Un paso más. Un solo paso y llegaría. Su meta estaba justo enfrente. Un solo paso más y… oscuridad absoluta.
Como tantas otras veces, Cleptómano abrió los ojos en un lugar desconocido. Una pequeña habitación de madera, para más señas. Pero esta vez, no se despertó sobresaltado, sino tranquilo. Todas esas situaciones parecidas lo habían curado de espanto para siempre. Al incorporarse, le crujió la espalda. Colchón de paja. Montón de paja más bien. Y sin comida cerca. Tendría que pagar por ella, aunque le quedaba poca cosa. Ya se sabe, cuando una manada de lobos te ataca, o dejas tu comida o tú eres la comida. Lo segundo no le atraía, así que dejó la comida robada al amante de los animales al pie de un castaño y él subió a su copa, Con las prisas, la bolsa del dinero se le cayó. Los lobos se la debieron comer, porque no la volvió a encontrar. Avariciosos animales. Ahora nada más que le quedaba lo de sus bolsillos. Sin comida, había sido un milagro de los Nueve encontrar este pueblecito de montaña, del cual, presumía, debía estar en al posada.
Hizo evaluación de daños. Todavía conservaba los pantalones. El resto de la ropa estaba al pie de la paja. Se compuso en un abrir y cerrar de ojos y entornó la puerta. Nadie. Quién dejaba una posada sin vigilar a primeras horas de la mañana? Salió al vestíbulo. Encontró la salida por un golpe de suerte. Ante sus ojos, una decena de casas levantadas con madera y paja, muy humildes. No era más que el típico pueblo pastor y leñador de montaña crucí. Abundaban por toda la cordillera del Sangretierra, pueblecillos como ese, que conservaban las antiguas costumbres crucíes. Por ello siempre había cerca una guarnición de Capas Rojas, con algún caballero llamado a filas, para evitar algún rebrote de rebeldía contra el Trono. Cleptómano se sentó en un banco del porche y esperó al posadero. Tenía hambre.
El viento le cortaba la cara y el frío le hacía llorar. Pero Cleptómano ponía todo su empeño en no temblar ni llorar. Una vez, su padre le había dicho: “ Si alguna vez vas a las montañas, tendrás que comportarte como un auténtico crucí si quieres sobrevivir. Ni el frío, ni el viento, ni la nieve, ni la lluvia ni siquiera la propia montaña te podrán para o doblegar. Deberás de ser y fuerte como el mismo acero. Preocuparte de tus asuntos, y sólo de ellos y matar a quién te contradiga o desafíe también te ayudarán. Y siempre, siempre, siempre, respeta a una madre”. De ser todo eso cierto, aparecería con las tripas por fuera en medio de ninguna parte.
- Qué haces ahí? – inquirió una voz grave. Al levantar la vista, Cleptómano vio que pertenecía a una gruesa mujer circular. Pero si le hubieran vendado los ojos, habría jurado que hablaba con un curtido leñador. Aunque habría acertado en lo del bigote
- Estás sordo o qué!? – Aquel berrido casi lo tira del banco.
- Disculpe, estaba distraído – respondió con su mejor sonrisa, pero no cambió el orondo y feroz rostro de la mujer – Es usted la posadera?
- Y qué si lo soy? – le espetó. Estaba claro que veía algo raro en él.
- Soy un humilde viajero camino de Cienrríos – A ver su la sinceridad la ablandaba – Mi comida se ha terminado. Podría comer y abastecerme aquí?
- Vale - dijo más calmada – Le hará compañía al otro huésped – Por lo bajó, Cleptómano rió. O lo haría si no estuviera a punto de desfallecer.
Mientras la posadera maldecía al fugado inquilino de maneras que jamás habría imaginado, Cleptómano se saciaba a la vez que pensaba maneras de largarse sin gastar nada de su pequeña capacidad pecunaria. Tanto tiempo pasó de esta guisa que no se dio cuenta de cuándo se llenó la posada. Gritos y canciones flotaban en el vestíbulo. Todo el pueblo debía estar ahí dentro. La posadera charlaba, detrás de la barra, sobre lo mal que estaban los caminos y lo poco que se respetaban ya las leyes de hospitalidad, pero no servía nada; eran los propios clientes los que cogían lo que querían. Y entre todo ese caos, oyó una voz conocida. Ya tenía plan de huida. Ahora, a esperar.
- Pues me alegro de que el fugado haya vuelto! – Bramó jovial una voz de toro enfurecido. Pertenecía a un hombre grande, muy grande, pelirrojo y más ancho de hombros que un banco.
- Gracias Larj! – Su tono claro, como agua de fuente, contrastaba con la adusta gravedad de las montañas. Y su corta estatura también lo hacía destacar entre todas las montañas que lo rodeaban. Sólo su pelo rubio lo hacía coincidir con el resto de paisanos – Ya iba siendo hora de volver! - Jeris Manosrápidas parecía de veras contento de regresar a sus orígenes.
- Qué te hizo volver? – Una segunda voz, rota y cadavérica, como crujido de madera vieja, se unió a la conversación. Era de otro gigante, pero moreno y barba larga.
- No me fueron bien los negocios – soltó de corrido y seco, para luego meter los labios en su hidromiel. Los tres amigos se hundieron en silencio.
Bebieron y comieron sin hablar durante buena parte de la subida del sol. Cuando éste comenzó a bajar, un tercer montañés, el más alto, el más rubio, y el más fuerte de los que estaban allí, bien armado, dijo con una voz que sonaba por encima del ruido:
- Tu madre debe de estar muy contenta de tenerte para ayudarla.
- Oh, sí. Pero más lo está la tuya – Sabía que si esperaba lo suficiente, Manosrápidas metería la pata. Uno olvida fácilmente la lengua afilada de un ladrón. Cleptómano lo habóa intuido, y Jeris ahora se deba cuenta de su error. Todos se quedaron en silencio al acabar la fatídica frase. Ni siquiera se oía el viento.
- Lo siento, Bergh... yo… no quise… -titubeó el ladrón, con los ojos bien abiertos, contemplando una muerte inminente. La cara del ofendido se desencajó. Nadie le falta el respeto a una madre y simplemente, vive para contarlo. Se levantó de forma tan brusca que tumbó la mesa. Jeris no era un luchador, así que saltó de su silla y trató de huir a trompicones, pero la clientela, con una expresión pétrea, le cortó el paso. Estaba acorralado en un círculo con paredes de roca pura con un oso gigante lleno de ira homicida armado con su hacha de guerra grande como un hombre. El ladrón esquivó dos embistes por los pelos, pero sabía que tarde o temprano, lo haría trizas. Jeris era inteligente, pero no muy rápido. Cleptómano se dijo que ya era hora de actuar. Para una vez que acertaba con un plan, no lo iba a dejar morir. Avanzó hacia los combatientes apartando suavemente al gentío mientras desenvainaba lentamente su daga. En cuanto tuvo al hombre del hacha cerca, levantó su arma, comenzó a avanzar hacia delante… pero resbaló en un pequeño charco de sangre. Cayó al suelo, al tiempo que su rival se giraba. Y éste sonrió, contento de tener el doble de diversión.
- Bastardo asesino! – aulló el barbudo montañés – Te mataré! – Lanzó un tajo vertical que habría partido un árbol en dos, pero Cleptómano hizo gala de una rapidez inesperada, rodando hacia un lateral y poniéndose en pie de un fuerte impulso con los brazos.
Ciego de ira, su oponente descargó un golpe horizontal, capaz de cortar a una persona en dos, que esquivó agachándose y sólo llegó a cortar una columna de madera. El gigante parecía haberse olvidado de Manosrápidas, así que éste aprovechó para acercarse por la espalda. Pero la posada parecía favorecer al guerrero, pues nada más dar un paso, el suelo cedió, atrapando el pie del ladrón. El barbudo montañés oyó e crujido, y hacha levantada, se giró para destripar a su rival. Rápido como un estornudo, Cleptómano saltó hacia delante, alcanzando a Jeris y apartándolo de la trayectoria diagonal del hacha, que acabó destrozando otra columna. Dos columnas fueron suficientes: el suelo del piso superior cedió, justo donde se almacenaban las barricas de hidromiel. Varios barriles cayeron encima de Bergh, enterrándolo en madera húmeda y alcohol. No se volvió a levantar.
- Y éstos son los peligros del abuso del hidromiel – sentenció Jeris jadeante. Un suspiro después, la posada volvía a estar llena de canciones, el suelo limpio, y la despensa superior, despejada.
Manosrápidas pagó gustoso la cuenta de Cleptómano, y un par de rondas más de propina. Mientras la comida desfilaba, ambos ladrones hablaban.
- Gracias por lo de antes, amigo – dijo con una gran sonrisa- Podría saber porqué lo has hecho?
- Nunca me gustaron las antiguas costumbres –respondió neutral Cleptómano. Su objetivo estaba cumplido, poco le importaba ya el resto.
- Debería matarte por eso! – amenazó muy serio. Viendo que su interlocutor no cambiaba su expresión, enseguida cambió a una sonora carcajada – Tienes razón, no impongo nada. No soy como mis paisanos. Mi mente fue más de negocios, no de luchas.
- Jamás habría adivinado que el ladrón más conocido de El Cruce era montañés. Ni que siguiera vivo después de Jardín de Dioses – Mierda.
- Con que del gremio, eh? – Mierda, mierda, mierda – Sólo así sabrías lo de Jardín de Dioses. Nadie me relaciona porque conseguí escapar a tiempo. Aquella emboscada casi me mata!
- Ya, ya me han contado… – disimuló como pudo. Dioses, porqué tendría que hablar! Ahora le pediría algo. Y no se podría negar. Ambos estaban unidos por una victoria, y si no prestaba ayuda a un amigo, los montañeses lo matarían. Asco de antiguas costumbres.
- Quién? Y qué es lo que haces aquí? Y no me suena tu cara de algo? – Maldita su boca. Demasiadas preguntas. Suspiró y trató de serenarse. A disimular.
- Me lo contó un tal Delrog, él estuvo contigo ese día. Tenemos mucha confianza. Consiguió un pequeño botín, pero unos salteadores se lo robaron. Ahora creo que es un bufón en la corte de algún señor menor. En cuanto a mi, sólo estoy de camino a Cienrríos, nada más – Levantó la mirada. Jeris parecía habérselo tragado. Era mejor eso que la verdad. La verdad nunca se la habría creído. Una ráfaga de tristeza pasó por el rostro de ambos hombres.
- Vaya, me habría gustado que uno de los nuestros hubiese conseguido algo – Echó un trago de su pinta. Bien, a lo mejor escapaba de allí – Has dicho que ibas a Cienrríos – Mierda- Necesitarás dinero. Qué me dirías si te ofrezco un golpe fácil, que te dará dinero y que hará mucho bien la pueblo?
- Qué aquí, lejos de todo lujo, no hay gran cosa – Esto no era lo que quería. Procuró no cambiar su expresión.
- Oh, créeme que si. Las bolsas de los Guardias siempre están llenas de sobornos – Cleptómano maldijo para sus adentros. Sabía que sería un suicidio. Pero necesitaría el dinero. Nada era gratis en Cienrríos. Y tampoco quería morir a manos de los montañeses. No tenía elección.
- Bueno, está bien – dijo a regañadientes- Necesito algún golpe que salga bien.
- Te entiendo – Otra ráfaga, pero sólo en el rostro de Jeris. En seguida se le pasó. Un fuego se le encendió la mirada – Bien, supongo que querrás saber el plan. Consiste en en matar dos pájaros de un tiro: eliminar a los Capas Rojos apostados la sur y conseguir oro, ya de paso - Pánico y pavor en el hombre sin rostro – Oh, no te asustes tanto! No los vamos a matar nosotros. Los destruiremos desde dentro – Sacó de su faldriquera unos papeles. El miedo se fue. Un poco – Son dos cartas, imitando la letra del Capitán de este destacamento y del caballero que los comanda, ser Galindor Mallyn. No es que sean réplicas exactas, pero ambos se llevan a matar. Esta pequeña chispa hará que el fuego se extienda rápidamente, más aún que en la Fragua. Habrá una contienda entre los partidarios de ambos líderes, y quién sobreviva, estará tan débil que morirá a manos de mi daga – No era un buen plan, peor parecía efectivo. Además, la seguridad con la que Jeris hablaba daba confianza – Qué me dices? – El terror había desaparecido, pero se había instalado en su estómago. Esperaba que allí se quedara y no recorriera el resto de sus tripas.
- A qué hora empezamos? – dijo intentando forzar una sonrisa. El ladrón no notó su miedo.
- Esta misma noche. Quédate en la posada, ya te vendré a buscar. Será fácil, su equipaje está fuera de sus tiendas. Y ahora, otra rond…
Ni siquiera podría emborracharse y no sentir nada. Antes de acabar de articular la palabra, toda una guarnición de Guardias Rojos irrumpió en la taberna. Y sabían bien lo que buscaban: ni aún se habían percatado del peligro, los dos ladrones ya estaban rodeados. Comprendiendo su derrota, se arrodillaron y se dejaron atar, bajo las socarronas sonrisas de Capitán y caballero. Cleptómano maldijo a los lobos, al dinero, la avaricia, las montañas, Jeris y a sus tripas, en una retahíla imposible de pronunciar para un hombre normal.
Llevaban ya medio día atados, espalda contra espalda, en un barracón mal construido del campamento de los Capas. De cuando en cuando, les traían bebida. Comida, hasta ahora no. Pero no les dejarían morir de hambre. O eso suponían. Hablaban de cómo salir, cuando ser Mallyn entró de repente, con un fornido hombre canoso, de barbas luengas y delantal de herrero. Le recordó vagamente a su padre, pero éste tenía ojos más amables y el músculo menos marcado.
- Has aprendido la lección, hijo? – Aquello le cogió desprevenido. Ese hombre, padre de Jeris? No podía ser.
- Yo no soy tu hijo, Fareth – dijo con tono sombrío – Que te jodas a mi madre no te da derecho a ser mi padre – Al hombre no le sentó nada bien aquello.
- Si tu madre te oyera… -aseguró con rostro desencajado.
- Me daría un escobazo, si – asintió con los ojos en blanco – Me es indiferente. Yo sólo quería hacer un bien a nuestro pueblo, y así me lo pagas?
- No, tú querías cometer un acto criminal – replicó con condescendencia su padrastro – Llevas años haciéndolo. Hay carteles tuyos por todo El Cruce. Cuando tu madre se enteró de la procedencia del dinero que le enviabas, lo dio todo. Se llevó un disgusto muy grande. Sólo quise darte una lección.
- Flaco favor me haces con esto! – Y le escupió a la cara. Galindor se adelantó para arrearle una bofetada, pero Fareth lo detuvo.
- Tranquilícese, ser, mi hijo necesita pensar. Dejémoslo a solas con su amigo – Y se fueron. Ser Mallyn se quedó rezagado, contemplando con visible odio a los prisioneros. Su ancha figura se recortaba a la luz del atardecer. Su pelo y sus ojos, oscuros ya de por si, eran negros a contraluz. Y ondeando su capa, con su emblema, un gamo rampante, se giró y se fue.
Ahora ambos ladrones estaban solos, sin hambre todavía, pues en la posada habían comido en abundancia. Pero pronto llegaría la necesidad. Si Manosrápidas no aprendía la lección, para lo cual podían pasar miles de días, no saldrían nunca. Así que Cleptómano decidió usar sus años de experiencia en librarse. Puso sus manos a la obra, pero se dio cuenta de que algo faltaba. Se giró y vio que su compañero ya estaba libre y quitando unos tablones para escapar. Cuándo había hecho eso? Y lo más importante, cuántos años de experiencia tenía en sus manos? Ahora ya entendía su mote, al menos. Se liberó en un momento y comenzó a ayudar a su colega. Cuando ya no les faltaba nada para huir, oyeron una voz amortiguada.
- … como le digo, Capitán, están haciendo algo, oigo extraños ruidos – Se miraron con pánico. Arrancaron los tablones de cuajo y saltaron por el agujero justo en el momento en el roce metálico de las armaduras apuraban. Al entrar, ambos soldados contemplaron desolados el resultado de la fuga de los presos. El Capitán maldijo con toda la fuerza de su poderosa garganta, lo que hizo vibrar su poderosa papada.
Se dirigieron al norte, hacia pueblo. Pero pasaron por delante del campamento. La vena de ladrón se les desató a ambos. Corrieron hacia allí. Estaba desierto. Y las bolsas con dinero estaban bien a al vista. Actuaron con cuidado, como se espera de un ladrón. Y en verdad debía estar desierto, porque no pasó nada. No era mucho dinero, pero si suficiente como para llegar a Cienrríos y algo más allá.
- Bueno, siento que esto se haya desmadrado un poco – los dos sonrieron – Pero ahí tienes tu premio. Cienrríos está hacia allí – Señalo a unos arbustos – Yo iré al norte, al pueblo. Vete rápido, oigo pasos!
Cleptómano enseguida se metió en los arbustos, pero no pudo contener la curiosidad sobre la identidad de los pasos. Se asomó y se quedó impresionado. Una pequeña mujer, de cabellos oscuros y facciones afiladas caminaba hacia Jeris con pasos indignados, seguida de Ferath, tratándola de calmar con una voz dulce.
- Pero Riama, mi gata, por favor, no lo hagas…
- Tú! – chilló con voz grave – Si no te hubiera dado a luz, habría dicho que eres hijo de una rata y una alimaña!
- Pero madre, yo… -dijo sumiso el ladrón
- Tú qué? Tú qué!? Me vas a venir con excusas de salvar al pueblo, ladronzuelo de pacotilla. Tu padre me lo ha explicado todo. Así de desagradecido eres? Yo no te crie así!
- Pero él no es mi padre…- Una bofetada lo dejó en el suelo.
- Respétalo! Él ha llevado la casa honradamente, como un crucí, mientras tú robabas y asesinabas con tus amigotes allá en las grandes ciudades. Tú sabes cómo se siente una madre al ver a su hijo en carteles de se busca, eh? – Un llanto desesperado buscó refugio en los hombres de su nuevo marido. Cleptómano no daba crédito a sus ojos.Parecía que Jeris tampoco. La mujer se apartó del hombro de su consorte y recuperó su carácter original – Ahora te arrepentirás de haberte fugado, oh sí – Cogió a su hijo de una oreja – Yo te enderezaré. Haré que me respetes. Pagarás los daños de la pasada. Y lo de los Guardias también. Y créeme que no habrá piedad. La escoba conocerá lugares de ti que ni siquiera sabías que existían – Y despotricando todavía, se fue alejando, con su hijo de la oreja su marido cerrando el paso.
Pasmado, Cleptómano avanzó unos pasos hacia su objetivo. Y después de asimilar toda la escena, comenzó a reírse fuertemente. No paró hasta que se fue a dormir, rendido de cansancio.