Diez
figuras vestidas de negro sentadas alrededor de una mesa, en el centro de una
taberna pequeña. Ellos, y sólo ellos, estaban en el edificio, callados, mirando
al suelo o a la cerveza. Alguno, de reojo. Hasta que una de las figuras rompió
el silencio.
-
Entonces… Sois vosotros quienes me tienen que guiar?
-
Sí, Cleptómano. Pero nos dijeron que no estabas informado de ello – contestó un
tipo alto, serio, de aire militar, aunque con un flequillo extrañamente largo.
Thau, recordaba que se llamaba.
-
No, no. Lo que no sé es a dónde voy.
-
Tampoco nosotros lo tenemos muy claro. Sabemos que es una zona al noroeste,
pasado el bosque de Hülle…
-
Exactamente a 23 millas al oeste del bosque, Thau – intervino el jefe, Sander.
Llevaba los brazos vendados y había pasado todo el viaje desde Grandik hasta
allí sin hablar salvo para unas breves órdenes cortantes.
-
Con todos mis respetos, capitán – se disculpó el sacerdote, Iock… vara? Tenían
nombres demasiado complicados- Pero yo he estado ahí. Todos hemos pasado por
ahí. Y no hay nada salvo nieve antes de las montañas de Forskeith. Esa
información…
-
Esta información es correcta, Iockvara – dijo el capitán. Luego alzó los brazos
– No me harían esto para dirigirme a una pista falsa.
Cleptómano
quiso decir algo, pero calló. Era evidente que ésta era la ayuda que Kjara le
dijo que le proporcionaría. Pero había algo raro en todo aquello. Sus años de
experiencia se lo decían. No tenía otra opción. Primero, porque sin ellos, no
sería capaz de atravesar el Norte. Segundo, porque si no lo hacía… Bueno, no
moriría. Pero la forma de convencerle de seguir adelante que tendría Kjara
sería bastante peor que cien muertes. Era algo que sabía.
-
Es decir, que nuestro capitán pretende llevarnos ante lo que es una muerte
segura…
-
Porqué dices eso, Vashy?
-
Por qué crees, Stjäla? Vamos a una estepa desierta, sin nada más que nieve,
dejando detrás un bosque capaz de albergar a un ejército, de camino a un
destino que no sabemos ni si existe. Y si lo hace, descubrirlo no será bueno
para nosotros.
Le
resultaba curiosa la relación entre Vashtudyk y Stjäla. Era como cuando alguien
hablara solo, pero con manifestaciones en el exterior. O algo así. Había un
balance entre el pesimismo de Vash y el desparpajo de la ladrona. Muy
compenetrados que estaban. Además, estaba buena.
-
Si es bueno o no, no lo sabemos – respondió el sacerdote.
-
Además, ahora tenemos la Llave! Qué podría salir mal?
La
Llave. La joven Fjöde no dejaba de llamarlo así. Un nombre de leyenda. Quien
liberará la magia. Era verdad? Era evidente que Kjara lo sospechaba. Quizá lo
hiciera hasta su padre. Pero no sabía nada de esa leyenda, así que no sabía qué
pensar. Pero tendría que averiguarlo, le gustase o no. Más bien, no.
-
Muchas cosas, Fjöde! Ser atacados por más creyentes, una emboscada de armindol,
diarrea implosiva…
-
No hay diarrea implosiva en el Norte, Vash – comentó el médico, Rïmedel.
-
Bueno, pero podría haberla. Imagina que una tormenta desvía a esas…
-
Yundins. Son águilas rojas, con la cola purpúrea. Del mar Espeso.
-
Lo que sea. Pues una tormenta las desvía. Y llegan hasta la playa de los
riscos. Allí sus piojos contaminan a una rata de agua, que muerde a un
pescador. Se desataría la hecatombe! – El
tragó saliva. Se ponía bastante nervioso con los catastrofismos de Vash
-
Y si simplemente desaparecemos una temporada? En los balnearios de Mannek, por
ejemplo – a Rïmedel le tembló un poco la voz.
-
Sí! – Se entusiasmó Fjöde – Una vez fui allí, antes de estar con vosotros. Pasé
una semana genial, lo dejé siendo otra. Una vez, recuerdo, me había perdido por
los pasillos, y me encontré a una pareja de ancianos que…
-Negativo
– cortó Thau. Se formó decepción en la cara de Fjöde y Rïmedel. Aunque por
causas distintas.- Hemos de cumplir nuestra misión. Y cuanto antes. Sabemos
cómo se las gasta nuestro contratante.
-
Pero hay un problema, Thau – observó el sacerdote con la mirada fija en Cleptómano – Y es la peculiar condición de
nuestro adjunto.
Todos
callaron. Y el ladrón se hizo el centro de todas las miradas. Stjäla,
sorprendentemente, rompió el silencio.
-
Si le hacemos una cicatriz, no deberíamos tener problemas
-
QUÉ!? ME NIEGO A SER ABIERTO OTRA VEZ!
-
Pues es una solución rápida – comentó Rïmedel
-
Ya verás como no te duele nada, Clepto! Fácil y rápido! – dijo Fjöde con una
sonrisa.
-
No! Aunque tenga que ir andando al fin del mundo, no me usaréis de piedra de
afilar!
-
Pues es la única solución – apuntó Stjäla
-
Yo estoy con nuestro compañero – lo apoyó Vashtudyk – Qué somos? Bárbaros?
-
Eso mismo – contestó Rïmedel.
-
No me refiero a eso! A nadie le gusta ser mutilado.
-
Vashy, no es mutilarlo. Sólo un corte en una mejilla.
-
Es absurdo! Tiene que haber otra manera!
-
Este pelirrojo ha de tener razón! Tiene que existir otra manera! Me niego a
otro corte.
Y
la discusión siguió así durante un buen rato. Hasta que Sander alzó su voz.
-
Callad, joder! – Y todo quedo de nuevo en silencio – Sois más barulleros que
una manada de búfalos de marfil! Si es la única manera, lo harás, Cleptómano. No
permitiré que esta misión fracase por tu reticencia a un cortecito
-
Capitán, igual no es tan buena idea – apuntilló Iockvara – Piense en la
leyenda. Cortarle la cara implicaría que no existiera su poder. Y entonces
jamás cumpliríamos nuestra misión.
-
Y si le colgamos el colgante con nuestro emblema? – atronó una voz grave, como
se imaginaba Cleptómano que sonaría el cielo al caer. Venía de la figura más
grande de todas. Friska.
-
Claro! – exclamó le capitán – Si nos olvidáramos de quién es, sólo tendría que
enseñarnos el colgante y decirnos que es nuestra misión! Thau! Ve a por uno –
El segundo al mando salió, diligente, a por un colgante, al piso de arriba. –
Tú qué opinas?
-
Me gusta la idea de conservar mi cara. Además, he podido comprobar que
conociendo mi condición es más complicado olvidarse de mí. Más cuando se viaja
en compañía.
-
Solucionado entonces.
-
Bien Friska! – exclamó Fjöde mientras le daba palmaditas en el hombre a la
mole.
Un
momento después, todos salían. Hasta Mys, que había estado ahí todo el rato,
pero que no había abierto la boca para nada. Cleptómano lo había olvidado.
Y
todos llevaban al cuello un collar, con un emblema circular, ricamente tallado
en madera. Eran formas intricadas, curvas, que se cruzaban una y otra vez hasta
formar… algo. Aun así, Cleptómano se sentía más nervioso, más fuera de lugar
que nunca.
Ahora
mismo os preguntaréis de dónde ha salido Cleptómano, si en el número anterior…
Que no lo habéis leído? Debería daros vergüenza! Llegar aquí sin haber leído la
entrega anterior… En fin, venga, leedlo. Os dejo tiempo.
Ya?
Bueno, pues de aquello a esto no os lo he contado. Lo he omitido a posta, como
hago a menudo. Se llama “digresión temporal” y mola un montón usarlas. Aunque
seas un poco patoso, quedas como Dios.
Así
que, usando las reglas de la digresión, nos situamos antes de lo que os he
contado más arriba. Cuánto? Dejadme contar… Un par de días serán suficientes. Y
en este pasado, está todo negro. No, no me he pasado retrocediendo. Aunque no
supiera contar, Sander conocía los colores, y ahí no había ninguno, aún con los
ojos abiertos. Debía tener un saco en la cabeza y un secuestro a sus espaldas.
Acababa
de llegar a la consciencia hacía poco, y todo estaba borroso. Cómo había
pasado? Quién había sido? Por qué le picaba la nariz ahora que no podía
rascarse? Tenía las manos atadas a la espalda, y los tobillos unidos por algo
que se sentía y oía como cadenas al mover los pies.
Le
asaltaba el vago recuerdo de haber sentido movimiento. No estaba seguro, pero
debieron transportarlo de algún modo, pues estaba en un interior, y bastante
cálido. El olor a humedad le dio la idea de que estaba en una cueva. O en un
desván muy antiguo. Sin embargo, sentía como si hubiese un gran espacio ante
él, era algo difícil de describir. Así pues, se decantó por la cueva.
Algo
le extrañó al volver los pies. Las cadenas no le permitían separar los pies,
pero no había límites al llevarlos hacia delante o atrás, salvo los puestos por
su anatomía. Entonces tuvo la idea de balancear las piernas hacia delante y
atrás, para mover su asiento, lo que fuera en lo que estuviese sentado. No
funcionó. Ni se movió él, ni lo hizo su asiento. Debía de tener alguna otra
atadura que no sentía. O magia. Y eso no le gustaba.
Significaba armindol.
Aunque, bien pensado… Por qué
sus contratantes habrían querido secuestrarlo? No tenía ningún sentido. Le
habían encargado llevar a una persona desde las montañas Umbrías hasta más allá
de Hülle. Y ese encargo venía del mismo Emperador. Qué estaba pasando aquí?
Se explicaría bastante fácil con
renegados armindol, pero nunca había oído hablar de tal cosa. Los cabrones
parecían tan leales a su gobierno que hasta daba asco. Eso también excluía el
que alguien robase los secretos de su magia. No le habría dado tiempo a
secuestrar a nadie, estaría muerto. O convertido en rana, o lo que quiera que
hicieran esos jodidos brujos.
También podrían ser imitadores
muy hábiles. U otros magos. Pero esa magia no existía en el mundo desde hacía
siglos. Los únicos que quedaban con ella eran los armindol, que como empezaron
a surgir cuando la magia desaparecía, pudieron conservarla. Eso nunca tuvo
sentido en su cabeza, pero era lo único que se sabía. La lealtad armindol otra
vez. Jamás revelarían sus secretos. En parte, por eso eran tan poderosos.
Así pues, qué quedaba?
Creyentes? No eran tan listos en general. Si los guerreros escuchasen de vez en
cuando a los otros, los listos, quizá, pero entonces serían casi renegados.
Piratas? Ese absurdo rumor de
que nadie podía llegar navegando al Norte había alejado a muchos navegantes,
pero los piratas seguían llegando. No solían abrir mucho la boca cuando se
iban, porque si armindol se enteraba de que los ponían en ridículo, se
encargaría de silenciarlos con celeridad. Pero era bastante plausible. Quizá
fueran sharmajadíes, o berenitas. Incluso de más allá, de Malindor o Bathuseim.
No explicaba del todo el motivo del secuestro, pero era mejor, mucho mejor que
ser secuestrado por armindol.
Los pensamientos de Sander se vieron interrumpidos
por unas voces cantarinas.
- Empezamos ya? – dijo una de
las voces, con un tono deseoso. El ominoso eco le confirmó que estaba en una
cueva.
- Mejor será. Voy a por las
herramientas. Tú prepáralo – Oyó sus pasos alejarse. Pero otro par se acercaba,
casi con impaciencia. Se paró enfrente de él. Notó su respiración acelerada.
Trató con controlarla con una inspiración larga, seguida de una expiración
calmada. Y luego de un rato que pareció eterno, le quitó el saco.
Ante sus ojos, una cara con unos
rasgos pálidos y finos, sonreía. Pero no sus ojos. No. Sus ojos decían que iba
a disfrutar mucho con cada hueso partido.
- Cómo te llamas?- Preguntó
dulcemente. No obtuvo respuesta. Sólo una mirada de horror y súbita
comprensión. Eran armindol, sin duda.
- Cómo te llamas? – volvió a
preguntar. Sander siguió sin contestar – Tanto miedo tienes? No debes tenernos
miedo. Sólo venimos a darte un reproche, no un castigo. Mira, para que veas mi
buena fe. Me llamo Arroyo. Y el que vendrá en un momento se llama Espino.
Venga, no seas aguafiestas. Cómo te llamas?
- Sander… Veintisiete… -
contestó, tratando de recobrar aplomo. No lo consiguió, pero por algo se
empieza.
- Vigésimo séptimo, querrás
decir, no? – Sander asintió, en un gesto que pretendía ser firme, pero que
recordaba más al de un niño respondiendo a la pregunta de un extraño – Vaya, es
un nombre que suena importante. En fin, no nos hemos equivocado – Dándose la
vuelta, de un bolsillo de su pantalón gris sacó una pastilla. Al lanzarla al
suelo, se convirtió en una silla – Llegan esas herramientas o qué? – preguntó,
visiblemente enfadado.
Ahora Sander podía ver. La cueva
era enorme, más de lo que se había imaginado. El techo quedaba casi a oscuras.
Era muy llana, antinaturalmente lisa. Mirando hacia su cuerpo, se vio sin
heridas. A su cintura se extendía una especie de hilos brillantes que lo
sujetaban a una prominencia del suelo, con forma de taburete, donde estaba
sentado. No vio más cadenas en sus tobillos que las que unían uno con su
opuesto. No tenía respaldo, pero tampoco podía moverse hacia atrás, quizá por
esos hilos en la cintura.
Además, observó que tenía los
brazos vendados hasta el hombro. No le dolía. Tampoco recordaba que le hubiesen
dolido. O la causa de los vendajes.
Miró al frente, y vio a Arroyo,
nervioso. No dejaba de cambiar las piernas de posición, de revolverse en su
silla. Sus facciones, casi de cuento de hadas, se estaban contrayendo en una
mueca de impaciencia. Llevaba unos pantalones grises y un kaftán verde
ricamente adornado, sujeto con un cinturón azul. Tenía una pinta un poco
ridícula, pero estaba en el Norte, donde aguerridos hombres vestían de rosa
fucsia. Pasaría desapercibido.
- Recuerdas cómo llegaste aquí?
– preguntó de repente. Se quedó quieto, mirándolo fijamente. Ante la falta de
respuesta, contestó el mismo – Aprovechamos cuando fuiste a mear después de
comer. Te dormimos con un conjuro – E hizo un extraño ademán con los dedos –
Luego, Espino te cargó con el hombro. Las zarzas te arañaron todos los brazos.
Sangrabas como un cerdo, así que te vendamos. No queríamos que esas zarzas se
llevasen la diversión – Sonrió. Y luego de una pausa, añadió – Ahora ya tienes
de qué presumir. Y más que tendrás! – Soltó una risotada.
En ese momento, sonaron pasos
– Al fin! – Tenía la cara iluminada de gozo.
De la derecha de Sander llegaba
el que debía ser Espino. Alto y espigado, llevaba una túnica negra, húmeda de
sangre, que lo hacía más delgado. Tenía una mirada fría, que disuadía a
cualquiera de sostenérsela. Toda su actitud proyectaba la impresión de no tener
un pequeño rastro de corazón.
Arroyo se había levantado.
Estaba emocionado. No paraba de moverse nerviosamente, en una especie de
ridículo baile en las cercanías de Espino. Éste, ignorándolo, soltó una
pastilla como la su compañero, de la que surgió una mesa, mientras pulsaba una
especie de botones sobre la superficie de una caja. Empezó a abrirse,
desplegándose en diversos cajones, llenos de herramientas desconocidas para
Sander.
Ansioso, Arroyo se inclinó para
coger alguna, pero Espino le propinó una buena bofetada, mientras decía:
- Quieto. Yo preparo el
material. Tú lo llevas a la mesa.
Visiblemente enojado, se levantó
repentinamente y se acercó a paso ligero hacia Sander. Se agachó a su lado,
pulsó algún botón o palanca en el lateral del promontorio y los hilos de su
cintura se liberaron. Aprovechó para escapar, pero nada más levantarse, se
quedó paralizado. A punto estuvo de desplomarse, pero el armindol lo sujetó por
la atadura de las muñecas, que le dolió inmensamente.
- Mientras lleves puesto
nuestras ataduras – dijo, con disfrute – No escaparás.
Con una fuerza inhumana, se echó
al bárbaro al hombro. De dónde sacaría la fuerza alguien tan bajito?
Sin ninguna delicadeza, puso a
Sander encima de la mesa, boca arriba. Sus brazos se movieron solo, con
dificultad, hacia las esquinas. El tiempo que duró el proceso fue doloroso,
porque sacar sus brazos de debajo de su espalda no es cosa fácil. En el caso de
los pies, fue más fácil: la cadena que unía los tobillos desapareció y en su
lugar aparecieron otras dos cadenas de las esquinas. Al final, ocurrió lo mismo
con sus muñecas.
Inmóvil, observó cómo los
hombres cuchicheaban y unían piezas para
formar horrorosas herramientas, según veía en las sombras. En ese momento se
dio cuenta de que no sabía de dónde salía la luz, pero ahí estaba. Veía como a
plena luz del día. Y no se había dado cuenta hasta ahora. Qué clase de brujería
era ésa?
En ese momento, vio una sombra a
su derecha, en el lado contrario dónde estaban los armindol. Llevaba la ropa
hecha girones, pero la cara apenas se le veía, con la penumbra. Era bajito, y
llevaba una melenita descuidada.
Empezó a inspeccionar las
cadenas de los tobillos. Sander quiso preguntarle qué hacía, pero antes de
despegar los labios, tenía un dedo del extraño sobre su boca.
- Calla – susurró casi
imperceptiblemente – Te sacaré de aquí. Sólo calla.
Asintió suavemente. El extraño
se retiró, a seguir manoseando las cadenas. Miró a la derecha y vio que los
armindol seguían en su mundo, montando instrumentos de pesadilla. De repente,
al pensar en su rescatador, sintió algo raro. Su cara. Qué cara tenía? Porque
tendría que tener una cara, de eso estaba seguro. Peor no podía recordarla. Un
poco más, y casi ni recordaba el resto de su figura. Qué pasaba?
En ese preciso instante, se dio
cuenta de que se había llevado la mano a la barbilla. Probó con el resto de
miembros. Libre.
Se movió un poco y notó algo
duro. Una daga. Ese extraño había estado en todo. Suponiendo que hubiera sido
real. Ahora lo dudaba. Apartó esas ideas tan extrañas de su cabeza. Había que
salir. Tenía una misión que cumplir.
Ágil, se levantó, saltó hacia
Espino y le clavó la daga en el cuello. Ambos pusieron cara de sorpresa. Inmediatamente, sacó la daga del cuello y se
dirigió hacia Arroyo. Pero éste estaba preparado, y embistió al bárbaro con un
rodillo lleno de espinas que tenía en la mano. Se agachó, rodó y cortó la
pierna con la daga. Arroyo gritó de dolor y cayó.
Sander se levantó, para en un instante
abalanzarse sobre Arroyo y acabar con él, pero Espino, no tan muerto como
creía, le lanzó un objeto cúbico a la cabeza, derribándolo. Tardó un instante
en recobrar de todo el sentido y comenzar a levantarse, pero cuando quiso comenzar,
Arroyo estaba encima de él.
Forcejearon mientras Espino se
erguía, lentamente. Qué les darían a estos armindol que todo lo aguantaban? Y
de repente, Espino se desplomó con un ruido seco. No pudo ver quién era, pues
Arroyo le impedía ver mucho. Pero, cuando se quiso dar cuenta, éste dejo de
hacer fuerza y desplomó, sin vida, sobre él.
Cuando se deshizo del cuerpo
inerme de Arroyo, vio a un desconocido, que le sonaba horriblemente, con una
piedra ensangrentada en la mano. La extraña figura se le acercó y le extendió
una mano. Sander la agarró y, con la ayuda de su salvador, se levantó. Ni
siquiera había vacilado en dársela. Que puñetas pasaba? Si no lo conocía de
nada! Iba en contra de todos sus principios de guerrero, líder y norteño. Quiso
preguntar el porqué de todo, pero el extraño le puso un dedo en los labios,
callándolo.
- Sígueme si quieres salir de
aquí – dijo. Y se puso en camino, pasando al lado de Sander. Y, contraviniendo
todo instinto de su cuerpo, lo siguió.
Llegaron a la salida. Estaba
amaneciendo. Eso significaba casi un día entero fuera. Puede que más. Dónde
estarían sus compañeros? Veía pinos y algún castaño. Debía ser Grandik. Bueno,
no estaban muy lejos.
- Un gracias estaría bien –
comentó el extraño. Sander se giró hacia él. No supo qué decir.
- De hecho – siguió Cleptómano –
me debes dos.
- Dos? Cómo que dos? – preguntó,
extrañado. Acaso… No, no podía ser.
- Una, la mesa. La otra,
deshacerme de esos dos armindol. Y no es para menos – dijo mientras se sentaba
en el campo – Me jugué mucho ayudándote. Más de lo que imaginas.
- Pero, no pudiste ser tú el de
la mesa… No os parecíais en nada!
- Uffff – resopló – Siempre me
pasa igual… - Se levantó – Bueno, he de seguir mi camino. Dime al menos qué te
querían
- Dijeron no sé qué de un
castigo… - Al momento, se dio cuenta de una cosa – Espera! No serás tú… Estooo…
Receptáculo?
- Cleptómano
- Eso!
- Y?
- No te dijo nadie que al Norte
te esperaba alguien para guiarte en tu misión?
- Sí…
- Pues somos nosotros.
- Nosotros?
- Mis hombres, mujeres, y yo. Te
los presentaré.
- Alto, alto, alto! Yo no me
muevo de aquí hasta que me lo expliques.
- Verás, se nos contrató para
proteger a un tal Cleptómano hacia Hülle, a una cueva. Nos dijeron que él era
la Llave. Y que tenía una cara que nunca habíamos visto. Hace unas semanas,
encontramos a alguien así al pie de las montañas Umbrías. Pero se ve que nos
equivocamos.
- Y tanto! En fin… Si es lo que
ella quiere… Cuántos sois? – “Llave?”, pensó. “Esa bruja está llena de secretos.
Al menos, me manda escolta.”
- Nueve, contándome a mí.
- Bien. Tienes mucha gente que
presentarme.
Y se encaminaron hacia Grandik.
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