Las
montañas Umbrías, las más altas de un continente entero, son la frontera
natural entre el Cruce y el Norte. Existe un paso, bastante angosto, que las
permite cruzar, después de semanas de duras caminatas y frío glacial. Sin
olvidar los animales salvajes, que, por alguna razón, están sedientos de
sangre. Por eso es un paso poco transitado. Sin embargo, en su cara norte,
justo al pie de éste, tres figuras embozadas en el negro más negro imaginado
por un humanoide, esperan.
- Con este frío, acabaré por perder
mi nariz! – exclamó la figura de la derecha. Una prominente nariz de la que
colgaba un bigote era lo único que destacaba en su cara de tan abrigado que
iba.
- Y aquella vez, en el lago de
helado de Blodsvt? – le replicó la figura central. Alta, aunque no tanto como
la de la izquierda, con la cabeza descubierta, revelando el pelo y los ojos
castaños. – Si es que ya no sabes qué hacer para quejarte.
- Oh, vamos, Thau! Sabes que siempre
me tocan a mí estas cosas! El turno de espera en la mañana más fría del año!
- Thaürdelssen para ti. Soy tu
superior – Más serio y barbudo que en Colina Férrea, ahora se ganaba la vida en
su tierra natal. Ser segundo al mando de unos mercenarios era bastante parecido
al jefe de la Guardia de un castillo: con gritar más que ellos solía ser
suficiente.
- Oh, tío…
- Ni una palabra más, Vashtudyk, o
te pongo a cavar letrinas – amenazó el antaño soldado con un índice bien
rígido.
- Vale! Vale! – accedió el
mercenario, con las manos en alto. De un manotazo, Thau le quitó la capucha,
enseñando su pelo rojizo corto y unos ojos azules. Volviéndosela a subir,
aunque no mucho, comenzó a murmurar cosas sobre la mala compañía que siempre le
tocaba y añorar los tiempos en los que sólo viajaba con su esposa y el poco
frío que pasaba con ella.
Esperaron durante horas, dando
paseítos cortos, sin perder de vista el paso. Sólo existía el ruido de la
naturaleza y las quejas de Vashtudyk, que versaban sobre lo difícil que era
comer bien siendo mercenario, pero claro, la paga era buena, y la estabilidad
laboral tampoco era algo nada desdeñable, aunque fluctuase según la estación y
la economía interna. La gente se pelea menos cuando hay poco dinero,
irónicamente, reflexionaba. Si hay una pelea en alguna taberna o pueblo, y ese
lugar se reconstruye, el que ya hubiera poco dinero, condicionaba pagas más
exiguas, pues sus principales contratadores eran taberneros. O en menos que
saquear, pues también eran las principales víctimas, junto con los tenderos y
vendedores. Eso implicaba, a su vez, menos dinero para comida, más debilidad, y
menos peleas. Este irrefutable planteamiento se vio repentinamente interrumpido
por una voz femenina.
- Vashy, cariño, menos mal que no
eres el tesorero del grupo – comentó una mujer bien formada. El ejercicio
regular y una buena herencia habían hecho con sus curvas lo mismo que el río
con el valle. Dos dagas colgaban evidentes a ambos lado de la cadera.
- Stjäla, te recuerdo que cuando
administré nuestra aldea, tuvimos más dinero que nadie – contestó mientras
abrazaba a la mujer.
- He de recordarte que nos
arruinaste al comprar un cargamento de pingüinos que resultaron ser ladrones
enanos disfrazados?
- Eh! La idea era buena. Que el
mundo haya perdido sus principios no es… - Un beso de su esposa lo cayó.
- Oh! Mirad que bonito! Es como si
una urraca se enamorase de un pavo real – dijo la otra mujer, bajita, con menos
curvas, pero con más sonrisas. Thau sonrió ante el comentario. Y dijo:
- Sois vosotras el revelo para
nosotros, Fjöde?
- Sí, señor! Friska continúa, no? –
preguntó, señalando a la sombra más alta. Resulta que era una mujer grande como
un buey. Y uniceja.
- Afirmativo – a pesar de los años,
mantenía su estilo militar. – No se cansa. Parece hecha en piedra. – Y para
contradecir las palabras de su superior, levantó la mano y la cabeza arriba.
- Un señor pequeñito está bajando! –
exclamó, con una voz como el mugido de un toro.
- Ojalá tuviese un chico que llegase
así de rápido – bromeó Fjöde.- La de tiempo libre!
- Créeme, ese tiempo libre no merece
la pena – respondió Stjäla, mirando pícaramente al bigotudo guerrero. Y éste,
con la cabeza gacha, comenzó a murmurar sobre lo mucho que había cambiado todo,
que ahora el trabajo del hombre estaba mal considerado. Su esposa, viendo lo
que acababa de provocar, se puso a su lado, como siempre, a decirle cosas
bonitas. Y se alejaron del grupo.
- Estos dos son los más
indisciplinados soldados que he visto jamás… - se resignó Thau mientras se
encaminaba hacia el paso.
- Anímese, señor – dijo Fjöde,
detrás de él – Le conté aquello de cuándo era pequeña y tenía una foca de
mascota? Se llamaba Rubéola y…
Respirando hondo, aceleró el paso.
Sander XXVII no sabía contar. De ahí
su autoimpuesto nombre. Pero sabía que le faltaban hombres. Más de los que
había mandado al pie de las montañas, claro. Sabía que Iockvara estaba en medio
de unos arbustos, rezando a Hjör. Veía las volutas de humo aromático. Nadie
sabía de qué estaba hecha esa sustancia incendiaria, salvo los propios
sacerdotes, pero olía a gloria. Había visto él mismo a Iockvara recoger ciertas
plantas para preparar tal sustancia, y a pesar de ello, no las identificaba en
el olor. Tenía que ser algo. Pis de gamusino o algo así.
Sabía además que Mys dormía en su
tienda. Aunque aquella palabra podría ser excesiva para lo que hacía él ahí
dentro. Realmente, sólo estaba tumbado, casi sin respirar, meditando. Nada
mucho más allá de lo que solía hacer de pie. Salvo que de pie a veces hablaba.
Pocas, pero lo hacía. Y de esas, sólo se le entendía la mitad.
Así pues, faltaba Rïmedel. Quería
pensar que nadaba buscando algo para confeccionar sus remedios, y no que había
olido problemas y se había escondido. Sus desapariciones solían significar
malas noticias en un futuro inmediato. O aún peor, malas noticias en un
presente inmediato. Eso lo inquietó un poco. Recordó aquella vez, en
Jonfrinheim, cuando en medio del mercado, el médico se había esfumado y una
legión entera de fanáticos norteños los había atacado con horcas, antorchas,
espadas y lenguas afiladas. Su compañía se había abierto paso gracias a
espadazos entre las llamas y los “hijos de puta” hasta salir de la ciudad,
donde se encontraron a Rïmedel, corriendo como si saliera del infierno. Después
de ello, Iockvara hizo penitencia ante Hlülla, con ayuno y vigilia durante un
mes. Vashtudyk y su esposa rezaron todas las noches de ese mismo mes. El resto
callaron.
Al volver a la realidad, Sander alzó
la cabeza, con un pequeño sobresalto. Rïmedel estaba clasificando hierbas, mientras
Iockvara se estaba acercando. Buena señal. Suspiró y se acercó a sus
subordinados.
- Cómo ha ido hoy, Rïm?
- Capitán – dijo al tiempo que se
giraba y se levantaba, serio – No me vuelva a llamar… - Una mirada de Sander le
hizo recordar su descendencia, a medio camino entre alimañas y gallinas – Ha
ido bien, capitán. Tendremos remedios para casi todo, excepto para la afosis
columpiante, pero no estamos en Yag, así que nos da un poco igual. Y… llámame
como quiera, por favor – Sin añadir nada más, volvió, sudando, a sus labores.
- Buen trabajo – comentó, monocorde
– Iockvara, puedo charlar contigo?
- Por supuesto, capitán – contestó
obediente. Sander consultaba al hombre piadoso por su sensatez. Y porque Thau
no estaba cerca.
Caminaron brevemente, rodeando un
pequeño montículo. En cuanto lo perdieron de vista, se pararon.
- No crees que tardan mucho? –
preguntó Sander, preocupado.
- Usted debería saberlo, capitán –
contestó, sin ningún cambio en su rostro.
- Ya, ya. No me vengas con
monsergas! – exclamaba mientras gesticulaba – Necesito una opinión, no un
discurso, demonios!
- Sé que está nervioso, pero este es
el trabajo más sencillo que hemos hecho en los últimos cinco años. Tiene que
salir bien. O no se acuerdo de aquél de Wysmir?
- Complejo de narices, sí. Pero yo
iba en la partida principal. Si no llega a ser por mi idea de tirarles encima
aquél árbol estaríamos muertos.
- Tiene razón, capitán – Pero todos
sabían que el capitán había corrido y corrido hasta que no tenía dónde escapar.
Cuando no pudo escapar, trepó. Y como no lo podían alcanzar, cortaron el árbol.
Por un milagro del cielo, el peso de Sander hizo que el árbol cayera justo para
aplastar a sus enemigos – Sin embargo, tienen a los Tres con ellos.
- Espero que tengas razón. De todos
modos, si antes de que caiga el sol no aparecen, iremos a buscarlos. Ese relevo
está tardando demasiado. – Mirando hacia el campamento, añadió – Volvamos.
- Como usted ordene, capitán.
Se encaminaron, lentamente, hacia
dónde habían dejado a Mys y Rïmedel. Ninguno abrió la boca. Pero en las
cercanías, abrieron mucho los ojos, al ver al curandero correr, en silencio,
con todas sus plantas bien agarradas, en dirección al bosque. Aquello sólo
significaba malas noticias. Para todos. Una breve mirada de espanto entre ambos
hombres bastó para que se encaminasen corriendo al campamento. Mys los esperaba
allí, erguido, observando al este.
- Mys! Qué ocurre? – exigió saber
Sander. Pero no obtuvo respuesta. Sólo el desenvainar de la Espiral de la
Muerte (N del T: era un muelle. Así es, un muelle. He investigado todas las
fuentes de la época, y algunas algo posteriores al siglo VII de la Caída, y,
aunque no he encontrado expresamente que sea un muelle, las descripciones
coinciden con uno, atado a un palo. Esta omisión es probablemente debida a que
sólo Armindol tenía el concepto de muelle, y ningún documento suyo menciona a
Mys, cosa extraña. En cuanto a la forma y lugar dónde lo encontró,
probablemente hubiera llegado a alguna playa, fruto de la deriva). Tragaron
saliva. Eso eran problemas muy gordos.
Desde el este empezaron a perfilarse
siluetas. Con el sol de cara, era difícil saber cuántos eran.
- Subid al montículo – ordenó el
capitán. Acto seguido, estaban en su cima.
Ya no tenían el sol tan de frente, y
vieron a su enemigo. Casi una veintena de guerreros norteños iban hacia ellos,
en busca de pelea. Amarillo y rosa eran los colores más predominantes de las
pieles que cubrían una pequeña porción de su anatomía. No dejaban mucho a la
imaginación. Ni a la protección. Aun así, eran demasiados, hasta para Mys. Tendrían
que aguantar.
- Capitán. Aguantaremos? – preguntó
Iockvara – No nos han pillado en buen momento para una cacería religiosa.
- Tendremos que hacerlo. No hay
lugar a dónde ir.
Los bárbaros los habían localizado,
y corrían en pos. Sander e Iockvara cogieron sus armas y esperaron. Mys ni se
movió.
Thau corría a la cabeza del equipo,
seguido por Vashtudyk, Stjäla y Fjöde. Unos pasos más atrás iba Friska, que
llevaba, como si de un saco se tratase, al pobre hombre rescatado de las
montañas. Estaba inconsciente y severamente consumido, pero había cosas más
urgentes ahora.
- Podrías decirnos al menos por qué
corremos tanto, no? –dijo, entrecortadamente, Fjöde – Y a quién acerté con la
flecha?
- No te fijaste en sus ropas?
Maldita sea, era un norteño! – exclamó Vashy – Demonios, niña! Uno de los más
creyentes de todos!
- Oye, sólo he visto un par de
inviernos menos que tú! Además…
- Callad! Era sólo un pequeño espía.
Es el capitán quién nos tiene que preocupar.
- Pero como puedes saberlo, Thau –
quiso saber Stjäla.
- Sólo hay un camino para llegar al
pie de las montañas. Y nuestro campamento está en medio.
- Aún así… - comenzó a hablar Fjöde
- Demonios! Aunque no haya tenido
tiempo de avisar, los verán. Y matarán! Sólo hay un tipo de norteño por aquí.
Los desertores! Y ese el peor tipo de renegado! Tenemos que apurar, joder!
Corriendo como si les persiguieran
lobos feroces, llegaron al pie del montículo, a las espaldas de sus tres
compañeros. Se pararon. A una señal de Thau, Fjöde subió el monte, arco
cargado. A varias palabras sencillas y lentas, consiguieron hacer entender a
Friska que tenía que ocultar al hombre entre aquéllos arbustos.
La sorpresa fue mayúscula cuando
Sander, Mys e Iockvara vieron a varios norteños caer por una ráfaga de flechas.
Sólo una persona podía lanzar una salva que diese en tantos blancos. Se giraron
para ver a Fjöde celebrar el impacto múltiple. El capitán y el hombre santo
compartieron una mirada de alivio. Iban a hacer lo mismo con Mys, pero cuando
se dieron cuenta, estaba matando norteños. Ni uno sólo le tocaba, y cada vez
que movía su Espiral de la Muerte, uno caía. Cuando el resto del grupo llegaba,
lo único que pudieron hacer fue cortar la retirada a unos pocos guerreros.
Cuando ya casi no quedaba luz, mataron al último.
Volvieron lentamente al campamento,
salvo Iockvara. Iba a darles a los cadáveres la sepultura ritual del norte.
Incineración y un breve rezo a los Tres porque sus almas alcanzaran la Tierra
de la Batalla Eterna. Vashtudyk no paraba de quejarse de lo mucho que le dolían
las piernas. Él no estaba hecho para correr, decía. Necesitaba guardar su
fuerza para el hacha. Porque un hacha bien afilada y con fuerza desmembraba y
mataba de un tajo, pero cansado, apenas arañaba, y claro, necesitaba todo lo
que pudiera, que no se le tenía en cuenta con las estrategias, como siempre, no
era nada nuevo, pero no se cansaba de repetir que… Stjäla lo cayó con un beso.
Todos suspiraron de alivio.
Como si nada hubiera pasado, Rïmedel
estaba en el campamento, ordenando hierbas. Levantó la cabeza y los saludó a
medida que se encaminaban a sus tiendas. Recibió un leve movimiento de la
pareja, un saludo muy efusivo de Fjöde, un abrazo aplasta pechos de Friska y la
más absoluta indiferencia de Mys. Thau y Sander se sentaron cerca para hablar
sobre el día. El segundo al mando habló, explicando con pelos y señales cómo
había ido el día. La luna y el humo de la pira iban subiendo a medida que
seguía su relato que contaba, minuto a minuto, la misión. Mientras desgranaba frases
de cada uno y los turnos de las guardias, Stjäla y Vashy habían ido a rezar con
Iockvara, y los tres habían vuelto, cabizbajos. Hasta Rïmedel había acabado ya
de componer sus hierbas. Era medianoche cuando Thau a la parte que ambos
conocían.
- … Entonces ordené a Fjöde que
subiera y…
- Muy bien, Thau. Para, esa parte la
conozco ya. Cómo está nuestro objetivo? – El preguntado puso cara de extrañeza.
Y luego levantó una cara con unos ojos abiertos de par en par. Ojos que
contagiaron a su capitán. Ambos exclamaron:
- OH, MIERDA!
Salieron corriendo el monte. Lo
rodearon, buscando los arbustos.
- Son aquéllos, capitán! – avisó
Thau, señalando.
Echaron una última carrera. Allí
seguía, inconsciente, el hombre. Lo llevaron al campamento., despertaron a Rïmedel
para que se encargara de él y ambos se metieron en cama, por fin.
En las montañas Umbrías, a muchos,
muchos codos de altura, Cleptómano dormía dentro de una pequeña grieta.