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domingo, 3 de febrero de 2013

Cleptómano XVI


           Después de un largo rato indeciso, escogió el conjunto que menos le disgustaba. “Estúpidos atrasados crucíes…”, pensó para sí. Odiaba tener que ponerse esa ropa tan anticuada. Las calzas le daban frío, el lino se sentía raro en la piel y la lana le picaba. Miles de años de historia para esto? En la mitad, los armindol habían conquistado medio mundo! Y gracias a que ellos habían llegado al Cruce. No quería ni pensar el esfuerzo que sería infiltrarse en la sociedad si ellos no hubieran intervenido en la historia.
Contempló el resultado y bufó. Ladeó el sombrero y maldijo la pluma rosa. Indignado, salió del vestidor a reunirse con sus compañeros.
- Eh, Fresno! Por qué no nos cantas “Las Bodas de Würlack”? – se burló su compañera. Para ella era fácil. Sólo tenía que ser una pequeña condesa de un condado perdido de la mano de Rau. Él era el trovador de la velada.
-  Muy graciosa, Marg… Muy graciosa… A ti me gustaría ver yo disfrazada como la farándula! Esto es indigno!
- Déjalo ya, Fresno – le recriminó Roble, su otro compañero – Si te han dado ese papel, es porque eres el único que sabe cantar. Tu papel es el más importante, y eres el único que sabe el plan al completo. No te basta con eso, que tienes que ser siempre el centro de atención?
- Diablos! Yo… quiero decir… - balbució – Claro que estoy honrado de ser el eje principal… pero… mi categoría…
- Deja de joder, Fresno! – le gritó Marg – Madura de una puta vez.
- Cuida ese lenguaje, Marg – le reprendió Roble – Esta misión es muy importante. Os quiero centrados, estamos? Podríamos cambiar radicalmente la situación de Armindol en el Cruce.
- Si – asintieron a la vez.
- Bien. La alfombra aguarda.
Salieron del edificio de piedra que les hacía de base de operaciones y subieron al anacrónico vehículo. Lo llamaban alfombra porque su diseñador le dio la forma rectangular de… bueno, de una alfombra. Incluso era de base ondulada, para dar más sensación de realismo, aunque aquellos picos y depresiones estaban estratégicamente colocados para ser asientos anatómicamente perfectos para que hasta 6 personas estuvieran cómodas en la alfombra. No tenía cristal ni ninguna otra cosa. Sólo era esa base ondulada. Claro que solo servía para desplazamientos cortos a no más de unos pocos cientos de metros de altura. Allí en el Cruce, tenía el doble propósito de aumentar la reputación de magos ante los trogloditas,  tal y como los llamaba Fresno.
Roble se sentó a la cabeza, y usó su pulsera para transmitirle las coordenadas a la alfombra. El rectángulo se elevó y se dirigió raudo a su destino, el brazo oeste del Mordisco, también el más grande. Justo donde se unía con el país, estaba el castillo de lord Ungold, abierto simpatizante de los armindol. Había invitado a todo aquél que merecía la pena invitar, y algunos a los que no, pero cuya relevancia política era crucial, todo según las órdenes de los misteriosos magos. “Bueno, de nuestro servicio de inteligencia, más bien”, matizó para sí Fresno. Ellos se encargarían de que todo fuera sobre ruedas.
Llegaron enseguida a la pared norte del castillo, una imponente construcción de piedra con adornos muy ostentosos de mármol, jade, rubíes y otras piedras igual de llamativas. Ganarse el favor armindol tenía sus recompensas también, monetarias principalmente. Sin embargo, el buen gusto nunca, nunca se les pegaba. Tenían la insaciable necesidad de demostrar su poder adquisitivo de la manera más vistosa posible. Paletos.
El saludo del propio lord Ungold lo sacó de su ensimismamiento.
            - Bienvenidos, amigos míos! Pasad y refrescaos! Lord Gumffried Ungold a vuestro…
- Déjate de ceremonias, crucí – Le cortó Roble – Muéstranos el terreno. Tenemos solamente quince minutos.
- Claro… como gustéis – accedió el lord un tanto confuso. Los armindol siempre eran buenos y educados con él, porqué ahora no?
Les mostró cada palmo del nada pequeño castillo, a toda prisa. No había tiempo que perder. Las cocinas, el comedor, el vestíbulo, el salón, cada habitación, los baños… hasta el corral de las gallinas. Y aún sobraron tres minutos.
Se distribuyeron cada uno en su puesto: Marg cogió un carruaje prestado del castillo y dando un rodeo, llegó a un camino del este para encontrarse con algunos otros nobles. Roble se fue a las cocinas a servir de camarero. Y Fresno se fue a la sala de invitados, a coger un laúd para prepararse. Con las fichas puestas en su sitio, la fiesta podía empezar.

Apenas se escuchaba la música entre tanto barullo. Los “pásame esto” o “alcánzame aquello” ahogaban los esmerados acordes que Fresno se afanaba por sacar del viejo laúd. Llamarlo viejo era un eufemismo, tenía más años que los cojones de Rau. Tres horas y diecisiete platos después, pudo retirarse, afónico y hambriento.
Lo llevaron a las cocinas, donde comió las sobras de todos los platos, y algunas nuevas que iban llegando. El postre y final de la comida apareció con las primeras estrellas. Fresno estaba nervioso. Su papel estaba a punto de comenzar.
En realidad, era el único que tenía un papel; Marg y Fresno estaban como apoyo, y ver un poco qué pescaban. Él era el importante. Aprovecharía el amor por las artes de lady Edmer para darle un concierto privado… y dejarla seca. Simularían un asesinato por unos saqueadores y la principal oposición a la presencia de tropas armindolienses (de verdad los crucíes los llamaban así? Qué nombre más horrible!). Gracias a eso, podrían pasar sin sospechas al Norte. Quizá hasta salvar la civilización.
Se obligó a borrar esa sonrisa de triunfo. Aún no había nada claro. Respiró hondo y fue al encuentro de su objetivo.
- Lady Edmer – saludó Fresno con una reverencia exagerada – Robin Docecuerdas a vuestro servicio.
- Con vos quería yo hablar! – Se entusiasmó – Una delicia de interpretación nos disteis. Tenéis la voz más dulce y los dedos más hábiles del Cruce y parte de las Islas.
- Me sobreestimáis, mi señora. No merecería ni estar en este banquete, de no ser porque soy amigo personal del señor del castillo – arrastrase cual lombriz se le daba de fábula.
- Oh, tonterías! Sois demasiado indulgente con vos mismo. Hacía mucho tiempo que no escuchaba a nadie tan bueno.
- Ahora sois vos la que es indulgente, mi señora.
- Tonterías! Si algo me caracteriza, es la sinceridad.
- Y vuestra belleza sin parangón, sin duda – “Siempre y cuando el culo de un mandril sea considerado bello”, pensó para sí.
- Ya veo que también es ducho en el arte de la adulación – Se sonrojó
- Soy ducho en muchas artes, mi señora – respondió con sonrisa pícara. Le devolvió la sonrisa. Esa troglodita ya estaba en el ajo.
- Podría pediros un favor, Robin?
- Lo que gustéis, mi señora – Otra reverencia.
- Dentro de un mes, doy yo mi propia fiesta, y no tengo músicos. Podría tocarme algo en privado, de ese repertorio que no ha podido interpretar hoy? Para ver si es adecuado…
- Faltaría más, mi señora. Acompáñeme a mi cuarto.
Ya podía saborear las mieles de la victoria! Por el camino, Edmer no paraba de hablar, en parte para justificarse el ir a un cuarto sola con desconocido. Crucíes y su sentido de la honra; nunca los entendería.
Entraron en el cuarto, un cuchitril donde apenas cabían 4 personas de pie. Le ofreció la única silla – taburete más bien – y él se sentó en la cama – tabla con sábanas, más bien. Lentamente, templó el laúd. Al terminar, rasgueó un acorde de prueba. Satisfecho, comenzó a entonar “Tres pájaros en una rama”, canción picante donde las hubiere. A mitad de la canción, cuando ella ya estaba extasiada con la música, aprovechó que tenía libre la mano izquierda, para meter la mano ene l bolsillo y lanzar una pequeña daga a su oyente. Lo que a continuación pasó lo dejó paralizado.
Como un relámpago, lady Edmer cogió al vuelo la daga, la tiró al suelo, saltó hacia Fresno y lo tumbó en la tabla de dormir, inmovilizándolo, todo en lo que dura un suspiro.
Estuvieron un buen rato forcejeando. La muy puta tenía una fuerza de mil demonios. De repente, escuchó un crujido. La puerta se vino abajo y tres crucíes más entraron. Un golpe seco en la cabeza lo dejó todo oscuro.
- Creíais que los únicos con espías erais vosotros, eh? – dijo uno de los recién llegados, el más bajo.
- A quién le hablas? – preguntó, en un tono más gutural, el alto de ellos.
- Al espía –contestó el primero.
- Pero si no te oye… – observó, muy agudamente, el segundo.
- Ya lo sé!
- Entonces, por qué…?
- Oh, déjalo! Sólo cárgatelo al hombro. Tengo grandes planes para el – comentó el primero, con una sonrisa maléfica.
- Cómo cuáles? - Intervino el tercero, que estaba ansioso por participar.
- Ya lo verás… Ya lo verás… - Insinuó. Se hizo un gran silencio mientras salían de la habitación a los pasillos
- Y cuándo los veremos? – Preguntó el segundo – No me dejes en vilo!
- Cuando lleguemos! Hasta entonces te aguantas! – Reprendió el primero.
Con paso indignado el primero, y más triste el segundo, salieron del castillo hacia el bosque. El tercero y la chica cerraban el paso, atentos a cualquier incidencia.

Algo le estaba hablando, pero no sabía ni qué ni en qué idioma. Abrió los ojos, muy despacio, Formas borrosas se dirigían hacia él. Trató de alejar, pero estaba atado. Entonces, todo comenzó a definirse. Un tipo bajito, de ojos azules y pelirrojo, lo amenazaba. Que si tus compañeros están muertos, que si no tienes escapatoria, revélanos tus planes y seremos benévolos… La misma mierda de siempre. Ya había estado en situaciones así, y ni todas las huestes de Rau habían impedido que escapase. Esta vez no sería distinto.
Más atrás, estaba el marimacho que se hacía pasar por lady Edmer, la que, sospechaba, estaba segura en su hogar, oponiéndose felizmente a los ejércitos armindol haciendo todo lo que políticamente estaba en su mano. A su izquierda, otro tipo delgado, algo más alto que el primero y con los huesos contables a simple vista. Al fondo de todo, pegado a la puerta, un tercero mascaba algo mientras una babilla translúcida le bajaba por la papada. Era calvo y le sacaba una cabeza a la puerta. Y dos cuerpos.
Quiso hacer una rápida inspección del cuarto, pero en cuanto desvió un poco la mirada, recibió un porrazo al grito de “mírame”. Bueno, si eso quería… aunque no había mucho que mirar. En una breve mirada ya estaba todo visto. Se lo hizo saber. Y recibió otro porrazo
- Te crees muy gracioso, eh, capullo? Sigue así y no durarás mucho. Habla! – exclamó, lleno de ira, recibiendo otro porrazo.
Magnífico, un tipo impaciente. Enseguida se hartaría. Sólo había que esperar. Y provocarlo sutilmente.
- De qué quieres que hable? Del tiempo? De las costumbres reproductivas del bonobo? – Y otro porrazo. Y otro. Y otro. Y otro de regalo. Resoplando, el hombrecillo dijo
- Lo siento, me he pasado un poco… No debería pegar a un débil mental como tú. Porque como no entiendes lo que te pido…
- Si, gracias, había entendido porqué me insultabas. Pero es que te has equivocado. Yo soy humorista, no espía – Porrazo va.
-A mí no me torees, amindoliense de mierda! Sabemos que tú eres el cerebro de la operación! Habla y de verdad que todo quedará aquí. Te protegeremos de tu gobierno, te daremos cobijo. Cállate y sólo te daremos la muerte. – Estaba tan cerca de su cara que le podía oler el aliento. Olía a sardinas con cebolla.
- Eres el tipo más ingenioso que me ha amenazado nunca. Y me han amenazado escritores de obras subversivas - Porrazo viene – No te gustan las artes, eh? – Puñetazo. La variedad siempre es bienvenida.
- Bueno – dijo algo más calmado – Parece que no quieres hablar. Veremos si el hambre y la sed te sueltan la lengua. Börg! – llamó a la mole apoyada en la puerta – Vigílalo.
- Sí, Grandal – contestó con una voz tan pesada como él.
Rau le sonreía al fin. Una oportunidad pintiparada para escapar.
Con pasos lentos y oscilantes, Börg cogió una silla y se sentó enfrente de él. El mueble crujió bajo su peso. Se puso a mirarlo fijamente, sin pestañear si quiera
- Tanto me tienes que mirar? – preguntó Fresno.
- Me han pedido que te vigilara. Así evito que te escapes – dijo en tono de convicción absoluta.
- Ah – Puso los ojos en blanco. Esto iba a ser un suplicio. Ahora si miró a su alrededor. Era una cabaña pequeña. Una casa unifamiliar reconvertida en cámara de torturas. De las cuatro paredes del cuarto colgaban múltiples instrumentos de hierro con bordes punzantes, ninguno muy esperanzador. Había tenido suerte, su aspecto frágil había hecho que lo subestimaran. De abajo llegaban risas. Debían de estar bebiendo o algo. Mejor, más fácil para salir.
- No os han dicho nunca que sois geniales decorando, Börg? – ironizó
- No. Muchas gracias – contestó el gigante con una sonrisa de complacencia.
- De nada hombre. Las buenas casas merecen buenos cumplidos – Ese grandullón estaba radiante de felicidad. Qué simple era. – Por cierto, que no me he presentado. Me llamo Fresno.
- Cómo el árbol?
- Exactamente igual que el árbol.
- Jo – Parecía decepcionado. Luego se calló un momento, para pensar – Yo pensaba que teníais nombre chulos, como Horacio o Virgilio o Teogástrico.
- Oh… eso… Si, fue una moda de la época de mis abuelos. Me parece increíble que aquí nos conozcáis por esos nombres.
- Je – Y fue todo lo que salió de la enorme boca de Börg. Se hizo un ominoso silencio, roto por risas  lejanas.
Al cabo de un rato de mirar la suelo, Fresno dijo:
- Bueno, ha sido un placer charlar contigo Börg. Eres un buen tipo – Börg sonrió – Pero ha llegado la hora de irme – Chocó su talón con la pata de la silla y un proyectil salió disparado al cuello de la mole. Murió sentado. Increíble que la gravedad no lo tumbara.
Se liberó con un pequeño y poco potente láser de muñeca. Con mucho cuidado, abrió la puerta y puntillas se dirigió a las escaleras de su izquierda. Las bajó sin ninguna prisa, procurando no hacer ruido, cosa que consiguió. La puerta de la cocina, de donde salían las risas, estaba cerrada. Agradeció a Rau todos sus golpes de suerte. Hasta que llegó a la puerta principal. Cerrada. Maldijo cada apéndice y miembro de Rau. Volvió arriba, otra vez sin prisas. Entró en los otros dos cuartos. Uno tenía el techo en ángulo y una ventana en él. Se abrió sin problemas. Pidió perdón a Rau por olvidar el dicho popular y salió.  Otro ágil salto y aterrizó en tierra. Ya estaba. Libre. Tocaba correr.

Corría zigzagueando entre la espesura de los bosques. A cada pestañeo, un roble cuatro veces más ancho que él aparecía delante, y tenía que desviarse. Varias veces hubo de detenerse para orientarse. Al este, siempre al este, hacia Gran Fauce. Allí estaría a salvo y podría informar de su delicada situación. Todo se resolvería en el este. Peor para ello no lo podía coger. Los crucíes se orientan mejor en los bosques que nadie, y son capaces de seguir rastros ínfimos. Su única esperanza era ser más rápido. Miró un segundo atrás, creyendo escuchar algo a sus espaldas. Al volver la vista hacia adelante, un inesperado obstáculo salió a su paso. Sin tiempo a virar, chocó de bruces, yéndose a desnucar contra una raíz cercana. Y no se levantó.

Cleptómano estaba tendido en el suelo, con las manos en su frente, quejándose de dolor. A quién coño se le ocurre ir corriendo por el bosque sin mirar hacia adelante? Trató de levantarse apoyando las manos en el suelo. Veía doble y todo le daba vueltas. Ese tipo tenía la cabeza más dura del Cruce y parte del extranjero. Cuando el mundo dejó de intentar tirarlo, se acercó a su agresor, para increparlo, tal y como sus años de experiencia le habían enseñado a hacerlo. Pero no se movía. Apenas respiraba, de hecho. Entró en pánico, claro. Nunca en su vida había matado nada. Si se había su niñez entrenando ratas!
- Eh! Está ahí! – Casi el explota la cabeza con ese grito. No sonaba como aquellos Capas que lo perseguían desde hacía un momento. Pero tampoco sonaba amigable – Eh! El tipo de la chaqueta negra! Deja en paz al fugitivo!
Tres personas se le acercaron: una bajita con el pelo rojo bien enredado, uno más alto y pelo corto y un marimacho que le apuntaba con un arco. Cleptómano se separó del supuesto cadáver, manos en alto, temblando.
- Yo no le he hecho nada, se lo juro! – explicó – Unos Capas me perseguían y choqué con este hombre, que no miraba hacia adelante y…
- Te persiguen los Capas? – inquirió el bajito – Mierda! Henne, baja el arco y cárgatelo a la espalda. Aún no está muerto, parece. Podemos aprovecharlo – Volviéndose a Cleptómano, que sigilosamente hacía mutis por el foro, dijo – Tú, no te escapes! – Le ordenó. Orden que se cumplió en el momento – Khart, coge el arco. Asegúrate de que nos sigue hasta la cabaña. Hemos de darnos prisa. Los Capas podrían aparecer pronto.
No aparecieron, a pesar de que Cleptómano no paró de rezar para que así fuera y tener una oportunidad de escapar. Suponía que ese era el mal menor. Un rato después, llegaron a una cabaña con encanto en medio del bosque. Sentaron a Cleptómano detrás de una mesa en la cocina. Delante le pusieron una jarra de hidromiel, fruta, cordero asado y fiambres.
- Come – dijo (ordenó) el bajito – Henne te vigilará para que no hagas nada raro. Hemos de hablar contigo cuando acabemos con éste.
Cleptómano comió con un nudo en la garganta. Un nudo enorme.
Muchas horas y gritos inhumanos más tarde, Khart y Grandal bajaron a la cocina… y no había nadie. Ningún rastro de violencia por ninguna parte. Simplemente, habían comido y se habían ido. Grandal iba a estallar de furia cuando se la puerta exterior se abrió.
- Grandal? Khart? Soy yo – se anunció Henne, que llevaba a Cleptómano delante de si, apuntándolo con su arco. – Se puso pálido y mareado con tanto grito, y lo saqué a fuera a que… echase fuera todo su malestar.
- Está bien,  está bien – dijo casi en un susurro el bajito líder. – Que se siente en la cocina. Quiero hablar con él.
Cleptómano se dejó conducir. Si tuviera algo que vomitar, vomitaría ahora. Pero su estómago estaba tan encogido que ahí ni cabía nada para expulsar. Trató, sin conseguirlo, calmarse. Estaba temblando cuando se sentó, tanto, que la silla chirriaba.
- Deja de temblar. No te haremos nada – le aseguró Grandal con una sonrisa bastante sincera. -  La Resistencia ha de darte las gracias por este día.
- Ah, sí? – Preguntó el ladrón incrédulo.
- Pues si, créelo. Ese tipo al que placaste – señaló hacia el piso de arriba – queriendo o no era una pieza muy importante en el plan de dominación armindol.
La cara de Cleptómano era una sopa de sudor y confusión. Esto provocó sospechas a Grandal. Detrás de él, los otros pusieron más a mano sus armas, por si acaso.
- No serás un partidario armindol, no? – Inquirió con gran desconfianza.
- Qué? No! – “Muy poco creíble, Clepto”, se dijo a sí mismo. “Y eso que es verdad. Esfuérzate o te linchan!” – Joder, si me perseguían los Capas! – gritó con desesperación.
- Podría ser un estratagema para que nos confiáramos – recriminó Khart con dureza. Con toda la dureza que puede imprimir una voz de pito – Así pillaron a la división del Valle. – Los otros dos asintieron con firmeza hacia él, y luego tres miradas se clavaron en un de nuevo tembloroso Cleptómano.
- Oh, por favor! – Hasta las palabras le temblaban – He sido compañero de Jensen Manosrápidas! No podéis hablar en serio!
- Entonces, eres un ladrón? – dedujo muy agudamente Henne. Y Cleptómano sintió que lo iban a desmembrar – Vienes a robarnos, es eso?
- NO! – chilló como un gorrino – intentaba robar algo de comida cuando cayeron sobre mí esos Capas. Por el amor de los Nueve, yo no os deseo mal alguno!
- No pronuncies el nombre de esos dioses apócrifos en estas paredes! – tronó Grandal, con su rostro a dos palmos de su interlocutor. Luego bruscamente se alejó, visiblemente calmado – Creo que vas a ser un civil ignorante, al final. Nadie clama con tanta sinceridad a los Nueve en presencia de la Resistencia. Bajad las armas, chicos – ordenó acompañado de un gesto conciliador.
Cleptómano sintió que los testículos empezaban a volver a su sitio. Eso le dio la valentía suficiente para preguntar:
- Porqué los Nueve son apócrifos? No son nuestra religión? – Los tres se volvieron hacia él, asombrados. Miradas de reojo y un suspiro de aceptación que salía de Khart.
- Te daré una acelerada lección de historia, como sea que te llames. Después te dejaremos, o bien unirte a nosotros, o irte sin consecuencias. Tú decides.
>> Al principio, Cruce se llamaba Khervushkarr, cuyo significado se ha perdido, pues es un idioma más antiguo que el propio Norte. Pero es su verdadero nombre, y así debería de ser, no ese Cruce, que a saber por qué nos lo pusieron.
>> En fin, que me desvío. En ese principio, aquí sólo había dos cosas: granjeros y guerreros. Magníficos ambos. Y así estuvimos durante miles de años, cultivando y luchando contra clanes rivales o invasores, tanto del Norte como de otros lares. Sin embargo, el imperio Armindol, temiendo una evolución por nuestra parte, decidió entrar en escena. De aquella, ellos ya eran los dueños de medio mundo. Y no porque sean magos, como habrás oído. No. Ellos tienen una tecnología fuera de los límites de toda nuestra imaginación.
- Tecmología? – Preguntó el ladrón.
- No. Tecnología – corrigió Grandal. Era buen líder, pero mal historiador – Los arcos y los arados, por ejemplo, son tecnología. Herramientas adecuadas para hacer trabajos. Las suyas son avanzadas. Cuesta imaginárselo, pero no necesitan fuego o fuerza animal. Funcionan solas. El cómo es un misterio.
- No lo entiendo – Su cara se había convertido en un interrogación.
- Ni nosotros – admitió Khart con su aguda voz rompecristales – Pero así es. Tenían miedo de que nosotros, con el tiempo, adquiriésemos ese nivel y los sometiésemos. Por intervinieron. Introdujeron la lectura y la escritura, para luego hacer saber que existían libros sobre religión e historias populares que nadie había oído jamás. Deformaron nuestra cultura y nuestro saber. Muchos se opusieron. Hubo batallas, pero ganaron, claro. Nombraron nobles y los casaron con armindol para tenerlos controlados. Poco a poco, hicieron esta sociedad estamentaria. Pusieron un rey títere, con una guardia fiel a ellos. Falsearon guerras para hacerse ver como los buenos. La Batalla de los Cien Acres no fue sino una pantomima, pero funcionó. Vaya sin funcionó. De repente, todas las mentiras comenzaron a arraigar. Menos algunos. Pero muchos de ellos fueron exterminados en el Sangretierra. Otra pantomima. Nos hicieron quedar como los malos. Los malos son ellos. Nos han oprimido durante cientos de años. Pero lo peor han sido los últimos sesenta. Y nosotros estamos dispuestos a ponerle fin de una vez por todas. Queremos que vuelva Khervushkarr.
- Queréis volver a la antigüedad? Por qué? – E inmediatamente, Cleptómano se dio cuenta de que había sido una mala idea.
- Qué por qué? – gritó Grandal, mientras caminaba a grandes zancadas de un lado a otro, moviendo furioso las manos. – Porque esa es nuestra cultura, no ésta! Ésta es la suya! Ni siquiera! Ésta es falsa! Que la usen para uno de sus libros de ficción! Nosotros queremos recuperar nuestra identidad!
- Pero… - vaciló, peor lo soltó. Desde su cicatriz, empezaba a envalentonarse cosa mala – A pesar de que esto no es nuestro, es un avance. Los armindol no han dado una dirección, y es buena. No sería mejor seguirla? No podemos ir al pasado, ni vivir de él. Sólo podemos seguir adelante. No deberíamos hacerles ver que su intento de reprimirnos ha sido un error? Que gracias a ello nos pusieron en camino hacia el futuro que tanto temen?
Tres miradas de odio y rabia lo taladraron, atravesaron, quemaron y convirtieron en cenizas lo poco que quedaba de su cadáver. Había dicho justo lo que no querían oír.
- Que por qué? – Grandal sonaba como una tormenta en plena mar. Los otros dos apretaban los puños sobre sus armas para no romper la cabaña -  Pues porque esto no es lo que somos! Es que no has escuchado! Gente como tú es la que hace que los armindol estén todavía en el poder!
- Pero… pero… - trató de razonar Cleptómano, en balde.
- Por culpa de gente como tú – siguió con el mismo volumen – seguimos avasallados y sin poder hacer nada! Es por gente como tú que Börg ha muerto! –La voz se le quebró, pero muy sutilmente. Sus compañeros lo notaron, no Cleptómano. Con la ira de ese momento, empujó al ladrón y lo tumbó en el suelo – Largo de aquí. Antes de que te asesine. Que sería mejor. Uno menos que impediría nuestra victoria! Pero no seré yo el predique con el ejemplo de que somos unos inmisericordes sin cerebro. Largo! Tenemos un prisionero al que sacar información! – La mayor parte de todo esto no lo escuchó, porque Cleptómano ya estaba varios metros fuera de la casa. Paró un momento para relajarse. Tardó dos días. Luego cambió de rumbo y se puso en dirección al Valle.
Volviendo a la cabaña, los tres se desquitaron con Fresno. Fue demasiado. Fresno murió y se quedaron sin saber el plan armindol. Sin embargo, lo importante era que lo habían evitado. Enviaron un cuervo con un mensaje a  la central de la Resistencia y emprendieron el viaje a sus casas.