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lunes, 4 de noviembre de 2013

Cleptómano XX


                Diez figuras vestidas de negro sentadas alrededor de una mesa, en el centro de una taberna pequeña. Ellos, y sólo ellos, estaban en el edificio, callados, mirando al suelo o a la cerveza. Alguno, de reojo. Hasta que una de las figuras rompió el silencio.
                - Entonces… Sois vosotros quienes me tienen que guiar?
                - Sí, Cleptómano. Pero nos dijeron que no estabas informado de ello – contestó un tipo alto, serio, de aire militar, aunque con un flequillo extrañamente largo. Thau, recordaba que se llamaba.
                - No, no. Lo que no sé es a dónde voy.
                - Tampoco nosotros lo tenemos muy claro. Sabemos que es una zona al noroeste, pasado el bosque de Hülle…
                - Exactamente a 23 millas al oeste del bosque, Thau – intervino el jefe, Sander. Llevaba los brazos vendados y había pasado todo el viaje desde Grandik hasta allí sin hablar salvo para unas breves órdenes cortantes.
                - Con todos mis respetos, capitán – se disculpó el sacerdote, Iock… vara? Tenían nombres demasiado complicados- Pero yo he estado ahí. Todos hemos pasado por ahí. Y no hay nada salvo nieve antes de las montañas de Forskeith. Esa información…
                - Esta información es correcta, Iockvara – dijo el capitán. Luego alzó los brazos – No me harían esto para dirigirme a una pista falsa.
                Cleptómano quiso decir algo, pero calló. Era evidente que ésta era la ayuda que Kjara le dijo que le proporcionaría. Pero había algo raro en todo aquello. Sus años de experiencia se lo decían. No tenía otra opción. Primero, porque sin ellos, no sería capaz de atravesar el Norte. Segundo, porque si no lo hacía… Bueno, no moriría. Pero la forma de convencerle de seguir adelante que tendría Kjara sería bastante peor que cien muertes. Era algo que sabía.
                - Es decir, que nuestro capitán pretende llevarnos ante lo que es una muerte segura…
                - Porqué dices eso, Vashy?
                - Por qué crees, Stjäla? Vamos a una estepa desierta, sin nada más que nieve, dejando detrás un bosque capaz de albergar a un ejército, de camino a un destino que no sabemos ni si existe. Y si lo hace, descubrirlo no será bueno para nosotros.
                Le resultaba curiosa la relación entre Vashtudyk y Stjäla. Era como cuando alguien hablara solo, pero con manifestaciones en el exterior. O algo así. Había un balance entre el pesimismo de Vash y el desparpajo de la ladrona. Muy compenetrados que estaban. Además, estaba buena.
                - Si es bueno o no, no lo sabemos – respondió el sacerdote.
                - Además, ahora tenemos la Llave! Qué podría salir mal?
                La Llave. La joven Fjöde no dejaba de llamarlo así. Un nombre de leyenda. Quien liberará la magia. Era verdad? Era evidente que Kjara lo sospechaba. Quizá lo hiciera hasta su padre. Pero no sabía nada de esa leyenda, así que no sabía qué pensar. Pero tendría que averiguarlo, le gustase o no. Más bien, no.
                - Muchas cosas, Fjöde! Ser atacados por más creyentes, una emboscada de armindol, diarrea implosiva…
                - No hay diarrea implosiva en el Norte, Vash – comentó el médico, Rïmedel.
                - Bueno, pero podría haberla. Imagina que una tormenta desvía a esas…
                - Yundins. Son águilas rojas, con la cola purpúrea. Del mar Espeso.
                - Lo que sea. Pues una tormenta las desvía. Y llegan hasta la playa de los riscos. Allí sus piojos contaminan a una rata de agua, que muerde a un pescador. Se desataría la hecatombe! – El  tragó saliva. Se ponía bastante nervioso con los catastrofismos de Vash
                - Y si simplemente desaparecemos una temporada? En los balnearios de Mannek, por ejemplo – a Rïmedel le tembló un poco la voz.
                - Sí! – Se entusiasmó Fjöde – Una vez fui allí, antes de estar con vosotros. Pasé una semana genial, lo dejé siendo otra. Una vez, recuerdo, me había perdido por los pasillos, y me encontré a una pareja de ancianos que…
                -Negativo – cortó Thau. Se formó decepción en la cara de Fjöde y Rïmedel. Aunque por causas distintas.- Hemos de cumplir nuestra misión. Y cuanto antes. Sabemos cómo se las gasta nuestro contratante.
                - Pero hay un problema, Thau – observó el sacerdote con la mirada fija en  Cleptómano – Y es la peculiar condición de nuestro adjunto.
                Todos callaron. Y el ladrón se hizo el centro de todas las miradas. Stjäla, sorprendentemente, rompió el silencio.
                - Si le hacemos una cicatriz, no deberíamos tener problemas
                - QUÉ!? ME NIEGO A SER ABIERTO OTRA VEZ!
                - Pues es una solución rápida – comentó Rïmedel
                - Ya verás como no te duele nada, Clepto! Fácil y rápido! – dijo Fjöde con una sonrisa.
                - No! Aunque tenga que ir andando al fin del mundo, no me usaréis de piedra de afilar!
                - Pues es la única solución – apuntó Stjäla
                - Yo estoy con nuestro compañero – lo apoyó Vashtudyk – Qué somos? Bárbaros?
                - Eso mismo – contestó Rïmedel.
                - No me refiero a eso! A nadie le gusta ser mutilado.
                - Vashy, no es mutilarlo. Sólo un corte en una mejilla.
                - Es absurdo! Tiene que haber otra manera!
                - Este pelirrojo ha de tener razón! Tiene que existir otra manera! Me niego a otro corte.
                Y la discusión siguió así durante un buen rato. Hasta que Sander alzó su voz.
                - Callad, joder! – Y todo quedo de nuevo en silencio – Sois más barulleros que una manada de búfalos de marfil! Si es la única manera, lo harás, Cleptómano. No permitiré que esta misión fracase por tu reticencia a un cortecito
                - Capitán, igual no es tan buena idea – apuntilló Iockvara – Piense en la leyenda. Cortarle la cara implicaría que no existiera su poder. Y entonces jamás  cumpliríamos nuestra misión.
                - Y si le colgamos el colgante con nuestro emblema? – atronó una voz grave, como se imaginaba Cleptómano que sonaría el cielo al caer. Venía de la figura más grande de todas. Friska.
                - Claro! – exclamó le capitán – Si nos olvidáramos de quién es, sólo tendría que enseñarnos el colgante y decirnos que es nuestra misión! Thau! Ve a por uno – El segundo al mando salió, diligente, a por un colgante, al piso de arriba. – Tú qué opinas?
                - Me gusta la idea de conservar mi cara. Además, he podido comprobar que conociendo mi condición es más complicado olvidarse de mí. Más cuando se viaja en compañía.
                - Solucionado entonces.
                - Bien Friska! – exclamó Fjöde mientras le daba palmaditas en el hombre a la mole.
                Un momento después, todos salían. Hasta Mys, que había estado ahí todo el rato, pero que no había abierto la boca para nada. Cleptómano lo había olvidado.
                Y todos llevaban al cuello un collar, con un emblema circular, ricamente tallado en madera. Eran formas intricadas, curvas, que se cruzaban una y otra vez hasta formar… algo. Aun así, Cleptómano se sentía más nervioso, más fuera de lugar que nunca.

                Ahora mismo os preguntaréis de dónde ha salido Cleptómano, si en el número anterior… Que no lo habéis leído? Debería daros vergüenza! Llegar aquí sin haber leído la entrega anterior… En fin, venga, leedlo. Os dejo tiempo.
                Ya? Bueno, pues de aquello a esto no os lo he contado. Lo he omitido a posta, como hago a menudo. Se llama “digresión temporal” y mola un montón usarlas. Aunque seas un poco patoso, quedas como Dios.
                Así que, usando las reglas de la digresión, nos situamos antes de lo que os he contado más arriba. Cuánto? Dejadme contar… Un par de días serán suficientes. Y en este pasado, está todo negro. No, no me he pasado retrocediendo. Aunque no supiera contar, Sander conocía los colores, y ahí no había ninguno, aún con los ojos abiertos. Debía tener un saco en la cabeza y un secuestro a sus espaldas.
                Acababa de llegar a la consciencia hacía poco, y todo estaba borroso. Cómo había pasado? Quién había sido? Por qué le picaba la nariz ahora que no podía rascarse? Tenía las manos atadas a la espalda, y los tobillos unidos por algo que se sentía y oía como cadenas al mover los pies.
                Le asaltaba el vago recuerdo de haber sentido movimiento. No estaba seguro, pero debieron transportarlo de algún modo, pues estaba en un interior, y bastante cálido. El olor a humedad le dio la idea de que estaba en una cueva. O en un desván muy antiguo. Sin embargo, sentía como si hubiese un gran espacio ante él, era algo difícil de describir. Así pues, se decantó por la cueva.
                Algo le extrañó al volver los pies. Las cadenas no le permitían separar los pies, pero no había límites al llevarlos hacia delante o atrás, salvo los puestos por su anatomía. Entonces tuvo la idea de balancear las piernas hacia delante y atrás, para mover su asiento, lo que fuera en lo que estuviese sentado. No funcionó. Ni se movió él, ni lo hizo su asiento. Debía de tener alguna otra atadura que no sentía. O magia. Y eso no le gustaba.
Significaba armindol.
Aunque, bien pensado… Por qué sus contratantes habrían querido secuestrarlo? No tenía ningún sentido. Le habían encargado llevar a una persona desde las montañas Umbrías hasta más allá de Hülle. Y ese encargo venía del mismo Emperador. Qué estaba pasando aquí?
Se explicaría bastante fácil con renegados armindol, pero nunca había oído hablar de tal cosa. Los cabrones parecían tan leales a su gobierno que hasta daba asco. Eso también excluía el que alguien robase los secretos de su magia. No le habría dado tiempo a secuestrar a nadie, estaría muerto. O convertido en rana, o lo que quiera que hicieran esos jodidos brujos.
También podrían ser imitadores muy hábiles. U otros magos. Pero esa magia no existía en el mundo desde hacía siglos. Los únicos que quedaban con ella eran los armindol, que como empezaron a surgir cuando la magia desaparecía, pudieron conservarla. Eso nunca tuvo sentido en su cabeza, pero era lo único que se sabía. La lealtad armindol otra vez. Jamás revelarían sus secretos. En parte, por eso eran tan poderosos.
Así pues, qué quedaba? Creyentes? No eran tan listos en general. Si los guerreros escuchasen de vez en cuando a los otros, los listos, quizá, pero entonces serían casi renegados.
Piratas? Ese absurdo rumor de que nadie podía llegar navegando al Norte había alejado a muchos navegantes, pero los piratas seguían llegando. No solían abrir mucho la boca cuando se iban, porque si armindol se enteraba de que los ponían en ridículo, se encargaría de silenciarlos con celeridad. Pero era bastante plausible. Quizá fueran sharmajadíes, o berenitas. Incluso de más allá, de Malindor o Bathuseim. No explicaba del todo el motivo del secuestro, pero era mejor, mucho mejor que ser secuestrado por armindol.
 Los pensamientos de Sander se vieron interrumpidos por unas voces cantarinas.
- Empezamos ya? – dijo una de las voces, con un tono deseoso. El ominoso eco le confirmó que estaba en una cueva.
- Mejor será. Voy a por las herramientas. Tú prepáralo – Oyó sus pasos alejarse. Pero otro par se acercaba, casi con impaciencia. Se paró enfrente de él. Notó su respiración acelerada. Trató con controlarla con una inspiración larga, seguida de una expiración calmada. Y luego de un rato que pareció eterno, le quitó el saco.
Ante sus ojos, una cara con unos rasgos pálidos y finos, sonreía. Pero no sus ojos. No. Sus ojos decían que iba a disfrutar mucho con cada hueso partido.
- Cómo te llamas?- Preguntó dulcemente. No obtuvo respuesta. Sólo una mirada de horror y súbita comprensión. Eran armindol, sin duda.
- Cómo te llamas? – volvió a preguntar. Sander siguió sin contestar – Tanto miedo tienes? No debes tenernos miedo. Sólo venimos a darte un reproche, no un castigo. Mira, para que veas mi buena fe. Me llamo Arroyo. Y el que vendrá en un momento se llama Espino. Venga, no seas aguafiestas. Cómo te llamas?
- Sander… Veintisiete… - contestó, tratando de recobrar aplomo. No lo consiguió, pero por algo se empieza.
- Vigésimo séptimo, querrás decir, no? – Sander asintió, en un gesto que pretendía ser firme, pero que recordaba más al de un niño respondiendo a la pregunta de un extraño – Vaya, es un nombre que suena importante. En fin, no nos hemos equivocado – Dándose la vuelta, de un bolsillo de su pantalón gris sacó una pastilla. Al lanzarla al suelo, se convirtió en una silla – Llegan esas herramientas o qué? – preguntó, visiblemente enfadado.
Ahora Sander podía ver. La cueva era enorme, más de lo que se había imaginado. El techo quedaba casi a oscuras. Era muy llana, antinaturalmente lisa. Mirando hacia su cuerpo, se vio sin heridas. A su cintura se extendía una especie de hilos brillantes que lo sujetaban a una prominencia del suelo, con forma de taburete, donde estaba sentado. No vio más cadenas en sus tobillos que las que unían uno con su opuesto. No tenía respaldo, pero tampoco podía moverse hacia atrás, quizá por esos hilos en la cintura.
Además, observó que tenía los brazos vendados hasta el hombro. No le dolía. Tampoco recordaba que le hubiesen dolido. O la causa de los vendajes.
 Miró al frente, y vio a Arroyo, nervioso. No dejaba de cambiar las piernas de posición, de revolverse en su silla. Sus facciones, casi de cuento de hadas, se estaban contrayendo en una mueca de impaciencia. Llevaba unos pantalones grises y un kaftán verde ricamente adornado, sujeto con un cinturón azul. Tenía una pinta un poco ridícula, pero estaba en el Norte, donde aguerridos hombres vestían de rosa fucsia. Pasaría desapercibido.
- Recuerdas cómo llegaste aquí? – preguntó de repente. Se quedó quieto, mirándolo fijamente. Ante la falta de respuesta, contestó el mismo – Aprovechamos cuando fuiste a mear después de comer. Te dormimos con un conjuro – E hizo un extraño ademán con los dedos – Luego, Espino te cargó con el hombro. Las zarzas te arañaron todos los brazos. Sangrabas como un cerdo, así que te vendamos. No queríamos que esas zarzas se llevasen la diversión – Sonrió. Y luego de una pausa, añadió – Ahora ya tienes de qué presumir. Y más que tendrás! – Soltó una risotada.
En ese momento, sonaron pasos
 – Al fin! – Tenía la cara iluminada de gozo.
De la derecha de Sander llegaba el que debía ser Espino. Alto y espigado, llevaba una túnica negra, húmeda de sangre, que lo hacía más delgado. Tenía una mirada fría, que disuadía a cualquiera de sostenérsela. Toda su actitud proyectaba la impresión de no tener un pequeño rastro de corazón.
Arroyo se había levantado. Estaba emocionado. No paraba de moverse nerviosamente, en una especie de ridículo baile en las cercanías de Espino. Éste, ignorándolo, soltó una pastilla como la su compañero, de la que surgió una mesa, mientras pulsaba una especie de botones sobre la superficie de una caja. Empezó a abrirse, desplegándose en diversos cajones, llenos de herramientas desconocidas para Sander.
Ansioso, Arroyo se inclinó para coger alguna, pero Espino le propinó una buena bofetada, mientras decía:
- Quieto. Yo preparo el material. Tú lo llevas a la mesa.
Visiblemente enojado, se levantó repentinamente y se acercó a paso ligero hacia Sander. Se agachó a su lado, pulsó algún botón o palanca en el lateral del promontorio y los hilos de su cintura se liberaron. Aprovechó para escapar, pero nada más levantarse, se quedó paralizado. A punto estuvo de desplomarse, pero el armindol lo sujetó por la atadura de las muñecas, que le dolió inmensamente.
- Mientras lleves puesto nuestras ataduras – dijo, con disfrute – No escaparás.
Con una fuerza inhumana, se echó al bárbaro al hombro. De dónde sacaría la fuerza alguien tan bajito?
Sin ninguna delicadeza, puso a Sander encima de la mesa, boca arriba. Sus brazos se movieron solo, con dificultad, hacia las esquinas. El tiempo que duró el proceso fue doloroso, porque sacar sus brazos de debajo de su espalda no es cosa fácil. En el caso de los pies, fue más fácil: la cadena que unía los tobillos desapareció y en su lugar aparecieron otras dos cadenas de las esquinas. Al final, ocurrió lo mismo con sus muñecas.
Inmóvil, observó cómo los hombres  cuchicheaban y unían piezas para formar horrorosas herramientas, según veía en las sombras. En ese momento se dio cuenta de que no sabía de dónde salía la luz, pero ahí estaba. Veía como a plena luz del día. Y no se había dado cuenta hasta ahora. Qué clase de brujería era ésa?
En ese momento, vio una sombra a su derecha, en el lado contrario dónde estaban los armindol. Llevaba la ropa hecha girones, pero la cara apenas se le veía, con la penumbra. Era bajito, y llevaba una melenita descuidada.
Empezó a inspeccionar las cadenas de los tobillos. Sander quiso preguntarle qué hacía, pero antes de despegar los labios, tenía un dedo del extraño sobre su boca.
- Calla – susurró casi imperceptiblemente – Te sacaré de aquí. Sólo calla.
Asintió suavemente. El extraño se retiró, a seguir manoseando las cadenas. Miró a la derecha y vio que los armindol seguían en su mundo, montando instrumentos de pesadilla. De repente, al pensar en su rescatador, sintió algo raro. Su cara. Qué cara tenía? Porque tendría que tener una cara, de eso estaba seguro. Peor no podía recordarla. Un poco más, y casi ni recordaba el resto de su figura. Qué pasaba?
En ese preciso instante, se dio cuenta de que se había llevado la mano a la barbilla. Probó con el resto de miembros. Libre.
Se movió un poco y notó algo duro. Una daga. Ese extraño había estado en todo. Suponiendo que hubiera sido real. Ahora lo dudaba. Apartó esas ideas tan extrañas de su cabeza. Había que salir. Tenía una misión que cumplir.
Ágil, se levantó, saltó hacia Espino y le clavó la daga en el cuello. Ambos pusieron cara de sorpresa.  Inmediatamente, sacó la daga del cuello y se dirigió hacia Arroyo. Pero éste estaba preparado, y embistió al bárbaro con un rodillo lleno de espinas que tenía en la mano. Se agachó, rodó y cortó la pierna con la daga. Arroyo gritó de dolor y cayó.
Sander se levantó, para en un instante abalanzarse sobre Arroyo y acabar con él, pero Espino, no tan muerto como creía, le lanzó un objeto cúbico a la cabeza, derribándolo. Tardó un instante en recobrar de todo el sentido y comenzar a levantarse, pero cuando quiso comenzar, Arroyo estaba encima de él.
Forcejearon mientras Espino se erguía, lentamente. Qué les darían a estos armindol que todo lo aguantaban? Y de repente, Espino se desplomó con un ruido seco. No pudo ver quién era, pues Arroyo le impedía ver mucho. Pero, cuando se quiso dar cuenta, éste dejo de hacer fuerza y desplomó, sin vida, sobre él.
Cuando se deshizo del cuerpo inerme de Arroyo, vio a un desconocido, que le sonaba horriblemente, con una piedra ensangrentada en la mano. La extraña figura se le acercó y le extendió una mano. Sander la agarró y, con la ayuda de su salvador, se levantó. Ni siquiera había vacilado en dársela. Que puñetas pasaba? Si no lo conocía de nada! Iba en contra de todos sus principios de guerrero, líder y norteño. Quiso preguntar el porqué de todo, pero el extraño le puso un dedo en los labios, callándolo.
- Sígueme si quieres salir de aquí – dijo. Y se puso en camino, pasando al lado de Sander. Y, contraviniendo todo instinto de su cuerpo, lo siguió.
Llegaron a la salida. Estaba amaneciendo. Eso significaba casi un día entero fuera. Puede que más. Dónde estarían sus compañeros? Veía pinos y algún castaño. Debía ser Grandik. Bueno, no estaban muy lejos.
- Un gracias estaría bien – comentó el extraño. Sander se giró hacia él. No supo qué decir.
- De hecho – siguió Cleptómano – me debes dos.
- Dos? Cómo que dos? – preguntó, extrañado. Acaso… No, no podía ser.
- Una, la mesa. La otra, deshacerme de esos dos armindol. Y no es para menos – dijo mientras se sentaba en el campo – Me jugué mucho ayudándote. Más de lo que imaginas.
- Pero, no pudiste ser tú el de la mesa… No os parecíais en nada!
- Uffff – resopló – Siempre me pasa igual… - Se levantó – Bueno, he de seguir mi camino. Dime al menos qué te querían
- Dijeron no sé qué de un castigo… - Al momento, se dio cuenta de una cosa – Espera! No serás tú… Estooo… Receptáculo?
- Cleptómano
- Eso!
- Y?
- No te dijo nadie que al Norte te esperaba alguien para guiarte en tu misión?
- Sí…
- Pues somos nosotros.
- Nosotros?
- Mis hombres, mujeres, y yo. Te los presentaré.
- Alto, alto, alto! Yo no me muevo de aquí hasta que me lo expliques.
- Verás, se nos contrató para proteger a un tal Cleptómano hacia Hülle, a una cueva. Nos dijeron que él era la Llave. Y que tenía una cara que nunca habíamos visto. Hace unas semanas, encontramos a alguien así al pie de las montañas Umbrías. Pero se ve que nos equivocamos.
- Y tanto! En fin… Si es lo que ella quiere… Cuántos sois? – “Llave?”, pensó. “Esa bruja está llena de secretos. Al menos, me manda escolta.”
- Nueve, contándome a mí.
- Bien. Tienes mucha gente que presentarme.
Y se encaminaron hacia Grandik.


lunes, 30 de septiembre de 2013

Cleptómano XIX

Las montañas Umbrías, las más altas de un continente entero, son la frontera natural entre el Cruce y el Norte. Existe un paso, bastante angosto, que las permite cruzar, después de semanas de duras caminatas y frío glacial. Sin olvidar los animales salvajes, que, por alguna razón, están sedientos de sangre. Por eso es un paso poco transitado. Sin embargo, en su cara norte, justo al pie de éste, tres figuras embozadas en el negro más negro imaginado por un humanoide, esperan.
            - Con este frío, acabaré por perder mi nariz! – exclamó la figura de la derecha. Una prominente nariz de la que colgaba un bigote era lo único que destacaba en su cara de tan abrigado que iba.
            - Y aquella vez, en el lago de helado de Blodsvt? – le replicó la figura central. Alta, aunque no tanto como la de la izquierda, con la cabeza descubierta, revelando el pelo y los ojos castaños. – Si es que ya no sabes qué hacer para quejarte.
            - Oh, vamos, Thau! Sabes que siempre me tocan a mí estas cosas! El turno de espera en la mañana más fría del año!
            - Thaürdelssen para ti. Soy tu superior – Más serio y barbudo que en Colina Férrea, ahora se ganaba la vida en su tierra natal. Ser segundo al mando de unos mercenarios era bastante parecido al jefe de la Guardia de un castillo: con gritar más que ellos solía ser suficiente.
            - Oh, tío…
            - Ni una palabra más, Vashtudyk, o te pongo a cavar letrinas – amenazó el antaño soldado con un índice bien rígido.
            - Vale! Vale! – accedió el mercenario, con las manos en alto. De un manotazo, Thau le quitó la capucha, enseñando su pelo rojizo corto y unos ojos azules. Volviéndosela a subir, aunque no mucho, comenzó a murmurar cosas sobre la mala compañía que siempre le tocaba y añorar los tiempos en los que sólo viajaba con su esposa y el poco frío que pasaba con ella.
            Esperaron durante horas, dando paseítos cortos, sin perder de vista el paso. Sólo existía el ruido de la naturaleza y las quejas de Vashtudyk, que versaban sobre lo difícil que era comer bien siendo mercenario, pero claro, la paga era buena, y la estabilidad laboral tampoco era algo nada desdeñable, aunque fluctuase según la estación y la economía interna. La gente se pelea menos cuando hay poco dinero, irónicamente, reflexionaba. Si hay una pelea en alguna taberna o pueblo, y ese lugar se reconstruye, el que ya hubiera poco dinero, condicionaba pagas más exiguas, pues sus principales contratadores eran taberneros. O en menos que saquear, pues también eran las principales víctimas, junto con los tenderos y vendedores. Eso implicaba, a su vez, menos dinero para comida, más debilidad, y menos peleas. Este irrefutable planteamiento se vio repentinamente interrumpido por una voz femenina.
            - Vashy, cariño, menos mal que no eres el tesorero del grupo – comentó una mujer bien formada. El ejercicio regular y una buena herencia habían hecho con sus curvas lo mismo que el río con el valle. Dos dagas colgaban evidentes a ambos lado de la cadera.
            - Stjäla, te recuerdo que cuando administré nuestra aldea, tuvimos más dinero que nadie – contestó mientras abrazaba a la mujer.
            - He de recordarte que nos arruinaste al comprar un cargamento de pingüinos que resultaron ser ladrones enanos disfrazados?
            - Eh! La idea era buena. Que el mundo haya perdido sus principios no es… - Un beso de su esposa lo cayó.
            - Oh! Mirad que bonito! Es como si una urraca se enamorase de un pavo real – dijo la otra mujer, bajita, con menos curvas, pero con más sonrisas. Thau sonrió ante el comentario. Y dijo:
            - Sois vosotras el revelo para nosotros, Fjöde?
            - Sí, señor! Friska continúa, no? – preguntó, señalando a la sombra más alta. Resulta que era una mujer grande como un buey. Y uniceja.
            - Afirmativo – a pesar de los años, mantenía su estilo militar. – No se cansa. Parece hecha en piedra. – Y para contradecir las palabras de su superior, levantó la mano y la cabeza arriba.
            - Un señor pequeñito está bajando! – exclamó, con una voz como el mugido de un toro.
            - Ojalá tuviese un chico que llegase así de rápido – bromeó Fjöde.- La de tiempo libre!
            - Créeme, ese tiempo libre no merece la pena – respondió Stjäla, mirando pícaramente al bigotudo guerrero. Y éste, con la cabeza gacha, comenzó a murmurar sobre lo mucho que había cambiado todo, que ahora el trabajo del hombre estaba mal considerado. Su esposa, viendo lo que acababa de provocar, se puso a su lado, como siempre, a decirle cosas bonitas. Y se alejaron del grupo.
            - Estos dos son los más indisciplinados soldados que he visto jamás… - se resignó Thau mientras se encaminaba hacia el paso.
            - Anímese, señor – dijo Fjöde, detrás de él – Le conté aquello de cuándo era pequeña y tenía una foca de mascota? Se llamaba Rubéola y…
            Respirando hondo, aceleró el paso.

            Sander XXVII no sabía contar. De ahí su autoimpuesto nombre. Pero sabía que le faltaban hombres. Más de los que había mandado al pie de las montañas, claro. Sabía que Iockvara estaba en medio de unos arbustos, rezando a Hjör. Veía las volutas de humo aromático. Nadie sabía de qué estaba hecha esa sustancia incendiaria, salvo los propios sacerdotes, pero olía a gloria. Había visto él mismo a Iockvara recoger ciertas plantas para preparar tal sustancia, y a pesar de ello, no las identificaba en el olor. Tenía que ser algo. Pis de gamusino o algo así.
            Sabía además que Mys dormía en su tienda. Aunque aquella palabra podría ser excesiva para lo que hacía él ahí dentro. Realmente, sólo estaba tumbado, casi sin respirar, meditando. Nada mucho más allá de lo que solía hacer de pie. Salvo que de pie a veces hablaba. Pocas, pero lo hacía. Y de esas, sólo se le entendía la mitad.
            Así pues, faltaba Rïmedel. Quería pensar que nadaba buscando algo para confeccionar sus remedios, y no que había olido problemas y se había escondido. Sus desapariciones solían significar malas noticias en un futuro inmediato. O aún peor, malas noticias en un presente inmediato. Eso lo inquietó un poco. Recordó aquella vez, en Jonfrinheim, cuando en medio del mercado, el médico se había esfumado y una legión entera de fanáticos norteños los había atacado con horcas, antorchas, espadas y lenguas afiladas. Su compañía se había abierto paso gracias a espadazos entre las llamas y los “hijos de puta” hasta salir de la ciudad, donde se encontraron a Rïmedel, corriendo como si saliera del infierno. Después de ello, Iockvara hizo penitencia ante Hlülla, con ayuno y vigilia durante un mes. Vashtudyk y su esposa rezaron todas las noches de ese mismo mes. El resto callaron.
            Al volver a la realidad, Sander alzó la cabeza, con un pequeño sobresalto. Rïmedel estaba clasificando hierbas, mientras Iockvara se estaba acercando. Buena señal. Suspiró y se acercó a sus subordinados.
            - Cómo ha ido hoy, Rïm?
            - Capitán – dijo al tiempo que se giraba y se levantaba, serio – No me vuelva a llamar… - Una mirada de Sander le hizo recordar su descendencia, a medio camino entre alimañas y gallinas – Ha ido bien, capitán. Tendremos remedios para casi todo, excepto para la afosis columpiante, pero no estamos en Yag, así que nos da un poco igual. Y… llámame como quiera, por favor – Sin añadir nada más, volvió, sudando, a sus labores.
            - Buen trabajo – comentó, monocorde – Iockvara, puedo charlar contigo?
            - Por supuesto, capitán – contestó obediente. Sander consultaba al hombre piadoso por su sensatez. Y porque Thau no estaba cerca.
            Caminaron brevemente, rodeando un pequeño montículo. En cuanto lo perdieron de vista, se pararon.
            - No crees que tardan mucho? – preguntó Sander, preocupado.
            - Usted debería saberlo, capitán – contestó, sin ningún cambio en su rostro.
            - Ya, ya. No me vengas con monsergas! – exclamaba mientras gesticulaba – Necesito una opinión, no un discurso, demonios!
            - Sé que está nervioso, pero este es el trabajo más sencillo que hemos hecho en los últimos cinco años. Tiene que salir bien. O no se acuerdo de aquél de Wysmir?
            - Complejo de narices, sí. Pero yo iba en la partida principal. Si no llega a ser por mi idea de tirarles encima aquél árbol estaríamos muertos.
            - Tiene razón, capitán – Pero todos sabían que el capitán había corrido y corrido hasta que no tenía dónde escapar. Cuando no pudo escapar, trepó. Y como no lo podían alcanzar, cortaron el árbol. Por un milagro del cielo, el peso de Sander hizo que el árbol cayera justo para aplastar a sus enemigos – Sin embargo, tienen a los Tres con ellos.
            - Espero que tengas razón. De todos modos, si antes de que caiga el sol no aparecen, iremos a buscarlos. Ese relevo está tardando demasiado. – Mirando hacia el campamento, añadió – Volvamos.
            - Como usted ordene, capitán.
            Se encaminaron, lentamente, hacia dónde habían dejado a Mys y Rïmedel. Ninguno abrió la boca. Pero en las cercanías, abrieron mucho los ojos, al ver al curandero correr, en silencio, con todas sus plantas bien agarradas, en dirección al bosque. Aquello sólo significaba malas noticias. Para todos. Una breve mirada de espanto entre ambos hombres bastó para que se encaminasen corriendo al campamento. Mys los esperaba allí, erguido, observando al este.
            - Mys! Qué ocurre? – exigió saber Sander. Pero no obtuvo respuesta. Sólo el desenvainar de la Espiral de la Muerte (N del T: era un muelle. Así es, un muelle. He investigado todas las fuentes de la época, y algunas algo posteriores al siglo VII de la Caída, y, aunque no he encontrado expresamente que sea un muelle, las descripciones coinciden con uno, atado a un palo. Esta omisión es probablemente debida a que sólo Armindol tenía el concepto de muelle, y ningún documento suyo menciona a Mys, cosa extraña. En cuanto a la forma y lugar dónde lo encontró, probablemente hubiera llegado a alguna playa, fruto de la deriva). Tragaron saliva. Eso eran problemas muy gordos.
            Desde el este empezaron a perfilarse siluetas. Con el sol de cara, era difícil saber cuántos eran.
            - Subid al montículo – ordenó el capitán. Acto seguido, estaban en su cima.
            Ya no tenían el sol tan de frente, y vieron a su enemigo. Casi una veintena de guerreros norteños iban hacia ellos, en busca de pelea. Amarillo y rosa eran los colores más predominantes de las pieles que cubrían una pequeña porción de su anatomía. No dejaban mucho a la imaginación. Ni a la protección. Aun así, eran demasiados, hasta para Mys. Tendrían que aguantar.
            - Capitán. Aguantaremos? – preguntó Iockvara – No nos han pillado en buen momento para una cacería religiosa.
            - Tendremos que hacerlo. No hay lugar a dónde ir.
            Los bárbaros los habían localizado, y corrían en pos. Sander e Iockvara cogieron sus armas y esperaron. Mys ni se movió.

            Thau corría a la cabeza del equipo, seguido por Vashtudyk, Stjäla y Fjöde. Unos pasos más atrás iba Friska, que llevaba, como si de un saco se tratase, al pobre hombre rescatado de las montañas. Estaba inconsciente y severamente consumido, pero había cosas más urgentes ahora.
            - Podrías decirnos al menos por qué corremos tanto, no? –dijo, entrecortadamente, Fjöde – Y a quién acerté con la flecha?
            - No te fijaste en sus ropas? Maldita sea, era un norteño! – exclamó Vashy – Demonios, niña! Uno de los más creyentes de todos!
            - Oye, sólo he visto un par de inviernos menos que tú! Además…
            - Callad! Era sólo un pequeño espía. Es el capitán quién nos tiene que preocupar.
            - Pero como puedes saberlo, Thau – quiso saber Stjäla.
            - Sólo hay un camino para llegar al pie de las montañas. Y nuestro campamento está en medio.
            - Aún así… - comenzó a hablar Fjöde
            - Demonios! Aunque no haya tenido tiempo de avisar, los verán. Y matarán! Sólo hay un tipo de norteño por aquí. Los desertores! Y ese el peor tipo de renegado! Tenemos que apurar, joder!
            Corriendo como si les persiguieran lobos feroces, llegaron al pie del montículo, a las espaldas de sus tres compañeros. Se pararon. A una señal de Thau, Fjöde subió el monte, arco cargado. A varias palabras sencillas y lentas, consiguieron hacer entender a Friska que tenía que ocultar al hombre entre aquéllos arbustos.
            La sorpresa fue mayúscula cuando Sander, Mys e Iockvara vieron a varios norteños caer por una ráfaga de flechas. Sólo una persona podía lanzar una salva que diese en tantos blancos. Se giraron para ver a Fjöde celebrar el impacto múltiple. El capitán y el hombre santo compartieron una mirada de alivio. Iban a hacer lo mismo con Mys, pero cuando se dieron cuenta, estaba matando norteños. Ni uno sólo le tocaba, y cada vez que movía su Espiral de la Muerte, uno caía. Cuando el resto del grupo llegaba, lo único que pudieron hacer fue cortar la retirada a unos pocos guerreros. Cuando ya casi no quedaba luz, mataron al último.
            Volvieron lentamente al campamento, salvo Iockvara. Iba a darles a los cadáveres la sepultura ritual del norte. Incineración y un breve rezo a los Tres porque sus almas alcanzaran la Tierra de la Batalla Eterna. Vashtudyk no paraba de quejarse de lo mucho que le dolían las piernas. Él no estaba hecho para correr, decía. Necesitaba guardar su fuerza para el hacha. Porque un hacha bien afilada y con fuerza desmembraba y mataba de un tajo, pero cansado, apenas arañaba, y claro, necesitaba todo lo que pudiera, que no se le tenía en cuenta con las estrategias, como siempre, no era nada nuevo, pero no se cansaba de repetir que… Stjäla lo cayó con un beso. Todos suspiraron de alivio.
            Como si nada hubiera pasado, Rïmedel estaba en el campamento, ordenando hierbas. Levantó la cabeza y los saludó a medida que se encaminaban a sus tiendas. Recibió un leve movimiento de la pareja, un saludo muy efusivo de Fjöde, un abrazo aplasta pechos de Friska y la más absoluta indiferencia de Mys. Thau y Sander se sentaron cerca para hablar sobre el día. El segundo al mando habló, explicando con pelos y señales cómo había ido el día. La luna y el humo de la pira iban subiendo a medida que seguía su relato que contaba, minuto a minuto, la misión. Mientras desgranaba frases de cada uno y los turnos de las guardias, Stjäla y Vashy habían ido a rezar con Iockvara, y los tres habían vuelto, cabizbajos. Hasta Rïmedel había acabado ya de componer sus hierbas. Era medianoche cuando Thau a la parte que ambos conocían.
            - … Entonces ordené a Fjöde que subiera y…
            - Muy bien, Thau. Para, esa parte la conozco ya. Cómo está nuestro objetivo? – El preguntado puso cara de extrañeza. Y luego levantó una cara con unos ojos abiertos de par en par. Ojos que contagiaron a su capitán. Ambos exclamaron:
            - OH, MIERDA!          
            Salieron corriendo el monte. Lo rodearon, buscando los arbustos.
            - Son aquéllos, capitán! – avisó Thau, señalando.
            Echaron una última carrera. Allí seguía, inconsciente, el hombre. Lo llevaron al campamento., despertaron a Rïmedel para que se encargara de él y ambos se metieron en cama, por fin.

            En las montañas Umbrías, a muchos, muchos codos de altura, Cleptómano dormía dentro de una pequeña grieta.
           


            

lunes, 10 de junio de 2013

Cleptómano XVIII

- Papá! Papá! Dónde estás?
- Dónde me dejaste la última vez, hijo.
- Es que tu nieto…
- Supongo que no querrá dormirse sin una historia, no?
- Es que lo tienes enganchado.
- No como otro, que se quedó traumatizado…
- Pero es que a quién se le ocurre contar esas cosas a un crío de 6 años!
- Bueno, tu retoño tiene otra opinión.
- Avalon siempre fue un chico especial.
- No confundas rareza con buen gusto!
- Lo que tú digas. Irás?
- No dejaré a mi nieto sin historias!
Sube las escaleras despacio, la edad ya no le perdona. Piensa para sí que mejor que no le perdone las rodillas o la espalda, pero sí el cerebro. Mientras se dirige a la habitación de su nieto, va armando la historia. Pero es complicado, está en un punto delicado. Llega a la puerta del cuarto, con la historia mediada. Tendrá que improvisar.
- Alguien pidió una historia?
- Abuelo! – Se abrazan – Me seguirás contando historias de Cleptómano? Está muy interesante!
- No, hoy te contaré como conocí a tu abuela.
- Pero eso es un rollo! Yo quiero saber cómo Cleptómano cumple su destino!
- Está bien, está bien. Pero déjame hacer memoria. Ocurrió hace mucho, y mis facultades no son las de antes.
- Oh, abuelo! No te tomes el pelo. No soy tonto, sé que esa historia es pura fantasía.
- Eso me convertiría en un mentiroso, no crees? Y yo nunca te he mentido!
- Y aquella vez que me dijiste que rescataste a la abuela de un clan ninja de nazis-comunistas comandados por un pulpo terrorista que…
- Eso no era mentira! Verás, aquélla mañana volví a casa más temprano de lo normal. Extrañado, porque había demasiado silencio, fui a nuestro cuarto y… Sorpresa! No estaba tu abuela. En su lugar, una nota, firmada por el barón Von Ocktopussen, me pedía que…
- Céntrate, abuelo!
- Lo siento, ya empiezo a chochear.
- No digas tonterías! Cuéntame la historia, anda.
 -No sé si la recordaré como es debido. Antes tenía una memoria prodigiosa: en un pestañeo memorizaba cada uno de los objetos de una habitación y los enumeraba en orden alfabético. Pero ahora… Bien, creo que ésta empezaba tal que así: “Jon el Bardo había cogido por los pelos el carruaje que lo llevaría al puesto de los guard…”
- No te hagas el tonto! Quiero que me cuentes una historia de Cleptómano. Qué pinta Jon el bardo que no sabía cantar pero follaba igual aquí?
- Niño! Cómo sabes tú eso?
- Te encontré la historia por internet. Qué es eso de que follaba?
- Que tenía… mucho éxito con sus conciertos. Eso es.
- Y cómo lo hacía si no sabía cantar? Era mago?
- Algo parecido. Tenía un gran carisma, que es un tipo de encanto. Un encantamiento crónico.
- Aaaaaah. Pues de mayor quiero ser como él!
- Tú y todos. Bueno, sigamos: “Jon el Bard…”
- Que no! Que te dije Cleptóm…!”
- Cállate, mocoso! Pesado, que eres un pesado. Si me dejas continuar, verás cómo es de Cleptómano. Estamos?
- Estamos.
- Ahora, déjame hablar: “Jon el Bardo había cogido por los pelos el carruaje que lo llevaría al puesto de los guardas a la entrada de la Fragua de Sombras. Poco a poco habían empezado a restaurarla, pero su antigua magnificencia se hallaba sólo en la mente de aquellos que la habían visto antes de la Incineración. Ahora era sólo un bosque grande sin el Padre; una sombra de lo que había sido, dicho de una forma un tanto poética. Había guardas para evitar que tal accidente volviera a ocurrir. Aunque como era un empleo de creación muy reciente, no sabían muy bien lo que hacer, así que se dedicaban a beber vino y evitar el paso de hachas y antorchas. Claro que eso suponía un problema por la noche, cuando no veías al compañero que viajaba a tu lado. Así que cruzarlo era cuestión de semanas. Y un refugio excelente para los fugitivos. Aun así, los guardas estaban muy orgullosos de su trabajo, a pesar de que eran la zona con más asesinatos por jornada de todo el Cruce.
            >>”Volviendo a Jon… éste… ehm…. Bueno… Por dónde iba?
- Se dirigía a la Fragua en un carruaje.
- Ah! Sí? Ah! Si! Verás, él lo llamaba carruaje, pero no era más que un carro lleno de paja tirado por un caballo de un campesino que pasaba por allí. Y se dirigía hacia la Fragua porque le habían comentado que un burd… Una posada cercana organizaba un concurso de canciones. Él quería aprovechar y… componer una hermosa canción sobre la historia del bosque naciente y ganarse el respeto y la admiración del público. Y de las damiselas, por supuesto. De momento sólo tenía un par de versos, bastante pobres, pero prometedores.
- Y cómo decían, abuelo?
- No lo recuerdo. Y deja de interrumpir! Volviendo al cuento, Jon estaba embobado, perdido en su mundo de versos y tet… rimas. Tan hundido estaba que no prestaba atención al traqueteo del carro, o al cantar de los pájaros. Hasta que el carro paró en seco, arrebatándole todos sus sueños.
>> Le gritó al conductor, pidiéndole explicaciones de por qué se habían parado, y sólo señaló hacia adelante: lo que parecía un hombre se hallaba tirado en medio del camino, cubierto de barro, sangre, y harapos. Ambos bajaron a verlo con más detenimiento. Parecía desmayado. Debía estar desmayado, pues aún respiraba. Inmediatamente, Jon se apiadó de él. Nunca había llegado a estados tan extremos, pero sí en sus huidas de… fans descontentos, había acabado realmente mal. De hecho, sólo seguía vivo porque era un tipo muy rápido. Así que lo que cogió en brazos y lo subió al carro. En seguida, el carretero elevó la voz:
>>- Oiga usted! No me suba a vagabundos a mi carro!
>>- Este hombre puede morir si no lo ayudamos! Es que no tiene piedad?
>>- Lo que no quiero tener es mala gente en mi carro.
>>- Le pagaré el doble al llegar, pero él se vendrá con nosotros.
>>- Está bien- Contestó a regañadientes- Pero pase lo que pase, es responsabilidad suya.
- Qué fácil se dejó convencer el carretero, no?
- Ya te dije que el mayor poder de Jon era su encanto.
- Pero si no hizo nada! Sólo hablar con él. Y de una forma muy sosa
- El encanto está en sus gestos, la forma de articular las palabras…
- Pues no has dicho nada sobre eso!
- Está bien, la próxima vez, te lo indicaré. Ahora, déjame seguir: “ Veamos… ah! Jon le dio agua al moribundo. En una parada, cerca de un río, lo lavó como buenamente pudo. Al verlo libre de mugre, se dio cuenta de que su cara le sonaba mucho, pero estaba seguro de no haberlo visto nunca antes en su vida. Es más, algo le decía que podía olvidar esa cara fácilmente. Sin embargo, en seguida desechó tales pensamientos y lo devolvió a la carreta, dónde le había hecho un colchón de paja. Ese hombre llevaba mucho tiempo a la intemperie, solo y sin comida. Necesitaría mucho que descansar.”
- Ese hombre era Cleptómano, a que si?
- Pareces muy seguro. Deja que la propia historia te de la respuesta, eh?
- Vaaaaale
- Sigamos: “Al día siguiente, llegaron a una villa, a unos pocos días de distancia del put... de la posada. Creo recordar que se llama “Dragones Calientes”. O quizá “Zumo de Limón”. No lo tengo muy claro, aquélla gente siempre fue muy rara con los nombres. Bueno, me refiero a la posada, no a la villa. Las villas no tienen nombre, salvo que sean de un noble muy rico, y el dueño de ésta ni era noble, ni era rico. Era más bien un señor que se creía astuto por ampliar su terreno por tierras sin dueño. Claro, eso hacía la mitad de la propiedad estuviera sin usar, y la otra mitad, estaba todo lo bien aprovechada que puede estar un terreno manejado por una familia de cuatro miembros, tres ellos mujeres.”
>>”Volviendo a Jon, éste había estado cuidando del vagabundo toda la noche, lo había tapado con sus ropas y le había dado de beber como buenamente había podido. Tenía ya mejor cuerpo, pero necesitaba reposo. Reposo que, esperaba, le darían en la villa. Y el llegaría a tiempo para el concurso”
>>”Sin embargo, al hablar con el villano, descubrió que el adjetivo le venía al pelo: No se iban a quedar con el enfermo, puesto que no lo conocían y no eran unas Hermanas Caritativas.
- Abuelo.
- Ya me parecía a mí que me estabas dejando hablar mucho. Dime.
- Qué son las Hermanas Caritativas? Nunca hablaste de ellas.
- Una parte del Dogma de los Nueve que se dedica a cuidar enfermos.
- No tenían médicos? Cómo se curaban entonces?
- No, no tenían. Se curaban por una combinación de suerte y fortaleza física. Era un mundo duro.
- Debía de serlo, sí.
- Si no me vuelves a interrumpir, seguiré.
- Abuelo.
- Qué.
- Los Capas aún seguían existiendo, verdad?
- Te he dicho lo contrario?
- No.
- Entonces es que sí.
- Peroperoperopero… Hace un montón que no salen!
- Pues porque son gente ocupada! Me dejas seguir?
- Si…
- Bien, bien: “El dilema estaba en que el carretero le había dicho que no se podía detener, que quería llegar cuanto antes al put… a la posada, dónde le esperaban su mujer y su hija. Hacía mucho tiempo que no veía a su mujer ni a su hija. Así que, por un lado, su vertiente de buena persona le decía de quedarse con su recién encontrado inválido, pues estaba seguro de que no llegaría al siguiente lugar habitado, y mucho menos a la posada, y por el otro, su lado competitivo y orgulloso que quería llegar a su destino, ganarlos a todos, quedarse con el dinero, las mujeres y la fama. Sobre todo las mujeres.”
- A ese bardo le gustaban demasiado las mujeres, no, abuelo?
- Pues si. Su carisma y su física las volvía loquitas.
- Y por qué querrías volver a una mujer “loquita”?
- Bueno… las mujeres hacen cosas por ti. Cosas que de otro modo no.
- Aunque cantes fatal?
- Aunque cantes fatal.
- Pues el lunes en el cole las volveré a todas loquitas para que me hagan los ejercicios de lengua!
El abuelo casi se atraganta y se puso a toser con furia. Unas palmaditas en la espalda, cortesía de su nieto, pusieron las cosas en su sitio.
- Vamos a seguir, que si no, no te duermes nunca: “Al final, Jon decidió quedarse. Una fuerza de peso en su decisión fue que el carretero se fue mientras él daba una vuelta para aclararse las ideas, dejando al pobre moribundo en el suelo. Maldiciendo cada rama de su árbol genealógico, comunicó la situación a sus hospedadores. Le dieron a Clept…”
- Ah! Te pillé! Sí que es Cleptómano!
- No, niño, no me has pillado, que no he dicho nada.
- Pero si estoy seguro que ibas a decir…
- Que iba a decir qué? Eh? Soy un hombre mayor, me confundo a menudo!
- Vale, vale. Perdona.
- Así me gusta. Prosigamos: “Le dieron al moribundo una habitación enorme y cómoda. Todos los días, la hija mayor, Cler, lo lavaba, le cambiaba los paños húmedos y lo alimentaba con sopas calientes. Tratos mejores a un enfermo sólo se les fue dado a los grandes reyes de la antigüedad. Claro que no todo era un camino de rosas. Jon tenía que trabajar de sol a sol para pagar la estancia a su desconocido amigo. El villano era un villano roñoso. Hasta su nombre inspiraba desconfianza: Demrstök, que en la lengua bárbara de los norteños quiere decir "zarigüeya". Cada hierba segada y cada col plantada hacía que mirase al horizonte y pensase, con nostalgia, en lo que se estaría perdiendo al no poder ir a la posada, pues él era hombre de canción, de amor, de competición! Pero tampoco quería dejar al pobre hombre sólo. Él había estado en situaciones parecidas, sabía lo que se sufría. Y tampoco tenía transporte. Esperaría a que ese hombre despertase y luego ya decidiría qué hacer.”
>>”Realmente, Jon no había estado así ni de lejos. Pero siendo como era un vivalavirgen y cobarde, aprovechaba para compensar sus actos con unos un poco mejores. Por eso se había unido a Gaïne Vainilla en su loca empresa. Por eso hacia ahora esto. Aunque nunca lo admitiría delante de nadie. Quizá porque tampoco lo admitía ni a él mismo. Tampoco su fuerte era la introspección”
- Abuelo, que es un vivalavirgen?
-Pues es un señor muy religioso. Y ni una palabra más. Déjame seguir!
>>” Mientras que Jon se afanaba en tener la mente en la tierra y en otros menesteres más apetecibles, el hombre soñaba. Qué soñaba? No lo sé. Él no lo recuerda. Al menos, nunca me lo llegó a contar. Quizá soñó con toda su vida pasada, quizá soñó otra vida, la que el querría. O inventó mundos innombrables, con terrores innombrables y alegrías innombrables. Ni idea. Él se llevó su secreto a la tumba.”
>>”Al final, los sueños comenzaron a dar paso a formas nebulosas. Porque es lo que siempre pasa cuando se acaban los sueños. Imágenes inconexas comenzaron a surgir. Hasta que se impuso la realidad. Estaba hambriento. Y no sabía dónde. Una sábana hecha de pieles caras. Una habitación hecha de piedra completamente de piedra pulida y exquisitamente trabajada, que gozaba de una chimenea y muebles de madera finamente tallados. O se había vuelto rico de sopetón o se había muerto y aquello era el cielo. Se miró. Estaba vestido de seda. Con muchas magulladuras, por lo que pudo comprobar. Y dolían a rabiar. No, debía de haberse vuelto rico de sopetón.”
>>”De repente, en la puerta, se dio cuenta de que una moza lo estaba mirando con los ojos muy abiertos. Dejó caer la bandeja con un cuenco, armando un gran estruendo, y salió corriendo, gritando como una condenada. Al cabo de un pequeño rato, personas que no conocía de nada estaban enfrente a él, tratando de hablarle como si fuera subnormal. Pero en una esquina, descolgado del cuadro, vio a Jon. Lo recordaba, oh, sí. De hacía cientos de años, cuando ni brujas ni piratas habían tratado de jugar con su vida y destino. Quería saludarlo, abrazarlo, alegrarse… No lo hizo por dos razones: la primera, que ni podía hablar, ni moverse ni nada. La segunda, que no se acordaría de su cara.”
- Ves! Te dije que era Cleptómano!
- Bueno, de momento parece que tienes razón. Veamos si es verdad: “Cuando reparó en ese pensamiento, se fue a tocar la cara. Estaba vendada. Para sus adentros, sonrió. Quizá tuviese cicatrices. Quizá podría volver a desaparecer.
>> “- No se preocupe, señor – dijo una de las chicas, la más bajita, al ver que se tocaba – Realmente la cara estaba casi intacta. Se la vendamos para mantenerlo sujeto  y poder alimentarlo de forma más sencilla. Pero se la quito ahora.”
>> Un ademán brusco detuvo a la chica en seco. Su corazón estaba partido. Debió haberlo pensado antes. Aquella bruja no lo dejaría ir tan fácilmente. Tendría que asumir que no le quedaba otra salida y cumplir esos designios que otros habían tomado para él. Indicó por gestos que quería mantener la cabeza vendada y el estómago lleno. Al cabo de un rato, una buena sopa apareció delante de él.”
>> “A medida que pasaban los días, él iba ganando fuerza. Había recuperado el habla. Comenzó a pasear por la enorme villa. Se presentó como Hazel, a quién le habían dado una paliza de muerte unos bandoleros no lejos de allí. Se le habían llevado todas sus posesiones, que no eran muchas. La mayoría recuerdos de su viuda. La señora de la casa y sus hijas enseguida se apiadaron de él. Dermstök no. Bufaba y soltaba comentarios hirientes. Era un tacaño que sólo veía en sus huéspedes una pérdida de dinero. Despreciaba al bardo, y sospechaba que se veía a escondidas con la mayor de sus hijas.”
- Porqué querría nadie verse a escondidas con una chica?
- Argh! Que te he dicho de interrumpirme?
- Sí, pero… Es que no lo entiendo!
- Y no lo entenderás, hasta que seas mayor. De momento te diré que para cantarle canciones.
- Pues sigo sin entenderlo…
- Con el tiempo lo harás, en serio. Ahora, proseguiré: “Por tod…”
- Qué es proseguir?
- Pero te callarás, niño del demonio! Oh, venga, no llores. No llores venga. Toma, un abrazo. Mejor? Perdona, es que la edad me ha ido quitando paciencia… proseguir es continuar. Contento? Puedo seguir? Si? Bien: “Por todos los medios trataba el villano villano sacar a sus huéspedes de su hogar, sin resultado aparente, pues su esposa e hijas frustraban cada intentona con mucho amor y comida. Jon ya casi no trabajaba. Y al que se hacía llamar Hazel… todo eran vendas cambiadas, arrumacos y grandes comidas para ponerse fuerte.”
>> “Hasta que un día, que Hazel caminaba por el lado este de la villa, llegó Jon con todas sus viandas, corriendo y dando gritos:”
>>”- Hazel, compadre, tenemos que irnos! Corre! Nos quiere matar! – Y pasó a su lado corriendo sin detenerse.”
>> “- Pero por qué? – preguntó, confuso. Ante la sincera duda de su compadre, Jon se detuvo, giró sobre sus talones, y con la cara pálida y ojos desorbitados, le contestó.”
>> “- El viejo me ha pillado con una de sus hijas. Y ha jurado matarnos, Hazel! Viene hacia aquí! Fue a buscar la espada familiar. Ha mandado ensillar su caballo!”
>> “ – Si no he hecho nada! Huye tú, que yo te cubro.
>> “ – Te creerás que eso le importa? Sólo quiere deshacerse de ambos!”
>>”Y ante la remota perspectiva de perder su cabeza y cabrear a Kjara, Cleptómano corrió junto con el bardo.”
- Ves? Si es que soy un chico listo!
- Si, al final la historia te da la razón.
- Y ya está?
- No, aún queda un ratito. Quieres ir a por algo de leche?
- No espero a que la acabes. Saldrá el concurso de poesía.
- Sólo hay una forma de saberlo.
- Pero dímelo, jo…
- No, no sale. En esta historia no.
- Vaya! Qué chasco! Pero me la contarás.
- Cuando la recuerde.
- Pero si estas historias te las inventas!
- Mocoso insolente! Estas historias me las contó el mismo Barbamenta antes de morir! Te atreves a cuestionar la palabra del pirata más peligroso del mundo conocido?
- Abuelo, por favor…
- Estos críos de hoy en día, sin respeto por nada ni por nadie… Pues sabes qué te digo? Que ya que es inventada, no te afectará en nada no saber el final. Adiós!
- No espera! Cuéntame más, cuéntame más!
- Para qué? Para que me interrumpas? Para que descreas la palabra del mayor pirata de todos los tiempos? Para perder mi tiempo?
- No, no. He decidido que tiene que ser verdad. Barbamenta nunca mentiría.
- Así me gusta. Continuaré, si me lo permites: “Corrieron: Cleptómano por su vida, Jon por su…vida también, pues quería conservarla cuán larga había sido hasta el momento. No mucho, pero bien aprovechada.
>>”Cleptómano no quería repetir la furia de Kjara. Ni en un millón de años. Sólo quería cumplir su misión y que lo dejara en paz. Vivir por fin.
>>”Atravesaron cuatro árboles con intención de bosque, un río lleno de ranas y una planicie enorme llena de rocas, hasta llegar a un pueblo (cuatro casas con intención de pueblo). Sin detenerse, llegaron a la posada local. Y entraron, confiando en despistar a su villano persecutor.”
>>”Se sentaron en un sitio cualquiera, pues todos estaban vacíos. Y húmedos. Pidieron cerveza. El camarero, demasiado joven como para ser el dueño – aunque lo era- les sirvió pis de caballo espumoso. Bebieron en silencio durante un buen rato.”
>>”- Y dime, cómo llegaste hasta aquí? – preguntó Jon rompiendo el silencio. Pero éste enseguida se recompuso. Tardó bastante en romperse de nuevo.”
>>”- Pues corriendo, como tú – fueron sus palabras. No quería extenderse mucho. Era el primer conocido que se encontraba. Y no lo reconocía. Antes no le importaría, ahora le sentaba fatal.”
>>” – Ya – bebió – Me refería a cuándo te encontramos.
>>” – Te expresas fatal para ser un bardo.”
>>” – Mi público piensa otra cosa – dijo con orgullo evidente.”
>>” – Pues tiene el oído en el coño.”
>>” – No ése soy yo – respondió poniendo una sonrisa pícara. Cleptómano resopló. Inaudito. Un bardo de lengua roma. Ni si quiera entretenimiento le iba a dar. Porque ya lo había escuchado cantar. Y se negaba a escucharlo de nuevo. Cómo podrían aquéllas mujeres (todas) si quiera quedarse una canción? Las tetas debían taparles las orejas. Aunque pensaba que con lo ingenuas que eran en general las personas del Cruce… nada difícil para alguien con un poco de guapura y algo de saber hacer. La corriente de pensamientos se vio alterada por un portazo. Los había encontrado. Él y toda la población de los alrededores al parecer.”
>>” - Ellos son! Los mancilladores! – gritó Dermstök – Rodeadlos!”
>>”En un abrir y cerrar de ojos, estaban acorralados entre las paredes de la taberna y una decena de aldeanos furiosos con horcas, azadas, una espada buena y una ballesta. Y antorchas, a pleno día. Una muchedumbre furiosa de libro.”
>>” – Si me dejaran explicar… - trató de decir Cleptómano. Pero no pudo. Una flecha clavada cerca de su oreja le cerró la boca.
>>” – Non suelo fallar dous vecces – le advirtió. El ladrón tragó saliva.”
>>” – Antes de que hagan nada! Prendedlos! – ladró el villano. La muchedumbre de libro se miró. No era tan de libro como había parecido: no llevaban sogas.”
>>” Cleptómano enseguida se dio cuenta de ello. De una rápida patada, tiró al de su derecha. Al caer, tiró la antorcha. Y en ese momento se dieron cuenta de que la humedad de la posada sólo estaba en las mesas. El suelo estaba seco. Muy seco.”
>>”Fuego y humo aparecieron casi al instante, como por encanto. La confusión que apareció fue aprovechada por ambos compadres para escapar. Saltaron por las mesas, derribaron cada uno a los paisanos que estaban en su camino, doblados tosiendo o afanándose en escapar. Silbaron flechas por encima de la cabeza del bardo, pero no le dieron. A continuación salió por la puerta.”
>>”Cleptómano lo tenía un poco más crudo. Bueno, no crudo. Con el calor del interior se podría asar un buey entero vivo. Así que no entendía cómo  Dermstök seguía vivo. Vivo y furioso, delante de él. Los ojos inyectados en sangre decían: “El otro se habrá escapado, pero tú no.” Empezó a avanzar hacia el ladrón, y éste a retroceder. El fuego le flanqueaba la salida. No podía escapar. Quizá si era rápido, podría esquivar algún tajo, pero no creí que mucho más.”
>>” De pronto, no pudo avanzar más. Un poste. De eso que sujetan el techo para que no se caiga. Arrinconado. Se apretujó bien hacia atrás y pensó en lo enfadada que se iba a poner Kjara.”
>>” Seguido de un chasquido detrás de él, el techo se derrumbó. Escombros y toneles apastaron al villano delante de él. Bendiciendo a su suerte, o lo que fuera, Cleptómano saltó por encima de la morralla que había vencido a su enemigo y salió corriendo.”
>>” A unos metros del pueblo, le esperaba el bardo. Juntos corrieron. Detrás de ellos, el pueblo trataba de aplacar las llamas. Nadie les persiguió. Cuando la maleza comenzaba a ser más alta, se escondieron, a descansar.”
>>”- De un pelo, eh? – comentó el bardo.”
>>” – Habla por ti. A mí me fue de una astilla – Jon lo miró extrañado. Pero no dijo nada hasta que recobraron el aliento.”
>>” – Hacia dónde vas, amigo? Yo me dirijo al “Zumo de Limón”, al noroeste de aquí. Ya sabes, cerca de la Fragua. Un concurso y su premio me esperan.”
>>” – Yo voy a noreste. Lo siento amigo. Nuestros caminos se separan – trató de contener una risilla. Ya sabía el concurso, la audiencia que tendría y el premio que le darían. Qué predecible era todo – Sin embargo – añadió con una sonrisa sincera – te acompañaré un trecho.”
>>” Y así, los amigos que ya eran amigos de antes, caminaron un rato, dejando atrás el humo negro producto de su aventura. Caminaron durante una semana, hablando de nada, y sin canciones, afortunadamente. Cuando llegó el momento de la despedida. Se dieron la mano, se abrazaron y se dieron las espaldas. Nunca mñas se volvieron a ver.”
>>” Fin.”
- Jo! Pues este capítulo no me ha gustado nada! Y qué pasa con Jon? Gana su concurso? Y Cleptómano? Qué será de Cleptómano? Porque seguro que el próximo día no va de Cleptómano y aparece detrás de una puerta o algo así!
- Tranquilo, hombre!  Este es un capítulo de transición. Es normal que no sea tan bueno. Pero los siguientes sí que irán todos sobre Cleptómano. Prometido. Nos acercamos al final.
- Ah! Si?
- Sí.
- Qué bien! Pero… y Jon?
- Oh, gana, por supuesto.
- Gracias a su encantamiento?
- En efecto. Y disfrutó de su premio. Vaya que si disfrutó!
- Cuál fue? Consiguió volverlas a todas loquitas?
- Por supuesto. Ese fue su mayor premio.
- De mayor seré cómo Jon. Decidido!
- No lo dudo. No lo dudo.
- Me contarás ahora qué hace Kjara?
- No! Es tardísimo! Venga, a dormir!
- Ni peros ni peras! A dormir, que luego no puedo seguir contándote historias!
Y con estas palabras, el niño enseguida cerró los ojos, se tapó y se puso a dormir. El abuelo le apagó la luz y le cerró la puerta. Bajó al cuarto. Su hijo veía la tele.
- Al fin se ha dormido, eh?
- Sí. Es un pillastre. Como no tengáis cuidado, se os asilvestrará enseguida.
- Lo que jamás entenderé es cómo le pueden gustar tus relatos.

- Ya te lo dije. Tiene buen gusto.