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jueves, 27 de febrero de 2014

Cleptómano XXI

Reinaba una calma tensa en palacio. Desde el cuerpo de seguridad  hasta los títeres del Consejo, todos, sin excepción, aguadaban impacientes nuevas del Norte. Bueno, con dos excepciones: la primera, el emperador. Como buen emperador, no estaba nervioso, si no seguro. Sabía que su plan funcionaría. A fin de cuentas, él había sido en encontrar solución a la crisis que azotaba Armindol. Una crisis que sus todopoderosos predecesores habían sido incapaces de evitar.
La otra excepción eran los autómatas de la servidumbre.
Rododendro no era una excepción, si no el visir-consejero-mayordomo-camello-chulo-y-lo-que-necesite-su-majestad. En Armindol hay una palabra para su cargo: Smÿr. Su cuerpo pequeño pero delgado parecía una cuerda a punto de romperse por la tensión. Lo disimulaba muy bien, por supuesto, había sido entrenado para ello. Su voz no se rompía nunca, su ceño nunca se fruncía. Y sin embargo, algo en su postura reflejaba la misma ansiedad que una vaca al ver el cuchillo guiado por láser del autómata.
Siendo la persona más cercana al emperador (el ser más bondadoso, justo, sabio, humilde, generoso, valiente, audaz, gracioso y fiestero del mundo; sus lunas, su sol y las tres cuartas partes de las estrellas visibles desde el hemisferio norte), esta postura estaba justificada, pues él, más que nadie, quería que los planes del emperador funcionasen. No por su lealtad, que a esas alturas era más un complemento que un requisito; más bien era puro sentido común unido al instinto de supervivencia: si aquélla fuente de energía (mal llamada “magia”) de la que su empleador (amo sonaba muy mal) no dejaba de hablar resultaba ser falsa, el imperio se extinguiría. Adiós láser, armas de protones, levitadores, servoarmaduras… Y eso sólo en el plano militar. Sin esa energía que todo lo alimentaba, no tendrían ni transporte, ni visores, ni comunicaciones, ni calefacción, ni luz… Nada. Quedarían a la altura de los crucíes en los que tanto tiempo habían invertido para poder llegar al Norte.
 Jamás habían conseguido navegar de forma seguro con la Energía. Por ello necesitaban el Cruce. Y lo habían conseguido. Fue día de fiesta en el imperio.
De hecho, ni siquiera tenían nombre para ella, lo cual era bastante triste. Aunque, siendo su única fuente de energía, no había necesidad de llamarla de otra manera. Energía. Por un momento se preguntó cómo llamarían a la nueva fuente que su emperador estaba tan seguro de haber encontrado, pero enseguida apartó esos pensamientos. Su empleador llegaba de un baño perfumado. Perfumado de pechos.
Llegó a su cuarto con un albornoz puesto. Ignoró completamente a su smÿr mientras se vestía. Y cuando acabó, salió. Rododendro suspiró con resignación y fue a su encuentro con una pequeña carrera. Nada más ponerse a su altura comenzó a recitar su agenda.
- Majestad! Tiene a las diez reunión con los ingenieros militares; a las once y media, discusión de estrategia militar. Luego una comida rápida para reunirse con el embajador crucí para…
- Vamos, no me jodas! – cortó el emperador – Te parece que tengo tiempo para estas niñerías? Encárgate tú – ordenó mientas señalaba con gesto despreciativo a su segundo. Se giró para subir unas escaleras, y no vio a su smÿr parado, mirándolo con perplejidad. Luego suspiró, profundamente, a medio camino entre vergüenza y rabia.
- Majestad, hace mucho tiempo que no se os ve – contestó a la vez que reemprendía la marcha – Unas reuniones de protocolo, breves como estas, y un gesto de buena voluntad hacia los crucíes os reportarían muchos beneficios y acallaría los rumores que…
- Todos los días la misma cantinela – se quejó con un lacónico gesto muy teatral. Paró en el mismo fin de la escalera, haciendo que Rododendro se detuviese unos escalones más abajo – Mira, Rod, sé que te cuesta verlo, pero mi trabajo es esperar – explicó con condescendencia – Es que no lo ves? Si esto funciona no necesitaré ni crucíes, ni acallar rumores, ni beneficios ni pollas – Y reemprendiendo la marcha, añadió – Mi única misión ahora es esperar.
- Majestad, esperar cuánto? Los recursos se acaban. La gente desespera. Y no tenemos ni noticias de la misión! – El estallido de sinceridad provocó la parada en seco del emperador. Éste se giró, miró a su sirviente con desprecio y continuó su camino.
- Rod… Primero: no me levantes la voz – dijo con un tono de amabilidad forzada – Segundo: Yo soy el emperador. Yo he descubierto la nueva energía que nos hará florecer. Recuérdalo. Mi pueblo lo hace. Lo comprende. Será paciente. Selo tú también.
-Se nota que no ha salido mucho de palacio – contestó entre dientes Rododendro, pero sin tratar de disimular.
- Y tú se nota que no conoces a mi pueblo – se le encaró antes de entrar en una enorme puerta al final del pasillo. Ocultó toda la rabia que le producía su subordinado y con calma, abrió la puerta. – Qué cojones hago aquí! – gritó. Toda la rabia contenido se reflejó en su pálido y afilado rostro -  Esto es la sala del trono! Dónde están mis putas!?
- En su habitación, como siempre: al fondo a la derecha. Usted ha ido al fondo a la izquierda. Como siempre.
Maldiciendo a viva voz, el emperador se alejó con paso furioso hacia su habitación y su placer. Tardaría un buen rato en estar de humor y no disfrutaría mucho. Eso le producía una oscura satisfacción, que afloró con una risilla. Hoy había estado especialmente punzante, aunque tampoco hacía falta demasiado para pinchar al emperador.
Cuando el emperador se perdió en la lejanía de los pasillos, Rododendro cruzó la inmensa sala y se sentó en el pequeño asiento al lado del magnífico trono, repasando las reuniones del día: los ingenieros y su reunión mensual, idéntica mes tras mes. Los encargados de espionaje y operaciones encubiertas; estrategas los llamaban. Esperaba que, por su bien, trajeran noticias, o el emperador los haría desaparecer… Lo que entorpecería aún más todo el plan de conseguir la nueva energía. Oh! Y no se podía olvidar del embajador crucí: el primer país al que le dejan una independencia ficticia, que había sido una gran idea. Hasta que tuvo que hablar con el embajador. Habría viajado 50 años atrás para degollar al que se le ocurrió el plan sólo por no aguantarlo un día más.
Estaba tratando de recordar quién había sido el imbécil cuando el dymeschel Geranio y su ayudante Banano fueron anunciados. Rododendro se levantó de su sillón, con pose regia. Ambos ingenieros se acercaron, muy despacio, al asiento.
- Saludos, Mano Derecha! – exclamaron ambos, al tiempo que realizaban el intricado juego de cabeza y manos que era el saludo tradicional. El smÿr tomó asiento luego de devolvérselo. Geranio tomó la palabra – Yo, Geranio, dymeschel, del 14º Departamento de Ingeniería Militar Aplicada, informo al Gran Gobernante, por oídos de su representante en este sala, que hemos conseguido un 7% más de ahorro de Energía en tanques, y ampliado la altura de levitación un 1’5% en levitadores. No obstante, y con todo nuestro dolor, los cañones BDF y las reglamentarias pistolas de propulsión polar no han alcanzado los objetivos previstos. Así mismo, las servoarmaduras y sistemas de infiltración no han podido ser mejoradas, temiendo  haber llegado a una meseta insuperable con la tecnología actual.
>>- En otro orden de cosas – continuó. Rododendro puso los ojos en blanco. Y levantó la mano cuando el ingeniero comenzó a enumerar los experimentos (fracasados) de llevar la energía por agua.
- Dymeschel Geranio – comenzó, tratando de ocultar el fastidio en su voz – Esto iría mucho más rápido si dijeras cuánto necesitáis – Odiaba las conservadoras formas de los militares, tan tradicionales. Tan pérdida de tiempo. Añadían aún más tedio a un trabajo ya de por sí tedioso.
- Ahí te ha pillado – masculló Banano entre dientes. El smÿr  lo oyó perfectamente. Rio mentalmente. Su cara no dejó traslucir nada. Geranio miró a su ayudante con reproche. El ayudante ignoró la actitud de su jefe.
- Mano Derecha, ruego que me perdonéis, pero el protocolo establece…
- Conozco el protocolo. Soy el smÿr. La Mano Derecha. Y te ordeno que te lo saltes. Tengo muchos asuntos que resolver. -  “Y tiene dos mil años, por la gracia de la Energía!” pensó Rododendro. Añadió – Asuntos realmente urgentes.
- Siendo así, abreviaré: necesitaremos con urgencia quince millones de Luces y una nueva equipada con: uno;  veintisiete mesas, dos; setenta sillas, tres; cuarenta…
- Vale, vale, vale. Dame esa lista – extendió la mano en ademán de entrega. Geranio se la dio. Pesaba mucho – Le pondré el sello real y se la mandaré al tesorero. En un plazo de un mes tendréis esa nueva nave. En unos días, el dinero. Podéis retiraros.
Con otro intrincado juego de reverencias, ambos ingenieros salieron. Rododendro resopló, maldijo a su padre por haberlo obligado a meterse en política, a su antiguo yo por haber solicitado el puesto y al padre del emperador por haberlo admitido. Hizo llamar a un autómata, puso el sello  y le entregó las setecientas páginas de lista para que las llevase al tesorero. Una obligación menos. Aunque tendría que acordarse de premiar a Banano: sacarle una risita, aun mentalmente, era algo digno de ser recompensado.  
En ese instante, los estrategas fueron anunciados. “Mierda”, pensó, “no tenían que llegar hasta dentro de una hora. Me quedo sin descanso.”, y suspiró de nuevo. Esta vez ni se molestó en levantarse. Y las estrategas, Rosa y Hortensia, ni se molestaron en saludar.
- Smÿr, tenemos grandes noticias – anunció Rosa
- La operación está siendo un rotundo éxito – continuó Hortensia. Mentalmente, la cara de Rododendro se iluminó. Fue tal la intensidad de esa luz que se reflejó en su postura, evento que corrigió al instante, sin que las estrategas tuviesen tiempo a notarlo.
- El emperador se complacerá tanto como yo en oír tales nuevas. Continuad.
- El informante de la escolta – informó Hortensia - nos ha confirmado el contacto con el sujeto. Calculan que un plazo máximo de 27 lunas, un mes aproximadamente, llegarán a su destino.
- Enhorabuena. Vuestro equipo recibirá un sustancial aumento de Luces.
- Gracias, Smÿr – contestaron al unísono. Luego continuó Rosa – Estamos llevando a cabo planes para tener en las proximidades a nuestras tropas en el día escogido. Un pequeño destacamento. – Rododendro asintió.
- Sin embargo – añadió Hortensia – Exploración en el terreno ha dado resultados negativos a la hora de encontrar el lugar exacto.
- No era una explanada vacía, únicamente hecha de piedra y nieve, con un bosque al este?
- Así es – siguió Hortensia – Pero no hemos encontrado ningún lugar, ni los bárbaros saben de él. Lo atribuyen a la magia. La profecía que nos habló el emperador.
- Es decir, que eso norteños saben dónde está, pero no lo quieren decir.
- No, smÿr. Saben que existe. Saben dónde está. Pero no la ven, y lo atribuyen a la magia.
- Y nosotros? Cuáles son las teorías?
- Son lecturas muy extrañas. Creemos que es una tecnología distinta a la nuestra. Sin embargo, si la profecía de la que habla el emperador es cierta, en cuanto llegue el sujeto, se revelará el lugar. Y podremos movilizar las tropas sin ningún problema.
- Podremos pasar la artillería pesada?
- No sería necesario – contestó Rosa- Son una decena de norteños y el sujeto – Pero de necesitarlo, el Cruce pone a nuestra disposición su flota.
- El emperador querrá artillería pesada. Levitadores y tanques, principalmente. Y transportes rápidos. Unos pocos, por si hay resistencia. Hacedlo. – Ambas estrategas asintieron. Añadió ña Mano Derecha – Algo más?
- Bueno… - titubeó  Rosa. Su compañera le hizo un gesto de negación. Y terminó – No, nada.
- Hablad sin miedo.
- Es que… - Esta vez Rosa hizo caso omiso a los gestos de su camarada – Hay reportes de una extraña bestia.
- Explícate – ordenó, movido por la curiosidad.
- Sólo son supersticiones – contestó rápido Hortensia – Nada de lo que preocuparse. Afirman haber visto un lagarto gigante volador por los alrededores.
- Un dragón – aclaró Rosa – Como los cuentos.
Rododendro miró a ambas estrategas con regia seriedad. Y luego cambió su expresión a una más sosegada.
- Es evidente que son supersticiones. Un pájaro desconocido para ellos, probablemente. Qué dicen nuestros hombres?
- Nada, señor – dijo Rosa.
- Entonces no hay de qué preocuparse. Retiraos. Habéis servido muy bien al Imperio.
Asintieron con disciplina. Cuando se fueron, Rododendro no pudo contener una risa. Un dragón! Estos norteños tenían una imaginación desbordante!
Cuando consiguió dominar su risa, ordenó a los autómatas que informasen de la reunión al emperador y le trajesen de comer. Algo pesado, ya que había acabado pronto. Le trajeron merluza cocida en una bandeja de plomo.
Una vez acabado de comer. Inspiró, contó hasta tres mil e hizo pasar al embajador del Cruce, que llevaba esperando desde el número cinco. Hizo una simple reverencia y comenzó su discurso.
- Una de nuestras más antiguas leyendas cuenta – comenzó a recitar. Esta vez el smÿr ni se molestó en reprimirla cara de asco y los ojos en blanco. Total, el embajador estaba demasiado embobado con su discurso como para fijarse – que de humilde hembra nació el Gran Sander, que con sólo siete primaveras, cruzó las montañas que separan el vasto Norte del Cruce, y sobrevivió diez años a la intemperie, hasta que encontró un pueblo bárbaro, que le dio cobijo.
>>- Se cuenta que, mientras allí se hospeda, el pueblo fue atacado por gigantes mientras el Gran Sander dormía, y los gritos de la matanza lo despertaron. Enfadado, se encaró ante la centena de gigantes, y cogiendo una espada oxidada de un cadáver próximo, comenzó a matar uno a uno.
>> - Viéndose mermados en gran número, huyeron. Mas Sander, sediento de sangre, enfadado por no haber dormido, persiguió  a cada de los gigantes durante meses, hasta que no quedó ninguno. De sus huesos erigió el Sangretierra, excepto de una clavícula, con la que hizo una espada de filo serrado, bendecida luego por un sacerdote, que la hizo irrompible.
>> - Y al volver al pueblo, viendo que ningún varón en edad de procrear quedaba, vertió su simiente en cada uno de los vientres del pueblo, originando así a los crucíes – En este punto, Rododendro tuvo que maravillarse de lo bien que había salido el plan de conquista: de unas leyendas y creencias artificiales, creadas por los mismos Armindol, había salido una sociedad medieval títere muy maja. De hecho, había detalles que no reconocía en la historia. Y sólo en 50 años.
>> - Y así, como hijos de Sander, orgulloso pueblo del Cruce, venimos a pedir, por boca de este humilde representante, favores a nuestros benefactores, los armindol, pueblo noble y mago, que tanto nos ha reportado en el pasado y nos reportará en el futuro, pues confiamos que nuestra relación sea lo más larga y fructífera posible.
- Bien – dijo Rododendro aliviado – Cuéntame, embajador, qué deseas.
- Seguro conocerá la historia de Jestor, uno de los Nueve, que paseando por el Mordisco se encontró una serpiente. Era grande y dorada, con escamas duras como piedras. Y la serpiente bloqueaba el camino.
>> - Fue entonces cuando el noble, el inteligente y valiente Jestor, señor de la forja y la guerra, decidió poner fin a esta ocupación, pues si no, podría pasar. Así pues…
- Embajador, por favor, tengo urgentísimos asuntos que atender. Ruego que vaya al grano, en la medida de lo posible.
- Disculpe, Mano Derecha – E hizo reverencia. Luego añadió – Mi rey se pregunta si en verdad es tan necesario el continuo ir y venir de las tropas. Dejan muchas Luces, y las ciudades prosperan, pero también generan caos y destrucción. Los campesinos viven con miedo a que les desposean por mera violencia.
- Pierde miedo – aseguró con regia voz. Era normal que pasaran estas cosas: el ejército necesitaba pelear. Sin pelea, se las buscaban. Habría que buscar una solución, si no querían perder a su “aliado”. – Tomaremos medidas. El emperador enviará a sus más altos Inquisidores para mantener el orden entre las tropas. – No duraría mucho, pero si las esperanzas  de los estrategas y el emperador se cumplían, tampoco necesitarían tanto tiempo.
- Gracias, Mano Derecha.
- Alguna otra más?
- No, Mano Derecha.
- Bien. No te vayas aún. Has de comunicarle a tu rey que le visitarán nuestros ingenieros. Necesitaremos mover grandes aparatos por mar, y cruzarlos. Espero que no haya problema – Y enfatizó con una cara que decía: si los hay, os exterminaremos.
-Por supuesto que no, Mano Derecha. Todo será como guste el emperador.
- Excelente. Si no tenéis más que decir, podéis retiraros -  Con una temblorosa reverencia, el embajador se despidió. Cuando salió, Rododendro se puso por fin cómodo en su asiento y suspiró.
Empezó a trazar planes. No era demasiado tarde. Quizá podría darse una vuelta por la ciudad, ver cómo estaban las cosas a pie de calle. Ver cuánto aguantarían. Sí, sería una buena idea. Incluso poner en circulación más dinero. Las noticias invitaban a la esperanza. La recuperación del imperio! Se permitió una sonrisa autocomplaciente.
Se levantó para irse, pero entró un autómata, con un mensaje. Decía que el emperador estaba exultante, radiante, no cabía en sí de gozo. Esa noche y la mañana siguiente la pasaría en su harén. Quería que programase a los autómatas para traerle comida (le adjuntaba una lista con el menú), y que se encargase él de las reuniones de mañana. Comunicado esto, el autómata se fue.
A Rododendro se le cayó el mundo encima. A tristes pasos, se acercó a su habitación, se desplomó sobre su cama, y ahí se quedó.
No quería saber nada más del mundo.


Mientras tanto, a todo un mundo de distancia, Cleptómano estaba arrodillado bajo un árbol. Tenía las manos llenas de arañazos y manchas de sangre, las ropas desgarradas y la cara sucia. Resoplaba, cansado. Al final de  unos latidos, se desplomó, haciéndose daño en la sien con una raíz. Y sin levantarse, dijo:
- Por todos los Nueve cagando, Rïmedel! Cuándo nos iremos? Esto es inhumano!
- Cuándo encuentres esa dulcamara – contestó el delgado herborista. La ropa negra le hacía aún más delgado – Tenemos todo el día.
- Pero cómo la encontraré? –preguntó el ladrón al tiempo que se levantaba. Su ropa era más verde que negra. El colgante asomaba por su cuello – Ni si quiera me has dicho cómo es!
- No te preocupes: si te pones enfermo, es ésa – contestó de forma severa. Cleptómano puso los ojos en blanco, se arrodilló de nuevo y siguió palpando.
- Al menos podrías echarme una mano, no? Iría más rápido si me ayudases.
- Y perderte de vista? Ni lo sueñes – decía al tiempo que caminaba hacia atrás, sin perderlo de vista. A tientas, extendió la mano izquierda y cogió un fruto de una rama cercana. Se puso a comer el fruto. Cleptómano no supo identificar cuál, pero el olor le llegaba: dulce y perfumado.
- Vamos, hombre! – exclamó incorporándose – Sabes perfectamente que con sólo mirar el collar ya sabrías quién soy! – Mientras hablaba, se señalaba el collar y se encaraba con Rïmedel.
- No me jodas. Podría creer que se lo has robado a alguien, o que es una falsificación o cualquier cosa. No. Tú buscas, yo vigilo – Y le pegó un mordisco al fruto.
Cleptómano lo miró con desprecio, se giró y comenzó a agacharse, pero paró repentinamente. Fue levantándose lentamente, con los ojos como platos. Volvió a girarse y le gritó a Rïm
- Humo! Sale humo del campamento!
- Sí, sí, lo sé – dijo tranquilamente, haciendo un divertido gesto con las manos como para pedir calma – Es por eso que estamos aquí.
- Sabías que nos iban a atacar? – El herborista asintió. Dio un mordisco al fruto – Y no dijiste nada? – Cleptómano estaba muy, muy confundido. No paraba de dar vueltas, aterrado, y no dejaba de gritar.
- Calma, joven amigo – Seguía sin inmutarse.
- Los atacan y nosotros aquí! Tenemos que hacer algo!
- Acaso saber luchar? – Cleptómano paró en seco. Lo miró, perplejo.
- No… Pero…
- Ellos sí. Y les encanta. Por eso no les aviso. Por eso me voy – El ladrón aún estaba petrificado de sorpresa. Rïmedel se le acercó, pegó un mordisco,  y añadió con la boca llena – Nos vamos.
- Acaso… - titubeó, tratando de reaccionar – Acaso eres un vidente?
- No seas ridículo – contestó, sentándose a la sombra de un árbol – Esas cosas no existen. Hay signos que preceden a una batalla. Sólo los veo – Giró la cabeza y escupió el hueso del fruto. Se quedó un momento mirando hacia esa dirección. Se levantó al cabo de un rato, caminó unos pasos, se agachó y arrancó una planta del suelo – Mira, aquí la tienes. Una dulcamara. – Cleptómano quiso estirar la mano hacia la flor, pero lo detuvo – Mejor no. No quiero accidentes. Siéntete y coge un fruto.
El ladrón encogió los hombros, dio unos pasos en círculos, pero acabó sentándose al lado de Rïm.
- Y dime – comenzó a preguntar – Cuándo todo está nevado, qué haces?
- Hay plantas que sólo crecen bajo la nieve. Las busco igual.
- Como cuáles?
- Sangre de lobo, hijas del frío, bermellones, cristales opacos… Cosas así. Las cojo y las guardo aquí – De la espalda sacó una caja, que al abrirla, revelaba varios compartimentos escalonados, cada uno con muchas pequeñas cajas – Ves? Levanto la tapa y guardo pétalos, néctar, hojas… lo que tenga propiedades, beneficiosas o no. Nunca sabes cuándo vas a necesitar veneno o bombas de humo.
- Puedes hacer bombas de humo con… flores?
- No. Con corteza.
- Ah – dijo, dirigiendo la mirada hacia el humo – No le molesta que no luches.
- Oh, me vacilan – contestó mientras quitaba los pétalos de la flor con sumo cuidado – Me toman mucho el pelo. Pero en el fondo no les importa – Se calló un instante, para hacer cortes más delicados con una navaja. Cuando tuvo los pétalos bien cortados, los echó en la cajita. Continuó al sacudirse las manos – Saben que esto es por su bien. No peleo, pero los curo de heridas, enfermedades… A veces elimino enemigos sin pelear. Pero eso son otras situaciones – Comenzó a cortar las raíces – Ya están habladas. Tenemos una señal si me necesitan.
- Cuál?
- Sander e Iockvara ululan como una lechuza y un búho maderero. Los imitan muy bien y sobresalen del fragor de la batalla. No falla.
Cleptómano se levantó y alejó unos pasos. Vio unos frutos, y los cogió. Antes de poder darles un mordisco, Rïmedel le dijo:
- Los yo cogí están a  tu derecha. Se llaman “Jugesh de bosque”. Esos que pretendes coger – explicó sin levantar la vista de la dulcamara desflorada – son “testículos de rana”. Saben horrible. Y son muy venenosos.
Cleptómano apartó la mano rápidamente, mirando asustado a las pequeñas bayas verdes. Luego dio la vuelta, se acercó al árbol y señaló los frutos. Rïm asintió sin levantar la cabeza. Cogió el fruto dorado y le pegó un mordisco. Sabían a gloria bendita.
Más tarde, cuando el humo se había disipado, volvieron al campamento. Estaban todos llenos de manchas de sangre, desgarrones en sus ropas negras y moratones. Iockvara parecía tener un corte en la sien que le teñía el pelo de rojo. Fjöde cojeaba.  Friska ostentaba una cicatriz muy fea en la palma izquierda.  Sander estaba arrodillado al lado de Thau, oprimiendo con las manos rojas una herida muy fea en el costado de su segundo. Sólo Mys estaba indemne. Vash y Stjäla estaban simplemente desaparecidos.
Como si lo supiera de antemano, Rïm se encaminó directamente hacia el líder y su segundo. Se sentó enfrente de Sander y comenzó a sacar potingues, flores y vendas. Mientras mezclaba y untaba, Sander hablaba.
- Te has entretenido con el ladronzuelo, eh?
- Si lo matan, no cobramos. Y lo sabes.
- Y si todos morimos, tampoco.
- No seas tan pusilánime. Thau las ha pasado peores.
- Tampoco te creas – puntualizó el yaciente.
- Os quejáis demasiado. A fin de cuentas, no he tardado tanto – Sander lo miró con reprobación. Thau lo intentó, pero sólo consiguió un quejido – Tranquilízate – dijo con tono paternal – Cuando te diga, levanta las manos – ordenó al tiempo que colocaba una suerte de emplasto rosado en la mano derecha. Ambos hombres se miraron. Sander asintió para indicar que estaba listo – Ya! – gritó Rïm.
En un solo suspiro,  el jefe de la banda apartó sus manos y el herborista colocó el emplasto. Un grito brotó de la boca de Thau, que se pudo oír en toda la inmensa extensión del Norte.
- Estúpido matasanos – dijo cuanto terminó de gritar – Cuando me recupere voy a coger una zarza y te la voy a meter por…
- Vamos, vamos – medió Iockvara mientras Rïm se afanaba en vendar al enfermo con ayuda de su jefe – No hay mal que por bien no venga.
- Te voy a meter tus consejos por dónde nunca te da la luz del sol.
- Con lo que aquí brilla el sol – dijo Cleptómano – tendrás que concretar más el lugar.
- No me jodas, mierdecilla – trató de incorporarse, pero sólo pudo soltar un gemido de dolor. Así que se quedó tumbado. Sander fue a por un cojín y Rïm fue a hacerle las curas a Iockvara.
- Oye! Decir palabrotas está mal – regañó Fjöde – Mi madre siempre me lo decía. Y ella no se equivocaba. Recuerdo una vez, que mi padre fue a cazar, y volvió con un oso más gran que la casa misma. El oso le había roto la pierna. Hasta asomaba el hueso! Así que fue a decirle a mi madre. Y le dijo: “Mujer! El hijo de puta del oso me ha jodido la puta pierna! Llama a Vissy!” Vissy era el curandero a todo esto. “ Y prepara el oso!” Y mi madre, muy digna ella, cogió el hacha que colgaba de la chimenea, y sin mediar palabra, le rompió la otra pierna. Sin más. Decía: “En mi casa no se dicen palabrotas”. Y mi padre no volvió a decirlas. Y tampoco a andar.
- No veo en que me puede ayudar eso – contestó Thau, ya con una almohada.
- Pues no sé. Sólo lo cuento.
- Siempre sólo lo cuentas.
- Vamos, compañeros – volvió a mediar Iockvara – Lo que Fjöde seguro quiso con su historia fue hacernos sentir mejor con una divertida historia a la par que recordarnos las buenas maneras. Aunque no estemos en la civilización, no deberíamos olvidarlas.
- Eso mismo! – exclamó la interpelada. Ahora Rïm estaba con su pierna – Eso era justo lo que quería decir, pero claro, nunca me hacéis caso. Me tomáis por la tonta, pero no. Ya lo decía mi madre. Ella decía… Ay!
- Disculpa – dijo el herborista con una risita – Apreté con demasiada fuerza – Iockvara y Sander lo miraron con reproche, pero no pudieron evitar una sonrisa. Thau trató de reírse, pero el dolor estranguló el sonido de su boca, saliendo un extraño gruñido. Fjöde los miró con odio fingido y se soltó una carcajada. Y Friska comenzó a reírse con descontrol.
- Buena la hemos hecho – comentó Sander – Rïm, duérmela. Si no, no habrá manera de que se deje curar – El herborista asintió. En un momento, Friska roncaba con su mano vendada.
- Y qué hago con la parejita? – preguntó el herborista.
- Ellos se lavarán las heridas. Salieron bastante indemnes – Contestó Thau.
- Mejor no los molesto.
- Mejor. Cleptómano! – llamó Sander – Deja de haraganear y ayúdame a llevar a Thau a su tienda.
El ladrón se acercó. Entre ambos cogieron al segundo, cada uno por brazo, entre quejidos de éste. Cuando lo tumbaron, entre más quejidos, habló Cleptómano.
- Oye, qué hacemos con Friska?
- Iockvara y Rïmedel montarán la tienda a su alrededor- contestó - Es mucho más cómodo. No hay quién mueva a ese mastodonte.
- Vale… Y qué era todo ese humo?
- Nos atacaron con antorchas. Pero les salió mal la jugada – Cleptómano abrió mucho los ojos y miró a su alrededor. No había nada. – Los cadáveres, eh? Se los llevaron los 2 que quedaron rápidos. Son rápidos cuando quieren.
- Quiénes?
- Los Arn. Son un tribu que no creen en los Tres que Soportan al Mundo. Y unos debiluchos.
- Ajá… Y…
- Cleptómano…  Mira, no dijimos nada porque en un acto de fuerza de voluntad, les recordé que vendrías acompañando a Rïm. Y ahora calla. Quiero dormir.
Y dejándolo con la palabra en la boca, se metió en su tienda.
Sólo quedaban Iockvara y Rïm, afanados en su tarea de cubrir a la enorme Friska. Decidió no molestarlos e irse muy sigiloso a su tienda. El plan debió resultar, porque antes de que pudiera darse cuenta, estaba durmiendo.
Cuando consiguieron clavar el último espolón, ya había anochecido. Los agudos sentidos de Rïmedel se activaron de repente.
- Has escuchado eso? – dijo mientras movía con rapidez la cabeza en todas direcciones.
- Será la pareja. No debes preocuparte – contestó con serenidad el antiguo sacerdote.
- Los he escuchado más veces. Y no eran ellos. Estoy seguro.
El rostro arrugado de Iockvara se puso tenso. La habitual cara amable dio paso al semblante del guerrero.
- A qué suena? En qué dirección?
- Tres hombres, uno cojo. Alejándose – dijo con gran precisión – Se han perdido en el bosque.
- Bien – se relajó un poco – Despertaré a todos antes de amanecer. Vete a dormir.
Rïm asintió. Iockvara no pudo dejar del todo la preocupación en toda la noche
Sander tenía razón. Los seguían.

Aunque eran muy, muy torpes.