Reinaba
una calma tensa en palacio. Desde el cuerpo de seguridad hasta los títeres del Consejo, todos, sin
excepción, aguadaban impacientes nuevas del Norte. Bueno, con dos excepciones:
la primera, el emperador. Como buen emperador, no estaba nervioso, si no
seguro. Sabía que su plan funcionaría. A fin de cuentas, él había sido en
encontrar solución a la crisis que azotaba Armindol. Una crisis que sus
todopoderosos predecesores habían sido incapaces de evitar.
La otra
excepción eran los autómatas de la servidumbre.
Rododendro
no era una excepción, si no el
visir-consejero-mayordomo-camello-chulo-y-lo-que-necesite-su-majestad. En
Armindol hay una palabra para su cargo: Smÿr.
Su cuerpo pequeño pero delgado parecía una cuerda a punto de romperse por
la tensión. Lo disimulaba muy bien, por supuesto, había sido entrenado para
ello. Su voz no se rompía nunca, su ceño nunca se fruncía. Y sin embargo, algo
en su postura reflejaba la misma ansiedad que una vaca al ver el cuchillo
guiado por láser del autómata.
Siendo
la persona más cercana al emperador (el ser más bondadoso, justo, sabio, humilde,
generoso, valiente, audaz, gracioso y fiestero del mundo; sus lunas, su sol y
las tres cuartas partes de las estrellas visibles desde el hemisferio norte),
esta postura estaba justificada, pues él, más que nadie, quería que los planes
del emperador funcionasen. No por su lealtad, que a esas alturas era más un
complemento que un requisito; más bien era puro sentido común unido al instinto
de supervivencia: si aquélla fuente de energía (mal llamada “magia”) de la que
su empleador (amo sonaba muy mal) no dejaba de hablar resultaba ser falsa, el
imperio se extinguiría. Adiós láser, armas de protones, levitadores,
servoarmaduras… Y eso sólo en el plano militar. Sin esa energía que todo lo
alimentaba, no tendrían ni transporte, ni visores, ni comunicaciones, ni
calefacción, ni luz… Nada. Quedarían a la altura de los crucíes en los que
tanto tiempo habían invertido para poder llegar al Norte.
Jamás habían conseguido navegar de forma
seguro con la Energía. Por ello necesitaban el Cruce. Y lo habían conseguido.
Fue día de fiesta en el imperio.
De
hecho, ni siquiera tenían nombre para ella, lo cual era bastante triste.
Aunque, siendo su única fuente de energía, no había necesidad de llamarla de
otra manera. Energía. Por un momento se preguntó cómo llamarían a la nueva
fuente que su emperador estaba tan seguro de haber encontrado, pero enseguida
apartó esos pensamientos. Su empleador llegaba de un baño perfumado. Perfumado
de pechos.
Llegó a
su cuarto con un albornoz puesto. Ignoró completamente a su smÿr mientras se
vestía. Y cuando acabó, salió. Rododendro suspiró con resignación y fue a su
encuentro con una pequeña carrera. Nada más ponerse a su altura comenzó a
recitar su agenda.
- Majestad!
Tiene a las diez reunión con los ingenieros militares; a las once y media,
discusión de estrategia militar. Luego una comida rápida para reunirse con el
embajador crucí para…
-
Vamos, no me jodas! – cortó el emperador – Te parece que tengo tiempo para
estas niñerías? Encárgate tú – ordenó mientas señalaba con gesto despreciativo
a su segundo. Se giró para subir unas escaleras, y no vio a su smÿr parado,
mirándolo con perplejidad. Luego suspiró, profundamente, a medio camino entre
vergüenza y rabia.
-
Majestad, hace mucho tiempo que no se os ve – contestó a la vez que reemprendía
la marcha – Unas reuniones de protocolo, breves como estas, y un gesto de buena
voluntad hacia los crucíes os reportarían muchos beneficios y acallaría los
rumores que…
- Todos
los días la misma cantinela – se quejó con un lacónico gesto muy teatral. Paró
en el mismo fin de la escalera, haciendo que Rododendro se detuviese unos
escalones más abajo – Mira, Rod, sé que te cuesta verlo, pero mi trabajo es
esperar – explicó con condescendencia – Es que no lo ves? Si esto funciona no
necesitaré ni crucíes, ni acallar rumores, ni beneficios ni pollas – Y
reemprendiendo la marcha, añadió – Mi única misión ahora es esperar.
-
Majestad, esperar cuánto? Los recursos se acaban. La gente desespera. Y no
tenemos ni noticias de la misión! – El estallido de sinceridad provocó la
parada en seco del emperador. Éste se giró, miró a su sirviente con desprecio y
continuó su camino.
- Rod…
Primero: no me levantes la voz – dijo con un tono de amabilidad forzada –
Segundo: Yo soy el emperador. Yo he descubierto la nueva energía que nos hará
florecer. Recuérdalo. Mi pueblo lo hace. Lo comprende. Será paciente. Selo tú
también.
-Se
nota que no ha salido mucho de palacio – contestó entre dientes Rododendro,
pero sin tratar de disimular.
- Y tú
se nota que no conoces a mi pueblo – se le encaró antes de entrar en una enorme
puerta al final del pasillo. Ocultó toda la rabia que le producía su
subordinado y con calma, abrió la puerta. – Qué cojones hago aquí! – gritó.
Toda la rabia contenido se reflejó en su pálido y afilado rostro - Esto es la sala del trono! Dónde están mis
putas!?
- En su
habitación, como siempre: al fondo a la derecha. Usted ha ido al fondo a la
izquierda. Como siempre.
Maldiciendo
a viva voz, el emperador se alejó con paso furioso hacia su habitación y su
placer. Tardaría un buen rato en estar de humor y no disfrutaría mucho. Eso le
producía una oscura satisfacción, que afloró con una risilla. Hoy había estado
especialmente punzante, aunque tampoco hacía falta demasiado para pinchar al
emperador.
Cuando
el emperador se perdió en la lejanía de los pasillos, Rododendro cruzó la
inmensa sala y se sentó en el pequeño asiento al lado del magnífico trono, repasando
las reuniones del día: los ingenieros y su reunión mensual, idéntica mes tras
mes. Los encargados de espionaje y operaciones encubiertas; estrategas los
llamaban. Esperaba que, por su bien, trajeran noticias, o el emperador los
haría desaparecer… Lo que entorpecería aún más todo el plan de conseguir la
nueva energía. Oh! Y no se podía olvidar del embajador crucí: el primer país al
que le dejan una independencia ficticia, que había sido una gran idea. Hasta
que tuvo que hablar con el embajador. Habría viajado 50 años atrás para degollar
al que se le ocurrió el plan sólo por no aguantarlo un día más.
Estaba
tratando de recordar quién había sido el imbécil cuando el dymeschel Geranio y su ayudante Banano fueron anunciados.
Rododendro se levantó de su sillón, con pose regia. Ambos ingenieros se
acercaron, muy despacio, al asiento.
- Saludos, Mano Derecha! – exclamaron ambos, al tiempo que
realizaban el intricado juego de cabeza y manos que era el saludo tradicional.
El smÿr tomó asiento luego de
devolvérselo. Geranio tomó la palabra – Yo, Geranio, dymeschel, del 14º Departamento de Ingeniería Militar Aplicada, informo
al Gran Gobernante, por oídos de su representante en este sala, que hemos
conseguido un 7% más de ahorro de Energía en tanques, y ampliado la altura de
levitación un 1’5% en levitadores. No obstante, y con todo nuestro dolor, los
cañones BDF y las reglamentarias pistolas de propulsión polar no han alcanzado
los objetivos previstos. Así mismo, las servoarmaduras y sistemas de
infiltración no han podido ser mejoradas, temiendo haber llegado a una meseta insuperable con la
tecnología actual.
>>- En otro orden de cosas – continuó. Rododendro puso
los ojos en blanco. Y levantó la mano cuando el ingeniero comenzó a enumerar
los experimentos (fracasados) de llevar la energía por agua.
- Dymeschel
Geranio – comenzó, tratando de ocultar el fastidio en su voz – Esto iría mucho
más rápido si dijeras cuánto necesitáis – Odiaba las conservadoras formas de
los militares, tan tradicionales. Tan pérdida de tiempo. Añadían aún más tedio
a un trabajo ya de por sí tedioso.
- Ahí te ha pillado – masculló Banano entre dientes. El smÿr lo oyó perfectamente. Rio mentalmente. Su cara
no dejó traslucir nada. Geranio miró a su ayudante con reproche. El ayudante
ignoró la actitud de su jefe.
- Mano Derecha, ruego que me perdonéis, pero el protocolo
establece…
- Conozco el protocolo. Soy el smÿr. La Mano Derecha. Y te ordeno que te lo saltes. Tengo muchos
asuntos que resolver. - “Y tiene dos mil
años, por la gracia de la Energía!” pensó Rododendro. Añadió – Asuntos
realmente urgentes.
- Siendo así, abreviaré: necesitaremos con urgencia quince
millones de Luces y una nueva equipada con: uno; veintisiete mesas, dos; setenta sillas, tres;
cuarenta…
- Vale, vale, vale. Dame esa lista – extendió la mano en
ademán de entrega. Geranio se la dio. Pesaba mucho – Le pondré el sello real y
se la mandaré al tesorero. En un plazo de un mes tendréis esa nueva nave. En
unos días, el dinero. Podéis retiraros.
Con otro intrincado juego de reverencias, ambos ingenieros
salieron. Rododendro resopló, maldijo a su padre por haberlo obligado a meterse
en política, a su antiguo yo por haber solicitado el puesto y al padre del
emperador por haberlo admitido. Hizo llamar a un autómata, puso el sello y le entregó las setecientas páginas de lista
para que las llevase al tesorero. Una obligación menos. Aunque tendría que
acordarse de premiar a Banano: sacarle una risita, aun mentalmente, era algo
digno de ser recompensado.
En ese instante, los estrategas fueron anunciados. “Mierda”,
pensó, “no tenían que llegar hasta dentro de una hora. Me quedo sin descanso.”,
y suspiró de nuevo. Esta vez ni se molestó en levantarse. Y las estrategas,
Rosa y Hortensia, ni se molestaron en saludar.
- Smÿr, tenemos
grandes noticias – anunció Rosa
- La operación está siendo un rotundo éxito – continuó
Hortensia. Mentalmente, la cara de Rododendro se iluminó. Fue tal la intensidad
de esa luz que se reflejó en su postura, evento que corrigió al instante, sin
que las estrategas tuviesen tiempo a notarlo.
- El emperador se complacerá tanto como yo en oír tales
nuevas. Continuad.
- El informante de la escolta – informó Hortensia - nos ha
confirmado el contacto con el sujeto. Calculan que un plazo máximo de 27 lunas,
un mes aproximadamente, llegarán a su destino.
- Enhorabuena. Vuestro equipo recibirá un sustancial aumento
de Luces.
- Gracias, Smÿr –
contestaron al unísono. Luego continuó Rosa – Estamos llevando a cabo planes
para tener en las proximidades a nuestras tropas en el día escogido. Un pequeño
destacamento. – Rododendro asintió.
- Sin embargo – añadió Hortensia – Exploración en el terreno
ha dado resultados negativos a la hora de encontrar el lugar exacto.
- No era una explanada vacía, únicamente hecha de piedra y
nieve, con un bosque al este?
- Así es – siguió Hortensia – Pero no hemos encontrado
ningún lugar, ni los bárbaros saben de él. Lo atribuyen a la magia. La profecía
que nos habló el emperador.
- Es decir, que eso norteños saben dónde está, pero no lo
quieren decir.
- No, smÿr. Saben
que existe. Saben dónde está. Pero no la ven, y lo atribuyen a la magia.
- Y nosotros? Cuáles son las teorías?
- Son lecturas muy extrañas. Creemos que es una tecnología
distinta a la nuestra. Sin embargo, si la profecía de la que habla el emperador
es cierta, en cuanto llegue el sujeto, se revelará el lugar. Y podremos
movilizar las tropas sin ningún problema.
- Podremos pasar la artillería pesada?
- No sería necesario – contestó Rosa- Son una decena de
norteños y el sujeto – Pero de necesitarlo, el Cruce pone a nuestra disposición
su flota.
- El emperador querrá artillería pesada. Levitadores y
tanques, principalmente. Y transportes rápidos. Unos pocos, por si hay
resistencia. Hacedlo. – Ambas estrategas asintieron. Añadió ña Mano Derecha –
Algo más?
- Bueno… - titubeó
Rosa. Su compañera le hizo un gesto de negación. Y terminó – No, nada.
- Hablad sin miedo.
- Es que… - Esta vez Rosa hizo caso omiso a los gestos de su
camarada – Hay reportes de una extraña bestia.
- Explícate – ordenó, movido por la curiosidad.
- Sólo son supersticiones – contestó rápido Hortensia – Nada
de lo que preocuparse. Afirman haber visto un lagarto gigante volador por los
alrededores.
- Un dragón – aclaró Rosa – Como los cuentos.
Rododendro miró a ambas estrategas con regia seriedad. Y
luego cambió su expresión a una más sosegada.
- Es evidente que son supersticiones. Un pájaro desconocido
para ellos, probablemente. Qué dicen nuestros hombres?
- Nada, señor – dijo Rosa.
- Entonces no hay de qué preocuparse. Retiraos. Habéis
servido muy bien al Imperio.
Asintieron con disciplina. Cuando se fueron, Rododendro no
pudo contener una risa. Un dragón! Estos norteños tenían una imaginación
desbordante!
Cuando consiguió dominar su risa, ordenó a los autómatas que
informasen de la reunión al emperador y le trajesen de comer. Algo pesado, ya
que había acabado pronto. Le trajeron merluza cocida en una bandeja de plomo.
Una vez
acabado de comer. Inspiró, contó hasta tres mil e hizo pasar al embajador del
Cruce, que llevaba esperando desde el número cinco. Hizo una simple reverencia
y comenzó su discurso.
- Una
de nuestras más antiguas leyendas cuenta – comenzó a recitar. Esta vez el smÿr ni se molestó en reprimirla cara de
asco y los ojos en blanco. Total, el embajador estaba demasiado embobado con su
discurso como para fijarse – que de humilde hembra nació el Gran Sander, que
con sólo siete primaveras, cruzó las montañas que separan el vasto Norte del
Cruce, y sobrevivió diez años a la intemperie, hasta que encontró un pueblo
bárbaro, que le dio cobijo.
>>-
Se cuenta que, mientras allí se hospeda, el pueblo fue atacado por gigantes
mientras el Gran Sander dormía, y los gritos de la matanza lo despertaron.
Enfadado, se encaró ante la centena de gigantes, y cogiendo una espada oxidada
de un cadáver próximo, comenzó a matar uno a uno.
>>
- Viéndose mermados en gran número, huyeron. Mas Sander, sediento de sangre,
enfadado por no haber dormido, persiguió
a cada de los gigantes durante meses, hasta que no quedó ninguno. De sus
huesos erigió el Sangretierra, excepto de una clavícula, con la que hizo una
espada de filo serrado, bendecida luego por un sacerdote, que la hizo
irrompible.
>>
- Y al volver al pueblo, viendo que ningún varón en edad de procrear quedaba,
vertió su simiente en cada uno de los vientres del pueblo, originando así a los
crucíes – En este punto, Rododendro tuvo que maravillarse de lo bien que había
salido el plan de conquista: de unas leyendas y creencias artificiales, creadas
por los mismos Armindol, había salido una sociedad medieval títere muy maja. De
hecho, había detalles que no reconocía en la historia. Y sólo en 50 años.
>>
- Y así, como hijos de Sander, orgulloso pueblo del Cruce, venimos a pedir, por
boca de este humilde representante, favores a nuestros benefactores, los
armindol, pueblo noble y mago, que tanto nos ha reportado en el pasado y nos
reportará en el futuro, pues confiamos que nuestra relación sea lo más larga y
fructífera posible.
- Bien
– dijo Rododendro aliviado – Cuéntame, embajador, qué deseas.
-
Seguro conocerá la historia de Jestor, uno de los Nueve, que paseando por el
Mordisco se encontró una serpiente. Era grande y dorada, con escamas duras como
piedras. Y la serpiente bloqueaba el camino.
>>
- Fue entonces cuando el noble, el inteligente y valiente Jestor, señor de la
forja y la guerra, decidió poner fin a esta ocupación, pues si no, podría
pasar. Así pues…
-
Embajador, por favor, tengo urgentísimos asuntos que atender. Ruego que vaya al
grano, en la medida de lo posible.
-
Disculpe, Mano Derecha – E hizo reverencia. Luego añadió – Mi rey se pregunta
si en verdad es tan necesario el continuo ir y venir de las tropas. Dejan
muchas Luces, y las ciudades prosperan, pero también generan caos y
destrucción. Los campesinos viven con miedo a que les desposean por mera
violencia.
-
Pierde miedo – aseguró con regia voz. Era normal que pasaran estas cosas: el
ejército necesitaba pelear. Sin pelea, se las buscaban. Habría que buscar una
solución, si no querían perder a su “aliado”. – Tomaremos medidas. El emperador
enviará a sus más altos Inquisidores para mantener el orden entre las tropas. –
No duraría mucho, pero si las esperanzas
de los estrategas y el emperador se cumplían, tampoco necesitarían tanto
tiempo.
-
Gracias, Mano Derecha.
-
Alguna otra más?
- No,
Mano Derecha.
- Bien.
No te vayas aún. Has de comunicarle a tu rey que le visitarán nuestros
ingenieros. Necesitaremos mover grandes aparatos por mar, y cruzarlos. Espero
que no haya problema – Y enfatizó con una cara que decía: si los hay, os
exterminaremos.
-Por
supuesto que no, Mano Derecha. Todo será como guste el emperador.
-
Excelente. Si no tenéis más que decir, podéis retiraros - Con una temblorosa reverencia, el embajador
se despidió. Cuando salió, Rododendro se puso por fin cómodo en su asiento y
suspiró.
Empezó
a trazar planes. No era demasiado tarde. Quizá podría darse una vuelta por la
ciudad, ver cómo estaban las cosas a pie de calle. Ver cuánto aguantarían. Sí,
sería una buena idea. Incluso poner en circulación más dinero. Las noticias
invitaban a la esperanza. La recuperación del imperio! Se permitió una sonrisa
autocomplaciente.
Se
levantó para irse, pero entró un autómata, con un mensaje. Decía que el
emperador estaba exultante, radiante, no cabía en sí de gozo. Esa noche y la
mañana siguiente la pasaría en su harén. Quería que programase a los autómatas
para traerle comida (le adjuntaba una lista con el menú), y que se encargase él
de las reuniones de mañana. Comunicado esto, el autómata se fue.
A
Rododendro se le cayó el mundo encima. A tristes pasos, se acercó a su
habitación, se desplomó sobre su cama, y ahí se quedó.
No
quería saber nada más del mundo.
Mientras
tanto, a todo un mundo de distancia, Cleptómano estaba arrodillado bajo un
árbol. Tenía las manos llenas de arañazos y manchas de sangre, las ropas
desgarradas y la cara sucia. Resoplaba, cansado. Al final de unos latidos, se desplomó, haciéndose daño en
la sien con una raíz. Y sin levantarse, dijo:
- Por
todos los Nueve cagando, Rïmedel! Cuándo nos iremos? Esto es inhumano!
-
Cuándo encuentres esa dulcamara – contestó el delgado herborista. La ropa negra
le hacía aún más delgado – Tenemos todo el día.
- Pero
cómo la encontraré? –preguntó el ladrón al tiempo que se levantaba. Su ropa era
más verde que negra. El colgante asomaba por su cuello – Ni si quiera me has
dicho cómo es!
- No te
preocupes: si te pones enfermo, es ésa – contestó de forma severa. Cleptómano
puso los ojos en blanco, se arrodilló de nuevo y siguió palpando.
- Al
menos podrías echarme una mano, no? Iría más rápido si me ayudases.
- Y
perderte de vista? Ni lo sueñes – decía al tiempo que caminaba hacia atrás, sin
perderlo de vista. A tientas, extendió la mano izquierda y cogió un fruto de
una rama cercana. Se puso a comer el fruto. Cleptómano no supo identificar
cuál, pero el olor le llegaba: dulce y perfumado.
-
Vamos, hombre! – exclamó incorporándose – Sabes perfectamente que con sólo
mirar el collar ya sabrías quién soy! – Mientras hablaba, se señalaba el collar
y se encaraba con Rïmedel.
- No me
jodas. Podría creer que se lo has robado a alguien, o que es una falsificación
o cualquier cosa. No. Tú buscas, yo vigilo – Y le pegó un mordisco al fruto.
Cleptómano
lo miró con desprecio, se giró y comenzó a agacharse, pero paró repentinamente.
Fue levantándose lentamente, con los ojos como platos. Volvió a girarse y le
gritó a Rïm
- Humo!
Sale humo del campamento!
- Sí,
sí, lo sé – dijo tranquilamente, haciendo un divertido gesto con las manos como
para pedir calma – Es por eso que estamos aquí.
-
Sabías que nos iban a atacar? – El herborista asintió. Dio un mordisco al fruto
– Y no dijiste nada? – Cleptómano estaba muy, muy confundido. No paraba de dar
vueltas, aterrado, y no dejaba de gritar.
-
Calma, joven amigo – Seguía sin inmutarse.
- Los
atacan y nosotros aquí! Tenemos que hacer algo!
- Acaso
saber luchar? – Cleptómano paró en seco. Lo miró, perplejo.
- No…
Pero…
- Ellos
sí. Y les encanta. Por eso no les aviso. Por eso me voy – El ladrón aún estaba
petrificado de sorpresa. Rïmedel se le acercó, pegó un mordisco, y añadió con la boca llena – Nos vamos.
-
Acaso… - titubeó, tratando de reaccionar – Acaso eres un vidente?
- No
seas ridículo – contestó, sentándose a la sombra de un árbol – Esas cosas no
existen. Hay signos que preceden a una batalla. Sólo los veo – Giró la cabeza y
escupió el hueso del fruto. Se quedó un momento mirando hacia esa dirección. Se
levantó al cabo de un rato, caminó unos pasos, se agachó y arrancó una planta
del suelo – Mira, aquí la tienes. Una dulcamara. – Cleptómano quiso estirar la
mano hacia la flor, pero lo detuvo – Mejor no. No quiero accidentes. Siéntete y
coge un fruto.
El
ladrón encogió los hombros, dio unos pasos en círculos, pero acabó sentándose
al lado de Rïm.
- Y
dime – comenzó a preguntar – Cuándo todo está nevado, qué haces?
- Hay
plantas que sólo crecen bajo la nieve. Las busco igual.
- Como
cuáles?
-
Sangre de lobo, hijas del frío, bermellones, cristales opacos… Cosas así. Las
cojo y las guardo aquí – De la espalda sacó una caja, que al abrirla, revelaba
varios compartimentos escalonados, cada uno con muchas pequeñas cajas – Ves?
Levanto la tapa y guardo pétalos, néctar, hojas… lo que tenga propiedades, beneficiosas
o no. Nunca sabes cuándo vas a necesitar veneno o bombas de humo.
-
Puedes hacer bombas de humo con… flores?
- No.
Con corteza.
- Ah –
dijo, dirigiendo la mirada hacia el humo – No le molesta que no luches.
- Oh,
me vacilan – contestó mientras quitaba los pétalos de la flor con sumo cuidado
– Me toman mucho el pelo. Pero en el fondo no les importa – Se calló un
instante, para hacer cortes más delicados con una navaja. Cuando tuvo los
pétalos bien cortados, los echó en la cajita. Continuó al sacudirse las manos –
Saben que esto es por su bien. No peleo, pero los curo de heridas,
enfermedades… A veces elimino enemigos sin pelear. Pero eso son otras
situaciones – Comenzó a cortar las raíces – Ya están habladas. Tenemos una
señal si me necesitan.
- Cuál?
-
Sander e Iockvara ululan como una lechuza y un búho maderero. Los imitan muy
bien y sobresalen del fragor de la batalla. No falla.
Cleptómano
se levantó y alejó unos pasos. Vio unos frutos, y los cogió. Antes de poder
darles un mordisco, Rïmedel le dijo:
- Los
yo cogí están a tu derecha. Se llaman
“Jugesh de bosque”. Esos que pretendes coger – explicó sin levantar la vista de
la dulcamara desflorada – son “testículos de rana”. Saben horrible. Y son muy
venenosos.
Cleptómano
apartó la mano rápidamente, mirando asustado a las pequeñas bayas verdes. Luego
dio la vuelta, se acercó al árbol y señaló los frutos. Rïm asintió sin levantar
la cabeza. Cogió el fruto dorado y le pegó un mordisco. Sabían a gloria
bendita.
Más
tarde, cuando el humo se había disipado, volvieron al campamento. Estaban todos
llenos de manchas de sangre, desgarrones en sus ropas negras y moratones.
Iockvara parecía tener un corte en la sien que le teñía el pelo de rojo. Fjöde
cojeaba. Friska ostentaba una cicatriz
muy fea en la palma izquierda. Sander
estaba arrodillado al lado de Thau, oprimiendo con las manos rojas una herida
muy fea en el costado de su segundo. Sólo Mys estaba indemne. Vash y Stjäla
estaban simplemente desaparecidos.
Como si
lo supiera de antemano, Rïm se encaminó directamente hacia el líder y su
segundo. Se sentó enfrente de Sander y comenzó a sacar potingues, flores y
vendas. Mientras mezclaba y untaba, Sander hablaba.
- Te
has entretenido con el ladronzuelo, eh?
- Si lo
matan, no cobramos. Y lo sabes.
- Y si
todos morimos, tampoco.
- No
seas tan pusilánime. Thau las ha pasado peores.
-
Tampoco te creas – puntualizó el yaciente.
- Os
quejáis demasiado. A fin de cuentas, no he tardado tanto – Sander lo miró con
reprobación. Thau lo intentó, pero sólo consiguió un quejido – Tranquilízate –
dijo con tono paternal – Cuando te diga, levanta las manos – ordenó al tiempo
que colocaba una suerte de emplasto rosado en la mano derecha. Ambos hombres se
miraron. Sander asintió para indicar que estaba listo – Ya! – gritó Rïm.
En un
solo suspiro, el jefe de la banda apartó
sus manos y el herborista colocó el emplasto. Un grito brotó de la boca de
Thau, que se pudo oír en toda la inmensa extensión del Norte.
-
Estúpido matasanos – dijo cuanto terminó de gritar – Cuando me recupere voy a
coger una zarza y te la voy a meter por…
-
Vamos, vamos – medió Iockvara mientras Rïm se afanaba en vendar al enfermo con
ayuda de su jefe – No hay mal que por bien no venga.
- Te
voy a meter tus consejos por dónde nunca te da la luz del sol.
- Con
lo que aquí brilla el sol – dijo Cleptómano – tendrás que concretar más el
lugar.
- No me
jodas, mierdecilla – trató de incorporarse, pero sólo pudo soltar un gemido de
dolor. Así que se quedó tumbado. Sander fue a por un cojín y Rïm fue a hacerle
las curas a Iockvara.
- Oye!
Decir palabrotas está mal – regañó Fjöde – Mi madre siempre me lo decía. Y ella
no se equivocaba. Recuerdo una vez, que mi padre fue a cazar, y volvió con un
oso más gran que la casa misma. El oso le había roto la pierna. Hasta asomaba
el hueso! Así que fue a decirle a mi madre. Y le dijo: “Mujer! El hijo de puta
del oso me ha jodido la puta pierna! Llama a Vissy!” Vissy era el curandero a
todo esto. “ Y prepara el oso!” Y mi madre, muy digna ella, cogió el hacha que
colgaba de la chimenea, y sin mediar palabra, le rompió la otra pierna. Sin
más. Decía: “En mi casa no se dicen palabrotas”. Y mi padre no volvió a
decirlas. Y tampoco a andar.
- No
veo en que me puede ayudar eso – contestó Thau, ya con una almohada.
- Pues
no sé. Sólo lo cuento.
-
Siempre sólo lo cuentas.
-
Vamos, compañeros – volvió a mediar Iockvara – Lo que Fjöde seguro quiso con su
historia fue hacernos sentir mejor con una divertida historia a la par que
recordarnos las buenas maneras. Aunque no estemos en la civilización, no
deberíamos olvidarlas.
- Eso
mismo! – exclamó la interpelada. Ahora Rïm estaba con su pierna – Eso era justo
lo que quería decir, pero claro, nunca me hacéis caso. Me tomáis por la tonta,
pero no. Ya lo decía mi madre. Ella decía… Ay!
- Disculpa
– dijo el herborista con una risita – Apreté con demasiada fuerza – Iockvara y
Sander lo miraron con reproche, pero no pudieron evitar una sonrisa. Thau trató
de reírse, pero el dolor estranguló el sonido de su boca, saliendo un extraño
gruñido. Fjöde los miró con odio fingido y se soltó una carcajada. Y Friska
comenzó a reírse con descontrol.
- Buena
la hemos hecho – comentó Sander – Rïm, duérmela. Si no, no habrá manera de que
se deje curar – El herborista asintió. En un momento, Friska roncaba con su
mano vendada.
- Y qué
hago con la parejita? – preguntó el herborista.
- Ellos
se lavarán las heridas. Salieron bastante indemnes – Contestó Thau.
- Mejor
no los molesto.
-
Mejor. Cleptómano! – llamó Sander – Deja de haraganear y ayúdame a llevar a Thau
a su tienda.
El
ladrón se acercó. Entre ambos cogieron al segundo, cada uno por brazo, entre
quejidos de éste. Cuando lo tumbaron, entre más quejidos, habló Cleptómano.
- Oye,
qué hacemos con Friska?
-
Iockvara y Rïmedel montarán la tienda a su alrededor- contestó - Es mucho más
cómodo. No hay quién mueva a ese mastodonte.
- Vale…
Y qué era todo ese humo?
- Nos
atacaron con antorchas. Pero les salió mal la jugada – Cleptómano abrió mucho
los ojos y miró a su alrededor. No había nada. – Los cadáveres, eh? Se los
llevaron los 2 que quedaron rápidos. Son rápidos cuando quieren.
-
Quiénes?
- Los
Arn. Son un tribu que no creen en los Tres que Soportan al Mundo. Y unos
debiluchos.
- Ajá…
Y…
-
Cleptómano… Mira, no dijimos nada porque
en un acto de fuerza de voluntad, les recordé que vendrías acompañando a Rïm. Y
ahora calla. Quiero dormir.
Y
dejándolo con la palabra en la boca, se metió en su tienda.
Sólo
quedaban Iockvara y Rïm, afanados en su tarea de cubrir a la enorme Friska.
Decidió no molestarlos e irse muy sigiloso a su tienda. El plan debió resultar,
porque antes de que pudiera darse cuenta, estaba durmiendo.
Cuando
consiguieron clavar el último espolón, ya había anochecido. Los agudos sentidos
de Rïmedel se activaron de repente.
- Has
escuchado eso? – dijo mientras movía con rapidez la cabeza en todas
direcciones.
- Será
la pareja. No debes preocuparte – contestó con serenidad el antiguo sacerdote.
- Los
he escuchado más veces. Y no eran ellos. Estoy seguro.
El
rostro arrugado de Iockvara se puso tenso. La habitual cara amable dio paso al
semblante del guerrero.
- A qué
suena? En qué dirección?
- Tres
hombres, uno cojo. Alejándose – dijo con gran precisión – Se han perdido en el
bosque.
- Bien
– se relajó un poco – Despertaré a todos antes de amanecer. Vete a dormir.
Rïm
asintió. Iockvara no pudo dejar del todo la preocupación en toda la noche
Sander
tenía razón. Los seguían.
Aunque
eran muy, muy torpes.