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lunes, 4 de noviembre de 2013

Cleptómano XX


                Diez figuras vestidas de negro sentadas alrededor de una mesa, en el centro de una taberna pequeña. Ellos, y sólo ellos, estaban en el edificio, callados, mirando al suelo o a la cerveza. Alguno, de reojo. Hasta que una de las figuras rompió el silencio.
                - Entonces… Sois vosotros quienes me tienen que guiar?
                - Sí, Cleptómano. Pero nos dijeron que no estabas informado de ello – contestó un tipo alto, serio, de aire militar, aunque con un flequillo extrañamente largo. Thau, recordaba que se llamaba.
                - No, no. Lo que no sé es a dónde voy.
                - Tampoco nosotros lo tenemos muy claro. Sabemos que es una zona al noroeste, pasado el bosque de Hülle…
                - Exactamente a 23 millas al oeste del bosque, Thau – intervino el jefe, Sander. Llevaba los brazos vendados y había pasado todo el viaje desde Grandik hasta allí sin hablar salvo para unas breves órdenes cortantes.
                - Con todos mis respetos, capitán – se disculpó el sacerdote, Iock… vara? Tenían nombres demasiado complicados- Pero yo he estado ahí. Todos hemos pasado por ahí. Y no hay nada salvo nieve antes de las montañas de Forskeith. Esa información…
                - Esta información es correcta, Iockvara – dijo el capitán. Luego alzó los brazos – No me harían esto para dirigirme a una pista falsa.
                Cleptómano quiso decir algo, pero calló. Era evidente que ésta era la ayuda que Kjara le dijo que le proporcionaría. Pero había algo raro en todo aquello. Sus años de experiencia se lo decían. No tenía otra opción. Primero, porque sin ellos, no sería capaz de atravesar el Norte. Segundo, porque si no lo hacía… Bueno, no moriría. Pero la forma de convencerle de seguir adelante que tendría Kjara sería bastante peor que cien muertes. Era algo que sabía.
                - Es decir, que nuestro capitán pretende llevarnos ante lo que es una muerte segura…
                - Porqué dices eso, Vashy?
                - Por qué crees, Stjäla? Vamos a una estepa desierta, sin nada más que nieve, dejando detrás un bosque capaz de albergar a un ejército, de camino a un destino que no sabemos ni si existe. Y si lo hace, descubrirlo no será bueno para nosotros.
                Le resultaba curiosa la relación entre Vashtudyk y Stjäla. Era como cuando alguien hablara solo, pero con manifestaciones en el exterior. O algo así. Había un balance entre el pesimismo de Vash y el desparpajo de la ladrona. Muy compenetrados que estaban. Además, estaba buena.
                - Si es bueno o no, no lo sabemos – respondió el sacerdote.
                - Además, ahora tenemos la Llave! Qué podría salir mal?
                La Llave. La joven Fjöde no dejaba de llamarlo así. Un nombre de leyenda. Quien liberará la magia. Era verdad? Era evidente que Kjara lo sospechaba. Quizá lo hiciera hasta su padre. Pero no sabía nada de esa leyenda, así que no sabía qué pensar. Pero tendría que averiguarlo, le gustase o no. Más bien, no.
                - Muchas cosas, Fjöde! Ser atacados por más creyentes, una emboscada de armindol, diarrea implosiva…
                - No hay diarrea implosiva en el Norte, Vash – comentó el médico, Rïmedel.
                - Bueno, pero podría haberla. Imagina que una tormenta desvía a esas…
                - Yundins. Son águilas rojas, con la cola purpúrea. Del mar Espeso.
                - Lo que sea. Pues una tormenta las desvía. Y llegan hasta la playa de los riscos. Allí sus piojos contaminan a una rata de agua, que muerde a un pescador. Se desataría la hecatombe! – El  tragó saliva. Se ponía bastante nervioso con los catastrofismos de Vash
                - Y si simplemente desaparecemos una temporada? En los balnearios de Mannek, por ejemplo – a Rïmedel le tembló un poco la voz.
                - Sí! – Se entusiasmó Fjöde – Una vez fui allí, antes de estar con vosotros. Pasé una semana genial, lo dejé siendo otra. Una vez, recuerdo, me había perdido por los pasillos, y me encontré a una pareja de ancianos que…
                -Negativo – cortó Thau. Se formó decepción en la cara de Fjöde y Rïmedel. Aunque por causas distintas.- Hemos de cumplir nuestra misión. Y cuanto antes. Sabemos cómo se las gasta nuestro contratante.
                - Pero hay un problema, Thau – observó el sacerdote con la mirada fija en  Cleptómano – Y es la peculiar condición de nuestro adjunto.
                Todos callaron. Y el ladrón se hizo el centro de todas las miradas. Stjäla, sorprendentemente, rompió el silencio.
                - Si le hacemos una cicatriz, no deberíamos tener problemas
                - QUÉ!? ME NIEGO A SER ABIERTO OTRA VEZ!
                - Pues es una solución rápida – comentó Rïmedel
                - Ya verás como no te duele nada, Clepto! Fácil y rápido! – dijo Fjöde con una sonrisa.
                - No! Aunque tenga que ir andando al fin del mundo, no me usaréis de piedra de afilar!
                - Pues es la única solución – apuntó Stjäla
                - Yo estoy con nuestro compañero – lo apoyó Vashtudyk – Qué somos? Bárbaros?
                - Eso mismo – contestó Rïmedel.
                - No me refiero a eso! A nadie le gusta ser mutilado.
                - Vashy, no es mutilarlo. Sólo un corte en una mejilla.
                - Es absurdo! Tiene que haber otra manera!
                - Este pelirrojo ha de tener razón! Tiene que existir otra manera! Me niego a otro corte.
                Y la discusión siguió así durante un buen rato. Hasta que Sander alzó su voz.
                - Callad, joder! – Y todo quedo de nuevo en silencio – Sois más barulleros que una manada de búfalos de marfil! Si es la única manera, lo harás, Cleptómano. No permitiré que esta misión fracase por tu reticencia a un cortecito
                - Capitán, igual no es tan buena idea – apuntilló Iockvara – Piense en la leyenda. Cortarle la cara implicaría que no existiera su poder. Y entonces jamás  cumpliríamos nuestra misión.
                - Y si le colgamos el colgante con nuestro emblema? – atronó una voz grave, como se imaginaba Cleptómano que sonaría el cielo al caer. Venía de la figura más grande de todas. Friska.
                - Claro! – exclamó le capitán – Si nos olvidáramos de quién es, sólo tendría que enseñarnos el colgante y decirnos que es nuestra misión! Thau! Ve a por uno – El segundo al mando salió, diligente, a por un colgante, al piso de arriba. – Tú qué opinas?
                - Me gusta la idea de conservar mi cara. Además, he podido comprobar que conociendo mi condición es más complicado olvidarse de mí. Más cuando se viaja en compañía.
                - Solucionado entonces.
                - Bien Friska! – exclamó Fjöde mientras le daba palmaditas en el hombre a la mole.
                Un momento después, todos salían. Hasta Mys, que había estado ahí todo el rato, pero que no había abierto la boca para nada. Cleptómano lo había olvidado.
                Y todos llevaban al cuello un collar, con un emblema circular, ricamente tallado en madera. Eran formas intricadas, curvas, que se cruzaban una y otra vez hasta formar… algo. Aun así, Cleptómano se sentía más nervioso, más fuera de lugar que nunca.

                Ahora mismo os preguntaréis de dónde ha salido Cleptómano, si en el número anterior… Que no lo habéis leído? Debería daros vergüenza! Llegar aquí sin haber leído la entrega anterior… En fin, venga, leedlo. Os dejo tiempo.
                Ya? Bueno, pues de aquello a esto no os lo he contado. Lo he omitido a posta, como hago a menudo. Se llama “digresión temporal” y mola un montón usarlas. Aunque seas un poco patoso, quedas como Dios.
                Así que, usando las reglas de la digresión, nos situamos antes de lo que os he contado más arriba. Cuánto? Dejadme contar… Un par de días serán suficientes. Y en este pasado, está todo negro. No, no me he pasado retrocediendo. Aunque no supiera contar, Sander conocía los colores, y ahí no había ninguno, aún con los ojos abiertos. Debía tener un saco en la cabeza y un secuestro a sus espaldas.
                Acababa de llegar a la consciencia hacía poco, y todo estaba borroso. Cómo había pasado? Quién había sido? Por qué le picaba la nariz ahora que no podía rascarse? Tenía las manos atadas a la espalda, y los tobillos unidos por algo que se sentía y oía como cadenas al mover los pies.
                Le asaltaba el vago recuerdo de haber sentido movimiento. No estaba seguro, pero debieron transportarlo de algún modo, pues estaba en un interior, y bastante cálido. El olor a humedad le dio la idea de que estaba en una cueva. O en un desván muy antiguo. Sin embargo, sentía como si hubiese un gran espacio ante él, era algo difícil de describir. Así pues, se decantó por la cueva.
                Algo le extrañó al volver los pies. Las cadenas no le permitían separar los pies, pero no había límites al llevarlos hacia delante o atrás, salvo los puestos por su anatomía. Entonces tuvo la idea de balancear las piernas hacia delante y atrás, para mover su asiento, lo que fuera en lo que estuviese sentado. No funcionó. Ni se movió él, ni lo hizo su asiento. Debía de tener alguna otra atadura que no sentía. O magia. Y eso no le gustaba.
Significaba armindol.
Aunque, bien pensado… Por qué sus contratantes habrían querido secuestrarlo? No tenía ningún sentido. Le habían encargado llevar a una persona desde las montañas Umbrías hasta más allá de Hülle. Y ese encargo venía del mismo Emperador. Qué estaba pasando aquí?
Se explicaría bastante fácil con renegados armindol, pero nunca había oído hablar de tal cosa. Los cabrones parecían tan leales a su gobierno que hasta daba asco. Eso también excluía el que alguien robase los secretos de su magia. No le habría dado tiempo a secuestrar a nadie, estaría muerto. O convertido en rana, o lo que quiera que hicieran esos jodidos brujos.
También podrían ser imitadores muy hábiles. U otros magos. Pero esa magia no existía en el mundo desde hacía siglos. Los únicos que quedaban con ella eran los armindol, que como empezaron a surgir cuando la magia desaparecía, pudieron conservarla. Eso nunca tuvo sentido en su cabeza, pero era lo único que se sabía. La lealtad armindol otra vez. Jamás revelarían sus secretos. En parte, por eso eran tan poderosos.
Así pues, qué quedaba? Creyentes? No eran tan listos en general. Si los guerreros escuchasen de vez en cuando a los otros, los listos, quizá, pero entonces serían casi renegados.
Piratas? Ese absurdo rumor de que nadie podía llegar navegando al Norte había alejado a muchos navegantes, pero los piratas seguían llegando. No solían abrir mucho la boca cuando se iban, porque si armindol se enteraba de que los ponían en ridículo, se encargaría de silenciarlos con celeridad. Pero era bastante plausible. Quizá fueran sharmajadíes, o berenitas. Incluso de más allá, de Malindor o Bathuseim. No explicaba del todo el motivo del secuestro, pero era mejor, mucho mejor que ser secuestrado por armindol.
 Los pensamientos de Sander se vieron interrumpidos por unas voces cantarinas.
- Empezamos ya? – dijo una de las voces, con un tono deseoso. El ominoso eco le confirmó que estaba en una cueva.
- Mejor será. Voy a por las herramientas. Tú prepáralo – Oyó sus pasos alejarse. Pero otro par se acercaba, casi con impaciencia. Se paró enfrente de él. Notó su respiración acelerada. Trató con controlarla con una inspiración larga, seguida de una expiración calmada. Y luego de un rato que pareció eterno, le quitó el saco.
Ante sus ojos, una cara con unos rasgos pálidos y finos, sonreía. Pero no sus ojos. No. Sus ojos decían que iba a disfrutar mucho con cada hueso partido.
- Cómo te llamas?- Preguntó dulcemente. No obtuvo respuesta. Sólo una mirada de horror y súbita comprensión. Eran armindol, sin duda.
- Cómo te llamas? – volvió a preguntar. Sander siguió sin contestar – Tanto miedo tienes? No debes tenernos miedo. Sólo venimos a darte un reproche, no un castigo. Mira, para que veas mi buena fe. Me llamo Arroyo. Y el que vendrá en un momento se llama Espino. Venga, no seas aguafiestas. Cómo te llamas?
- Sander… Veintisiete… - contestó, tratando de recobrar aplomo. No lo consiguió, pero por algo se empieza.
- Vigésimo séptimo, querrás decir, no? – Sander asintió, en un gesto que pretendía ser firme, pero que recordaba más al de un niño respondiendo a la pregunta de un extraño – Vaya, es un nombre que suena importante. En fin, no nos hemos equivocado – Dándose la vuelta, de un bolsillo de su pantalón gris sacó una pastilla. Al lanzarla al suelo, se convirtió en una silla – Llegan esas herramientas o qué? – preguntó, visiblemente enfadado.
Ahora Sander podía ver. La cueva era enorme, más de lo que se había imaginado. El techo quedaba casi a oscuras. Era muy llana, antinaturalmente lisa. Mirando hacia su cuerpo, se vio sin heridas. A su cintura se extendía una especie de hilos brillantes que lo sujetaban a una prominencia del suelo, con forma de taburete, donde estaba sentado. No vio más cadenas en sus tobillos que las que unían uno con su opuesto. No tenía respaldo, pero tampoco podía moverse hacia atrás, quizá por esos hilos en la cintura.
Además, observó que tenía los brazos vendados hasta el hombro. No le dolía. Tampoco recordaba que le hubiesen dolido. O la causa de los vendajes.
 Miró al frente, y vio a Arroyo, nervioso. No dejaba de cambiar las piernas de posición, de revolverse en su silla. Sus facciones, casi de cuento de hadas, se estaban contrayendo en una mueca de impaciencia. Llevaba unos pantalones grises y un kaftán verde ricamente adornado, sujeto con un cinturón azul. Tenía una pinta un poco ridícula, pero estaba en el Norte, donde aguerridos hombres vestían de rosa fucsia. Pasaría desapercibido.
- Recuerdas cómo llegaste aquí? – preguntó de repente. Se quedó quieto, mirándolo fijamente. Ante la falta de respuesta, contestó el mismo – Aprovechamos cuando fuiste a mear después de comer. Te dormimos con un conjuro – E hizo un extraño ademán con los dedos – Luego, Espino te cargó con el hombro. Las zarzas te arañaron todos los brazos. Sangrabas como un cerdo, así que te vendamos. No queríamos que esas zarzas se llevasen la diversión – Sonrió. Y luego de una pausa, añadió – Ahora ya tienes de qué presumir. Y más que tendrás! – Soltó una risotada.
En ese momento, sonaron pasos
 – Al fin! – Tenía la cara iluminada de gozo.
De la derecha de Sander llegaba el que debía ser Espino. Alto y espigado, llevaba una túnica negra, húmeda de sangre, que lo hacía más delgado. Tenía una mirada fría, que disuadía a cualquiera de sostenérsela. Toda su actitud proyectaba la impresión de no tener un pequeño rastro de corazón.
Arroyo se había levantado. Estaba emocionado. No paraba de moverse nerviosamente, en una especie de ridículo baile en las cercanías de Espino. Éste, ignorándolo, soltó una pastilla como la su compañero, de la que surgió una mesa, mientras pulsaba una especie de botones sobre la superficie de una caja. Empezó a abrirse, desplegándose en diversos cajones, llenos de herramientas desconocidas para Sander.
Ansioso, Arroyo se inclinó para coger alguna, pero Espino le propinó una buena bofetada, mientras decía:
- Quieto. Yo preparo el material. Tú lo llevas a la mesa.
Visiblemente enojado, se levantó repentinamente y se acercó a paso ligero hacia Sander. Se agachó a su lado, pulsó algún botón o palanca en el lateral del promontorio y los hilos de su cintura se liberaron. Aprovechó para escapar, pero nada más levantarse, se quedó paralizado. A punto estuvo de desplomarse, pero el armindol lo sujetó por la atadura de las muñecas, que le dolió inmensamente.
- Mientras lleves puesto nuestras ataduras – dijo, con disfrute – No escaparás.
Con una fuerza inhumana, se echó al bárbaro al hombro. De dónde sacaría la fuerza alguien tan bajito?
Sin ninguna delicadeza, puso a Sander encima de la mesa, boca arriba. Sus brazos se movieron solo, con dificultad, hacia las esquinas. El tiempo que duró el proceso fue doloroso, porque sacar sus brazos de debajo de su espalda no es cosa fácil. En el caso de los pies, fue más fácil: la cadena que unía los tobillos desapareció y en su lugar aparecieron otras dos cadenas de las esquinas. Al final, ocurrió lo mismo con sus muñecas.
Inmóvil, observó cómo los hombres  cuchicheaban y unían piezas para formar horrorosas herramientas, según veía en las sombras. En ese momento se dio cuenta de que no sabía de dónde salía la luz, pero ahí estaba. Veía como a plena luz del día. Y no se había dado cuenta hasta ahora. Qué clase de brujería era ésa?
En ese momento, vio una sombra a su derecha, en el lado contrario dónde estaban los armindol. Llevaba la ropa hecha girones, pero la cara apenas se le veía, con la penumbra. Era bajito, y llevaba una melenita descuidada.
Empezó a inspeccionar las cadenas de los tobillos. Sander quiso preguntarle qué hacía, pero antes de despegar los labios, tenía un dedo del extraño sobre su boca.
- Calla – susurró casi imperceptiblemente – Te sacaré de aquí. Sólo calla.
Asintió suavemente. El extraño se retiró, a seguir manoseando las cadenas. Miró a la derecha y vio que los armindol seguían en su mundo, montando instrumentos de pesadilla. De repente, al pensar en su rescatador, sintió algo raro. Su cara. Qué cara tenía? Porque tendría que tener una cara, de eso estaba seguro. Peor no podía recordarla. Un poco más, y casi ni recordaba el resto de su figura. Qué pasaba?
En ese preciso instante, se dio cuenta de que se había llevado la mano a la barbilla. Probó con el resto de miembros. Libre.
Se movió un poco y notó algo duro. Una daga. Ese extraño había estado en todo. Suponiendo que hubiera sido real. Ahora lo dudaba. Apartó esas ideas tan extrañas de su cabeza. Había que salir. Tenía una misión que cumplir.
Ágil, se levantó, saltó hacia Espino y le clavó la daga en el cuello. Ambos pusieron cara de sorpresa.  Inmediatamente, sacó la daga del cuello y se dirigió hacia Arroyo. Pero éste estaba preparado, y embistió al bárbaro con un rodillo lleno de espinas que tenía en la mano. Se agachó, rodó y cortó la pierna con la daga. Arroyo gritó de dolor y cayó.
Sander se levantó, para en un instante abalanzarse sobre Arroyo y acabar con él, pero Espino, no tan muerto como creía, le lanzó un objeto cúbico a la cabeza, derribándolo. Tardó un instante en recobrar de todo el sentido y comenzar a levantarse, pero cuando quiso comenzar, Arroyo estaba encima de él.
Forcejearon mientras Espino se erguía, lentamente. Qué les darían a estos armindol que todo lo aguantaban? Y de repente, Espino se desplomó con un ruido seco. No pudo ver quién era, pues Arroyo le impedía ver mucho. Pero, cuando se quiso dar cuenta, éste dejo de hacer fuerza y desplomó, sin vida, sobre él.
Cuando se deshizo del cuerpo inerme de Arroyo, vio a un desconocido, que le sonaba horriblemente, con una piedra ensangrentada en la mano. La extraña figura se le acercó y le extendió una mano. Sander la agarró y, con la ayuda de su salvador, se levantó. Ni siquiera había vacilado en dársela. Que puñetas pasaba? Si no lo conocía de nada! Iba en contra de todos sus principios de guerrero, líder y norteño. Quiso preguntar el porqué de todo, pero el extraño le puso un dedo en los labios, callándolo.
- Sígueme si quieres salir de aquí – dijo. Y se puso en camino, pasando al lado de Sander. Y, contraviniendo todo instinto de su cuerpo, lo siguió.
Llegaron a la salida. Estaba amaneciendo. Eso significaba casi un día entero fuera. Puede que más. Dónde estarían sus compañeros? Veía pinos y algún castaño. Debía ser Grandik. Bueno, no estaban muy lejos.
- Un gracias estaría bien – comentó el extraño. Sander se giró hacia él. No supo qué decir.
- De hecho – siguió Cleptómano – me debes dos.
- Dos? Cómo que dos? – preguntó, extrañado. Acaso… No, no podía ser.
- Una, la mesa. La otra, deshacerme de esos dos armindol. Y no es para menos – dijo mientras se sentaba en el campo – Me jugué mucho ayudándote. Más de lo que imaginas.
- Pero, no pudiste ser tú el de la mesa… No os parecíais en nada!
- Uffff – resopló – Siempre me pasa igual… - Se levantó – Bueno, he de seguir mi camino. Dime al menos qué te querían
- Dijeron no sé qué de un castigo… - Al momento, se dio cuenta de una cosa – Espera! No serás tú… Estooo… Receptáculo?
- Cleptómano
- Eso!
- Y?
- No te dijo nadie que al Norte te esperaba alguien para guiarte en tu misión?
- Sí…
- Pues somos nosotros.
- Nosotros?
- Mis hombres, mujeres, y yo. Te los presentaré.
- Alto, alto, alto! Yo no me muevo de aquí hasta que me lo expliques.
- Verás, se nos contrató para proteger a un tal Cleptómano hacia Hülle, a una cueva. Nos dijeron que él era la Llave. Y que tenía una cara que nunca habíamos visto. Hace unas semanas, encontramos a alguien así al pie de las montañas Umbrías. Pero se ve que nos equivocamos.
- Y tanto! En fin… Si es lo que ella quiere… Cuántos sois? – “Llave?”, pensó. “Esa bruja está llena de secretos. Al menos, me manda escolta.”
- Nueve, contándome a mí.
- Bien. Tienes mucha gente que presentarme.
Y se encaminaron hacia Grandik.


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