Una melodía se oía a lo lejos, medio apagada por un viento que agitaba abetos y álamos, algo apartados del camino. Hierbas altas y dientes de león adornaban ambos lados de la senda. Comenzaba a declinar el sol cuando por el camino se empezó a discernir la fuente de la canción. Un anciano campesino asomaba en la distancia. Una camisa de lana y un chaleco medio roto cubría su delgado cuerpo. Los pantalones y sandalias estaban llenos de tierra. La luz del atardecer se reflejaba en su calva, mientras que una espesa y blanca barba cubría casi todo el rostro, salvo por los almendrados ojos marrones y una cicatriz que le bajaba desde la nariz al ángulo derecho de la mandíbula. Iba caminando despreocupadamente, silbando, feliz del trabajo bien hecho, aunque con un cierto aire ordenado y marcial, como de marcha militar, pero más laxa. Llevaba los aparejos de labranza apoyaban en su hombro.
Con ese aire despreocupado, Barslan siguió su camino, hasta que creyó oír algo. Años de intemperie le había aguzado el oído, sentido que gracias a los dioses, no había perdido, y dejando de silbar, se encaminó hacia la débil respiración que había percibido. Y allí estaba, un hombre que a su juicio, tenía la cara más normal de cuantas había visto, que no eran pocas, medio muerto, tirado en el campo. Trató de despertarlo sacudiéndolo, pero no pareció reaccionar. Después, le sacudió un par de bofetadas. Abrió los ojos, casi negros.
- Eh! Muchacho! Estás bien? - Dijo, con energía. Le había dicho muchacho por decirle algo, pues por su cara no se adivinaba la edad. Su expresión se tornó confusa. Trató de incorporarse y decir algunas palabras, pero nada con sentido surgió de ahí.
- Creo que eso responde a mi pregunta. Ten - Le tendió un odre lleno de vino y algo de queso, que llevaba en una faldriquera por si al trabajar le entraba hambre. Comió y bebió con avidez, y empezó a incorporarse.
- Cómo te llamas? - Aquello pareció tomarlo por sorpresa. Titubeó, y acabó contestando.
- Soy lord Marengo, señor de Castillo Regio, en el Río de las Almenas - lo decía con desgana, como el estudiante que se aprende la lección - Llevo años huyendo, y como me descubras, haré que te maten. Así que aparta de mi camino - Trató de empujar al campesino, pero sólo consiguió caerse. Aquello daba lástima.
- Por los Nueve, que es la primera vez que veo a un muerto hablar! - Una mirada sorprendida y extrañada se elevó desde el suelo. Barslan rió con ganas, como siempre - Deberías informarte mejor de a quién suplantas, amigo. Encontraron el cadáver de lord Marengo hace varios meses, en una pequeña senda que va al Norte.
El chico hizo ademán de sacar algo de una funda, torpemente, pero el anciano lo tumbó de un fugaz golpe con el mango de su horca.
- No deberías enfrentarte a quién no conoces. Y menos en ese estado. Por las mil iras de Bascoth, no me mires así! - Volvió a soltar una carcajada - Arriba, amigo! - Le tendió la mano - No pienso hacerte mal - una franca sonrisa le adornó el peludo rostro. - Tus razones tendrás para suplantar a ese desdichado arruinado. No me importa. A mi enseñaron a ayudar al prójimo, aunque sea un prójimo tan peculiar como tú. Anda, coge mi mano y levántate, que esta postura es muy incómoda!
Le sorprendió que el extraño pesara tan poco, pero ahora que se fijaba, estaba demacrado, y muy delgado. Había que fijarse mucho, pues ese estado apenas alterada sus rasgos. Unos rasgos muy fácilmente olvidables. Se hizo prometer a sí mismo no perderlo de vista. La vida le había enseñado a fiarse de su instinto, y su instinto le decía que tuviera cuidado.
- Eh! Venga, alegra esa cara! - dijo mientras se ponía a caminar - Hoy comerás y descansarás en mi casa. Creo que lo necesitas. Tengo al fuego un caldo de nabo y trucha fantástico!
El desconocido hizo una mueca, como si reprimiera una náusea, pero se puso a caminar con él. Se veía a la legua que necesitaba descanso y comida de manera muy urgente.
- Bueno, y cuál es tu historia, amigo? - Comentó de repente Barslan. El sol estaba bastante bajo y todo tenía un tono naranja. Al campesino siempre le había gustado hablar. A veces era demasiado rudo, pero siempre conseguía sacar una conversación, debido a su carácter afable. Aunque en muchas ocasiones la conversación era un inmenso monólogo.
- Mi historia? Y eso qué importa! Estoy aquí porque me has ofrecido comida y descanso. Y no soy tu amigo - Si fuera cuchillos, esas palabras habrían destripado al barbudo labrador.
- Veo que no te faltan dientes, cachorro! -Una gran risotada salió de su garganta - Si no quieres hablar, no hables, pero no hace falta que te pongas a la defensiva. Cada vez me recuerdas más a un perro que una vez encontré por el pueblo de mis padres. Iba por las casas pidiendo comida, dormía donde nadie lo viera, pero pobre de ti que le quisieras mostrar el mínimo de afecto! Podría arrancarte la mano!
El hombre hizo un gruñido, como confirmando la historia. No era si no un perro cabreado con un mundo que lo había olvidado. Aunque había algo raro en ese tipo que no llegaba a identificar.
- Al menos, un pasado tendrás, no? - Insistió Barslan.
- Acaso te interesa? -Volvió a morder el muchacho.
- Me gusta conocer a la gente con la que hablo -Proyectó una sonrisa amable.
- Nunca conseguirías hacerlo del todo - Repuso el chico - Además, qué obtendrías tú de todo esto? Un breve relato de mí que se te olvidaría dentro de unos días, un rato de entretenido viaje y qué? Algo de lo que hablar con alguno de tus vecinos? O detalles que añadir a alguna de tus siempre recurrentes historias de taberna? Olvídalo. Cumple tu palabra, y en las primeras luces, me iré. No lo hagas, y una nueva cicatriz te adornará la barriga.
- Vaya, rapaz! -exclamó Barslan con una agradable risa - Tienes agallas! Eso me gusta. Pero no deberías amenazar a un ex Capa de Oro de la capital. No acabarías nada bien - Guiñó un ojo. La cara de sorpresa del desconocido era más que evidente. - Si, esa suele la reacción más normal - volvió a reír -Ahora, dime, me contarás algo, o tendré que hablar yo solo?
- No hay mucho que contar -al parecer, lo había intimidado, pensó el anciano - no sé quién es mi madre, mi padre fue herrero en el Valle, quién me enseño a leer y escribir, de pequeño entrenaba las ratas de mi sótano, tuve que hacerme ladrón y vagabundo para poder sobrevivir y mi último golpe no salió muy bien, por eso acabé ahí tirado. Pero conseguí un buen botín. - Sacó un hermosa daga, de un acero pulido muy brillante, el mango recubierto de cuero de vaca y con un grabado de un águila.
- Por mis barbas! Qué hermoso artilugio! Habría matado por una de éstas en mis días como soldado. Has tenido una gran recompensa, chico.- Una ligera confusión se veía en el rostro del ladronzuelo - A qué viene esa cara? No te preocupes, no voy a dar parte a nadie. Tantos años en los castillos me han enseñado que no hay más ladrón que un Sacerdote gordo. Deja de preocuparte.
El pícaro se tranquilizó, pero dejaron de hablar un buen trecho. Sólo se escuchaban grillos y alguna rama ondulante de cuando en cuando. De repente, Barslan, comenzó a contar:
- Sabes? Me acabo de acordar de una historia que te puede ser útil en tus viajes. Te apetece oírla?
- No veo porqué no - respondió el chico.
- Pues verás, acababa justo de conseguir mi puesto en la Guardia de Oro, ya sabes, la del castillo del rey en Gran Fauce. Has estado allí alguna vez? Cuentan que para ir de un extremo a otro te toma una jornada entera sin descanso. Nunca probé eso. Mi lugar estaba en los muros, o patrullando algún pasillo concreto. Y cuando no estaba de servicio, estaba en las barracas, descansando. Jamás fui un entusiasta del tiempo libre; me aburren los juglares, no sé leer y odio caminar por sitios que no conozco.. Así que mis días eran patrullar y dormir. A veces, charlar con algún colega. Por tanto, poco conozco del castillo, salvo que es de un ladrillo rojo sangre y me avergüenza la cantidad de oro que cubre sus paredes y mesas.
>> Una noche, antes de dormirme, un compañero apareció. Era un tipo apuesto, rubio, de cabellos lisos, nariz afilada, ojos azules y espaldas anchas. Cualquier princesilla o doncella le considerarían un príncipe azul. Pero en realidad era un borracho con unos deseos de cama muy oscuros y profundos. Sé de lo que hablo.
>> Entonces, nada más entrar, el tipo se desnuda, se comienza a poner su ropa de civil y nos dice: Me voy de baretas! Quién se viene conmigo?
- De baretas? - Dijo extrañado el chico
- Si era una expresión muy típica suya. Se refería a ir a beber a las tabernas de la ciudad.
- Pero…- intentó decir el chico.
>>Antes de que me interrumpas, sigo contando. Verás, como yo no conocía a nadie, pues fui el primero en apuntarme. “Cómo te llamas?” me preguntó mi compañero, luego de que otros 3 se nos hubieran unido. “Soy Barslan”. “Barslan… a secas?” “Sí, no sé que más quieres que diga”. “Aquí en el sur, acostumbramos a presentarnos añadiendo el nombre de nuestros padres. Por ejemplo, yo soy Burgar, hijo Bergar. Y éstos son Ardol, hijo de Erdel, Flaros, hijo de Flerus, Rimno, hijo de Reimno y Gerolt, hijo de Merold”. “Bien entonces soy Barslan, hijo de Beldart y Suri”. “ Y porqué pones a tu madre” preguntó Gerolt “Las madres nunca se mencionan”. “Pues no sé a vosotros, pero sin mi madre, yo no habría nacido. O acaso tu padre te engendró él solo y luego te parió por el culo?” Todos estallaron a carcajadas. “Bien dicho, novato!” me dijo Burgar mientras me daba una palmada en le pecho, “te has ganado el derecho de venirte de baretas con nosotros. Vamos!”.
>> Ya todos cambiados con ropa de calle, salimos furtivamente. Bueno, no muy furtivamente; Burgar parecía conocer a cada Guardia del castillo, incluso a los de las puertas, lo que nos permitió salir del castillo con mucha comodidad. Pero es que al salir, los saludos tampoco pararon. Ese hombre parecía conocer a todos y cada uno de los Guardias de Fauce. Además de a todos los comerciantes que comenzaban a cerrar sus negocios, a las fulanas que salían a patrullar las calles, a varios aldeanos, a doncellas y a un loco vagabundo que predecía el final del mundo inminente, como siempre hacía por esas fechas desde la Batalla de los 100 Acres. Y eso había sido mucho antes de que mi padre fuera un proyecto en las pelotas de su padre.
>> Después de tardar una hora en recorrer un camino completamente recto de unos 56 pasos de longitud, o 6 millas, como lo llamáis ahora los jóvenes, que jamás entenderé porqué a algo que funciona se le tiene que cambiar el nombre. Vale que ahora estemos bajo dominio de Armindol y todo eso, pero aquí en Kherrvushkar, pues siempre se ha llamado así, y no esa mierda del Cruce que se llama ahora, lo tradicional eran los pasos o los herrpherr. Que esa es otra, porque cuando yo era joven…
- Eh, eh! Céntrate!
-Perdona, chico. No salgo mucho, y cuando encuentro a alguien con quién hablar, me descontrolo. Bien, sigo con la historia.
>> Llegamos al fin a nuestro destino, una taberna construida en piedra y tejado de paja. Dirás que era una ruina. Y en efecto, lo era. Pero para aquellos días, antes de que Armindol nos dijese cómo construir, cómo comer, cómo beber, cómo mear… pues era una maravilla. Aparte, en el Percebe Corredor, servían la mejor cerveza de todo el Cruce, y el mejor marisco de todo el mundo. Y que no te engañen esos tipos del puerto de Cienrríos, el mejor es el nuestro.
>> Allí dentro había mucha gente, la mitad de ellos, compañeros nuestros. Conocí a al mitad de los Capas de Oro aquel día. Y todo entre historias, apuestas viriles y Burgar y Flaros invitando a todo aquel que tenían delante. Que casualmente solía ser yo. Después de que la luna se hubiera caído un buen trecho, salimos, bien borrachos y medio ciegos. Creo recordar que le dimos una patada a un gato. Y al día siguiente, mi camisa olía a cerdo quemado, pero nunca jamás supimos porqué. Y los Guardias estuvieron buscando a un tal Moc O’Comido por propinarle una paliza a un noble que pasaba por allí. Creo que ese fue Gerolt, nunca fue muy imaginativo.
>> De lo que sí me acuerdo perfectamente es que visitamos un burdel que Burgar conocía. Decía que era un habitual y que seguro que hasta nos conseguía compañía gratis. Nos pareció a todos una gran idea. Así que, a trompicones, llegamos al sitio. Estaba construido en madera, pero parecía muy acogedor. Antes de entrar nos dijo que nos consideraba grandes amigos, y por eso nos traía. Era la primera vez que venía acompañado y deberíamos sentirnos honrados. Todos nos sentimos parte de algo muy especial, y entre risas y juramentos de amistad entramos. Una niña salió a recibirnos. Bastante espabilada para su edad, reconoció enseguida a Burgar. “Hoy no te esperábamos” dijo con una voz muy aguda “pero creo que no habrá problema en que uses tu habitación de siempre. Ya sabes dónde está, ve.” Y como si mil demonios poseyeran su cuerpo, fue a dondequiera que tuviera su habitación libre.”En cuanto a vosotros” nos comenzó a contar, dándose la vuelta, “esperad aquí. Iré a preguntar quién se puede ocupar de todos. O preferís individuales?” Al parecer, Flaros y Ardol eran tan amigos que todo lo compartían. Gerolt y yo preferimos nuestra intimidad.
>> Tardaron lo suyo en acomodarnos a cada uno. No sé si lo que pretendían era que nos calentásemos más o esperar a que nos muriésemos por la explosión inminente de nuestras pelotas. Al fin, nos repartieron: los dos amigos arriba, en un cuarto con cama bien mullida de paja, mientras que Gerolt y yo, abajo, él en una puerta al final del pasillo, y yo mucho más cerca de la salida. Me había tocado una chica con una voz grave y muy sensual. Me dijo que me tumbara, y que me fuera quitando la ropa. Y así lo hice. Al rato, apareció. Mucha ropa muy liviana. Se le apreciaba el ombligo, los pies y los ojos, poco más. Empezó a moverse, con movimientos ondulantes, pero torpes. Estaba tan borracho que hasta me excité. Comencé a escuchar unos ruidos y gritos arriba, pero no les hice caso, pensé que se trataría de Burgar. Pero de repente, ganaron magnitud, y distinguí claramente a gente corriendo y gritando. No le di importancia, y me centré en mi asunto. Cuando la chica estaba a punto de dejarse ver todo, Ardol abrió la puerta como un huracán y le dio un empellón con una fuerza increíble para alguien e su tamaño, además de un par de patadas y de un escupitajo, maldiciendo vivamente. Alarmado, le pregunté que demonios hacía. Y me contestó: “Se lo merecen. Nos han estafado. Son hombres”. De mi boca no salió más que un “Coño!”, a lo que mi compañero me contestó: “No, eso no! Ese es el maldito problema, tienen verga! Y más grande de la que mía! Degenerados!” Y le propinó otra patada.
>> Flaros y Gerolt vinieron a reunirse con nosotros. Ellos también le habían dado su merecido a sus estafadores. Yo no entendía tanto revuelo, eran bastante guapas. O guapos. Para una noche como la que llevábamos, bien nos valían, digo yo, pero como parecían tan enfadados, me callé. Buscamos a Burgar por todo el burdel, pero no encontramos ni rastro. Así que nos fuimos cada uno a su cama en las barracas y al día siguiente, ninguno habló de ello. Y tampoco volvimos a participar en las juergas de Burgar.
A lo largo del relato, la cara del joven había ido cambiando, desde la más respetuosa atención, a la mayor de las impaciencias. Ahora, el enfado era bien visible.
- Y ya está? Esa es la gran historia ? - la mirada del muchacho habría destruido una aldea entera de haber podido - Cómo se supone que una historia sobre una juerga y gente travestida me va a servir de algo en esta puñetera vida!! Yo te… - Intentó abalanzarse sobre él, pero Barslan lo esquivó, con lo que acabó cayendo al suelo.
- No me corresponde a mi decirte cómo te puede ayudar mi historia. He compartido un pedacito de mi sabiduría contigo. Te corresponde a ti el usarla o no - le sermoneó mientras lo miraba desde arriba. Le tendió la mano para ayudarlo a levantar - Aunque reconozco que no es la mejor historia que tengo. Suelo usarla sobre todo para romper el hielo y presentarme - Hizo un curioso levantamiento de cejas. El muchacho lo miró extrañado.
- Falta mucho? - Se quejó el desconocido.
- Llegaremos un poco antes de que el sol se oculte completamente. Quieres alguna otra historia?
- Creo que ya he tenido suficiente de tus útiles consejos - Y continuaron el resto del viaje en silencio.
Al fin, cuando los últimos rayo del sol ya les daban de lleno en los ojos, consiguieron llegar a la casa de Barslan. Más bien cabaña. La madera húmeda no se partía por costumbre. Tenía un hogar muy pequeño, que poca calor daba, donde se calentaba el famoso caldo de nabo y trucha. Había dos camas, una en el piso de abajo y otra en el piso de arriba. Ninguna de las dos cómodas. Al desconocido le tocó la de abajo, claro. Curiosamente, tenía sótano. Era una puerta enfrente de la entrada con unas escaleras que bajaban a un suelo hecho de tierra.
Se sentaron uno frente al otro, en unas sillas que hacían más ruido que el estómago del hambriento vagabundo. La mesa estaba astillada en muchas partes y los cuencos donde Barslan sirvió el caldo parecían a punto de convertirse en polvo nada más tocarlos. Pero aguantaron en contra de todas las apuestas. Incluso el caldo no sabía del todo mal, reconoció el muchacho. El campesino soltó una risotada.
- Claro que no! Acaso lo dudabas? Gracias a mi arte, un regimiento entero sobrevivió en las Cordillera del Sangretierra hasta que la Conquista terminó.
- Supongo que habrá una increíble y muy útil historia detrás de eso, no?
- Exactamente! Pero podemos irnos a la cama si quieres - Otra vez ese movimiento de cejas.
- Esta tiene mejor pinta -dijo el muchacho mientras rehuia contacto visual. - Cuéntala. Tengo la noche.
- Está bien. Aunque sería más divertido pasar la noche en cama.- Cejas de nuevo, y esta vez, le intentó tocar la mano. El chico la retiró enseguida y le instó a contar la historia. Barslan accedió a regañadientes.
- Nos habían destinado a todos a Sangretierra, a acabar con la resistencia. Mi compañía estaba formada por Lord Bik como nuestro capitán, en calidad de hombre curtido en mil refriegas, enarbolando con orgullo su estandarte, y luego nosotros, soldados casi rasos. Nos habían dicho que nuestro estatus de capas no valía nada en la guerra, así que nos habían dado cotas de mallas y una vesta bordada en hilo de oro con el escudo de los capas. Conmigo estaba Burgar.
>> Nuestro capitán le tenía simpatía a los rebeldes, por tanto, nos había dadoorden de eliminar a los menos posibles. “Ya se encargarán otros de eso. Nosotros nos quedaremos lo mñas quietos posibles. Si alguien aparece, lo matamos. Pero si no, no haremos nada, entendido?” El porqué de esta orden nunca la supe. Supongo que era demasiado vago como para pensar en alguna estrategia o quizá le tenía demasiado aprecio a su vida. De todos modos, nosotros le estábamos agradecido: no habíamos subido tanto como para morir de frío, y estábamos acampados en un lugar precioso. Aquello fue como una excursión al campo.
>> Una noche, mientras le tocaba turno de guardia a un caballerete sobrevalorado, un tal ser Lansloth, el cual siempre decía lo mucho que había aprendido en la Batalla de los 100 Acres, Burgar vino a mi tienda. Le pregunté por aquel suceso de los burdeles. Aparatando un poco la mirada, me dijo que había sido una broma. Pero no le creí. Claro que no le creí, no había manera de creerle con esa excusa barata. Y entonces me lo confesó. El era un guerrero, y como tal, le gustaban las espadas. Las usaba en todos los campos de batalla. Y para él, la cama también era un campo de batalla. Pero no es un reto si el contrincante no tiene una espada. No hay ningún mérito en vencer a un agujero. Así de claro me lo dijo, y esa misma cara que pones tú ahora, chico, es la que puse yo. Entonces me dijo que si nos íbamos juntos a afilar las espadas, pues él sabía de un lugar muy bueno para llevar a cabo la tarea. Me pareció una idea brillante, hacía tiempo que no afilaba la mía.
El desconocido puso una mueca desagradable, pero la reprimió en un último suspiro. Barslan no se dio cuenta, y siguió con su relato.
- Tardamos media hora en llegar al lugar. Era una cueva, abundan mucho por esa zona. Entramos en seguida. Mientras descendíamos con una antorcha que daba muy mal fuego, hablábamos de anécdotas pasadas. Nada raro. Hasta que llegamos a un lugar donde la cueva se ensanchaba. Nos paramos. Casi inmediatamente, di un par de pasos a mi compañero, tratando de sacar la espada, pero el me detuvo. “No oyes eso?” me dijo de sopetón. “No”. “Pues entonces, empieza a correr”. Cuando me quise dar cuenta, una escuadrilla de rebeldes nos perseguían por el pasillo rocoso que tomamos como camino. Gritaban, nos maldecían, nos lanzaban flechas, lanzas, antorchas y hasta rocas. Uno nos tiró unas calzas. Dimos gracias a los Nueve por dejarnos ver la luz del día. Curiosamente, nuestros compañeros nos habían seguido. Los rebeldes se encontraron de lleno con una emboscada. Eran treinta y tantos y nosotros sólo diez, pero en la emboscada, cayeron más de la mitad. El resto, pan comido para guerrero curtidos como nosotros. Aunque no ví por ninguna parte a Lansloth. Más tarde, me entero de que lo habían “ascendido” y estaba en el mismo pico de Sangretierra, cargándose rebeldes. Parece que tenía mucha comida en esa sima.
>> Al final, todos volvimos al campamento, y dormidos con los uniformes llenos de sangre. Meses más tarde, nos mandaron volver a casa, al parecer, ya teníamos méritos suficientes. También necesitaban capas de Oro en Fauce, comenzaba a ver disturbios. Nunca volví a hablar con Burgar sobre afilar espadas. Jamás supe todo fue una broma o no.
Barslan cayó. Echó una de sus grandes risotadas y miró fijamente al desconocido. Éste reaccionó saltando de su sitio.
- Tengo mucho sueño, campesino. Me voy ya a cama. - Exageró un bostezo bien redondo. - Si eso, hablamos mañana.
- Bueno, muy buenas noches, amigo - Una mirada de se hizo evidente. - Mañana hablaremos.
Acompañó al chico hasta su catre, y cuando se quedó dormido, Barslan le echó una última mirada, como si se despidiese de él y lentamente, bajó al sótano.
Al escuchar cerrarse la puerta, Cleptómano abrió los ojos. Por fin lo dejaba en paz. Él sólo quería comer y dormir. Le daban igual los burdeles, con quién afilara espadas y lo que demonios le contara. Esas cosas eran suyas, y suyas deberían quedarse. Ahora esos recuerdos eran sanguijuelas que le mordían y le sorbían el cerebro. Y lo peor eran las miraditas. A cada instante tenía que recordarse que era un exCapa para no sacar la daga de la bruja y cortarle el cuello. Él no quería… no! no podía estar con nadie. A fin de cuentas, al rato, se olvidarían de él. Por eso estaba mejor sólo. La mera idea de que alguien se le acercase le… le… que puñetas hacía pensado en eso? Otra vez le habían tocado la fibra. A pesar de intentar empalarlo, ese hombre era agradable: le había ofrecido comida y descanso sin conocerlo de nada. Y su conversación era agradable. No por nada le dijo a él más cosas de su vida que ha nadie en el mundo. Sin embargo, él era un ladrón. Y se puso a hacer lo que mejor sabía. Con un saco que encontró a los pies de su cama, empezó a desvalijar lo poco que había en la casa. Más bien, cogió toda la comida que no tenía moho.
Vale, ahora había dos puertas, una enfrente de la otra. Mejor tener cuidado, siempre se confundía. Era algo que le acompañaba, como su cara. Para evitar desgracias, dejó el saco en el suelo. Siempre podría volver a por el. Procedió a abrir la puerta de su derecha. La abrió despacio, inclinando su cuerpo para poder ver. Peor lo único que vio fue la oscuridad que se precipitaba hacia él y mucho, mucho dolor. Cuando el cielo y el suelo volvieron a su sitio, se percató de que se había caído por unas escaleras. Una pequeña luz, procedente de su izquierda, o de lo que él creía su izquierda, iluminaba un poco todo ese sótano. De repente, se dio cuenta de que algo se oía. Agudizó un poco el oído. Lo que percibió lo dejó helado: era algo así como un jadeo humano tapado por un aullido como de cerdo torturado (si es que en realidad no era un cerdo torturado) que provocaba real pánico y un golpeteo rítmico, como de palmadas. No sé quedó a averiguar la fuente del sonido. Se levantó reprimiendo un grito, subió las escaleras como si el fuego fuese a derrumbar la casa, cogió su bolsa, salió por la puerta buena y echó a correr. Cuando le pareció estar lo suficientemente lejos, se escondió un poco y se tumbó a descansar. Cleptómano se durmió pensando en la decepción que se llevaría Barslan al ver que no tendría compañero para afilar espadas.