Después
de un largo rato indeciso, escogió el conjunto que menos le disgustaba.
“Estúpidos atrasados crucíes…”, pensó para sí. Odiaba tener que ponerse esa
ropa tan anticuada. Las calzas le daban frío, el lino se sentía raro en la piel
y la lana le picaba. Miles de años de historia para esto? En la mitad, los armindol habían conquistado medio mundo! Y gracias a que ellos habían llegado
al Cruce. No quería ni pensar el esfuerzo que sería infiltrarse en la sociedad
si ellos no hubieran intervenido en la historia.
Contempló
el resultado y bufó. Ladeó el sombrero y maldijo la pluma rosa. Indignado,
salió del vestidor a reunirse con sus compañeros.
-
Eh, Fresno! Por qué no nos cantas “Las Bodas de Würlack”? – se burló su
compañera. Para ella era fácil. Sólo tenía que ser una pequeña condesa de un
condado perdido de la mano de Rau. Él era el trovador de la velada.
- Muy graciosa, Marg… Muy graciosa… A ti me
gustaría ver yo disfrazada como la farándula! Esto es indigno!
-
Déjalo ya, Fresno – le recriminó Roble, su otro compañero – Si te han dado ese
papel, es porque eres el único que sabe cantar. Tu papel es el más importante,
y eres el único que sabe el plan al completo. No te basta con eso, que tienes
que ser siempre el centro de atención?
-
Diablos! Yo… quiero decir… - balbució – Claro que estoy honrado de ser el eje
principal… pero… mi categoría…
-
Deja de joder, Fresno! – le gritó Marg – Madura de una puta vez.
-
Cuida ese lenguaje, Marg – le reprendió Roble – Esta misión es muy importante.
Os quiero centrados, estamos? Podríamos cambiar radicalmente la situación de
Armindol en el Cruce.
-
Si – asintieron a la vez.
-
Bien. La alfombra aguarda.
Salieron
del edificio de piedra que les hacía de base de operaciones y subieron al
anacrónico vehículo. Lo llamaban alfombra porque su diseñador le dio la forma
rectangular de… bueno, de una alfombra. Incluso era de base ondulada, para dar
más sensación de realismo, aunque aquellos picos y depresiones estaban
estratégicamente colocados para ser asientos anatómicamente perfectos para que
hasta 6 personas estuvieran cómodas en la alfombra. No tenía cristal ni ninguna
otra cosa. Sólo era esa base ondulada. Claro que solo servía para
desplazamientos cortos a no más de unos pocos cientos de metros de altura. Allí
en el Cruce, tenía el doble propósito de aumentar la reputación de magos ante
los trogloditas, tal y como los llamaba
Fresno.
Roble
se sentó a la cabeza, y usó su pulsera para transmitirle las coordenadas a la
alfombra. El rectángulo se elevó y se dirigió raudo a su destino, el brazo
oeste del Mordisco, también el más grande. Justo donde se unía con el país,
estaba el castillo de lord Ungold, abierto simpatizante de los armindol. Había
invitado a todo aquél que merecía la pena invitar, y algunos a los que no, pero
cuya relevancia política era crucial, todo según las órdenes de los misteriosos
magos. “Bueno, de nuestro servicio de inteligencia, más bien”, matizó para sí
Fresno. Ellos se encargarían de que todo fuera sobre ruedas.
Llegaron
enseguida a la pared norte del castillo, una imponente construcción de piedra
con adornos muy ostentosos de mármol, jade, rubíes y otras piedras igual de
llamativas. Ganarse el favor armindol tenía sus recompensas también, monetarias
principalmente. Sin embargo, el buen gusto nunca, nunca se les pegaba. Tenían
la insaciable necesidad de demostrar su poder adquisitivo de la manera más
vistosa posible. Paletos.
El
saludo del propio lord Ungold lo sacó de su ensimismamiento.
- Bienvenidos, amigos míos! Pasad y
refrescaos! Lord Gumffried Ungold a vuestro…
-
Déjate de ceremonias, crucí – Le cortó Roble – Muéstranos el terreno. Tenemos
solamente quince minutos.
-
Claro… como gustéis – accedió el lord un tanto confuso. Los armindol siempre
eran buenos y educados con él, porqué ahora no?
Les
mostró cada palmo del nada pequeño castillo, a toda prisa. No había tiempo que
perder. Las cocinas, el comedor, el vestíbulo, el salón, cada habitación, los
baños… hasta el corral de las gallinas. Y aún sobraron tres minutos.
Se
distribuyeron cada uno en su puesto: Marg cogió un carruaje prestado del
castillo y dando un rodeo, llegó a un camino del este para encontrarse con
algunos otros nobles. Roble se fue a las cocinas a servir de camarero. Y Fresno
se fue a la sala de invitados, a coger un laúd para prepararse. Con las fichas
puestas en su sitio, la fiesta podía empezar.
Apenas
se escuchaba la música entre tanto barullo. Los “pásame esto” o “alcánzame
aquello” ahogaban los esmerados acordes que Fresno se afanaba por sacar del
viejo laúd. Llamarlo viejo era un eufemismo, tenía más años que los cojones de
Rau. Tres horas y diecisiete platos después, pudo retirarse, afónico y
hambriento.
Lo
llevaron a las cocinas, donde comió las sobras de todos los platos, y algunas
nuevas que iban llegando. El postre y final de la comida apareció con las
primeras estrellas. Fresno estaba nervioso. Su papel estaba a punto de
comenzar.
En
realidad, era el único que tenía un papel; Marg y Fresno estaban como apoyo, y
ver un poco qué pescaban. Él era el importante. Aprovecharía el amor por las
artes de lady Edmer para darle un concierto privado… y dejarla seca. Simularían
un asesinato por unos saqueadores y la principal oposición a la presencia de
tropas armindolienses (de verdad los crucíes los llamaban así? Qué nombre más
horrible!). Gracias a eso, podrían pasar sin sospechas al Norte. Quizá hasta
salvar la civilización.
Se
obligó a borrar esa sonrisa de triunfo. Aún no había nada claro. Respiró hondo
y fue al encuentro de su objetivo.
-
Lady Edmer – saludó Fresno con una reverencia exagerada – Robin Docecuerdas a
vuestro servicio.
-
Con vos quería yo hablar! – Se entusiasmó – Una delicia de interpretación nos
disteis. Tenéis la voz más dulce y los dedos más hábiles del Cruce y parte de
las Islas.
-
Me sobreestimáis, mi señora. No merecería ni estar en este banquete, de no ser
porque soy amigo personal del señor del castillo – arrastrase cual lombriz se
le daba de fábula.
-
Oh, tonterías! Sois demasiado indulgente con vos mismo. Hacía mucho tiempo que
no escuchaba a nadie tan bueno.
-
Ahora sois vos la que es indulgente, mi señora.
-
Tonterías! Si algo me caracteriza, es la sinceridad.
-
Y vuestra belleza sin parangón, sin duda – “Siempre y cuando el culo de un
mandril sea considerado bello”, pensó para sí.
-
Ya veo que también es ducho en el arte de la adulación – Se sonrojó
-
Soy ducho en muchas artes, mi señora – respondió con sonrisa pícara. Le
devolvió la sonrisa. Esa troglodita ya estaba en el ajo.
-
Podría pediros un favor, Robin?
-
Lo que gustéis, mi señora – Otra reverencia.
-
Dentro de un mes, doy yo mi propia fiesta, y no tengo músicos. Podría tocarme
algo en privado, de ese repertorio que no ha podido interpretar hoy? Para ver
si es adecuado…
-
Faltaría más, mi señora. Acompáñeme a mi cuarto.
Ya
podía saborear las mieles de la victoria! Por el camino, Edmer no paraba de
hablar, en parte para justificarse el ir a un cuarto sola con desconocido.
Crucíes y su sentido de la honra; nunca los entendería.
Entraron
en el cuarto, un cuchitril donde apenas cabían 4 personas de pie. Le ofreció la
única silla – taburete más bien – y él se sentó en la cama – tabla con sábanas,
más bien. Lentamente, templó el laúd. Al terminar, rasgueó un acorde de prueba.
Satisfecho, comenzó a entonar “Tres pájaros en una rama”, canción picante donde
las hubiere. A mitad de la canción, cuando ella ya estaba extasiada con la
música, aprovechó que tenía libre la mano izquierda, para meter la mano ene l
bolsillo y lanzar una pequeña daga a su oyente. Lo que a continuación pasó lo
dejó paralizado.
Como
un relámpago, lady Edmer cogió al vuelo la daga, la tiró al suelo, saltó hacia
Fresno y lo tumbó en la tabla de dormir, inmovilizándolo, todo en lo que dura
un suspiro.
Estuvieron
un buen rato forcejeando. La muy puta tenía una fuerza de mil demonios. De
repente, escuchó un crujido. La puerta se vino abajo y tres crucíes más
entraron. Un golpe seco en la cabeza lo dejó todo oscuro.
-
Creíais que los únicos con espías erais vosotros, eh? – dijo uno de los recién
llegados, el más bajo.
-
A quién le hablas? – preguntó, en un tono más gutural, el alto de ellos.
-
Al espía –contestó el primero.
-
Pero si no te oye… – observó, muy agudamente, el segundo.
-
Ya lo sé!
-
Entonces, por qué…?
-
Oh, déjalo! Sólo cárgatelo al hombro. Tengo grandes planes para el – comentó el
primero, con una sonrisa maléfica.
-
Cómo cuáles? - Intervino el tercero, que estaba ansioso por participar.
-
Ya lo verás… Ya lo verás… - Insinuó. Se hizo un gran silencio mientras salían
de la habitación a los pasillos
-
Y cuándo los veremos? – Preguntó el segundo – No me dejes en vilo!
-
Cuando lleguemos! Hasta entonces te aguantas! – Reprendió el primero.
Con
paso indignado el primero, y más triste el segundo, salieron del castillo hacia
el bosque. El tercero y la chica cerraban el paso, atentos a cualquier
incidencia.
Algo
le estaba hablando, pero no sabía ni qué ni en qué idioma. Abrió los ojos, muy
despacio, Formas borrosas se dirigían hacia él. Trató de alejar, pero estaba
atado. Entonces, todo comenzó a definirse. Un tipo bajito, de ojos azules y
pelirrojo, lo amenazaba. Que si tus compañeros están muertos, que si no tienes
escapatoria, revélanos tus planes y seremos benévolos… La misma mierda de
siempre. Ya había estado en situaciones así, y ni todas las huestes de Rau
habían impedido que escapase. Esta vez no sería distinto.
Más
atrás, estaba el marimacho que se hacía pasar por lady Edmer, la que,
sospechaba, estaba segura en su hogar, oponiéndose felizmente a los ejércitos
armindol haciendo todo lo que políticamente estaba en su mano. A su izquierda,
otro tipo delgado, algo más alto que el primero y con los huesos contables a
simple vista. Al fondo de todo, pegado a la puerta, un tercero mascaba algo
mientras una babilla translúcida le bajaba por la papada. Era calvo y le sacaba
una cabeza a la puerta. Y dos cuerpos.
Quiso
hacer una rápida inspección del cuarto, pero en cuanto desvió un poco la
mirada, recibió un porrazo al grito de “mírame”. Bueno, si eso quería… aunque
no había mucho que mirar. En una breve mirada ya estaba todo visto. Se lo hizo
saber. Y recibió otro porrazo
-
Te crees muy gracioso, eh, capullo? Sigue así y no durarás mucho. Habla! –
exclamó, lleno de ira, recibiendo otro porrazo.
Magnífico,
un tipo impaciente. Enseguida se hartaría. Sólo había que esperar. Y provocarlo
sutilmente.
-
De qué quieres que hable? Del tiempo? De las costumbres reproductivas del
bonobo? – Y otro porrazo. Y otro. Y otro. Y otro de regalo. Resoplando, el
hombrecillo dijo
-
Lo siento, me he pasado un poco… No debería pegar a un débil mental como tú.
Porque como no entiendes lo que te pido…
-
Si, gracias, había entendido porqué me insultabas. Pero es que te has equivocado.
Yo soy humorista, no espía – Porrazo va.
-A
mí no me torees, amindoliense de mierda! Sabemos que tú eres el cerebro de la
operación! Habla y de verdad que todo quedará aquí. Te protegeremos de tu
gobierno, te daremos cobijo. Cállate y sólo te daremos la muerte. – Estaba tan
cerca de su cara que le podía oler el aliento. Olía a sardinas con cebolla.
-
Eres el tipo más ingenioso que me ha amenazado nunca. Y me han amenazado
escritores de obras subversivas - Porrazo viene – No te gustan las artes, eh? –
Puñetazo. La variedad siempre es bienvenida.
-
Bueno – dijo algo más calmado – Parece que no quieres hablar. Veremos si el
hambre y la sed te sueltan la lengua. Börg! – llamó a la mole apoyada en la
puerta – Vigílalo.
-
Sí, Grandal – contestó con una voz tan pesada como él.
Rau
le sonreía al fin. Una oportunidad pintiparada para escapar.
Con
pasos lentos y oscilantes, Börg cogió una silla y se sentó enfrente de él. El
mueble crujió bajo su peso. Se puso a mirarlo fijamente, sin pestañear si
quiera
-
Tanto me tienes que mirar? – preguntó Fresno.
-
Me han pedido que te vigilara. Así evito que te escapes – dijo en tono de
convicción absoluta.
-
Ah – Puso los ojos en blanco. Esto iba a ser un suplicio. Ahora si miró a su
alrededor. Era una cabaña pequeña. Una casa unifamiliar reconvertida en cámara
de torturas. De las cuatro paredes del cuarto colgaban múltiples instrumentos
de hierro con bordes punzantes, ninguno muy esperanzador. Había tenido suerte,
su aspecto frágil había hecho que lo subestimaran. De abajo llegaban risas.
Debían de estar bebiendo o algo. Mejor, más fácil para salir.
-
No os han dicho nunca que sois geniales decorando, Börg? – ironizó
-
No. Muchas gracias – contestó el gigante con una sonrisa de complacencia.
-
De nada hombre. Las buenas casas merecen buenos cumplidos – Ese grandullón
estaba radiante de felicidad. Qué simple era. – Por cierto, que no me he
presentado. Me llamo Fresno.
-
Cómo el árbol?
-
Exactamente igual que el árbol.
-
Jo – Parecía decepcionado. Luego se calló un momento, para pensar – Yo pensaba
que teníais nombre chulos, como Horacio o Virgilio o Teogástrico.
-
Oh… eso… Si, fue una moda de la época de mis abuelos. Me parece increíble que
aquí nos conozcáis por esos nombres.
-
Je – Y fue todo lo que salió de la enorme boca de Börg. Se hizo un ominoso
silencio, roto por risas lejanas.
Al
cabo de un rato de mirar la suelo, Fresno dijo:
-
Bueno, ha sido un placer charlar contigo Börg. Eres un buen tipo – Börg sonrió
– Pero ha llegado la hora de irme – Chocó su talón con la pata de la silla y un
proyectil salió disparado al cuello de la mole. Murió sentado. Increíble que la
gravedad no lo tumbara.
Se
liberó con un pequeño y poco potente láser de muñeca. Con mucho cuidado, abrió
la puerta y puntillas se dirigió a las escaleras de su izquierda. Las bajó sin
ninguna prisa, procurando no hacer ruido, cosa que consiguió. La puerta de la
cocina, de donde salían las risas, estaba cerrada. Agradeció a Rau todos sus
golpes de suerte. Hasta que llegó a la puerta principal. Cerrada. Maldijo cada
apéndice y miembro de Rau. Volvió arriba, otra vez sin prisas. Entró en los
otros dos cuartos. Uno tenía el techo en ángulo y una ventana en él. Se abrió
sin problemas. Pidió perdón a Rau por olvidar el dicho popular y salió. Otro ágil salto y aterrizó en tierra. Ya
estaba. Libre. Tocaba correr.
Corría
zigzagueando entre la espesura de los bosques. A cada pestañeo, un roble cuatro
veces más ancho que él aparecía delante, y tenía que desviarse. Varias veces
hubo de detenerse para orientarse. Al este, siempre al este, hacia Gran Fauce.
Allí estaría a salvo y podría informar de su delicada situación. Todo se
resolvería en el este. Peor para ello no lo podía coger. Los crucíes se
orientan mejor en los bosques que nadie, y son capaces de seguir rastros
ínfimos. Su única esperanza era ser más rápido. Miró un segundo atrás, creyendo
escuchar algo a sus espaldas. Al volver la vista hacia adelante, un inesperado
obstáculo salió a su paso. Sin tiempo a virar, chocó de bruces, yéndose a
desnucar contra una raíz cercana. Y no se levantó.
Cleptómano
estaba tendido en el suelo, con las manos en su frente, quejándose de dolor. A
quién coño se le ocurre ir corriendo por el bosque sin mirar hacia adelante?
Trató de levantarse apoyando las manos en el suelo. Veía doble y todo le daba
vueltas. Ese tipo tenía la cabeza más dura del Cruce y parte del extranjero.
Cuando el mundo dejó de intentar tirarlo, se acercó a su agresor, para
increparlo, tal y como sus años de experiencia le habían enseñado a hacerlo.
Pero no se movía. Apenas respiraba, de hecho. Entró en pánico, claro. Nunca en
su vida había matado nada. Si se había su niñez entrenando ratas!
-
Eh! Está ahí! – Casi el explota la cabeza con ese grito. No sonaba como
aquellos Capas que lo perseguían desde hacía un momento. Pero tampoco sonaba
amigable – Eh! El tipo de la chaqueta negra! Deja en paz al fugitivo!
Tres
personas se le acercaron: una bajita con el pelo rojo bien enredado, uno más
alto y pelo corto y un marimacho que le apuntaba con un arco. Cleptómano se
separó del supuesto cadáver, manos en alto, temblando.
-
Yo no le he hecho nada, se lo juro! – explicó – Unos Capas me perseguían y
choqué con este hombre, que no miraba hacia adelante y…
-
Te persiguen los Capas? – inquirió el bajito – Mierda! Henne, baja el arco y
cárgatelo a la espalda. Aún no está muerto, parece. Podemos aprovecharlo –
Volviéndose a Cleptómano, que sigilosamente hacía mutis por el foro, dijo – Tú,
no te escapes! – Le ordenó. Orden que se cumplió en el momento – Khart, coge el
arco. Asegúrate de que nos sigue hasta la cabaña. Hemos de darnos prisa. Los
Capas podrían aparecer pronto.
No
aparecieron, a pesar de que Cleptómano no paró de rezar para que así fuera y
tener una oportunidad de escapar. Suponía que ese era el mal menor. Un rato
después, llegaron a una cabaña con encanto en medio del bosque. Sentaron a
Cleptómano detrás de una mesa en la cocina. Delante le pusieron una jarra de
hidromiel, fruta, cordero asado y fiambres.
-
Come – dijo (ordenó) el bajito – Henne te vigilará para que no hagas nada raro.
Hemos de hablar contigo cuando acabemos con éste.
Cleptómano
comió con un nudo en la garganta. Un nudo enorme.
Muchas
horas y gritos inhumanos más tarde, Khart y Grandal bajaron a la cocina… y no
había nadie. Ningún rastro de violencia por ninguna parte. Simplemente, habían
comido y se habían ido. Grandal iba a estallar de furia cuando se la puerta
exterior se abrió.
-
Grandal? Khart? Soy yo – se anunció Henne, que llevaba a Cleptómano delante de
si, apuntándolo con su arco. – Se puso pálido y mareado con tanto grito, y lo
saqué a fuera a que… echase fuera todo su malestar.
-
Está bien, está bien – dijo casi en un
susurro el bajito líder. – Que se siente en la cocina. Quiero hablar con él.
Cleptómano
se dejó conducir. Si tuviera algo que vomitar, vomitaría ahora. Pero su
estómago estaba tan encogido que ahí ni cabía nada para expulsar. Trató, sin
conseguirlo, calmarse. Estaba temblando cuando se sentó, tanto, que la silla
chirriaba.
-
Deja de temblar. No te haremos nada – le aseguró Grandal con una sonrisa
bastante sincera. - La Resistencia ha de
darte las gracias por este día.
-
Ah, sí? – Preguntó el ladrón incrédulo.
-
Pues si, créelo. Ese tipo al que placaste – señaló hacia el piso de arriba –
queriendo o no era una pieza muy importante en el plan de dominación armindol.
La
cara de Cleptómano era una sopa de sudor y confusión. Esto provocó sospechas a
Grandal. Detrás de él, los otros pusieron más a mano sus armas, por si acaso.
-
No serás un partidario armindol, no? – Inquirió con gran desconfianza.
-
Qué? No! – “Muy poco creíble, Clepto”, se dijo a sí mismo. “Y eso que es
verdad. Esfuérzate o te linchan!” – Joder, si me perseguían los Capas! – gritó con
desesperación.
-
Podría ser un estratagema para que nos confiáramos – recriminó Khart con
dureza. Con toda la dureza que puede imprimir una voz de pito – Así pillaron a
la división del Valle. – Los otros dos asintieron con firmeza hacia él, y luego
tres miradas se clavaron en un de nuevo tembloroso Cleptómano.
-
Oh, por favor! – Hasta las palabras le temblaban – He sido compañero de Jensen
Manosrápidas! No podéis hablar en serio!
-
Entonces, eres un ladrón? – dedujo muy agudamente Henne. Y Cleptómano sintió
que lo iban a desmembrar – Vienes a robarnos, es eso?
-
NO! – chilló como un gorrino – intentaba robar algo de comida cuando cayeron
sobre mí esos Capas. Por el amor de los Nueve, yo no os deseo mal alguno!
-
No pronuncies el nombre de esos dioses apócrifos en estas paredes! – tronó Grandal,
con su rostro a dos palmos de su interlocutor. Luego bruscamente se alejó,
visiblemente calmado – Creo que vas a ser un civil ignorante, al final. Nadie
clama con tanta sinceridad a los Nueve en presencia de la Resistencia. Bajad
las armas, chicos – ordenó acompañado de un gesto conciliador.
Cleptómano
sintió que los testículos empezaban a volver a su sitio. Eso le dio la valentía
suficiente para preguntar:
-
Porqué los Nueve son apócrifos? No son nuestra religión? – Los tres se
volvieron hacia él, asombrados. Miradas de reojo y un suspiro de aceptación que
salía de Khart.
-
Te daré una acelerada lección de historia, como sea que te llames. Después te
dejaremos, o bien unirte a nosotros, o irte sin consecuencias. Tú decides.
>>
Al principio, Cruce se llamaba Khervushkarr, cuyo significado se ha perdido, pues
es un idioma más antiguo que el propio Norte. Pero es su verdadero nombre, y
así debería de ser, no ese Cruce, que a saber por qué nos lo pusieron.
>>
En fin, que me desvío. En ese principio, aquí sólo había dos cosas: granjeros y
guerreros. Magníficos ambos. Y así estuvimos durante miles de años, cultivando
y luchando contra clanes rivales o invasores, tanto del Norte como de otros
lares. Sin embargo, el imperio Armindol, temiendo una evolución por nuestra
parte, decidió entrar en escena. De aquella, ellos ya eran los dueños de medio
mundo. Y no porque sean magos, como habrás oído. No. Ellos tienen una
tecnología fuera de los límites de toda nuestra imaginación.
-
Tecmología? – Preguntó el ladrón.
-
No. Tecnología – corrigió Grandal. Era buen líder, pero mal historiador – Los arcos
y los arados, por ejemplo, son tecnología. Herramientas adecuadas para hacer
trabajos. Las suyas son avanzadas. Cuesta imaginárselo, pero no necesitan fuego
o fuerza animal. Funcionan solas. El cómo es un misterio.
-
No lo entiendo – Su cara se había convertido en un interrogación.
-
Ni nosotros – admitió Khart con su aguda voz rompecristales – Pero así es.
Tenían miedo de que nosotros, con el tiempo, adquiriésemos ese nivel y los
sometiésemos. Por intervinieron. Introdujeron la lectura y la escritura, para
luego hacer saber que existían libros sobre religión e historias populares que
nadie había oído jamás. Deformaron nuestra cultura y nuestro saber. Muchos se
opusieron. Hubo batallas, pero ganaron, claro. Nombraron nobles y los casaron
con armindol para tenerlos controlados. Poco a poco, hicieron esta sociedad
estamentaria. Pusieron un rey títere, con una guardia fiel a ellos. Falsearon
guerras para hacerse ver como los buenos. La Batalla de los Cien Acres no fue
sino una pantomima, pero funcionó. Vaya sin funcionó. De repente, todas las
mentiras comenzaron a arraigar. Menos algunos. Pero muchos de ellos fueron
exterminados en el Sangretierra. Otra pantomima. Nos hicieron quedar como los
malos. Los malos son ellos. Nos han oprimido durante cientos de años. Pero lo
peor han sido los últimos sesenta. Y nosotros estamos dispuestos a ponerle fin
de una vez por todas. Queremos que vuelva Khervushkarr.
-
Queréis volver a la antigüedad? Por qué? – E inmediatamente, Cleptómano se dio
cuenta de que había sido una mala idea.
-
Qué por qué? – gritó Grandal, mientras caminaba a grandes zancadas de un lado a
otro, moviendo furioso las manos. – Porque esa es nuestra cultura, no ésta! Ésta
es la suya! Ni siquiera! Ésta es falsa! Que la usen para uno de sus libros de
ficción! Nosotros queremos recuperar nuestra identidad!
-
Pero… - vaciló, peor lo soltó. Desde su cicatriz, empezaba a envalentonarse
cosa mala – A pesar de que esto no es nuestro, es un avance. Los armindol no
han dado una dirección, y es buena. No sería mejor seguirla? No podemos ir al
pasado, ni vivir de él. Sólo podemos seguir adelante. No deberíamos hacerles
ver que su intento de reprimirnos ha sido un error? Que gracias a ello nos
pusieron en camino hacia el futuro que tanto temen?
Tres
miradas de odio y rabia lo taladraron, atravesaron, quemaron y convirtieron en
cenizas lo poco que quedaba de su cadáver. Había dicho justo lo que no querían
oír.
-
Que por qué? – Grandal sonaba como una tormenta en plena mar. Los otros dos
apretaban los puños sobre sus armas para no romper la cabaña - Pues porque esto no es lo que somos! Es que
no has escuchado! Gente como tú es la que hace que los armindol estén todavía
en el poder!
-
Pero… pero… - trató de razonar Cleptómano, en balde.
-
Por culpa de gente como tú – siguió con el mismo volumen – seguimos avasallados
y sin poder hacer nada! Es por gente como tú que Börg ha muerto! –La voz se le
quebró, pero muy sutilmente. Sus compañeros lo notaron, no Cleptómano. Con la
ira de ese momento, empujó al ladrón y lo tumbó en el suelo – Largo de aquí.
Antes de que te asesine. Que sería mejor. Uno menos que impediría nuestra
victoria! Pero no seré yo el predique con el ejemplo de que somos unos
inmisericordes sin cerebro. Largo! Tenemos un prisionero al que sacar
información! – La mayor parte de todo esto no lo escuchó, porque Cleptómano ya
estaba varios metros fuera de la casa. Paró un momento para relajarse. Tardó
dos días. Luego cambió de rumbo y se puso en dirección al Valle.
Volviendo
a la cabaña, los tres se desquitaron con Fresno. Fue demasiado. Fresno murió y
se quedaron sin saber el plan armindol. Sin embargo, lo importante era que lo
habían evitado. Enviaron un cuervo con un mensaje a la central de la Resistencia y emprendieron
el viaje a sus casas.