cerca, y así lo hice. Cambié el rumbo del barco, hacia algunas de las bibliotecas más grandes de la región y me obcequé en averiguar más sobre la leyenda. Entre tanto, algunos de mis hombres crecieron recelosos de Cleptómano, consiguiendo engañarme. El motivo de los recelos, lo desconozco. Sólo sé que ya no son ni mis ni hombres – los hombres que escucharon aquello exhibieron una mueca de dolor. Las mujeres se carcajearon.
>> Retomando el tema, encontré suficientes escritos para remedar, al menos en su mayoría, la leyenda. No os la contaré entera, es muy larga y bastante recargada. Y tampoco me acuerdo de toda. Básicamente decía que en este bosque aguarda un poder antiguo, lo poco que se pudo salvar de la magia de antaño. Y Nadie puede acceder a ella – Pronunció Nadie, en mayúscula – Ese tal Nadie, por la descripción, es Cleptómano, sin ninguna duda.
>> No sé cómo, la bruja me encontró. Dijo que sólo yo podía proteger a Cleptómano en su misión y no sé cuánto más. Estaba más envejecida de lo que Cleptómano me había descrito, y supuse que tendría que ver con esa magia. Me encaminé por rutas y puertos que armindol jamás admitiría no poder navegar y os encontré. Y por lo que me contáis, armindol también quiere este poder. Sea como fuere, hay que impedir que ambos bandos la obtengan.
Asombro y estupefacción en el campamento. Pelear con una bruja era una cosa, pero contra un imperio… No eran capaces de asimilar en el lío que se habían metido. Y todo por no comprobar a su contratante.
- Por qué no nos lo contaste antes – quiso saber Iockvara – Nos habríamos ahorrado mucha mala sangre.
- Porque… - Pero otra voz contestó por él.
- Porque es un viejo huraño y un capullo – dijo Kjara.
Detrás de ellos, se alzaba su poderosa figura, no envejecida, sino demacrada, consumida. La piel tenía cierto tinte amarillento, y los ojos, otrora hermosos, estaban hundidos en el cráneo. Estaba consumida, arrugada, y sin embargo, proyectaba poder por todas partes. Barbamenta, Sander, Iockvara y Mys fueron los únicos en poder reprimir un escalofrío. Cleptómano gritó.
- Ja! – rio la bruja – Nunca cambiarás, Cleptómano.
- Cómo… Qué haces aquí? – Sander finjió valor. Kjara no se dirigió directamente a él. Alternaba la mirada entre Barbamenta y el asustado ladrón.
- Asegurarme de que todo sale según mis planes – Paró. Dirigiéndose a Cleptómano, añadió – Me encanta que los planes salgan bien – Y sonrió, como si hubiera contando un gran chiste. El ladrón se encogió, asustado, dolido y al borde de un ataque de histeria. Rïm, Fjöde y Stjäla se acercaron rápidamente. Trataron de confortarlo, sin gran éxito.
- Pero… - quiso seguir el norteño, después de compartir un gesto de preocupación con sus compañeros, pero fue cortado en el acto.
- Has sido bastante útil, y por lo tanto, contestaré a tu pregunta: llevo semanas viajando con vosotros. Viajar en sombras es muy cómodo.
>> Y ahora, en marcha! – exclamó, haciendo señas para que la siguieran – Vuestro destino os espera!
Todos se miraron, consternados.
- Será mejor seguirla – dijo Barbamenta – Es demasiado poderosa para nosotros.
- Ese cliché es lo más cierto que vais a oír en mucho tiempo – Comentó desde la distancia – Por favor, no os perdáis. Los que no lleguen para morir en su destino, morirán de hambre, que es mucho peor.
Se pusieron en marcha, detrás de la bruja. Rïm y Stjäla llevaban a Cleptómano, al borde la catatonía, apoyado en los hombros. Fjöde, acompañada por Friska detrás de ellos, preguntó:
- Qué es un cliché?
Vash, delante de ellos, que llevaba ya mucho tiempo callado, le respondió:
- Una especie de goma que se masca. No sabe a nada, pero te mantiene entretenido durante horas, masticando.
- Oh – dijo – No tiene sentido. Si yo quisiera entretenerme con algo en la boca…
- Callad! – exclamó Thau – No es ni el momento, ni el lugar.
El resto del viaje transcurrió en el más absoluto silencio. De cuando en cuando, Kjara soltaba algo que le parecía chistoso, o Sander y Barbamenta dejaban la fila para preguntar por el estado de Cleptómano, que no cambió en ningún momento. Al final, llegaron. Una explanada nevada de dimensiones imposibles se hallaba delante de ellos. En el medio, un montículo con un sendero que zigzagueaba directo a su cima. Al final del sendero, una cueva.
- Nuestro destino. Vamos! Hay que llegar a la cima.
Doce pasos dentro de la explanada comenzaron a oír un extraño ruido, como de cuero contra aire. Un ruido que se iba a acercando. Un ruido interrumpido por un rugido inhumano. Se quedaron petrificados, escuchando como el rugido, a medio camino entre un oso gigantesco y un trueno, se iba volviendo cada más fuerte. Cada vez más aterrador.
Desenvainaron. Friska cogió a Cleptómano en brazos, que parecía querer despertar. Rïm estaba cerca. Sabían lo que tenían que hacer, llegado el momento.
- Qué es eso, bruja? – preguntó Barbamenta apremiante.
- Creí que era una leyenda! – De las manos salía una luz púrpura-verdosa-amarillenta que jamás habían visto.
- Y dónde te crees que estamos, mujer!? – gritó Thau, que empezaba a estar harto de algo que no podía entender.
- No lo entiendes, es…

No pudo acabar. Delante de ellos aterrizó un dragón.

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